Una paisa será la primera santa de Colombia


El Vaticano puede declarar santa en cualquier momento a la madre Laura Montoya, tras la verificación del testimonio de un médico que dice haber sido salvado por ella. Defendió a los indígenas, fue escritora mística y fundó una comunidad, que hoy está en 21 países.

Publicado el 25 de octubre del 2012.
Una maestra de escuela de figura robusta, defensora de los indígenas, escritora y mística que llegó a enfrentarse con el mismo demonio -según lo narra en su autobiografía- será la primera santa colombiana: Laura de Jesús Montoya Upegui, una monja fallecida en 1949.
El papa Benedicto XVI puede anunciar su canonización en cualquier momento. Solo falta un paso sencillo para que se dé la noticia: que los cardenales del Vaticano, que examinarán el tema el próximo 10 de diciembre, den la orden tras avalar el milagro aprobado el pasado 14 de junio por los médicos de la Congregación de la Causa para los Santos, que era el último y más complicado requisito. El milagro en el que intercedió la religiosa, verificado por la Santa Sede, se produjo cuando un médico antioqueño que se encomendó a ella en su lecho de muerte resultó curado sin ninguna explicación científica (lea detalles en el testimonio "Para el Vaticano...").
¿Quién fue esta mujer? Aída Orobio, madre superiora de la comunidad que la madre Laura fundó el 14 de mayo de 1914 y que hoy está presente con más de mil monjas misioneras en 21 países de América Latina, Europa y África, nos da esta semblanza:
"Ni aquí, en su tierra, la gente alcanza a dimensionar lo valiente y maravillosa que fue esta mujer. En una época en la que la mujer debía estar al lado del hombre, Laura se atrevió a seguir el llamado de Dios, pese a que la llegaron a tildar de loca".
Rememora cómo la maestra de escuela -nacida en Jericó, el 26 de mayo de 1874-, en algún momento de su vida conoció a un grupo de indígenas embera-chamíes en Dabeiba (Antioquia) y quedó impresionada al descubrir que no sabían leer ni escribir; eran cruelmente explotados y tratados como animales, y ellos mismos creían que no tenían alma.
"Cómo es posible que vivan en tal marginación y alejados de Dios, si son tan colombianos como cualquiera y fueron los primeros habitantes de estas tierras", dicen que se preguntaba la maestra, entonces de 40 años.
El 5 de mayo de 1914, en compañía de su madre (su padre fue asesinado cuando ella era niña, por "defender sus convicciones políticas y católicas"), y junto con otras seis mujeres, se adentró en la espesa selva y empezaron a vivir con los indígenas. En ese momento inicial no contó con el respaldo de la Iglesia.
Junto con las primeras letras, la maestra y sus compañeras comenzaron a enseñarles el camino de Dios. Todo, sin arrancarles su propia cultura.
Como ellos no conocían el español, se inventó un método con los sonidos y criaturas de la selva, con la lluvia, el sol, la luna y las estrellas para comunicarse. De esa experiencia nació Voces de la naturaleza, uno de los 23 libros que escribió.
Decía: "No tenemos sagrario, pero tenemos la naturaleza. Y hay que descubrir a Dios en el indígena, en el árbol, en el pájaro, en las dificultades". Y no solo les llevó el mensaje divino a los indígenas. La hermana Aída explica que la madre Laura fue también una activista por los derechos humanos de los nativos: "Les exigió a la Iglesia y al Gobierno que defendiera sus derechos".
Otro testimonio de la influencia benéfica que irradia la fe en la madre Laura es el de una pariente suya, María Victoria Montoya, a quien, a los 12 años, la llevaron al convento de la ya fallecida prima de su papá.
Una hermana la vio y la interpeló: "Usted tiene los mismos ojos y las mismas cejas de la madre Laura. ¿Le gustaría ser una monja laurita?". Es así como se denominan las integrantes de su comunidad. "Mi papá no me volvió a llevar porque no quería que yo fuera religiosa, por todo lo que sufrió su prima Laura -comenta María Victoria, de 58 años, que se hizo de monja salesiana-. Ser familiar de la madre Laura me llevó a los caminos de Dios.
Y trae a la memoria el sufrimiento de su pariente: "La atacaron duramente y pasó sus últimos años postrada en una cama".
De esas penurias habla el sacerdote y escritor antioqueño Manuel Díaz en su libro Laura Montoya, mujer intrépida. La primera fue la pobreza que pasó con su madre y sus dos hermanos cuando su padre fue asesinado. Y luego, cuando se fue para la selva, pues los gamonales vieron en ella a una peligrosa contrincante que les arrebató a los indígenas explotados por ellos durante décadas, a cambio de baratijas y humillaciones.
Según el padre Díaz, llegaron a acusarla de robarse los dineros que recibía de la gobernación de Antioquia para su apostolado. Ella, con entereza, no dio paso hacia atrás. Nunca lo hizo.
Martha Galvis es la responsable del santuario de la madre Laura en el sector de Belencito, en Medellín, convertido en museo y convento, y donde reposan sus restos.
Nos enseña la habitación donde ella murió: la sencilla cama metálica, la silla de ruedas de madera, los cilicios con los que se mortificaba; un armario con sus cartas y reliquias; entre estas, un cofre de vidrio con hebras de su cabello cano y una ampolleta con sangre.

Sus encuentros sobrenaturales
Hasta el santuario llegan a diario cientos de feligreses a pedir -también a agradecer- algún milagro de la beata, como lo testifican las hileras con más de 600 placas que hablan de curaciones y otros favores recibidos.
De Laura, lo que Martha más admira es el misticismo que, según ella, fue muestra de su santidad en vida. Se refiere a experiencias sobrenaturales, como la que tuvo a los 6 años, cuando Dios se le manifestó mientras observaba a las hormigas cargando la comida.
"¡Fui como herida por un rayo! Supe que había Dios, como lo sé ahora". También, narra en su autobiografía de casi mil páginas -en la que se aprecia una pluma exquisita- cómo veía, hablaba y ayudaba a las almas del purgatorio para que se reconciliaran con Dios. Y decía tener una gran amistad con el Ángel de la Guarda.
Pero también tuvo experiencias oscuras con el demonio, al igual que Jesús. Así narró ella uno de esos encuentros, ocurrido en el colegio que fundó en Medellín con un grupo de alumnas reacias a las cosas de Dios. "Oí que el demonio venía y decía: voy a vengarme de la advenediza, que me ha arrebatado lo que yo poseía con justos derechos (las niñas a las que estaba catequizando). Muy pronto vi llegar por debajo del toldillo a un animal parecido a un perro o un lobo, con cascos de mula y unos cuernos muy retorcidos (...)
Lo cogí de los cuernos, que eran fríos, muy fríos, y lo torcí como haciéndole formar un remolino. Lo estregué contra el suelo y le dije que no tenía que meterse con lo que era mío". Esas cosas -dice la hermana Martha- solo les pasan a las personas santas.
Estefanía Martínez, cuando tenía 6 años, conoció a Laura, porque la mamá y una tía fueron a pedirle que orara por su abuela enferma. Estudió en La Inmaculada (colegio que fundó) y al graduarse se metió de monja. Tiene 89 años y es una de las pocas hermanas vivas que la conocieron.
Fue muy cercana a ella. Cuando empezó a enfermarse, le ayudaba copiando los textos que ella le dictaba, en una vieja máquina de escribir.
"Tenía un gran sentido del humor. Se burlaba santamente de todo, sobre todo de ella. Cuando iban a visitarla, decía: 'Vengan a conocer al monstruo' ", recuerda Estefanía al contar que, en sus últimos años, Laura llegó a pesar cerca de 150 kilos.
Se enfermó de linfangitis. Se le hinchó el cuerpo, sobre todo las piernas. La tenían que cargar entre varios hombres. No podía pararse de la cama. Le brotaban ampollas que se le explotaban y le provocaban dolores terribles. La piel, en carne viva. "Le ponían gasas y decía que las sentía como un costal". Pero ni siquiera en esos momentos ponía mala cara.
"En sus últimos días me pidió que le contara chistes. Y yo lo hice. Se reía en medio de tanto dolor y les echaba los chistes a otras hermanas", evoca.
En la noche mandó a llamar a un cura para que la confesara. "Una moribunda contando chistes en lugar de hablar de Dios", expresó entonces.
También recuerda cuando, en 1939, el presidente de la República, Eduardo Santos, la condecoró con la Cruz de Boyacá y, al recibirla, dijo: "Mejor condecoren a mi mula ('Flores'), que me cargó por tantos montes".
Así era Laura Montoya, fallecida en Medellín el 21 de octubre de 1949. De exclamarle a Dios que "quería servirle hasta de llanta para un carro", pasaba a terrenos trascendentalmente santos.
"Me ha dado Dios la esperanza, a manera de realidad, de que me participará de sus poderes para salvar almas. ¿Cómo puede ser esto? Tampoco lo sé. Sé solamente que ello será en la eternidad".

