¿Qué pasa en la mente de un comedor compulsivo? Tres personas con este
problema cuentan cómo es su lucha diaria con los alimentos.
Publicado en El Tiempo el 23 de octubre del 2010.
Dos pollos. Enteros. Con papas, arroz, arepas y un litro de
gaseosa. Eso es lo máximo que ha llegado a comerse Nelly Valencia en un
almuerzo. Ocurrió hace cuatro meses. Y no se sentía llena. En otra ocasión
llegó a comerse dos bandejas paisas.
Trata de levantarse de la silla. Se empuja con las manos. No puede. Su hija le da la mano, la toma con fuerza y de un solo impulso la ayuda para que quede de pie. Un gesto de dolor intenso se dibuja en su rostro. Las piernas le tiemblan. Da pasos leves, cortos, como arrastrando un lastre.
Con ojos de terror y voz temblorosa, esta antioqueña de 47 años reconoce que padece un fuerte trastorno de ansiedad por la comida, que la convirtió en obesa mórbida (pesa 165 kilos) y la tuvo postrada en una cama durante los últimos cuatro años, sin dejarla parar ni siquiera para ir al baño.
El pasado 30 de mayo los bomberos la rescataon de su casa, en Medellín, en un operativo con 20 hombres, grúa, lazos y camillas. Pesaba 180 kilos. Desde entonces, emprendió una batalla que no está segura que pueda ganar: con la comida.
En la fundación Gorditos de Corazón, en la capital antioqueña, la misma que promovió su rescate, recibe orientación nutricional, psicológica y psiquiátrica. "Si no hago algo ya, me voy a morir", admite, pese a que ya ha bajado 15 kilos y ha vuelto a caminar.
"Soy muy compulsiva. Cada vez quiero comer y comer más", cuenta Nelly, separada de su marido hace 13 años. De hecho, cree que el divorcio le disparó la ansiedad.
Trata de levantarse de la silla. Se empuja con las manos. No puede. Su hija le da la mano, la toma con fuerza y de un solo impulso la ayuda para que quede de pie. Un gesto de dolor intenso se dibuja en su rostro. Las piernas le tiemblan. Da pasos leves, cortos, como arrastrando un lastre.
Con ojos de terror y voz temblorosa, esta antioqueña de 47 años reconoce que padece un fuerte trastorno de ansiedad por la comida, que la convirtió en obesa mórbida (pesa 165 kilos) y la tuvo postrada en una cama durante los últimos cuatro años, sin dejarla parar ni siquiera para ir al baño.
El pasado 30 de mayo los bomberos la rescataon de su casa, en Medellín, en un operativo con 20 hombres, grúa, lazos y camillas. Pesaba 180 kilos. Desde entonces, emprendió una batalla que no está segura que pueda ganar: con la comida.
En la fundación Gorditos de Corazón, en la capital antioqueña, la misma que promovió su rescate, recibe orientación nutricional, psicológica y psiquiátrica. "Si no hago algo ya, me voy a morir", admite, pese a que ya ha bajado 15 kilos y ha vuelto a caminar.
"Soy muy compulsiva. Cada vez quiero comer y comer más", cuenta Nelly, separada de su marido hace 13 años. De hecho, cree que el divorcio le disparó la ansiedad.
"Mi única meta es comer y comer, lo que se me atraviese.
Y todo lo que me gusta me hace daño, sobre todo los fritos. Comiendo me refugio
en mis problemas", asiente.
Ha querido que le hagan la cirugía del bypass gástrico, para que le reduzcan el tamaño del estómago. Pero afirma que en su EPS no se la han autorizado.
Ha querido que le hagan la cirugía del bypass gástrico, para que le reduzcan el tamaño del estómago. Pero afirma que en su EPS no se la han autorizado.
Precisamente la limitada cobertura del sistema de salud es
uno de los principales problemas que atraviesan estos pacientes.
“Las personas con trastornos en la alimentación se le
salieron de las manos al Estado”, advierte Salvador Palacios, un hombre que
llegó a pesar 180 kilos y que luchando contra su obesidad terminó fundando
Gorditos de Corazón, una asociación que ha ayudado a más de cinco mil personas,
con trastornos con los alimentos, a mejorar su calidad de vida.
