Crónica de cómo miles de personas en México vivieron el comienzo de la era de luz que vaticinaron los mayas.
José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial de EL TIEMPO
México. (22 de diciembre del 2012)
Sí.
Algo extraño sucede en Chichén Itzá. Las nubes se deslizan
rápidamente por encima del templo de piedra de Kukulkán, el santuario maya
mundialmente conocido. El viento sopla fuerte, los árboles se mueven y zumban.
Ayer, jueves, en este mismo lugar, el sol era implacable, el aire parecía no
circular y el calor desplomaba a los turistas. Una sensación rara, pero
sobrecogedora, se percibía en el ambiente.
No.
El mundo no se acabó. No ocurrió un cataclismo. Y la polémica, mediática y
malinterpretada profecía maya empezó a cumplirse. O al menos aquí, donde todos
están conectados con el comienzo de una nueva era para la humanidad, que
supuestamente deja atrás un pasado oscuro, de dolor y violencia.
De eso está convencido Alejandro Zen, un puertorriqueño de 40 años radicado en
Nueva York, que ofrenda a su pequeña hija a los mayas. La niña tiene apenas
cinco meses y Alejandro la alza en dirección a la cumbre de Kukulkán. Se llama
Zarahia Maya Zafiro y su nombre significa, en maya, 'flor luminosa'.
"Los mayas me iluminan y quiero que iluminen y acompañen a mi hija, y a mis
nietos cuando los tenga", suelta el hombre con devoción en la voz.
Alejandro, productor de eventos, sigue la onda new age. Sabe que, al igual que
la mayoría de personas que rodean este santuario, es un hippie de esta época,
comprometido en ayudar a construir un mundo mejor a partir de la esperada
fecha. La pequeña, que tiene un círculo pintado de azul con pepitas rojas en
el entrecejo, sonríe.
Poco a poco, Chichén Itzá, epicentro del fin de la 'cuenta larga' y del
comienzo de un nuevo B'acktun (ciclo del calendario maya), que coincidió con
un solsticio de invierno y con una nueva alineación planetaria, empieza a
llenarse de gente, casi todos vestidos de blanco y con los pies descalzos.
Se juntan frente a las diferentes pirámides, pero el grupo más numeroso (unas
quinientas personas) se concentra en Kukulkán. Cierran los ojos y alzan las
manos apuntando al cielo, como esperando un milagro. Llevan flores y velas
encendidas, y queman incienso. Las mujeres lucen plumas y flores en la cabeza.
Unas tienen gorros en forma de cabezas de osos y tigres y de ellas cuelgan
peludas y largas colas.
Y empiezan a meditar. En todo el lugar retumba un profundo 'om' (sonido que
emiten los practicantes del yoga), seguido por aplausos jubilosos y canciones
como esta: "Estamos unidos por las alas, con plumas construimos nuestras
alas".
Es mediodía y se calcula que unas 20.000 personas, de todo el mundo, han
ingresado a Chichén Itzá, en el estado mexicano de Yucatán, una de las
ciudadelas mayas más importantes y donde esta civilización se ganó el respeto
y la admiración mundial por sus facultades y precisión en la astronomía y la
arquitectura, entre otras áreas del conocimiento.
Enviado especial de EL TIEMPO
México. (22 de diciembre del 2012)
Sí.
Algo extraño sucede en Chichén Itzá. Las nubes se deslizan
rápidamente por encima del templo de piedra de Kukulkán, el santuario maya
mundialmente conocido. El viento sopla fuerte, los árboles se mueven y zumban.
Ayer, jueves, en este mismo lugar, el sol era implacable, el aire parecía no
circular y el calor desplomaba a los turistas. Una sensación rara, pero
sobrecogedora, se percibía en el ambiente.
No.
El mundo no se acabó. No ocurrió un cataclismo. Y la polémica, mediática y
malinterpretada profecía maya empezó a cumplirse. O al menos aquí, donde todos
están conectados con el comienzo de una nueva era para la humanidad, que
supuestamente deja atrás un pasado oscuro, de dolor y violencia.