Video sobre la madre Laura: 
http://www.citytv.com.co/videos/882390/laura-montoya-la-monja-antioquena-que-sera-la-primera-santa-de-colombia

Un hombre de ciencia sanado por la fe en Laura
El doctor Carlos Eduardo Restrepo se encomendó a la madre Laura en su lecho de muerte. Su testimonio fue aprobado para la canonización.


Al doctor le pusieron los santos óleos. No había nada que hacer. Eso lo tenía muy claro Carlos Eduardo Restrepo, como profesional de la salud: los médicos también se mueren. El nuevo episodio ocasionado por la enfermedad de tejido conectado que padecía desde los 12 años, y que estuvo a punto de matarlo en varias ocasiones, no le daría más tregua.
“O me moría o quedaba como un sobrado de tigre”, suelta, con desparpajo, al hablar de su desolador pronóstico. Si salía con vida de una compleja cirugía, pasaría de inmediato a cuidados intensivos y allí tendría que permanecer varios meses. Y su cuerpo habría quedado muy maltrecho, incapaz de permitirle una vida normal. “Ya no quería seguir luchando”, relata. Y se lleva las manos a la cabeza.
El mal que padecía, caracterizado porque las defensas atacan el sistema autoinmune, como si fuera extraño, y que ya le había generado una especie de lupus, un daño renal y una atrofia muscular, desencadenó en una perforación en el esófago; un boquete sin fondo, un hueco aterrador en el tubo por donde pasa la comida, que le provocó –además– una infección en el corazón.
Sus familiares se despidieron de él, tras la bendición del sacerdote. “Mis amigos y colegas no iban a desearme suerte sino a darme el último adiós”, recuerda. Fue en ese momento cuando una iluminación divina, o un chispazo tal vez, lo llevó a pensar en la madre Laura Montoya.
De ella –reconoce– no sabía mucho más que la mayoría de la gente: que en vida fue una monjita muy buena, y que por sus obras fue proclamada beata por la Iglesia. Y aunque pertenecía a una familia católica, admite que no era un creyente comprometido.
“Le dije: ‘madre Laura, si me saca de estas, yo me encargo de contarle al mundo su milagro para que la eleven a los altares’ ”. Y ambas cosas ocurrieron.
Era una noche de enero del año 2005 y ya completaba nueve meses hospitalizado. Se tomaba al día 60 pastillas. El regalo de Navidad que le dio su hermano fue un cepillo de dientes eléctrico, pues no tenía alientos ni para levantar la mano. En la clínica le habían dado 12 horas de plazo para definir si lo operaban o no.
Pero esa noche, después de encomendarse a la madre Laura, recuerda que durmió plácidamente, como no lo hacía hace mucho tiempo. No podía dormir sin somníferos y esa vez no los tomó.
Al despertarse sintió una sensación de bienestar. Extraña, porque horas atrás era un moribundo. No tenía fiebre y el dolor había casi desaparecido. Como médico que es, siempre supo lo que le pasaba a su cuerpo; ahora no comprendía por qué, de repente, empezaba a escaparse de la muerte.
“Tengo una laguna. No sé si tuve una experiencia extracorpórea o si lo imaginé, o si fue el subconsciente, pero cuando me encomendé a la beata sentí una paz maravillosa”, evoca.
Le hicieron una nueva endoscopia y el orificio en el esófago se estaba cerrando. Y a los 15 días había desaparecido por completo, como lo testifica su historial clínico. Al mes le dieron la salida. Ya podía caminar. También se había recuperado del problema en los músculos que lo inmovilizaba.
“Si esto no es un milagro, entonces qué es”, afirma Restrepo al referirse a su recuperación. “Cuando sabes que no tienes ninguna posibilidad y quedas intacto, entonces es un milagro”, reitera.
Y es que él, un hombre formado en la ciencia médica (es anestesiólogo y especialista en medicina del dolor), siempre fue escéptico a creer en asuntos sobrenaturales, en cualquier cosa que no se apegara a los libros.

Llevó su caso al Vaticano
Pero después de lo que le sucedió, recordó que en su larga carrera médica ha visto a muchos pacientes graves que se recuperan sin ninguna explicación. “Hay muchos milagros que uno no se percata de que existen, hasta que le ocurren a uno”.
Convencido de que Laura intercedió ante Dios para salvarlo, se fue para su convento, en Medellín, y les contó el testimonio a las religiosas. Fue entonces cuando planearon enviar el caso al Vaticano para que lo estudiaran en el proceso de la beata.
Dos meses más tarde ya estaba ejerciendo de nuevo su profesión de anestesiólogo. Y en junio del 2006 (tres meses después) viajó a Toronto (Canadá) a estudiar medicina del dolor, donde también trabajó en una clínica. “Quedé con pilas nuevas”.
En septiembre del 2008 fue a Génova (Italia), a presentar un estudio que elaboró sobre el dolor. Y aprovechó la oportunidad para ir a Roma.
Allí se reunió con un médico del Vaticano, que cuida la salud del Papa y que dirige el comité científico que se encarga de estudiar los testimonios milagrosos de sanación en la Congregación para la Causa de los Santos.
Aunque ya había enviado sendos informes médicos con su historia clínica, demostrando que su curación no tenía sustento en la medicina sino en la fe, lo que quería era que lo escucharan para que su relato fuera tenido en cuenta en la canonización de la beata Laura. Solo faltaba ese paso –es decir, un nuevo milagro– para proclamarla santa.
El dicho popular de ‘la cara del santo hace el milagro’, referente a que si uno da la cara logra lo que quiere, resultó casi al pie de la letra.
El pasado 14 de junio llegó a Medellín la notificación del Vaticano en la que anunciaban la aprobación de su testimonio. Sí, la primera santa que tendrá Colombia llegará a los altares gracias al caso del doctor Restrepo.
Su caso tuvo peso en la Santa Sede, precisamente, porque se trató de un hombre de ciencia. “La madre Laura me salvó y yo también pude cumplirle”, cuenta Restrepo con emoción en la voz y muestra una foto de la beata que tiene en el fondo de pantalla de su iPhone. Entra una llamada y suena Lonely boy, de Black Keys.
“Sigo siendo igual, pero con la madre Laura a mi lado”, cuenta el hombre, de 41 años, soltero, que en la actualidad se desempeña como profesor universitario y anestesiólogo y médico del dolor de la Clínica Las Américas y del hospital Pablo Tobón Uribe, en Medellín.
Eso sí, carga estampitas con la imagen de Laura Montoya, con la novena al otro lado. Y cuando ve la oportunidad, cuenta su testimonio. No la politiza, aclara. “Siempre que me despido de alguien, le pregunto si tiene un santo de la devoción. Si dicen que no, le digo: yo le tengo uno: la madre Laura. Ella es mi amiga”.
Con sus pacientes tiene mucho cuidado. Sabe que no puede generarles expectativas. Solo les cuenta que tiene una santa preferida y la recomienda si la situación se presta.
“Soy médico del dolor y trato a pacientes con dolores muy terribles. No me despego de la ciencia, pero tampoco de la fe”, admite, y confiesa que antes de tratar a un enfermo le pide a la madre Laura que le ilumine las manos.
“¿Si no les transmito fe, cuando acuden a mí, que soy médico del dolor, quién más lo va a hacer?”, se pregunta.
Ahora solo espera que la madre Laura sea canonizada para que Colombia y el mundo sepan que esta antioqueña ‘tiene palanca’ con Dios para hacer todo tipo de favores.
Hace poco se encontró con un colega, ateo, que al verlo le dijo: “Lo que le pasó a usted fue un mmm... un mmm...”.
“Sí, un milagro”, respondió.