Los altos costos de un bypass gástrico y del tratamiento de
por vida que debe recibir el paciente después de la intervención –explica
Palacios- desbordan la capacidad del sistema. Y tampoco se brindan los
tratamientos multidisciplinarios de prevención, atención médica, psicológica,
nutricional y psiquiátrica que necesita un obeso mórbido.
Todo esto, pese a que Colombia cuenta con la Ley 1355 de
obesidad (del 2009), que busca frenar el avance del sobrepeso como un problema
de salud pública. En el país, uno de cada dos personas tiene exceso de peso,
según la Encuesta nacional de salud nutricional de 2010.
Sin embargo, agrega Palacios, con un tratamiento riguroso
los comedores compulsivos pueden controlar la ansiedad y el sobrepeso.
"Es que estas ganas de comer no se pueden
controlar", lamenta Nelly y enumera todos sus males: un dolor en los
riñones que no la deja acomodarse en la cama, tanto que prefiere dormir sentada; siente cuchilladas
en la columna, los pies, los tobillos y las rodillas. Y sabe que está cerca de
la diabetes y la hipertensión.
Andrés Felipe Pérez, psiquiatra que lleva varios años
trabajando con pacientes con este diagnóstico, explica que el problema nace, en
gran parte, en la cabeza. Esto, cuando afrontan dificultades con el centro de
la saciedad, que regula biológicamente la ingesta de alimentos en el cerebro.
“Sienten como si no se llenaran”, afirma el especialista.
A esto se suman las preocupaciones y los problemas
emocionales y en la autoestima. “En muchos casos el aumento de la ingesta
produce una sensación de tranquilidad, aunque eso es momentáneo”, añade Pérez
al enfatizar en que el manejo de la mente se les suele salir de control a estas
personas.
El drama de Julián
Julián Esteban Murillo tiene 21 años, pesa 132 kilos y
afirma que no lo afecta ser gordito. Pero ya, por fin, comprendió que si no le
pone freno a esas ganas desbocadas de comer puede terminar muy mal.
Tuvo que salirse de la universidad, donde cursaba quinto semestre de odontología. Su gordura le generó apnea del sueño.
"Me decían que me quedaba dormido por pereza. Pero no. Ahora, mientras le hablo, me puedo quedar dormido", cuenta. Se puede dormir manejando, mientras para en un semáforo. Y eso llena de angustia a María Eugenia, su madre, que solo le permite sacar el carro si está acompañado. Aunque él se escapa en el vehículo, precisamente, a comer.
En el colegio hizo ejercicio. Pero al entrar a la universidad le regalaron un carro y nunca más volvió a ejercitarse. Y empezó a comer y comer, dice, por el goce que representa deleitarse con sus platos favoritos: las comidas rápidas.
"No como tanto por hambre, sino por ansiedad". Su récord es tres hamburguesas gigantes, con doble carne, huevo y tocineta. Tan grandes que cada una cuesta 28.000 pesos. Y otra vez ganó un concurso: engulló 15 perros calientes y no pagó la cuenta.
"A veces ni siquiera me puedo poner los zapatos y eso es muy frustrante", narra con voz agitada. También lo frustra salir de compras y no conseguir nada que le quede bien. Tiene que mandar a hacer la ropa.
Juan Manuel Toro, médico internista del Hospital Pablo Tobón Uribe, de Medellín, explica que los problemas de salud asociados al sobrepeso comienzan con el síndrome metabólico. Los tejidos grasos hacen que aumente la presión arterial y los triglicéridos. Y esto puede conducir a diabetes y a enfermedades cardiovasculares que, en muchos casos, terminan en infartos.
Tuvo que salirse de la universidad, donde cursaba quinto semestre de odontología. Su gordura le generó apnea del sueño.
"Me decían que me quedaba dormido por pereza. Pero no. Ahora, mientras le hablo, me puedo quedar dormido", cuenta. Se puede dormir manejando, mientras para en un semáforo. Y eso llena de angustia a María Eugenia, su madre, que solo le permite sacar el carro si está acompañado. Aunque él se escapa en el vehículo, precisamente, a comer.
En el colegio hizo ejercicio. Pero al entrar a la universidad le regalaron un carro y nunca más volvió a ejercitarse. Y empezó a comer y comer, dice, por el goce que representa deleitarse con sus platos favoritos: las comidas rápidas.
