Esta población del Caribe colombiano rompió las cadenas de la esclavitud gracias a los mapas de fuga que tejieron las mujeres en sus trenzas. Hoy, los peinados siguen siendo parte del legado africano que convirtió a Palenque en patrimonio de la humanidad.
Publicado en la revista Carrusel el 19 de agosto de 2011.
San Basilio de Palenque es un pueblo ardoroso que parece congelado. En el parque, frente a una iglesia pequeña pintada de descoloridos azul y rosado, se impone el monumento al gran cimarrón que se atrevió a desafiar a la corona española en el año 1600 y que convirtió a Palenque en el primer pueblo libre de América: Benkos Biohó. (Haga clic aquí para ver una galería de imágenes)
La imagen del negro nace desde la cintura de un pedestal mohoso. La mano derecha la tiene erguida, como queriendo alcanzar algo; en la izquierda, empuña el eslabón de una cadena rota. Su rostro es de victoria, pero también de dolor.
A dos cuadras del monumento queda la casa de Emelina Reyes, una mujer pequeña y de apariencia frágil, de 56 años, que habla con una voz carrasposa. Ella, al igual que todas las mujeres y niñas palenqueras, lleva una trenza que amansa el pelo arisco. Pero la suya, como el resto trenzas que se ven por ahí, no es producto del azar.
"Esta se llama la 'puerca paría', por el poco de hijitos que tiene", suelta la mujer; agacha la cabeza y describe la obra que ella misma elaboró con maestría: pequeños globitos de pelo distribuidos adelante, atrás, al frente y a los lados, como si fuera un racimo de cerditos amamantándose de la madre.
Emelina es de las trenzadoras más famosas y antiguas de un pueblo que, literalmente, fue tejido con el pelo de sus mujeres y que conserva viva la tradición ancestral de los peinados. "Yo no fui a estudiar, eso no se usaba en mi época; pero desde pequeña me enseñaron que las trenzas son una forma de ser libre", cuenta ella que es madre de seis hijos -dos muertos -, vendedora de cocadas y voz líder de Las alegres ambulancias de San Basilio de Palenque, un grupo musical que interpreta bullerengue y lumbalú, este último, un ritual africano para despedir a los muertos.
La historia, ampliamente documentada, le da toda la razón a Emelina cuando se refiere a la trenzada libertad. Benkos, el héroe de la estatua, no estuvo solo en su gesta contra la esclavitud. Sin su mujer, Wiwa, y sin otras esclavas, no hubiera podido escabullirse desde Cartagena por entre las faldas de los Montes de María hasta llegar al lugar donde hoy se levanta Palenque, como es conocido este corregimiento del municipio de Mahates (Bolívar), de cerca de cuatro mil habitantes.
El camino a la libertad lo tejieron las esclavas de una forma muy particular: en su pelo, a través de las trenzas. Eso lo argumenta Emilia Valencia Murraini, presidenta de la Asociación de mujeres afrocolombianas (Amafrocol), quien desde hace 30 años investiga todo el entramado de los peinados de las palenqueras.
Como ellas no estaban tan vigiladas -narra Emilia-, podían husmear por los caminos que recorría el amo. Divisaban el paisaje, los ríos, las montañas y las tropas del ejército español. Y en su pelo tejían lo que veían, a través de mapas de huida en marañas trenzadas, delimitando los senderos transitados. De esta manera los esclavos, liderados por Benkos, planearon la fuga, armados de lo que sería una brújula peluda.
"Los españoles jamás pensaron que los esclavos podían huir y menos que las negras los pudieran engañar de una forma tan sencilla: con el pelo", cuenta Basilia Pérez Márquez, licenciada en administración educativa y representante de la Asociación de mujeres raíces de Benkos. "De ahí, todos esos peinados que aún sobreviven en la cultura palenquera", sigue la mujer, luciendo un pelo rojo esponjoso, atrapado en una trenza en forma de corona.
Basilia es la secretaria del colegio del pueblo, donde a las 10 de la mañana suena la campana del recreo. Todas las niñas llevan un peinado especial. Unas juegan en medio del alboroto y otras pasan el tiempo acicalándose entre ellas los peinados.
Pero el pelo de las palenqueras también sirvió de botín, cuenta Basilia. En sus cabellos enredados, las esclavas escondían pepitas de oro que lograban escarbar en su trabajo en la minería durante la Colonia. También escondieron en su capilaridad semillas que después sembraron en el que sería su pueblo, garantizando de esa forma la seguridad alimentaria para la comunidad. "Fueron brillantes las primeras palenqueras", concluye Basilia.