Video sobre el médico: http://www.citytv.com.co/videos/882446/el-medico-que-se-salvo-milagrosamente-gracias-a-la-madre-laura-montoya
  


Obsesión por el comida


¿Qué pasa en la mente de un comedor compulsivo? Tres personas con este problema cuentan cómo es su lucha diaria con los alimentos.


Publicado en El Tiempo el 23 de octubre del 2010.
Dos pollos. Enteros. Con papas, arroz, arepas y un litro de gaseosa. Eso es lo máximo que ha llegado a comerse Nelly Valencia en un almuerzo. Ocurrió hace cuatro meses. Y no se sentía llena. En otra ocasión llegó a comerse dos bandejas paisas.
Trata de levantarse de la silla. Se empuja con las manos. No puede. Su hija le da la mano, la toma con fuerza y de un solo impulso la ayuda para que quede de pie. Un gesto de dolor intenso se dibuja en su rostro. Las piernas le tiemblan. Da pasos leves, cortos, como arrastrando un lastre.
Con ojos de terror y voz temblorosa, esta antioqueña de 47 años reconoce que padece un fuerte trastorno de ansiedad por la comida, que la convirtió en obesa mórbida (pesa 165 kilos) y la tuvo postrada en una cama durante los últimos cuatro años, sin dejarla parar ni siquiera para ir al baño.
El pasado 30 de mayo los bomberos la rescataon de su casa, en Medellín, en un operativo con 20 hombres, grúa, lazos y camillas. Pesaba 180 kilos. Desde entonces,  emprendió una batalla que no está segura que pueda ganar: con la comida.
En la fundación Gorditos de Corazón, en la capital antioqueña, la misma que promovió su rescate, recibe orientación nutricional, psicológica y psiquiátrica. "Si no hago algo ya, me voy a morir", admite, pese a que ya ha bajado 15 kilos y ha vuelto a caminar.
"Soy muy compulsiva. Cada vez quiero comer y comer más", cuenta Nelly, separada de su marido hace 13 años. De hecho, cree que el divorcio le disparó la ansiedad.
"Mi única meta es comer y comer, lo que se me atraviese. Y todo lo que me gusta me hace daño, sobre todo los fritos. Comiendo me refugio en mis problemas", asiente.
Ha querido que le hagan la cirugía del bypass gástrico, para que le reduzcan el tamaño del estómago.  Pero afirma que en su EPS no se la han autorizado.
Precisamente la limitada cobertura del sistema de salud es uno de los principales problemas que atraviesan estos pacientes.
“Las personas con trastornos en la alimentación se le salieron de las manos al Estado”, advierte Salvador Palacios, un hombre que llegó a pesar 180 kilos y que luchando contra su obesidad terminó fundando Gorditos de Corazón, una asociación que ha ayudado a más de cinco mil personas, con trastornos con los alimentos, a mejorar su calidad de vida.
Los altos costos de un bypass gástrico y del tratamiento de por vida que debe recibir el paciente después de la intervención –explica Palacios- desbordan la capacidad del sistema. Y tampoco se brindan los tratamientos multidisciplinarios de prevención, atención médica, psicológica, nutricional y psiquiátrica que necesita un obeso mórbido.
Todo esto, pese a que Colombia cuenta con la Ley 1355 de obesidad (del 2009), que busca frenar el avance del sobrepeso como un problema de salud pública. En el país, uno de cada dos personas tiene exceso de peso, según la Encuesta nacional de salud nutricional de 2010.
Sin embargo, agrega Palacios, con un tratamiento riguroso los comedores compulsivos pueden controlar la ansiedad y el sobrepeso.
"Es que estas ganas de comer no se pueden controlar", lamenta Nelly y enumera todos sus males: un dolor en los riñones que no la deja acomodarse en la cama, tanto que  prefiere dormir sentada; siente cuchilladas en la columna, los pies, los tobillos y las rodillas. Y sabe que está cerca de la diabetes y la hipertensión.
Andrés Felipe Pérez, psiquiatra que lleva varios años trabajando con pacientes con este diagnóstico, explica que el problema nace, en gran parte, en la cabeza. Esto, cuando afrontan dificultades con el centro de la saciedad, que regula biológicamente la ingesta de alimentos en el cerebro. “Sienten como si no se llenaran”, afirma el especialista.
A esto se suman las preocupaciones y los problemas emocionales y en la autoestima. “En muchos casos el aumento de la ingesta produce una sensación de tranquilidad, aunque eso es momentáneo”, añade Pérez al enfatizar en que el manejo de la mente se les suele salir de control a estas personas.

El drama de Julián
Julián Esteban Murillo tiene 21 años, pesa 132 kilos y afirma que no lo afecta ser gordito. Pero ya, por fin, comprendió que si no le pone freno a esas ganas desbocadas de comer puede terminar muy mal.
Tuvo que salirse de la universidad, donde cursaba quinto semestre de odontología. Su gordura le generó apnea del sueño. 
"Me decían que me quedaba dormido por pereza. Pero no. Ahora, mientras le hablo, me puedo quedar dormido", cuenta. Se puede dormir manejando, mientras para en un semáforo. Y eso llena de angustia a María Eugenia, su madre, que solo le permite sacar el carro si está acompañado. Aunque él se escapa en el vehículo, precisamente, a comer.
En el colegio hizo ejercicio. Pero al entrar a la universidad le regalaron un carro y nunca más volvió a ejercitarse. Y empezó a comer y comer, dice, por el goce que representa deleitarse con sus platos favoritos: las comidas rápidas.
"No como tanto por hambre, sino por ansiedad". Su récord es tres hamburguesas gigantes, con doble carne, huevo y tocineta. Tan grandes que cada una cuesta 28.000 pesos. Y otra vez ganó un concurso: engulló 15 perros calientes y no pagó la cuenta.
"A veces ni siquiera me puedo poner los zapatos y eso es muy frustrante", narra con voz agitada. También lo frustra salir de compras y no conseguir nada que le quede bien. Tiene que mandar a hacer la ropa.
Juan Manuel Toro, médico internista del Hospital Pablo Tobón Uribe, de Medellín, explica que los problemas de salud asociados al sobrepeso comienzan con el síndrome metabólico.  Los tejidos grasos hacen que aumente la presión arterial y los triglicéridos. Y esto puede conducir a diabetes y a enfermedades cardiovasculares que, en muchos casos, terminan en infartos.
También está la apnea del sueño, como es el caso de Julián, que aparece cuando se altera el mecanismo respiratorio por un componente de origen aparentemente nervioso que bloquea el estímulo de la fase inspiratoria cuando el paciente empieza a dormir. Durley Armijo era una comedora compulsiva. Pesaba 127 kilos cuando le practicaron el bypass. Y bajó 40. Sin embargo, no siguió la dieta que le mandaron, dice, por temor a que le gustara de nuevo la comida. Y se refugió en el dulce. Hoy, Durley Armijo, licenciada en filosofía de 31 años, soltera, pesa 90 kilos.
"Sí, volví a ser obesa", gruñe la joven al afirmar que le cogió odio a la comida. Solo come galletas y tostadas integrales, y a veces pequeños trozos de carne y queso. "Detesto la comida", asegura Durley al explicar que todo este problema le ha desencadenado serios problemas de depresión.
"No le encuentro sentido a la vida. Nada de lo que como me sabe bueno. Vivir así es un infierno", lamenta la joven.
Últimamente, cree que por la falta de calcio, le ha dado por comer ladrillo. "Sí, ladrillo, como el que come jabón o tierra", dice con desesperanza. Ya no sabe qué hacer, aunque sigue recibiendo orientación psicológica.
"A la gente le queda muy fácil criticar sin saber lo traicionera que es esta enfermedad. Es que el problema no está en el estómago: está en la cabeza", opina la joven.
En Bogotá y Medellín hay sedes de la Asociación de Comedores Compulsivos Anónimos (www.oacolombia.org) que reúne a 100 personas con esta patología. 
Se congregan dos veces a la semana a compartir sus angustias. “Hay cosas que los demás no entienden. Por eso lo que hacemos es escucharnos y apoyarnos, porque sabemos lo que nos sucede”, comenta una de las directoras del grupo y explica que allí comprenden la enfermedad desde lo físico, lo psicológico y lo espiritual.
Según esta mujer, educadora de profesión, a los comedores compulsivos no les pueden pedir fuerza de voluntad.
“Nuestra mente nos engaña. Esto es una adicción. El problema no es la comida: es lo que nos obliga a comer”.

