La guerra diaria de dos hermanos con la comida


Angélica y Daniel Ceballos luchan contra la anorexia y la bulimia. El precio de la vanidad y la obsesión por el peso los ha llevado al borde de la muerte. 

Publicado en la revista Carrusel el 18 de abril del 2012.

En una repisa, sobre el comedor, está la foto de Angélica Ceballos cuando su familia le celebró los 15 años. Se ve una joven saludable, de buen semblante, de mejillas redondas, pero no gorda. Su peso: 60 kilos. La Angélica de ahora es realmente muy distinta. Parece otra persona. Pesa 45 kilos y es muy delgada.
Sin embargo, está en una buena etapa de su tratamiento. En el momento más dramático y peligroso llegó a pesar 28 kilos: la piel le forraba los huesos y sus brazos y piernas parecían chamizos secos.
Hoy, Angélica tiene 20 años y vive en su natal Medellín, una ciudad famosa por la belleza de sus mujeres. Belleza que ella sentía ajena cuando era una adolescente con unos kilos de más. Cinco, calcula. Solo cinco. Así que para encajar en la sociedad -cuenta-, decidió ser delgada al precio que fuera. 
Todo el mundo le gritaba que era una gorda: en la calle, en el colegio, en la televisión y, según relata, en su propio hogar. Duró una semana sin comer y poco a poco se fue volviendo anoréxica. Algunos meses después pasó a la bulimia. Y en ese camino, sin proponérselo, arrastró a su hermano menor, entonces de 13 años, que más que un hermano ha sido su amigo entrañable, cómplice y escudero fiel.
Todo empezó en el 2006. Cuatro años más tarde, los hermanos Ceballos llegaron a la Fundación Gorditos de Corazón, entidad sin ánimo de lucro que ayuda a personas con trastornos en la alimentación.
Su director es Salvador Palacio, un antioqueño que llegó a pesar 180 kilos (hoy pesa 80), y que convirtió su lucha con el sobrepeso en su proyecto de vida. En su fundación ayuda a 70 personas con anorexia y bulimia, a 400 con sobrepeso y a 200 comedores compulsivos.
Salvador se convirtió en el custodio de Angélica y Daniel, hoy de 20 y 18 años. Les han brindado acompañamiento nutricional y psiquiátrico en un tratamiento integral que el sistema de salud al que pertenecen no les ha suministrado.
"Ha sido toda una lucha con este par de muchachos. Han estado hospitalizados varias veces, en crisis terribles. Pero hoy están luchando por salir adelante, pese a la ruleta rusa que es su enfermedad", comenta Salvador. En algunos momentos -añade-, ambos quisieron morir.
Según Rodrigo Moreno, psicólogo de la Fundación Universitaria Luis Amigó, quien conoce su historia clínica, son pacientes con anorexia y bulimia nerviosas que presentan altibajos en su tratamiento.
"Si bien han subido de peso, reconocen que su dificultad no está en el cuerpo ni en su peso, sino en sus propios pensamientos, en la forma de autorrepresentarse y de vincularse con la comida", analiza.
Angélica y Daniel hacen su mayor esfuerzo para recuperarse, aunque su guerra con la comida no da tregua. Ya no quieren morirse, o al menos esquivan esos pensamientos. Tratan de enfocarse en otras cosas, de distraer una mente que los condena a no comer.  Ambos se graduaron de bachilleres el año pasado y Daniel entrará a estudiar contaduría  en la Universidad de Antioquia. Angélica no pasó en la universidad y eso la tiene afectada.
Mientras logra estudiar enfermería, trabaja en la fundación (Gorditos de Corazón) y visita colegios de Medellín contándoles su historia a miles de jovencitas que puedan tener su mismo problema: añorar la delgadez.
Un estudio de la Universidad de Antioquia realizado en el 2006 (el más reciente) con 972 alumnas de cinco colegios, reveló que el 17,7 por ciento padece algún grado de anorexia. Hay más: al 77 por ciento les aterra la idea de ganar peso, el 33 por ciento se siente culpable después de comer y el 16 por ciento cree que la comida controla su vida.
A la enfermedad de estos dos jóvenes se suma la precariedad en la que viven. Su madre es empleada de servicio, mientras su padre se gana la vida como obrero. Así que el problema con los alimentos no es solo no querer (o poder) comerlos: a veces no los hay.
Angélica y Daniel decidieron contar su dramático testimonio como un mensaje de  esperanza para otros jóvenes en su misma situación.  

