'Santa' Omaira


Ante las constantes muestras de devoción hacia la niña Omaira Sánchez, símbolo de la tragedia de Armero, la Iglesia busca testimonios verídicos para saber si es viable abrir una causa que la convierta en santa.


José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial de EL TIEMPO
Armero (Tolima).

A la niña Omaira Sánchez, símbolo de la tragedia de Armero, la imaginación popular ya la considera santa. Podría llegar a serlo. El tiempo lo dirá.
El sitio donde murió, tras su angustiosa y mediática agonía de tres días, atrapada entre los escombros y con el agua enlodada bordeándole la boca, ha sido convertido en un santuario informal.
Debajo de los cuatro árboles frondosos que le hacen sombra a la romería de turistas que a diario llega hasta allí –por curiosidad o por devoción–, hay tres paredes tupidas de placas, no menos de 3.000, con agradecimientos de fervorosos católicos por sanaciones milagrosas y favores recibidos.
Por falta de espacio, también las han comenzado a colocar en el suelo. En el pozo donde murió, hay una caseta adornada con flores naturales y de plástico, con muñecas, ángeles y vírgenes; de una cuerda cuelgan camándulas, zapatos de bebé, moñas y collares. Al lado, hay una urna metálica, de color blanco, con la palabra ‘peticiones’, repleta de cartas con la tinta ya borroneada por la lluvia que alcanza a salpicarlas.
También se levanta una tumba simbólica con las fechas de su nacimiento y su muerte (28 de agosto de 1972-16 de noviembre de 1985) y un altar repleto de veladoras en una casita de madera, cuyo piso parece una acuarela de cera.
El lugar es centro de peregrinación, y con mayor razón por estas épocas, cuando se conmemora el aniversario número 25 de la tragedia que borró del mapa a la población tolimense de Armero, y que cobró la vida de 23.080 de los 31.000 habitantes de la ciudad.
Eso lo reconoce Luis Fernando Betancur, párroco de Armero Guayabal, corregimiento que asumió la función municipal de la desaparecida población, aunque el sacerdote no ve con buenos ojos esas demostraciones de entusiasmo de los creyentes hacia la pequeña mártir.
“Se ha generado un interés comercial. No podemos sentarnos en una tumba, rezar y luego salir a tomar cerveza”, advierte él, escéptico.
Según el padre Betancur, se ha desvirtuado el signo de esperanza que dejó sembrado Omaira. “Esto podría ser impulsado por la presión psicológica de tanta gente que se revuelca en la herida; eso es masoquismo, no religiosidad”, añade, y enfatiza que Omaira no es una santa.
Sin duda, no lo será dentro del santoral oficial católico, por ahora. Por eso, prudentemente, recomienda abstenerse de rezarle y pedirle milagros.
Pero, en el lugar, e incluso en Internet, se distribuyen novenas y oraciones en nombre de la niña. “El que hace milagros es Dios”, advierte, sentencioso.
El padre Betancur comenta que ante esta situación, hace 20 días, la Diócesis de Líbano-Honda abrió una consulta a través de su página de Internet, para reunir testimonios verificables de situaciones sobrenaturales en las que la fe en la niña Omaira haya podido intervenir.
La idea, explica, es indagar sobre “signos de gracia de Dios en Omaira”, para así poder determinar si vale la pena iniciar un proceso de canonización en el Vaticano.
“Solo he recibido el testimonio de un hombre de La Dorada (Caldas), que vino a pedir una misa porque Omaira supuestamente le ayudó a curarse de una enfermedad”, cuenta el padre.


Romería y supuestos milagros
En un día cualquiera, a este camposanto soleado y ardiente llega una ‘chiva’ repleta de turistas afanados por refrescarse en uno de los balnearios de la región. Alba Cruz Alvarado, la guía, explica cómo fue el martirio de Omaira y se confiesa devota de ella. Afirma que la niña le ha hecho uno que otro favor, pero no dice cuáles.
Ofreciendo sus helados de fruta, José Helí Sandoval se acerca a la ‘chiva’ y logra vender unos cuantos. “Me hago aquí donde la niña Omaira, que se volvió muy milagrosa. Nosotros los vendedores vivimos de ella y eso, por sí solo, es un milagro ante tanta pobreza”, dice el hombre con humildad.
José Gilberto Reyes, que les vende a los visitantes gaseosa, agua y cerveza para refrescarse, el es mismo que los provee de veladoras de 500 y 1.000 pesos para encenderle a la ‘santa’ armerita. Él también vende los videos que muestran las 60 horas de lucha de Omaira, con la famosa y premiada foto en la que aparece la niña, resignada ante su suerte, con un rostro beatífico. Son a cinco y diez mil pesos.

