Una historia de amor sepultada en Haití


El anillo de bodas permitió identificar a la colombiana Sandra Liliana Rivero, fallecida en el terremoto de Haití.

OLGA LUCÍA MORALES Y .
JOSÉ ALBERTO MOJICA
ENVIADOS ESPECIALES DE EL TIEMPO
PUERTO PRÍNCIPE (HAITÍ)


Cuando se vieron por última vez en el aeropuerto de Puerto Príncipe, el pasado 12 de enero, la colombiana Sandra Liliana Rivero y el chileno Simón Araneda se despidieron con una promesa: sería la última vez que estarían separados.
En dos meses, Sandra Liliana, bogotana de 35 años, terminaría el contrato que tenía con una aerolínea internacional en el tema de seguridad y regresaría a Colombia. Dos hijos y una casa eran parte de los planes que anhelaban juntos.
Después del abrazo de despedida, a las 4 de la tarde, Simón viajó a Colombia por motivos laborales y sólo se enteró de que había ocurrido un terremoto en Haití cuando se bajó del avión y descubrió que la familia de su esposa lo esperaba con angustia en el aeropuerto Eldorado, de Bogotá. Desde entonces, este chileno, de 32 años y soldador de oficio, inició una búsqueda desenfrenada para encontrar a Sandra.
Esa búsqueda, que se convirtió en una tortura para él y su familia, terminó el viernes a las 11 de la mañana entre toneladas de ladrillo y bloque que constituían el Montana, el único hotel de lujo que tenía Puerto Príncipe, donde ella se hospedaba.
Sandra, quien vivía en la capital haitiana desde noviembre, apareció muerta entre las escaleras que conducían del tercero al cuarto piso del hotel. El martes, en su habitación, la 411, encontraron su computador, su cartera y sus documentos, lo que indica que habría tratado de huir cuando la tierra se sacudió.
Simón, un hombre corpulento y de ojos verdes, llegó a Puerto Príncipe el miércoles 20 de enero. Desde entonces se plantó en las ruinas del hotel, donde el 23 de diciembre celebró con Sandra el cuarto aniversario de bodas.
No había podido viajar antes a Haití, porque, explica, no tenía la visa estadounidense necesaria para entrar.
Pero, estando allí, se hizo amigo del cuerpo de socorro de Estados Unidos, que lidera los operativos de rescate del hotel, donde se hospedaban unas 250 personas. Sólo 100 lograron escapar. Las demás fallecieron.
Durante los últimos días tuvo que identificar, uno a uno, diez cadáveres, para saber si alguno correspondía al de Sandra. Cada vez que descartaba que no era ella, recargaba su fe: “La esperanza es lo último que se pierde”, decía el hombre, quien añoraba la posibilidad de que estuviera herida en cualquier hospital, o tal vez en otro país, como ha sucedido con algunos damnificados de la tragedia.
Sin embargo, el viernes apareció el cuerpo de una mujer con las características que él había descrito. Simón y su cuñado, Yesid Rivero, se acercaron al cadáver, pero no lo reconocieron por el estado en el que quedó.
Minutos más tarde los rescatistas les dijeron que la mujer tenía un anillo en el dedo anular de la mano derecha; el anillo de bodas, con el nombre de Simón tallado en el respaldo, fue la pieza clave para identificarla.
Simón camina por el campamento de la Cruz Roja Colombiana en el aeropuerto de la capital haitiana, el mismo lugar donde vio por última vez a su esposa y que hoy es el centro de operaciones donde llegan todas las ayudas para los dolientes de la catástrofe; se lleva las manos a la cabeza, mira al cielo y confiesa que todo esto sucedió por la voluntad de Dios. “Si, Él permitió que esto pasara, también nos dará la fuerza para superarlo”, dice el hombre, resignado, quien también es pastor de una iglesia cristiana en Bogotá. “Conociéndola, sé que ella me diría: esfuérzate, hay que salir adelante. Y lo voy a hacer por amor a ella”, sentencia, con voz afligida.
Son las 10 de la noche del viernes y Simón y su cuñado hablan con las autoridades colombianas sobre la forma en la que será repatriado el cadáver.
Este era examinado en el hospital habilitado por Argentina en el aeropuerto de Puerto Príncipe. Su familia, en Bogotá, tiene todo listo para las exequias.
-Y ahora, ¿qué va a hacer?
Simón guarda silencio por varios segundos, sus ojos se encharcan y un nudo en la garganta le frena las palabras. Toma aire, respira profundo y con la voz quebrantada dice que seguirá luchando, que quiere quedarse a vivir del todo en Bogotá.
“Colombia es un país maravilloso. Me lo ha dado todo. Me dio a Sandra”.

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