Chocó: hambre y dolor

En este departamento se suman todos los males de los niños: la desnutrición, el acoso de la guerra y la angusta de vivir en medio de la miseria.

Texto, a cuatro manos con mi colega y amiga Olga Morales*
En el Chocó se hace fiesta cuando un niño se muere. Nadie llora. Cuando un niño chocoano se muere, se va para el cielo: es un esclavo menos y un ángel más. Angelito negro. Esta es una de las creencias populares -cruel, por decir lo menos-con las que Edwin Herrera, un sacerdote antioqueño que lleva seis años trabajando en esa región, tiene que convivir.
Por eso, según él, muchas familias sienten alivio cuando saben que su hijo no estará más en este mundo para aguantar sufrimientos.
“Ahora, los niños están sometidos a una esclavitud ideológica, porque los condenaron a no tener futuro”, relata el religioso, párroco del corregimiento de Tutunendo (Quibdó) al explicar que el abandono estatal y la falta de oportunidades no les permiten ver más allá de su miseria.
“Hace mucho el pueblo negro vive la negación humana: ustedes no pueden, ustedes no tienen, ustedes no saben, ustedes no quieren”, añade.
Él no borra de su mente la imagen de un niño muriéndose de inanición, y la de otros que, al recibir alimentos, los vomitan de inmediato: sus cuerpos, acostumbrados al hambre, no toleran la comida.
Él fue la primera persona de un grupo de autoridades que aseguraron que la infancia está peor que nunca: el hambre es una plaga sin control y los niños se siguen muriendo de diarreas e infecciones respiratorias, consecuencia de la desnutrición.
Elvira Forero, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), reconoce que aunque el hambre y la mortalidad infantil son graves, la situación ha mejorado.
Según el Dane, en el 2007 –dato más reciente– allí fallecieron 13 niños de desnutrición, mientras que seis años atrás las víctimas fueron 35.
El defensor del Pueblo del Chocó, Víctor Mosquera, opina que es muy difícil tener una cifra real. “Como no existe una atención en salud, muchos niños son enterrados en los pueblos y no hay un dato oficial porque nunca fueron registrados ante el Estado”.
Al respecto, la Directora del ICBF le dijo a EL TIEMPO que cree que esto es un mito e invitó al Defensor a brindar información precisa sobre su denuncia.
Durante los cinco días de recorrido por el Chocó, el común denominador fue encontrar a niños desnutridos y con hambre. Como los nueve hijos de Consuelo Palacios, quienes viven en un rancho de tres metros cuadrados, de piso de tierra y con un camarote donde todos se amontonan.
Las moscas merodean el único plato de comida que reciben al día: arroz con queso rallado. Ella dice que hace tres semanas no les da carne. Con las monedas que cambia por plátanos, sólo alcanza para eso y de vez en cuando para adobar la comida con hueso.
Existen familias desesperadas porque sus hijos comen apenas lo que les brinda el ICBF: un desayuno o un almuerzo. La entidad logró una cobertura en todo el Chocó, pero sólo soluciona una de las tres comidas diarias.
“No es sólo una responsabilidad del Estado, también es de los padres”, advirtió Elvira Forero, teniendo en cuenta que el presupuesto del ICBF para esa región, en el 2009, superó los $50 mil millones.
Luis Carlos Hinojosa, director de la Pastoral Social de Quibdó, cree que el asistencialismo fue malinterpretado por el pueblo que se acostumbró a mendigarles al Estado y a la cooperación internacional. Según él, los chocoanos adolecen de un proyecto de vida que les permita crecer.
“¿Qué va a suceder mañana, si no se le enseña a la gente a producir?”, lamenta él.
Por miedo, pueblos se quedaron sin niños
No hay gritos, no hay risas ni chapuceos en el río. Aunque hay gente, iglesia, casas y canoas tapizadas con ropa tostada por el sol, no hay niños. Las mujeres restriegan la ropa contra una piedra mientras que otras ‘bailan’ sus bateas en el agua con el anhelo de pescar algunas pepitas de oro para cambiarlas por comida. A diario, todas lloran por sus hijos ausentes.El pueblo sin niños germina de la selva húmeda y ardiente. La escuela, donde antes estudiaron 60 pequeños, se la devoró la manigua. En sus paredes, bañadas en moho, sólo cuelga un almanaque del 2004, el año en el que el desplazamiento desterró a toda la población. De las 50 familias que tenía, solo 12 retornaron, sin nada entre las manos, mucho menos sus hijos. Esta situación se presenta en varios pueblos apostados a orillas del río Atrato, a los que la guerra les cambió la vida: los menores corren el riesgo de ser reclutados por los grupos armados ilegales que azotan la zona y por eso sus padres prefirieron enviarlos a sitios más seguros como Quibdó e Istmina. “Tengo 6 hijos y todos están en Quibdó. El hermano mayor los cuida”, dice María en voz baja y temblorosa, como quien revela un secreto.– ¿Y por qué están allá?–Hay muchos problemas y, para que les vaya a pasar algo, mejor que estén lejos. La secretaria de Planeación del Chocó, Alcira Chaverra, reconoce que los niños chocoanos viven en un constante riesgo de que se los lleven a la guerra. El único dato oficial cuenta que 100 menores han sido reclutados ilegalmente en los últimos tres años, pero podrían ser mucho más.La Pastoral Social de Quibdó afirma que esta es una problemática de grandes proporciones: los niños se crían solos, trabajan en oficios domésticos y se exponen a ser víctimas de abusos o de explotación sexual. Los que viven allí creen que sus pueblos están condenados a desaparecer. No solo faltan los niños; tampoco hay escuelas ni centros de salud y denuncian que el Estado no les ayuda en nada. Tal vez tengan razón: donde no hay niños, no hay vida, no hay futuro.