Video: http://www.citytv.com.co/videos/881098/video-la-lucha-diaria-de-una-comedora-compulsiva



La guerra diaria de dos hermanos con la comida


Angélica y Daniel Ceballos luchan contra la anorexia y la bulimia. El precio de la vanidad y la obsesión por el peso los ha llevado al borde de la muerte. 

Publicado en la revista Carrusel el 18 de abril del 2012.

En una repisa, sobre el comedor, está la foto de Angélica Ceballos cuando su familia le celebró los 15 años. Se ve una joven saludable, de buen semblante, de mejillas redondas, pero no gorda. Su peso: 60 kilos. La Angélica de ahora es realmente muy distinta. Parece otra persona. Pesa 45 kilos y es muy delgada.
Sin embargo, está en una buena etapa de su tratamiento. En el momento más dramático y peligroso llegó a pesar 28 kilos: la piel le forraba los huesos y sus brazos y piernas parecían chamizos secos.
Hoy, Angélica tiene 20 años y vive en su natal Medellín, una ciudad famosa por la belleza de sus mujeres. Belleza que ella sentía ajena cuando era una adolescente con unos kilos de más. Cinco, calcula. Solo cinco. Así que para encajar en la sociedad -cuenta-, decidió ser delgada al precio que fuera. 
Todo el mundo le gritaba que era una gorda: en la calle, en el colegio, en la televisión y, según relata, en su propio hogar. Duró una semana sin comer y poco a poco se fue volviendo anoréxica. Algunos meses después pasó a la bulimia. Y en ese camino, sin proponérselo, arrastró a su hermano menor, entonces de 13 años, que más que un hermano ha sido su amigo entrañable, cómplice y escudero fiel.
Todo empezó en el 2006. Cuatro años más tarde, los hermanos Ceballos llegaron a la Fundación Gorditos de Corazón, entidad sin ánimo de lucro que ayuda a personas con trastornos en la alimentación.
Su director es Salvador Palacio, un antioqueño que llegó a pesar 180 kilos (hoy pesa 80), y que convirtió su lucha con el sobrepeso en su proyecto de vida. En su fundación ayuda a 70 personas con anorexia y bulimia, a 400 con sobrepeso y a 200 comedores compulsivos.
Salvador se convirtió en el custodio de Angélica y Daniel, hoy de 20 y 18 años. Les han brindado acompañamiento nutricional y psiquiátrico en un tratamiento integral que el sistema de salud al que pertenecen no les ha suministrado.
"Ha sido toda una lucha con este par de muchachos. Han estado hospitalizados varias veces, en crisis terribles. Pero hoy están luchando por salir adelante, pese a la ruleta rusa que es su enfermedad", comenta Salvador. En algunos momentos -añade-, ambos quisieron morir.
Según Rodrigo Moreno, psicólogo de la Fundación Universitaria Luis Amigó, quien conoce su historia clínica, son pacientes con anorexia y bulimia nerviosas que presentan altibajos en su tratamiento.
"Si bien han subido de peso, reconocen que su dificultad no está en el cuerpo ni en su peso, sino en sus propios pensamientos, en la forma de autorrepresentarse y de vincularse con la comida", analiza.
Angélica y Daniel hacen su mayor esfuerzo para recuperarse, aunque su guerra con la comida no da tregua. Ya no quieren morirse, o al menos esquivan esos pensamientos. Tratan de enfocarse en otras cosas, de distraer una mente que los condena a no comer.  Ambos se graduaron de bachilleres el año pasado y Daniel entrará a estudiar contaduría  en la Universidad de Antioquia. Angélica no pasó en la universidad y eso la tiene afectada.
Mientras logra estudiar enfermería, trabaja en la fundación (Gorditos de Corazón) y visita colegios de Medellín contándoles su historia a miles de jovencitas que puedan tener su mismo problema: añorar la delgadez.
Un estudio de la Universidad de Antioquia realizado en el 2006 (el más reciente) con 972 alumnas de cinco colegios, reveló que el 17,7 por ciento padece algún grado de anorexia. Hay más: al 77 por ciento les aterra la idea de ganar peso, el 33 por ciento se siente culpable después de comer y el 16 por ciento cree que la comida controla su vida.
A la enfermedad de estos dos jóvenes se suma la precariedad en la que viven. Su madre es empleada de servicio, mientras su padre se gana la vida como obrero. Así que el problema con los alimentos no es solo no querer (o poder) comerlos: a veces no los hay.
Angélica y Daniel decidieron contar su dramático testimonio como un mensaje de  esperanza para otros jóvenes en su misma situación.  

El comienzo de la pesadilla
Angélica
Yo toda la vida me sentí acomplejada por ser gorda. Mire a esas dos gordas (señala fotos en la pared). ¡Yo era esas gordas! (risas). Ahora las veo y digo: qué gordas más feas. A los 15 años me decían que era muy gorda. Me decían cerda, y sentía que el mundo se me acababa. La verdad, la televisión sí me afectó demasiado. En ella venden el mensaje de que hay que ser flaco. Cuando empezó Sin tetas no hay paraíso (serie de televisión), ¡ay, Dios mío! Allí mostraban que si las muchachas no eran tetonas, si no tenían un cuerpo perfecto, no iban a conseguir plata. ¡Ay, Dios mío!, yo me vi eso y duré una semana llorando. Fue la depresión más grande. Yo estaba pesando 60 kilos y dejé de comer siete días, tomaba solo agua y pensaba que hasta el agua me engordaba. Me llevaron a un hospital mental de Medellín, de locos, donde no entienden a nadie. Yo no estaba loca. Tenía un problema con la comida. Ese hospital me hizo más daño. Me decían que si no comía no me iban a dar visitas. Salí de allá pesando 51 kilos, pero me faltaban tres. Me veía como un marrano. Como mis papás no sabían, me dejaron coger ventaja, aunque no tienen la culpa. Yo estaba cansada, me sentía muy deprimida. Pensaba: cambio mi aspecto y soy feliz, o me muero en el intento. Desde el principio sabía que vivir sin comer iba a ser muy difícil. Uno a veces, al comienzo, lo busca: tan bueno ser anoréxica, no comer y ser flaca. ¡Pero eso es tan estúpido y mentiroso! Es como un drogadicto: uno no se da cuenta de que es adicto hasta que algo malo le pasa.