De eso está convencido Alejandro Zen, un puertorriqueño de 40 años radicado en
Nueva York, que ofrenda a su pequeña hija a los mayas. La niña tiene apenas
cinco meses y Alejandro la alza en dirección a la cumbre de Kukulkán. Se llama
Zarahia Maya Zafiro y su nombre significa, en maya, 'flor luminosa'.
"Los mayas me iluminan y quiero que iluminen y acompañen a mi hija, y a mis
nietos cuando los tenga", suelta el hombre con devoción en la voz.
Alejandro, productor de eventos, sigue la onda new age. Sabe que, al igual que
la mayoría de personas que rodean este santuario, es un hippie de esta época,
comprometido en ayudar a construir un mundo mejor a partir de la esperada
fecha. La pequeña, que tiene un círculo pintado de azul con pepitas rojas en
el entrecejo, sonríe.
Poco a poco, Chichén Itzá, epicentro del fin de la 'cuenta larga' y del
comienzo de un nuevo B'acktun (ciclo del calendario maya), que coincidió con
un solsticio de invierno y con una nueva alineación planetaria, empieza a
llenarse de gente, casi todos vestidos de blanco y con los pies descalzos.
Se juntan frente a las diferentes pirámides, pero el grupo más numeroso (unas
quinientas personas) se concentra en Kukulkán. Cierran los ojos y alzan las
manos apuntando al cielo, como esperando un milagro. Llevan flores y velas
encendidas, y queman incienso. Las mujeres lucen plumas y flores en la cabeza.
Unas tienen gorros en forma de cabezas de osos y tigres y de ellas cuelgan
peludas y largas colas.
Y empiezan a meditar. En todo el lugar retumba un profundo 'om' (sonido que
emiten los practicantes del yoga), seguido por aplausos jubilosos y canciones
como esta: "Estamos unidos por las alas, con plumas construimos nuestras
alas".
Es mediodía y se calcula que unas 20.000 personas, de todo el mundo, han
ingresado a Chichén Itzá, en el estado mexicano de Yucatán, una de las
ciudadelas mayas más importantes y donde esta civilización se ganó el respeto
y la admiración mundial por sus facultades y precisión en la astronomía y la
arquitectura, entre otras áreas del conocimiento.
Fervor por los mayas
Las filas son largas y demoradas, y hay mucha gente desesperada y ansiosa.
Algo similar ocurrió en Tabasco, Chiapas, Quintana Roo y Campeche, regiones
donde también hay vestigios mayas, al igual que en los países vecinos de
Guatemala, Honduras, Salvador y Belice.
En la entrada, un hombre negro, vestido con una túnica blanca, aletea con las
manos. No le dejaron ingresar la bolsa de tela en la que lleva una campana.
"Este es un instrumento muy poderoso, con el que me puedo comunicar con los
muertos. Y allá adentro sí que hay muertos", gruñe Yaguré Omillú, un haitiano
que se gana la vida como santero en California (Estados Unidos).
"Lo que está pasando allá adentro es único. No se imagina la frecuencia
vibratoria y la energía que está fluyendo", sigue el hombre y crítica que
semejante acontecimiento se haya convertido, según él, en un evento tan
comercial.
De hecho, en todo este año, según datos oficiales del Gobierno mexicano, 22
millones de personas han llegado al país inspirados por los vaticinios mayas.
A propósito, Freddy Pott Sosa, investigador e historiador maya, condenó
duramente la parafernalia generada por la profecía.
"Nuestra cultura ha sido tergiversada y aprovechada como un gran negocio, y
mientras tanto, nosotros sobrevivimos en graves y tristes condiciones", se
lamenta. Según él, el 65 por ciento de población maya en México no accede a
condiciones dignas de vivienda, educación y salud.
Adam Kindle es artista y viajó desde Los Ángeles (Estados Unidos). Tiene
flores color violeta incrustadas en los grandes orificios que abrió en sus
orejas, de las que penden aretes de plata en forma de caracol.