El comienzo de la pesadilla
Angélica
Yo toda la vida me sentí acomplejada por ser gorda. Mire a esas dos gordas (señala fotos en la pared). ¡Yo era esas gordas! (risas). Ahora las veo y digo: qué gordas más feas. A los 15 años me decían que era muy gorda. Me decían cerda, y sentía que el mundo se me acababa. La verdad, la televisión sí me afectó demasiado. En ella venden el mensaje de que hay que ser flaco. Cuando empezó Sin tetas no hay paraíso (serie de televisión), ¡ay, Dios mío! Allí mostraban que si las muchachas no eran tetonas, si no tenían un cuerpo perfecto, no iban a conseguir plata. ¡Ay, Dios mío!, yo me vi eso y duré una semana llorando. Fue la depresión más grande. Yo estaba pesando 60 kilos y dejé de comer siete días, tomaba solo agua y pensaba que hasta el agua me engordaba. Me llevaron a un hospital mental de Medellín, de locos, donde no entienden a nadie. Yo no estaba loca. Tenía un problema con la comida. Ese hospital me hizo más daño. Me decían que si no comía no me iban a dar visitas. Salí de allá pesando 51 kilos, pero me faltaban tres. Me veía como un marrano. Como mis papás no sabían, me dejaron coger ventaja, aunque no tienen la culpa. Yo estaba cansada, me sentía muy deprimida. Pensaba: cambio mi aspecto y soy feliz, o me muero en el intento. Desde el principio sabía que vivir sin comer iba a ser muy difícil. Uno a veces, al comienzo, lo busca: tan bueno ser anoréxica, no comer y ser flaca. ¡Pero eso es tan estúpido y mentiroso! Es como un drogadicto: uno no se da cuenta de que es adicto hasta que algo malo le pasa.

Enfermó por solidaridad
Daniel
Yo nunca he tenido ese complejo de ser flaco, porque siempre fui flaco. Pero me ponía triste porque Angélica se deprimía cuando le decían gorda. Mis papás se iban y me dejaban con ella, luchando los dos para que ella no vomitara. ¡Era tan traumático! Yo lloraba al lado de ella, al frente del sanitario mientras ella vomitaba. Se iba a comprar laxantes y yo no la dejaba, me le atravesaba en la puerta, pero tenía 13 años.
Yo no podía dejarla sola, me daba pesar, ella vomitando y todos durmiendo. Yo me trasnochaba con ella, le llevaba el balde para que vomitara. Yo tan pequeño y no entendía nada. Yo quería sacarla de esa enfermedad, pero era un niño. Un niño qué iba a poder. Angélica me preparaba la comida, pero yo no comía. ¡Daniel, coma!, me decía. Pero qué pena comer: ella sin comer y yo comiendo. ¿Y entonces qué? Empezaron las cosas en mi mente, me sentía mal; qué va a pensar ella, que soy un comelón. No me gustaba que se oyeran los cubiertos, tenían que llamarme muchas veces para que fuera a la mesa. Tenía que dejar comida en el plato para que ella no pensara que tenía hambre. El problema comenzó cuando comía y quedaba superlleno. ¡Ay, Dios mío! Hasta que Angélica me vio tan mal de estar tan lleno y me dijo: "si quiere vomite". Así empecé yo con la enfermedad.
Y como soy hombre, pues es peor, porque dicen "la anorexia solo les da a las mujeres".

El infierno es la mente
Angélica
Uno al principio no sabe en verdad qué está haciendo, ni por qué lo hace, simplemente lo tiene que hacer. Así como las personas comen, uno siente que no debe comer, y que si come, tiene que vomitarlo todo. Mucha gente piensa que es un capricho, que somos unos estúpidos. Como decía mi papá: "Miren, yo como y no vomito". Hay que ponerse en los zapatos del otro. Uno con estas enfermedades empieza a entender a las personas: a un drogadicto, a un alcohólico...
Es que eso no es lo que uno quiera, la gente juzga. Es fácil juzgar y decir que curarse es cuestión de voluntad. Y bueno, eso es cierto, pero uno necesita mucha ayuda. No es que digan "háganlo" y ya. Uno no puede con la mente y se deja dominar de ella. El infierno de uno es la mente, es un eterno remordimiento. Empieza una depresión tan estúpida que uno no le ve sentido a nada.

Experta en nutrición
Angélica
Puede que sean poquitas calorías, pero uno piensa: qué pereza comerse eso. Nosotros sabemos ya todo de nutrición. Cuántas calorías tiene esto o lo otro. Uno busca una dieta de 500 o 600 calorías, y no pasarse de eso. Ya 600 calorías parecen mucho. Y sé que es una idiotez. Una persona normal se come 2.000 calorías y no se pregunta eso. Yo sumo todo. Uno se come un bombón: 60 calorías. La manzana tiene 120. Ahora medio me acepto. Si estoy así, no me puedo engordar. Si como más calorías, me puedo engordar. Es una lucha por no subir de peso. La anoréxica sabe que está flaca, pero hay algo que le dice que tiene que bajar más. Sabemos que estamos flacas pero nos vemos gordas, nos queremos ver en los huesos, ser un esqueleto.
Ya no quiero bajar ni un gramo, pero a veces siento que amanezco con la cara hinchada, horrible, cuando duermo mucho. Aunque casi no duermo. Me acuesto a las 10 y media de la noche y a las 4 y media me levanto y ya no me acuesto más. Sí quisiera dormir más, pero me levanto, le ayudo a mi mamá a preparar el desayuno y a despachar a mi papá.