Enfermó por solidaridad
Daniel
Yo nunca he tenido ese complejo de ser flaco, porque siempre fui flaco. Pero me ponía triste porque Angélica se deprimía cuando le decían gorda. Mis papás se iban y me dejaban con ella, luchando los dos para que ella no vomitara. ¡Era tan traumático! Yo lloraba al lado de ella, al frente del sanitario mientras ella vomitaba. Se iba a comprar laxantes y yo no la dejaba, me le atravesaba en la puerta, pero tenía 13 años.
Yo no podía dejarla sola, me daba pesar, ella vomitando y todos durmiendo. Yo me trasnochaba con ella, le llevaba el balde para que vomitara. Yo tan pequeño y no entendía nada. Yo quería sacarla de esa enfermedad, pero era un niño. Un niño qué iba a poder. Angélica me preparaba la comida, pero yo no comía. ¡Daniel, coma!, me decía. Pero qué pena comer: ella sin comer y yo comiendo. ¿Y entonces qué? Empezaron las cosas en mi mente, me sentía mal; qué va a pensar ella, que soy un comelón. No me gustaba que se oyeran los cubiertos, tenían que llamarme muchas veces para que fuera a la mesa. Tenía que dejar comida en el plato para que ella no pensara que tenía hambre. El problema comenzó cuando comía y quedaba superlleno. ¡Ay, Dios mío! Hasta que Angélica me vio tan mal de estar tan lleno y me dijo: "si quiere vomite". Así empecé yo con la enfermedad.
Y como soy hombre, pues es peor, porque dicen "la anorexia solo les da a las mujeres".

El infierno es la mente
Angélica
Uno al principio no sabe en verdad qué está haciendo, ni por qué lo hace, simplemente lo tiene que hacer. Así como las personas comen, uno siente que no debe comer, y que si come, tiene que vomitarlo todo. Mucha gente piensa que es un capricho, que somos unos estúpidos. Como decía mi papá: "Miren, yo como y no vomito". Hay que ponerse en los zapatos del otro. Uno con estas enfermedades empieza a entender a las personas: a un drogadicto, a un alcohólico...
Es que eso no es lo que uno quiera, la gente juzga. Es fácil juzgar y decir que curarse es cuestión de voluntad. Y bueno, eso es cierto, pero uno necesita mucha ayuda. No es que digan "háganlo" y ya. Uno no puede con la mente y se deja dominar de ella. El infierno de uno es la mente, es un eterno remordimiento. Empieza una depresión tan estúpida que uno no le ve sentido a nada.

Experta en nutrición
Angélica
Puede que sean poquitas calorías, pero uno piensa: qué pereza comerse eso. Nosotros sabemos ya todo de nutrición. Cuántas calorías tiene esto o lo otro. Uno busca una dieta de 500 o 600 calorías, y no pasarse de eso. Ya 600 calorías parecen mucho. Y sé que es una idiotez. Una persona normal se come 2.000 calorías y no se pregunta eso. Yo sumo todo. Uno se come un bombón: 60 calorías. La manzana tiene 120. Ahora medio me acepto. Si estoy así, no me puedo engordar. Si como más calorías, me puedo engordar. Es una lucha por no subir de peso. La anoréxica sabe que está flaca, pero hay algo que le dice que tiene que bajar más. Sabemos que estamos flacas pero nos vemos gordas, nos queremos ver en los huesos, ser un esqueleto.
Ya no quiero bajar ni un gramo, pero a veces siento que amanezco con la cara hinchada, horrible, cuando duermo mucho. Aunque casi no duermo. Me acuesto a las 10 y media de la noche y a las 4 y media me levanto y ya no me acuesto más. Sí quisiera dormir más, pero me levanto, le ayudo a mi mamá a preparar el desayuno y a despachar a mi papá.

El suplicio de tener que comer
Daniel
Mis papás no entienden. Dicen "cómanse la carnita, las lentejas, la mazamorra". Ellos no entienden que no es que no queramos, ¡es que no podemos! Obvio que son deliciosas las lentejas y las cosas que prepara mi mamá, pero si comemos eso es como decir "vomite". Uno siente un desespero cuando sabe que tiene que comer. Yo ya como arroz, al menos un poquito; pero Angélica no. Lo más elaborado es el problema, por eso el almuerzo es lo peor. En la comida o el desayuno uno no piensa qué está comiendo. Uno engaña a la mente. Pero en el almuerzo toca sentarse y comer, y llega la ansiedad y la culpabilidad de pensar que uno puede quedar lleno.
Angélica
Ya uno no puede comer como una persona normal; uno se puede morir, el organismo ya lo rechaza. Toca empezar a comer como un bebé, compotas, fruticas. Yo me tengo que tomar al día un litro y medio de agua. Antes comíamos de todo, éramos normales. ¡Era tan bueno! Uno extraña poder comer chocolates, helados, la comida casera de la mamá. Obvio que uno siente ganas, pero uno no quiere sentirse mal. Nos sentimos mal, mentalmente. Y también nos caería pesado. Y el almuerzo es... No sé qué será hoy... Ni almuerzo tenemos.

Luchando por una nueva vida
Angélica
Últimamente he perdido las esperanzas, no tengo estudio. Yo me siento muy inútil, la verdad. No pasé en la universidad. Toda la vida le he tenido fe a Daniel. Todo lo que él dice para mí está bien, no se lo puedo discutir. Es más inteligente, me siento orgullosa de él. Me llega una depresión y pienso que no sirvo para nada en esta casa, que soy la ruina. 
Daniel
Pero uno vuelve a tener ilusiones. Uno tiene que luchar para controlar la ansiedad cuando empieza a ver la comida. Por eso me gusta estudiar, estar distraído para no pensar en la comida. Uno con una enfermedad como esta tiene que buscar un enfoque para salir adelante, diferente a la comida o a la vagancia; eso solo dará ansiedad. Ahora me enfocaré en el estudio. Lo único que me estresa es cuando en la universidad me empiecen a preguntar qué me pasa.

El otro problema con la comida: cuando no la hay
Daniel
A veces uno prepara su comida, yo ya aprendí a cocinar, a hacer arroz. Como no es gran cosa, yo hago el almuerzo. El almuerzo es arroz, un pedazo de carne. Angélica come menos, no come arroz.
A veces no hay comida y eso también es malo. Usted sabe que nosotros somos pobres. Las comidas que nosotros comemos no es lo mismo. La gente normal se puede comer una arepa con huevo o arroz con huevo. Pero para nosotros, que no comemos esas cosas, es más difícil. Comemos granola, cereales, leche sin grasa y con fibra, y pues a veces no hay plata para comprar eso. Entonces comemos salvado o una manzana. O pues no comemos.

Los consejos
Angélica
Sé que es muy difícil salir adelante, pero no es imposible. Yo lo estoy logrando. Yo trabajo en la fundación (Gorditos de Corazón), me gusta arreglar uñas, decorar, soy muy social y quisiera estudiar enfermería para ayudar a los enfermos.
Espero que todas las personas con esta enfermedad lo intenten. Que no se dejen llevar por lo que ven en la televisión, que lo único que hace es hacerte olvidar quién eres. Busquen algo más allá, un motivo para surgir. No busquen seguir una sociedad que solo nos llena de prejuicios.

