El poder de la mente, según
Mariana Pajón
Nuestra medallista de oro considera que la mente hay que
entrenarla más que el cuerpo. Lee autoayuda, se aferra al amor de su familia y
cree en el poder desbordado de los sueños.
José Alberto Mojica
Patiño
Enviado especial de
EL TIEMPO.
Medellín
La campeona abre la puerta. Está en tenis, jean y una camiseta de algodón gris. La cara, sin una sola gota de maquillaje. Bella. Radiante y serena. Los huequitos de sus mejillas se acentúan cada vez que sonríe. Y no para de sonreír. Está en su casa, en las montañas de Medellín: su lugar favorito cuando no está montada en la bicicleta.
Han pasado casi
tres semanas desde que Mariana Pajón le dio la segunda medalla de oro a
Colombia en la historia de los Juegos Olímpicos.
Todos quieren
tomarse una foto con la nueva heroína nacional. Y ella nunca dice que no.
Menos, a un niño. Cree que de nada le serviría ser campeona del mundo si fuera
arrogante e intocable. Una vuelta en el
centro comercial, que antes le tardaba 15 minutos, ahora dura tres horas.
“Todo el mundo
tiene que ver conmigo. Todos ya reconocen mi cara, quieren una foto y
agradecerme”, dice con emoción y humildad.
No ha tenido tiempo
para descansar, cosa que no la afecta. Se la pasa atendiendo homenajes, invitaciones
y entrevistas. Lo que sí la tiene inquieta es que no ha podido montarse en su
bicicleta desde que llegó. “¡Ya quiero entrenar!”, dice con ansiedad.
Mariana habla con
la paciencia de una psicóloga en terapia. Con seguridad. Nada en ella es
producto de la improvisación: viajó a Londres con la certidumbre de que iba a
ganar.
¿Cuáles son las claves de su éxito? Una
fórmula en la que combina el talento, el entrenamiento físico y mental, el amor
de sus seres queridos, la disciplina férrea, la lectura de libros inspiradores
y el poder inimaginable de los sueños.
“Siempre tuve un sueño. No decía que quería llegar, a ver qué pasaba. Empecé a construirlo desde hace mucho tiempo y lo volví realidad. Me levantaba y lo vislumbraba. Un día de entrenamiento era estar un día más cerca de lo que quería. Entreno siete horas al día, pero también entreno la mente”.
“Siempre tuve un sueño. No decía que quería llegar, a ver qué pasaba. Empecé a construirlo desde hace mucho tiempo y lo volví realidad. Me levantaba y lo vislumbraba. Un día de entrenamiento era estar un día más cerca de lo que quería. Entreno siete horas al día, pero también entreno la mente”.
Sí. Mariana Pajón
piensa que el cerebro hay que entrenarlo más que a sus piernas de acero. Por
eso, desde pequeña, ha tenido el acompañamiento de un médico y una psicóloga de
Medellín. A ellos les debe el discurso de ganadora, esa fuerza desbocada y ese
no mirar hacia atrás con el que los colombianos quedamos congelados cuando se
ganó la medalla de oro.
El médico Jonathan Bustamante Villanueva
(máster en programación neurolingüística) es su entrenador mental. Lo que él
más destaca de la ella es la capacidad de ser feliz por su propia cuenta, que
pueda sonreír, pase lo que pase.
“Tiene la capacidad de eludir lo malo y
convertirlo a su favor”, asegura y aclara que la familia de Mariana ha sido
vital en su formación.
“Soy afortunada de haber
nacido en la familia donde nací, donde el deporte es tan importante. Mis padres
han sido mis más grandes patrocinadores y gracias a ellos pude viajar desde
pequeña, sin el apoyo de nadie más”, dice sobre su deportiva y amorosa familia:
su padre, automovilista; su madre, jinete; un hermano que corre carros y otro
que le sigue los pasos en el bicicross.
El segundo piso de
su casa es una especie de santuario. Están las medallas y trofeos de los trece
campeonatos mundiales, 10 panamericanos y 9 latinoamericanos que ha ganado. Y
allí reposa lo que más adora: la bicicleta roja pequeñita, de apenas 40
centímetros de alto, donde aprendió a montar a los tres años.
Entre todos los
regalos que ha recibido desde que llegó se destaca un rosario de pepas moradas.
“Mi familia es muy creyente, y yo también, sin ser la más devota. A Dios, más
que pedirle, le agradezco mucho”.
En su mesa de noche
reposa la medalla de oro dentro de su estuche negro de terciopelo, al lado del
libro ‘La actitud del éxito’, de la psicóloga estadounidense Carol S. Dweck.
Sí, la campeona lee autoayuda.