El suplicio de tener que comer
Daniel
Mis papás no entienden. Dicen "cómanse la carnita, las lentejas, la mazamorra". Ellos no entienden que no es que no queramos, ¡es que no podemos! Obvio que son deliciosas las lentejas y las cosas que prepara mi mamá, pero si comemos eso es como decir "vomite". Uno siente un desespero cuando sabe que tiene que comer. Yo ya como arroz, al menos un poquito; pero Angélica no. Lo más elaborado es el problema, por eso el almuerzo es lo peor. En la comida o el desayuno uno no piensa qué está comiendo. Uno engaña a la mente. Pero en el almuerzo toca sentarse y comer, y llega la ansiedad y la culpabilidad de pensar que uno puede quedar lleno.
Angélica
Ya uno no puede comer como una persona normal; uno se puede morir, el organismo ya lo rechaza. Toca empezar a comer como un bebé, compotas, fruticas. Yo me tengo que tomar al día un litro y medio de agua. Antes comíamos de todo, éramos normales. ¡Era tan bueno! Uno extraña poder comer chocolates, helados, la comida casera de la mamá. Obvio que uno siente ganas, pero uno no quiere sentirse mal. Nos sentimos mal, mentalmente. Y también nos caería pesado. Y el almuerzo es... No sé qué será hoy... Ni almuerzo tenemos.

Luchando por una nueva vida
Angélica
Últimamente he perdido las esperanzas, no tengo estudio. Yo me siento muy inútil, la verdad. No pasé en la universidad. Toda la vida le he tenido fe a Daniel. Todo lo que él dice para mí está bien, no se lo puedo discutir. Es más inteligente, me siento orgullosa de él. Me llega una depresión y pienso que no sirvo para nada en esta casa, que soy la ruina. 
Daniel
Pero uno vuelve a tener ilusiones. Uno tiene que luchar para controlar la ansiedad cuando empieza a ver la comida. Por eso me gusta estudiar, estar distraído para no pensar en la comida. Uno con una enfermedad como esta tiene que buscar un enfoque para salir adelante, diferente a la comida o a la vagancia; eso solo dará ansiedad. Ahora me enfocaré en el estudio. Lo único que me estresa es cuando en la universidad me empiecen a preguntar qué me pasa.

El otro problema con la comida: cuando no la hay
Daniel
A veces uno prepara su comida, yo ya aprendí a cocinar, a hacer arroz. Como no es gran cosa, yo hago el almuerzo. El almuerzo es arroz, un pedazo de carne. Angélica come menos, no come arroz.
A veces no hay comida y eso también es malo. Usted sabe que nosotros somos pobres. Las comidas que nosotros comemos no es lo mismo. La gente normal se puede comer una arepa con huevo o arroz con huevo. Pero para nosotros, que no comemos esas cosas, es más difícil. Comemos granola, cereales, leche sin grasa y con fibra, y pues a veces no hay plata para comprar eso. Entonces comemos salvado o una manzana. O pues no comemos.

Los consejos
Angélica
Sé que es muy difícil salir adelante, pero no es imposible. Yo lo estoy logrando. Yo trabajo en la fundación (Gorditos de Corazón), me gusta arreglar uñas, decorar, soy muy social y quisiera estudiar enfermería para ayudar a los enfermos.
Espero que todas las personas con esta enfermedad lo intenten. Que no se dejen llevar por lo que ven en la televisión, que lo único que hace es hacerte olvidar quién eres. Busquen algo más allá, un motivo para surgir. No busquen seguir una sociedad que solo nos llena de prejuicios.

Un problema de salud pública
Tanto la anorexia como la bulimia (enfermedades de los hermanos Ceballos) son trastornos mentales que tienen repercusiones en los sistemas digestivo y nervioso. Así lo explica Rodrigo Córdoba, psiquiatra y presidente de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, al referirse a este trastorno de la alimentación que, según él, se ha convertido en un problema de salud pública en el mundo moderno.
Frente a estos cuadros clínicos -explica Córdoba- se impone una carga biológica donde se entrecruzan los factores de la personalidad y del medio ambiente, generados -como en estos pacientes- por problemas de autoestima relacionados con su apariencia.
"Son personas muy vulnerables frente a la presión social. Las imágenes estereotipadas de los medios influyen mucho para que estos pacientes rechacen su cuerpo y quieran ser diferentes", opina este especialista al aclarar que la recuperación es difícil y no siempre es exitosa ni definitiva. 
Según él, no todos se mejoran. Sin embargo, usualmente, quienes se recuperan lo hacen de manera significativa y pueden lograr una buena calidad de vida.
En otros casos surgen secuelas originadas por la depresión y la ansiedad, y serios problemas de salud: son organismos que no reciben la nutrición que necesitan. Si estos casos no son atendidos de manera oportuna, pueden llegar a ser fatales.
Según Córdoba, el tratamiento no solo incluye medicamentos sino además un juicioso seguimiento psiquiátrico, respaldado por el apoyo afectivo de la familia y los seres queridos.

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