“Mire, esto lo mandó poner un ingeniero al que Omaira le levantó a una hija paralítica”, dice el hombre, mientras señala un poste de 12 metros de altura que, en el día, absorbe la energía del sol y, en la noche, ilumina bellamente el lugar y parte de las ruinas de Armero, ahora devoradas por la maleza. El poste exhibe la siguiente leyenda: “Omaira, angelical criatura que iluminas las noches tristes de este pueblo. Gracias por el favor dispensado”. Lo firma Marcelo Castro y no es el único que da testimonio de la ‘palanca’ que Omaira puede tener con Dios.
Sobreviviente de la tragedia, Argemiro Contreras está convencido de que sólo pudo volver a caminar gracias a su intercesión; Libia Inés Montoya le agradece su buena salud y Alejandra López asegura que un anhelado viaje internacional sólo lo pudo hacer con el ‘empujoncito’ de Omaira.
Cristina Cruz es la directora del museo de Armero, donde varios cuadros recrean la angustiosa agonía de Omaira, pintados por el alemán Anton Wittoeck. Ella no está de acuerdo con la romería. “Sí, Omaira murió como un ángel, pero deberían dejarla descansar en paz. Me parece un tormento que le pidan tantas cosas”. La madre de Omaira, Aleida Garzón, se pensionó hace dos años del hospital San Blas, en Bogotá, donde era enfermera. Hace un par de meses, allí, le pidieron que actualizara sus datos para los periodistas que, por estas épocas, siempre llaman a preguntar por ella. Aleida sólo respondió que esta vez no quiere hablar.
“Hay que tener cuidado, no hay que santificar antes de tiempo”, advierte monseñor Juan Vicente Córdoba, vocero del episcopado colombiano, quien pide evitar fenómenos milagreros y comerciales e histerias colectivas.
Córdoba reconoce que Omaira murió con una admirable fe, pero que habría que revisar otros aspectos de la vida de la niña antes de la tragedia, al igual que los testimonios que, en estos casos, se estudian con rigurosidad en el Vaticano. Y en eso, aclara, la Iglesia podría tardar mucho tiempo.
José Antonio Baquero, comerciante bogotano, hace parte del grupo de oración Estrellas de oriente, que un año después de la tragedia instaló la tumba simbólica de Omaira y levantó los primeros altares en su honor. En los últimos 24 años, a comienzos de noviembre, viaja con sus compañeros a desyerbar y a acicalar el lugar.
Baquero, hombre de fe, no entra en el debate de si es santa o no. Para él, el principal milagro de Omaira es que la gente no la olvida.
En Bogotá, Germán Santamaría, uno de los periodistas que, con impotencia, vieron cómo se le apagaba la vida a la niña, sin que pudieran rescatarla, declara: “Yo, que no soy tan creyente, sí creo que Omaira es una santa. Ningún colombiano ha tenido esa grandeza espiritual para afrontar el dolor y el sacrificio. Y sólo tenía 13 años”.
Dice que no necesita hacer milagros para llegar a los altares. Según él, la valentía, el sufrimiento y la dignidad de su agonía, son razones suficientes para venerarla. “Qué mejor que Omaira, con su grandeza, sea la primera santa colombiana”.
Y subraya que la niña se convirtió en uno de los personajes más famosos de nuestro país en el mundo.
Habla de las fotografías y reportajes publicados en todas las latitudes, de los colegios japoneses que llevan su nombre y del perfil que le hizo la revista francesa Paris Match en su número 50, como la figura mundial más destacada de 1985.
Cuenta que Julio Nieto Bernal, su fallecido amigo y colega, le insistió para que emprendiera una campaña en el Vaticano con el propósito de santificar a Omaira. Nunca lo hizo.

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