Un problema de salud pública
Tanto la anorexia como la bulimia (enfermedades de los hermanos Ceballos) son trastornos mentales que tienen repercusiones en los sistemas digestivo y nervioso. Así lo explica Rodrigo Córdoba, psiquiatra y presidente de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, al referirse a este trastorno de la alimentación que, según él, se ha convertido en un problema de salud pública en el mundo moderno.
Frente a estos cuadros clínicos -explica Córdoba- se impone una carga biológica donde se entrecruzan los factores de la personalidad y del medio ambiente, generados -como en estos pacientes- por problemas de autoestima relacionados con su apariencia.
"Son personas muy vulnerables frente a la presión social. Las imágenes estereotipadas de los medios influyen mucho para que estos pacientes rechacen su cuerpo y quieran ser diferentes", opina este especialista al aclarar que la recuperación es difícil y no siempre es exitosa ni definitiva. 
Según él, no todos se mejoran. Sin embargo, usualmente, quienes se recuperan lo hacen de manera significativa y pueden lograr una buena calidad de vida.
En otros casos surgen secuelas originadas por la depresión y la ansiedad, y serios problemas de salud: son organismos que no reciben la nutrición que necesitan. Si estos casos no son atendidos de manera oportuna, pueden llegar a ser fatales.
Según Córdoba, el tratamiento no solo incluye medicamentos sino además un juicioso seguimiento psiquiátrico, respaldado por el apoyo afectivo de la familia y los seres queridos.

'Milagro' en Colombia podría llevar a la santidad a Juan Pablo II


La Iglesia envió al Vaticano el caso de un ex alcalde sanado de Parkinson, según él, gracias a la intercesión del Papa. Tiene el respaldo de la Iglesia y de su médico.  

Publicado en El Tiempo el 15 de julio del 2012.
No. Las manos de Marco Fidel Rojas ya no le tiemblan.
Mueve sus dedos, como tocando piano, y cuenta que así le saltaban cuando padecía Párkinson.  Hoy, sus manos y todo su cuerpo son firmes.  Camina perfectamente, sin los tumbos que lo desplomaban a cada rato.  Toma un lapicero y escribe su nombre sin problema. Levanta la taza de café con una sola mano.
Está sano. Así lo certifica el prestigioso neurólogo Antonio Schesinger Piedrahita, en un documento en el que informa que su paciente, desde diciembre del 2005, ya no necesita tratamiento antiparkinsoniano. “Actualmente encuentro al paciente en buenas condiciones de salud. Presenta temblor de reposo en manos. Resto del examen neurológico normal”, dice el certificado, expedido el 26 de septiembre del 2011.
Pero Marco Fidel se declara totalmente sano y asegura que el temblor desapareció por completo (así se ve), como también los desmayos ocasionados por el mismo mal. Todo, asegura, gracias a la intercesión del beato Juan Pablo II a quien se le encomendó en una noche de desespero.
EL TIEMPO conoció que a la Iglesia en Colombia han llegado unos 300 testimonios de supuestas sanaciones milagrosas o favores del papa polaco, fallecido en el 2005 y beatificado en mayo del 2011. De estos, el caso más contundente es el de Marco Fidel, pues cumple con dos grandes requisitos para ser considerado un milagro: el testimonio de fe y el soporte médico que respalda la sanidad de una enfermedad incurable y degenerativa.
Por eso, fue enviado al despacho vaticano encargado de la causa de canonización de Juan Pablo II, donde deben estudiar un nuevo milagro para su elevación a los altares.
En la beatificación se tuvo en cuenta el relato de la monja francesa Marie Simon-Pierre, quien testifica haber sido sanada de párkinson gracias al llamado papa viajero.
Y ahora, para la canonización, se requiere de otro milagro con un soporte científico y religioso. Es ahí donde el testimonio de Marco Fidel, un ex alcalde huilense de 68 años, entrará a ser estudiado.
Los expertos consideran que tiene muchas posibilidades, pues se trata de una sanación de Párkinson, la misma enfermedad de la religiosa francesa. Y la misma que padeció tanto Juan Pablo II.
Todo empezó el 8 de diciembre del 2005. “Me desperté y sentí como si me hubiera tomado todo el aguardiente del mundo. Todo se movía”, recuerda Marco Fidel, nacido en Tarqui (Huila), población de la que fue alcalde en 1990 y donde lo recuerdan por haber llevado la luz. También fue alcalde del municipio vecino de San Agustín.
Como pudo, se arrastró hasta el teléfono y llamó a la empresa de emergencias médicas a la que estaba afiliado.  El médico que lo atendió -dice su historial clínica- le recetó unos medicamentos elementales para el vértigo y le recomendó reposo. Nada más. Pero una semana después, al ver que empeoraba, fue llevado de urgencias a una clínica.
Lo que tenía era un accidente cerebrovascular que ya completaba ocho días.  Solo un hilito de sangre le llegaba al cerebro. Estaba a punto de morir.
Poco a poco empezó a recuperarse, pero llegó un diagnóstico demoledor, consecuencia del infarto en el cerebro: Párkinson.
Empezó a tomar medicamentos contra este mal, y a sobrellevarlo. Empezó con la tembladera en las manos, que no le permitía agarrar nada, y que se hacía más intensa con el paso de los días. Pero lo peor, dice, era cuando perdía el equilibrio.
"En cualquier momento me podía desplomar. Varias veces me caí en la calle", evoca y asiente con la cabeza.
Un día, en el centro de Bogotá, se fue de bruces y un taxi casi le pasa por encima. Se levanta el pantalón y muestra unas rodillas llenas de cicatrices. Al llegar a casa, se sintió devastado y muy solo. Marco Fidel nunca se casó porque amaba su libertad para viajar por el mundo y conocer museos, su gran pasión.
Fue la noche  del 27 de diciembre del 2010 cuando recordó que uno de sus viajes, a Roma, conoció a Juan Pablo II en una misa y habló con él unos pocos segundos.
“Tengo un amigo en el mas allá. Y tuvo Párkinson. ¿Por que no lo había invocado antes? Venerable padre Juan Pablo II: venga y sáneme, ponga sus manos en mi cabeza”, recuerda su oración.
Esa noche, asegura, durmió profundamente, como un lirón. Y al despertarse se sintió efusivo, con otro aire. Se levantó sin bamboleos, ya no tenía que pegarse a la pared para no caerse. Las manos no temblaban.
“Sí, Juan Pablo II me hizo el milagro de curarme”, suelta con devoción. Después de suspender el tratamiento, se convirtió en un fervoroso devoto de Juan Pablo II.
Parte de su pensión (se le fueron sus ahorros en los tratamientos particulares que su EPS le negó) se la gasta comprando y distribuyendo postales y estampitas con su imagen.
“Mi gran promesa con mi sanador, con el beato, es regar la devoción por donde vea que puedo”.
Ahora, que sabe que tiene el respaldo de la Iglesia y que su caso fue enviado al Vaticano, sueña que su testimonio sea estudiado con detenimiento.
Que Juan Pablo II sea proclamado santo gracias a su historia, sería –dice- como volver a nacer.

Video:
http://www.citytv.com.co/videos/820258/milagro-en-colombia-es-enviado-al-vaticano-para-canonizacion-de-juan-pablo-ii


Un monje que hace autoayuda con el Evangelio





El religioso alemán Anselm Grün es uno de los autores de temas espirituales más importantes hoy. Lo tildan de hereje porque hace interpretaciones psicológicas de las sagradas escrituras.
Publicado en El Tiempo el 12 de mayo del 2012.