Adam destaca que tantas personas, de tan diversas nacionalidades, culturas y
creencias estén unidas espiritualmente con el cambio de era propuesto por los
mayas.
"Cuando la gente ora en lugares como estos se canalizan las buenas energías.
Es más fácil llegar a Dios si rezamos en grupo", reflexiona.
Ella dice que se llama así: Darat Se. Es una sacerdotisa y curandera maya.
Vestida para la ocasión, con un penacho de plumas de pavo en la cabeza, se ve
feliz y emocionada.
Cuenta que esta mañana, a las cinco en punto, cuando empezaron las ceremonias,
cayó una llovizna suave y fresca. "Se manifestó el agua, que es la vida, y
ahora se manifiesta el viento", cuenta.
Ella, cuyo nombre significa en su lengua 'Estrella luminosa', está convencida
de que una nueva humanidad ha florecido gracias a las predicciones de sus
ancestros.
"Mira cómo el viento te acaricia, échale ganas, estás vivo. Todo va a cambiar
para bien en el mundo", habla la mujer con voz aflautada.
-¿Sientes la armonía, sientes a la Madre Tierra? -me pregunta.
-Sí. La siento.
Las filas son largas y demoradas, y hay mucha gente desesperada y ansiosa.
Algo similar ocurrió en Tabasco, Chiapas, Quintana Roo y Campeche, regiones
donde también hay vestigios mayas, al igual que en los países vecinos de
Guatemala, Honduras, Salvador y Belice.
En la entrada, un hombre negro, vestido con una túnica blanca, aletea con las
manos. No le dejaron ingresar la bolsa de tela en la que lleva una campana.
"Este es un instrumento muy poderoso, con el que me puedo comunicar con los
muertos. Y allá adentro sí que hay muertos", gruñe Yaguré Omillú, un haitiano
que se gana la vida como santero en California (Estados Unidos).
"Lo que está pasando allá adentro es único. No se imagina la frecuencia
vibratoria y la energía que está fluyendo", sigue el hombre y crítica que
semejante acontecimiento se haya convertido, según él, en un evento tan
comercial.
De hecho, en todo este año, según datos oficiales del Gobierno mexicano, 22
millones de personas han llegado al país inspirados por los vaticinios mayas.
A propósito, Freddy Pott Sosa, investigador e historiador maya, condenó
duramente la parafernalia generada por la profecía.
"Nuestra cultura ha sido tergiversada y aprovechada como un gran negocio, y
mientras tanto, nosotros sobrevivimos en graves y tristes condiciones", se
lamenta. Según él, el 65 por ciento de población maya en México no accede a
condiciones dignas de vivienda, educación y salud.
Adam Kindle es artista y viajó desde Los Ángeles (Estados Unidos). Tiene
flores color violeta incrustadas en los grandes orificios que abrió en sus
orejas, de las que penden aretes de plata en forma de caracol.
Adam destaca que tantas personas, de tan diversas nacionalidades, culturas y
creencias estén unidas espiritualmente con el cambio de era propuesto por los
mayas.
"Cuando la gente ora en lugares como estos se canalizan las buenas energías.
Es más fácil llegar a Dios si rezamos en grupo", reflexiona.
Ella dice que se llama así: Darat Se. Es una sacerdotisa y curandera maya.
Vestida para la ocasión, con un penacho de plumas de pavo en la cabeza, se ve
feliz y emocionada.
Cuenta que esta mañana, a las cinco en punto, cuando empezaron las ceremonias,
cayó una llovizna suave y fresca. "Se manifestó el agua, que es la vida, y
ahora se manifiesta el viento", cuenta.
Ella, cuyo nombre significa en su lengua 'Estrella luminosa', está convencida
de que una nueva humanidad ha florecido gracias a las predicciones de sus
ancestros.
"Mira cómo el viento te acaricia, échale ganas, estás vivo. Todo va a cambiar
para bien en el mundo", habla la mujer con voz aflautada.
-¿Sientes la armonía, sientes a la Madre Tierra? -me pregunta.
-Sí. La siento.
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