Cifras alarmantes no son aceptadas por el Gobierno
Los niños flacos, pero barrigones, juegan descalzos al fútbol y a la guerra. En la comunidad indígena Wounnán, a la que llegamos tras cuatro horas a bordo de una lancha que en su punta ondeaba una bandera blanca en señal de paz, es normal que los pequeños se diviertan jugando a dispararse con pistolas de juguete.
Los ranchos donde viven están adornados con hamacas, racimos de plátanos, bultos de yuca, papa y ahuyama: el fruto de la tierra y el único alimento. Ni los niños barrigones ni sus padres saben que esos vientres abultados son la cosecha de los parásitos y de la desnutrición.
Aunque los Wounnán están arraigados a su herencia ancestral, la precariedad en la que viven pone en riesgo a los niños. Así lo admite Eleuterio Chocho, vocero de la comunidad, quien lamenta la ausencia de un centro de salud, y quien asegura que la Bienestarina y los desayunos del ICBF no son suficientes.
“Uno va a las comunidades y ve que los niños están aguantando hambre y que se mueren de desnutrición”, advierte el padre Luis Carlos Hinojosa, director de la Pastoral Social de Quibdó, quien nos entregó un estudio, hasta ahora desconocido, sobre la grave situación de los niños indígenas chocoanos.
El documento, hecho por la ONU, con participación de tres de sus instituciones: Plan Mundial de Alimentos, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y Unicef, arrojó resultados aterradores (ver gráfico). La directora del ICBF, Elvira Forero, admitió que lo conoce, pero aclaró que no fue aceptado por Minprotección por su metodología: “Sin descalificarlo, preferimos seguir atendiendo niños que polemizar sobre el tema”. Las organizaciones que realizaron el documento invertirán, en la región, 7 millones de dólares a partir del 2010.

Datos de la discordia
Desnutrición crónica
(0 - 5 meses)………….. 73%
Desnutrición severa
(0 - 59 meses)………….42,4%
Inseguridad
alimentaria severa……..94,3%
Sin servicios
Sanitarios…………….…93,5%
Sin tratamiento
de agua………………….83,1%
Prevalecia de anemia
(1 - 4 años)………………53%
Sin ninguna vacuna
(12 - 24 meses)………....39,9%
Estudio hecho con 1.588
familias indígenas del Chocó.
Fuente: ONU Gráfico CEET

*Este reportaje hace parte del especial sobre la situación de los niños de Colombia, publicado en EL TIEMPO el 17 de diciembre del 2009.
http://e.eltiempo.com/media/produccion/infancia/index.html


Foto: Héctor Fabio Zamora/EL TIEMPO