Anselm Grün tiene tantos amigos como enemigos. Los más conservadores de la Iglesia Católica Romana -a la que pertenece- lo han tildado de hereje, de pernicioso y blasfemo, de defensor de la homosexualidad y de algo que lo hubiera llevado a la horca en otras épocas: hacer autoayuda con las sagradas escrituras.
Pero sus millones de discípulos en el mundo, que viven pendientes de que publique un nuevo libro (lleva 300 títulos traducidos a unos 30 idiomas), lo consideran una voz renovadora que les ha enseñado a tener una fe madura, analítica. Y lo siguen con devoción.
Anselm Grün es un alemán de 67 años, monje benedictino de la abadía de Münsterschwarzach desde los 21, doctor en Teología, filósofo, psicólogo y especialista en Ciencias Económicas. Todas estas áreas del conocimiento las combina en su propuesta evangelizadora, en la que plantea a Cristo como terapeuta y propone, entre otras cosas, un catolicismo de puertas abiertas y un acompañamiento espiritual profundo a los fieles.
También insiste en la necesidad de difundir la fe de la mano de la intelectualidad, tema que, según él, ha descuidado el cristianismo. "Fe y razón deberían estar en relación mutua. Esto vale no solo para el desarrollo intelectual de la religión, sino también para la vida práctica y la proclamación de la moral", afirma. Su discurso unifica la mística cristiana con la psicología moderna y la filosofía oriental.
Considerado hoy uno de los autores de temas espirituales más importantes, Grün estuvo en Colombia dictando varias conferencias que tuvieron gran acogida, pese a que sectores conservadores del catolicismo criticaron a la Conferencia Episcopal por permitirle su ingreso al país.
Pero él parece estar cubierto por un blindaje que lo resguarda de todo. "No. No me afecta que afirmen que hago autoayuda con el Evangelio", dice el sacerdote, un hombre dueño de una paz absoluta y de una piel extrañamente lozana para sus 67 años; su rostro parece el de un beato, enmarcado por una espesa melena blanca, del que se desprende una larga barba de chivo. Camina despacio, forrado por un hábito negro que lo recubre hasta los pies.
"No critico a mi iglesia. Pero muchos buscan la espiritualidad por fuera porque no la encontraron allí. Entonces, habría que revisar la relación con los fieles", dice al reflexionar sobre el hecho de que a la Iglesia Católica le ha faltado reaccionar oportunamente ante las angustias y necesidades espirituales de la feligresía. Y esto, opina, ha hecho que muchos migren hacia congregaciones cristianas evangélicas o hacia corrientes del esoterismo y la nueva era.
Entre las frases famosas de Grün, que cautivan a unos y escandalizan a otros, están las siguientes: "La Iglesia no se puede instituir como la verdad. La verdad es Dios, aunque los dogmas de la Iglesia Católica son verdaderos". Otra: "Jesús no fue salvador desde el principio. Él fue desarrollando desde su interior el arquetipo de salvador". Esto último ha sido interpretado como una ofensa ante la divinidad de Cristo.
También ha dicho que se debe evitar ver la homosexualidad como un pecado. "Con demasiada frecuencia se escucha que la homosexualidad es antinatural. Pero tales valoraciones son falsas.
Las personas homosexuales son iguales a las heterosexuales. Disponen de dones valiosos de los cuales los padres (sacerdotes) deberían alegrarse".
Todos estos puntos de vista le han hecho ganarse sendas críticas, que abundan en Internet. Como la del periodista peruano Alejandro Bermúdez, director del portal de noticias católicas ACI Prensa, quien dijo: "Anselm Grün se ha vuelto muy popular; se ha convertido en una especie de gurú. Puede tener una muy buena intención, el problema es que enseña verdaderas herejías", al referirse a que él suele interpretar pasajes bíblicos fundamentales con argumentos psicoanalíticos, obviando la teología. Y eso -dice- va en contravía de la Biblia y de la Iglesia a la que pertenece y a la que le debe obediencia.

Ante las críticas
El bloguero español Isaac García ha pedido que retiren las obras de Grün de las librerías católicas. "¿Qué sapos colará un monje que piensa que hay que evitar ver la homosexualidad como pecado?", dice. Y el obispo argentino Héctor Aguer afirma: "Creo que (Grün) es perniciosísimo y que es un eco de la new age. Su espiritualidad está basada en la psicología de las profundidades y en la simbólica de Jung".
Y es que Grün reconoce como uno de sus grandes formadores a Carl Gustav Jung, un médico suizo, discípulo de Sigmund Freud, y figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis. "Grün dice que la psicología y el psicoanálisis nos sirven para reconocer cuáles son nuestras heridas, desde la infancia. Y cuando podemos reconocerlas, Jesús puede entrar a repararlas", explica la colombiana Carolina Salamanca, traductora oficial de su obra al español. Ella cree que los puntos de vista de Grün generan tanta ampolla porque ni la Iglesia ni los sectores conservadores aceptan la libertad de fe y espiritualidad que él propone.
Pero él no se espanta frente a las embestidas y sigue adelante con su cruzada. Considera que el mundo actual tiene muchas necesidades como para detenerse. Y habla, por ejemplo, de la globalización de la fe. "Si dejamos la globalización solo para los poderosos, sería una maldición para el mundo. Pero si se globaliza la fe, desde nosotros mismos, el mundo sería mejor".
Escribe sobre lo obsesionada que está la humanidad con el dinero, pero también del anhelo que existe en muchos de enriquecer el espíritu. "En el Antiguo Testamento, los sueños jugaban un papel importante para que los políticos de esa época pudieran gobernar. Los políticos de hoy en día no tienen ningún sueño", opina.
También habla sobre la sexualidad: "En todas las religiones hay una tendencia a ver el placer y la sexualidad como algo negativo. Pero esto, con seguridad, no corresponde a la esencia de la espiritualidad judaica y cristiana".
En sus libros, aborda temas tradicionales de la autosuperación: cómo alcanzar la felicidad personal, cómo sobrellevar el duelo y vencer el miedo al fracaso. "No hay un fracaso que no lleve a un nuevo principio", dice con serenidad en la voz. También habla del poder reparador del perdón, indispensable si se quiere alcanzar una verdadera paz espiritual.
Uno de sus libros más vendidos es Jesús como terapeuta. Allí explica que las parábolas pueden ser entendidas como parte de una terapia y que en ellas radica una fuerza sanadora. Ahí trata, además, el tema de la culpa. "Desafortunadamente, la Iglesia ha remitido a los hombres en exceso a la culpa y al pecado, con lo cual les ha inculcado una mala conciencia". Y frente a este sentimiento, analiza dos reacciones: "Nos volvemos duros con nosotros mismos, pero también juzgamos con severidad a nuestros prójimos".
Habla de la necesidad de liberarnos de las opiniones que los demás tienen sobre nosotros. "Solo así tendremos paz". Y asegura que no hay mejor lugar para encontrar a Dios que el silencio.
"Abrazo en mí lo fuerte y lo débil, lo logrado y lo malogrado, lo vivido y lo no vivido, lo claro y lo oscuro", ora con los ojos cerrados mientras el público, en el auditorio de una universidad bogotana, lo oye con fervor. Hay quienes creen que Grün acabará excomulgado o, al menos, expulsado del redil de la Iglesia Católica. Y eso parece no preocuparle.



La liberadora del erotismo


La psicóloga Alejandra Quintero se dio a conocer en el programa de televisión ‘Sexo a lo bien’; luego, en su blog ‘El diván rojo’. Propone una revolución erótica para ser felices.