La lectura de una campeona
“Me gustan mucho
los libros de superación personal, de grandeza; las biografías bacanas para
leer”. De hecho, su libro favorito es ‘Los cuatro acuerdos’, del mexicano Miguel Ángel Ruiz.
En su muñeca
derecha se impone la figura de los aros olímpicos que se mandó a tatuar hace
dos años, cuando supo que tenía un cupo en las Olimpiadas y se propuso ganar.
Y en la izquierda
se asoman algunas cicatrices. Su padre, Carlos Mario, habla de estas marcas
como una huella del tesón del que está hecha su hija.
“Mariana ha sufrido
golpes y accidentes muy feos”, cuenta él al recordar que en enero del 2008,
entrenando en Medellín, se cayó y se fracturó la mano izquierda. Le rearmaron
la muñeca con platino y tornillos, y con un injerto en el hueso.
Cuatro meses más
tarde viajó a Suiza a entrenar para un campeonato que tendría en China, aún con
las heridas frescas; allí se cayó y se volvió a fracturar. Y dos meses después,
en junio, ya estando en China, se volvió a caer. Una fractura más.
“El ortopedista vio
las radiografías y dijo que así no podría competir, que ni siquiera podría
sostener el timón”, cuenta el hombre. Pero así, con tres fracturas encima,
Mariana ganó un campeonato mundial más.
“!Caramba! ¿Cómo es
el umbral de dolor de esta mujer? ¿Cómo puede tener semejante estructura
mental? ¿Cómo puede canalizar las energías para superarlo todo?”, se cuestiona. Y sigue: “si no la hubiera visto
crecer, diría: Mariana Pajón es una extraterrestre”.
Para él, su hija
tiene cualidades muy raras, “anormales, para el lado bueno”. Cree que es una
superdotada, como Michael Phelps o Tiger Woods. Pero más que admirarla como
genio del deporte, lo que más le gusta de ella es su humanidad.
“No es egoísta, ni
tacaña. Ni envidiosa ni ‘peliona’. No se expresa mal de nadie. Si usted la ve
así de serena y radiante, es por la tranquilidad que le da un alma buena”.
Mariana se perdió
las fiestas de 15 años de sus compañeras de clase, las primeras salidas de toda
adolescente con sus amigos. Pero eso no ha sido un sacrificio. “Siempre he sido
muy sola, pero la he pasado muy bueno. Nadie me ha presionado para que
haga una cosa o lo otra. Ha sido mi decisión ser deportista y he sido muy feliz
con lo que me ha dado la vida”.
No le gusta la
rumba y tampoco trasnocha. Cuando tiene tiempo libre prefiere ir a cine o a un
buen restaurante en los miradores de Medellín. O simplemente se arruncha con
sus papás y sus hermanos a ver televisión. Y hay un plan que la llena de
fascinación: escaparse con su padre a contemplar las estrellas.
“No soy un robot.
Soy una joven común y corriente, solo que con una carrera profesional en el
deporte”, aclara. No tiene novio (cuenta que sí los ha tenido) y eso tampoco la
afana. “Ya llegará esa persona que me apoye y me haga reír”. No tiene que ser
deportista, advierte.
“Hay muchos
campeonatos más en los que quiero competir y muchos triunfos más que le quiero
dar a mi país. Y hay otros dos Olímpicos en los que puedo competir y en los que
pienso ganar más medallas de oro”, sigue.
Otro de sus
proyectos es estudiar medicina. Por ahora no puede, pero asegura que lo hará algún
día. Le gustaría ser misionera y adentrarse en las regiones más remotas de
Colombia para ayudar a los niños enfermos.
También quiere
montar un centro deportivo de alto rendimiento, para formar a nuevas
generaciones de deportistas.
Y espera, con el
corazón en la mano, que lo logrado por ella y por los demás medallistas
colombianos sirva para que el Gobierno entienda que puede tener un mejor país
si apoya a los deportistas.
“Que no solo apoyen
a alguien que ya está formado. Porque la familia forma el deportista, pero
cuando ya es profesional, el Gobierno lo coge y ya: ahí tienen la medalla”, se
queja al saberse una privilegiada en medio de tantos jóvenes que encontraron en
el deporte una salida al hambre y la pobreza.
“Fue muy triste que
la familia de varios deportistas colombianos, en Londres, no tenían un
televisor para verlos”, lamenta.
Mariana no descarta
la idea de escribir un libro sobre su vida. Por ahora, les regala un consejo a
todas las personas para las que se convirtió en una inspiración.
“Tengan un sueño,
disfrútenlo. Luchen. De verdad, crean que es posible llegar hasta allá y que
pueden ser más grandes de lo que se imaginan”.
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