"No como tanto por hambre, sino por ansiedad". Su récord es tres hamburguesas gigantes, con doble carne, huevo y tocineta. Tan grandes que cada una cuesta 28.000 pesos. Y otra vez ganó un concurso: engulló 15 perros calientes y no pagó la cuenta.
"A veces ni siquiera me puedo poner los zapatos y eso es muy frustrante", narra con voz agitada. También lo frustra salir de compras y no conseguir nada que le quede bien. Tiene que mandar a hacer la ropa.
Juan Manuel Toro, médico internista del Hospital Pablo Tobón Uribe, de Medellín, explica que los problemas de salud asociados al sobrepeso comienzan con el síndrome metabólico. Los tejidos grasos hacen que aumente la presión arterial y los triglicéridos. Y esto puede conducir a diabetes y a enfermedades cardiovasculares que, en muchos casos, terminan en infartos.
También está la apnea del sueño, como es el caso de Julián,
que aparece cuando se altera el mecanismo respiratorio por un componente de
origen aparentemente nervioso que bloquea el estímulo de la fase inspiratoria
cuando el paciente empieza a dormir. Durley Armijo era una comedora compulsiva.
Pesaba 127 kilos cuando le practicaron el bypass. Y bajó 40. Sin embargo, no
siguió la dieta que le mandaron, dice, por temor a que le gustara de nuevo la
comida. Y se refugió en el dulce. Hoy, Durley Armijo, licenciada en filosofía
de 31 años, soltera, pesa 90 kilos.
"Sí, volví a ser obesa", gruñe la joven al afirmar que le cogió odio a la comida. Solo come galletas y tostadas integrales, y a veces pequeños trozos de carne y queso. "Detesto la comida", asegura Durley al explicar que todo este problema le ha desencadenado serios problemas de depresión.
"No le encuentro sentido a la vida. Nada de lo que como me sabe bueno. Vivir así es un infierno", lamenta la joven.
Últimamente, cree que por la falta de calcio, le ha dado por comer ladrillo. "Sí, ladrillo, como el que come jabón o tierra", dice con desesperanza. Ya no sabe qué hacer, aunque sigue recibiendo orientación psicológica.
"A la gente le queda muy fácil criticar sin saber lo traicionera que es esta enfermedad. Es que el problema no está en el estómago: está en la cabeza", opina la joven.
En Bogotá y Medellín hay sedes de la Asociación de Comedores Compulsivos Anónimos (www.oacolombia.org) que reúne a 100 personas con esta patología.
"Sí, volví a ser obesa", gruñe la joven al afirmar que le cogió odio a la comida. Solo come galletas y tostadas integrales, y a veces pequeños trozos de carne y queso. "Detesto la comida", asegura Durley al explicar que todo este problema le ha desencadenado serios problemas de depresión.
"No le encuentro sentido a la vida. Nada de lo que como me sabe bueno. Vivir así es un infierno", lamenta la joven.
Últimamente, cree que por la falta de calcio, le ha dado por comer ladrillo. "Sí, ladrillo, como el que come jabón o tierra", dice con desesperanza. Ya no sabe qué hacer, aunque sigue recibiendo orientación psicológica.
"A la gente le queda muy fácil criticar sin saber lo traicionera que es esta enfermedad. Es que el problema no está en el estómago: está en la cabeza", opina la joven.
En Bogotá y Medellín hay sedes de la Asociación de Comedores Compulsivos Anónimos (www.oacolombia.org) que reúne a 100 personas con esta patología.
Se congregan dos veces a la semana a compartir sus
angustias. “Hay cosas que los demás no entienden. Por eso lo que hacemos es
escucharnos y apoyarnos, porque sabemos lo que nos sucede”, comenta una de las
directoras del grupo y explica que allí comprenden la enfermedad desde lo
físico, lo psicológico y lo espiritual.
Según esta mujer, educadora de profesión, a los comedores
compulsivos no les pueden pedir fuerza de voluntad.
“Nuestra mente nos engaña. Esto es una adicción. El problema
no es la comida: es lo que nos obliga a comer”.
Video: http://www.citytv.com.co/videos/881098/video-la-lucha-diaria-de-una-comedora-compulsiva
Video: http://www.citytv.com.co/videos/881098/video-la-lucha-diaria-de-una-comedora-compulsiva
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