Ella es una mujer que se deja leer.
En la espalda, debajo de la nuca, tiene un tatuaje en letra cursiva que dice: "Mujer molotov, sexíbora y ferótica".
"Molotov", explica Alejandra Quintero, porque así la definieron sus amigos al referirse a su temperamento incendiario. Y "sexíbora" y "ferótica" porque así la denominó el poeta suizo Christian Vetz, cuando la conoció en Medellín. Entonces, tenía apenas 18 años.
"Sexíbora" -cuenta- es una mezcla entre sexy y víbora (o devoradora). Y "ferótica": feroz y erótica. Eso, según la inspiración de su amigo poeta.
Tiene cuatro tatuajes más: uno en el brazo izquierdo que dice "El eterno
 retorno", concepto que descubrió y apropió en Así habló Zaratustra, uno de los
 primeros libros de Nietzsche que leyó en su adolescencia. A Nietzsche, afirma,
 le adeuda su pensamiento humanista, vitalista y reflexivo.
 Debajo de su oreja izquierda se lee "Eros", y en la derecha, "Tánatos". "Eros,
 desde el sentido de la vida. Y Tánatos, por la muerte, pero por la muerte
 fértil, la que destruye para cambiar y mejorar", cuenta Alejandra con acento
 paisa y voz recia. El último tatuaje está en el brazo derecho, con otra de sus
 premisas de vida: "Más allá del bien y del mal".
 Alejandra detiene el tráfico por donde camina. Viste una falda negra que forra
 una silueta esbelta, corsé negro, camisa blanca de manga larga con cuello de
 cura (clergyman), medias veladas de malla que forran unas larguísimas piernas
 y tacones rojos. Alta y elegante. Sí, la femme fatale. Bella y provocadora. 
 Pero es mucho más que eso: es la creadora de una iniciativa que busca que la
 gente viva su sexualidad desde el placer, la felicidad y el bienestar, sin
 tabúes de por medio, que denominó 'Revolución erótica, solar y lunar'. Sexo
 sin fines reproductivos. Amor y sexo libres. Buen sexo, para vivir mejor. 
 "Si soy atractiva es por una casualidad de Venus y por genética. Pero la
 inteligencia sí se cultiva con la experiencia y sobre todo con la lectura",
 dice esta psicóloga de 30 años, que hizo del sexo y del erotismo su proyecto
 de vida. 
 "Soy psicóloga y asesora sexual, y defiendo y promuevo el erotismo", pregona.
 Alejandra, la mayor de cinco hermanos (cuatro mujeres y un hombre), hija de un
 comerciante al que le heredó la pasión por los libros y de una ama de casa a
 quien le aprendió que hay que educar las emociones, se declara "erotista de
 nacimiento y hedonista en formación". 
 El erotismo lo descubrió en la biblioteca de su padre, en el libro Las alcobas
 del silencio, del autor francés Antonio Mantegna, que narra las aventuras de
 un chino en Venecia. Tenía 8 años.
 La pequeña y curiosa Alejandra fue creciendo, como su interés por este tema.
 En el colegio se convirtió en la consejera sexual de sus compañeras, mucho
 antes de haber tenido ninguna experiencia. Se graduó de un colegio de monjas,
 de vocación normalista. De ahí surge el acento pedagógico de su discurso. 
 Estudió Psicología en la Universidad María Cano, en Medellín (la expulsaron de
 una universidad católica por ser tan contestataria), y al graduarse, después
 de hacer una especialización en Psicología Organizacional y de asesorar a
 varias empresas, decidió escribir sobre sexualidad y erotismo. 
 Empezó en un portal, como columnista, y luego montó su propio blog, al que
 bautizó 'El diván rojo'. Su primera nota fue sobre sadomasoquismo. 
 A los seis meses ya era conocida en la capital antioqueña, tanto así que le
 montaron un programa de televisión, en vivo, con la misma propuesta estética y
 conceptual de 'El diván rojo'. No tenía ni idea de televisión, pero aprendió
 al punto de convertirse en una virtuosa presentadora. Pero el programa no duró
 mucho tiempo. No estaba bien visto que una mujer hablara sobre sexo, sin pelos
 en la lengua, en una sociedad conservadora como la paisa. 
 Al canal llegaban cartas pidiendo que sacaran el programa del aire y varios
 sacerdotes, en el sermón, conminaron a sus fieles a que apagaran el televisor
 cuando ella apareciera. La acusaban de promover la promiscuidad y el
 libertinaje, y de fomentar una supuesta sexualidad antinatural, porque su
 bandera es el sexo sin fines procreativos.
 Montó otro programa, Sexo a lo bien, dirigido a los jóvenes. Trataba temas
 relacionados con los derechos sexuales y reproductivos, prevención del
 embarazo adolescente y de enfermedades de transmisión sexual. 
 Trataba, porque el programa fue clausurado después de dos años al aire, en
 enero pasado. "La actual administración municipal no renovó el contrato, tal
 vez este tema no está dentro de sus lineamientos", comenta.

Pedagogía del placer
 Sin embargo, ese no ha sido un impedimento para su "revolución erótica". Ahora
 está en Bogotá, evaluando propuestas para hacer su programa en un canal de
 televisión nacional y dictando talleres. 
 Su blog sigue activo, como siempre, al igual que sus cuentas en las redes
 sociales. Aunque en Facebook le bloquearon su página por "contenidos
 obscenos", entre estos, la imagen de un cuadro en el que una mujer posaba
 plácida sobre un enorme pene. Tuvo que abrir una cuenta nueva.
 ¿Por qué promover una mejor vida sexual, a partir del erotismo? Ella lo
 explica así: "La sexualidad es una dimensión que afecta la condición humana. Y
 una mala vida sexual genera mucha infelicidad, en todos los niveles".
 Por eso, la revolución que propone busca derribar esa moral impuesta sobre la
 sexualidad a través de una pedagogía sobre el placer sexual.
 "Nos han enseñado que el sexo está ligado con la culpa, que es pecado sentir,
 ver o tocarse. Por ejemplo, que masturbarse es malo porque sí".
 Su propuesta se encamina a liberar conciencias para que cada quien explore sus
 posibilidades, con algo que ella define como una "ética sexual y erótica,
 desde el ejercicio del autogobierno". 
 En otras palabras, liberar mentes y cuerpos, hacer una apuesta por la
 secularización de las pasiones y por sacar del clóset a la sexualidad.
 Y en ese sentido, también es una aliada de prácticas alternativas como el
 bondage o el sadomasoquismo, temas de los que actualmente habla en talleres,
 en Bogotá. 
 "Ojo: estoy rescatando y haciendo pedagogía desde el placer sexual, pero un
 placer ético y responsable", dice. 
 Y aclara que si en esa liberación personal cabe la posibilidad de alguna de
 estas prácticas, ya es decisión de cada quien. "No estoy diciendo: vaya y haga
 de todo y libérese como quiera".
 Alejandra también tiene su consultorio, al que acuden hombres y mujeres por
 igual para pedirle que les ayude a conseguir una vida sexual más feliz, eso
 sí, aclarando que no es sexóloga sino psicóloga especialista en sexualidad y
 erotismo.
 Entre sus pacientes hay hombres que quieren mejorar sus estrategias de
 seducción y otros que se quejan de la falta de interés de sus compañeras. "Me
 han dicho: parece que me casé con una monja". Pero también ha atendido a
 mujeres que buscan convertirse en las mejores amantes de sus maridos. No
 recomienda libros de autoayuda ni tips de revista.
 "La vida sexual no se puede solucionar con tips sexuales. No soy orgasmóloga
 ni una tecnócrata del sexo", subraya.
 Alejandra vive sola en Copacabana, un pueblo a media hora de Medellín, en una
 casa que comparte con dos perras, rodeada de 33 plantas aromáticas y
 medicinales. A pocas cuadras de sus padres. Tiene un jardín de flores, donde
 se destaca el anturio, símbolo del erotismo masculino. 
 Tiene un clóset con varias decenas de tacones, corsés, ligueros, guantes,
 sombreros y una nutrida biblioteca. No vive en Medellín porque la espanta el
 ritmo desbocado de las ciudades.
 "La gente puede creer que me acuesto con todo el mundo y que, sexualmente,
 hago de todo. Ya no me le mido a todo porque ya no lo necesito", suelta, al
 argumentar que sus vivencias y sus conocimientos sobre la sexualidad la han
 convertido en una mujer cada vez más responsable con su cuerpo, exigente y
 refinada.
 De su apariencia, asegura que no lo hace por mercadeo. "Me visto y me comporto
 así porque no puedo ser de otra manera. Soy erotista por dentro y por fuera".
 Y cuando le hacen propuestas indecentes, responde: "Soy abierta de mente, no
 de piernas".