La imagen del negro nace desde la cintura de un pedestal mohoso. La mano derecha la tiene erguida, como queriendo alcanzar algo; en la izquierda, empuña el eslabón de una cadena rota. Su rostro es de victoria, pero también de dolor.
A dos cuadras del monumento queda la casa de Emelina Reyes, una mujer pequeña y de apariencia frágil, de 56 años, que habla con una voz carrasposa. Ella, al igual que todas las mujeres y niñas palenqueras, lleva una trenza que amansa el pelo arisco. Pero la suya, como el resto trenzas que se ven por ahí, no es producto del azar.
"Esta se llama la 'puerca paría', por el poco de hijitos que tiene", suelta la mujer; agacha la cabeza y describe la obra que ella misma elaboró con maestría: pequeños globitos de pelo distribuidos adelante, atrás, al frente y a los lados, como si fuera un racimo de cerditos amamantándose de la madre.
Emelina es de las trenzadoras más famosas y antiguas de un pueblo que, literalmente, fue tejido con el pelo de sus mujeres y que conserva viva la tradición ancestral de los peinados. "Yo no fui a estudiar, eso no se usaba en mi época; pero desde pequeña me enseñaron que las trenzas son una forma de ser libre", cuenta ella que es madre de seis hijos -dos muertos -, vendedora de cocadas y voz líder de Las alegres ambulancias de San Basilio de Palenque, un grupo musical que interpreta bullerengue y lumbalú, este último, un ritual africano para despedir a los muertos.
La historia, ampliamente documentada, le da toda la razón a Emelina cuando se refiere a la trenzada libertad. Benkos, el héroe de la estatua, no estuvo solo en su gesta contra la esclavitud. Sin su mujer, Wiwa, y sin otras esclavas, no hubiera podido escabullirse desde Cartagena por entre las faldas de los Montes de María hasta llegar al lugar donde hoy se levanta Palenque, como es conocido este corregimiento del municipio de Mahates (Bolívar), de cerca de cuatro mil habitantes.
El camino a la libertad lo tejieron las esclavas de una forma muy particular: en su pelo, a través de las trenzas. Eso lo argumenta Emilia Valencia Murraini, presidenta de la Asociación de mujeres afrocolombianas (Amafrocol), quien desde hace 30 años investiga todo el entramado de los peinados de las palenqueras.
Como ellas no estaban tan vigiladas -narra Emilia-, podían husmear por los caminos que recorría el amo. Divisaban el paisaje, los ríos, las montañas y las tropas del ejército español. Y en su pelo tejían lo que veían, a través de mapas de huida en marañas trenzadas, delimitando los senderos transitados. De esta manera los esclavos, liderados por Benkos, planearon la fuga, armados de lo que sería una brújula peluda.
"Los españoles jamás pensaron que los esclavos podían huir y menos que las negras los pudieran engañar de una forma tan sencilla: con el pelo", cuenta Basilia Pérez Márquez, licenciada en administración educativa y representante de la Asociación de mujeres raíces de Benkos. "De ahí, todos esos peinados que aún sobreviven en la cultura palenquera", sigue la mujer, luciendo un pelo rojo esponjoso, atrapado en una trenza en forma de corona.
Basilia es la secretaria del colegio del pueblo, donde a las 10 de la mañana suena la campana del recreo. Todas las niñas llevan un peinado especial. Unas juegan en medio del alboroto y otras pasan el tiempo acicalándose entre ellas los peinados.
Pero el pelo de las palenqueras también sirvió de botín, cuenta Basilia. En sus cabellos enredados, las esclavas escondían pepitas de oro que lograban escarbar en su trabajo en la minería durante la Colonia. También escondieron en su capilaridad semillas que después sembraron en el que sería su pueblo, garantizando de esa forma la seguridad alimentaria para la comunidad. "Fueron brillantes las primeras palenqueras", concluye Basilia.
Un inventario trenzado
Emelina Reyes peina a una de sus vecinas. Es común ver, afuera de las viviendas, a grupos de mujeres (abuelas, madres, hijas, amigas), matando el tiempo, en un pueblo donde todo parece transcurrir a destiempo, mientras se peinan las unas a las otras. De ahí que todas dominen el arte del trenzado, con sutil maestría, desde los primeros años.
La mujer teje un 'bordebalay': una especie de nido en la mitad de la cabeza que se desprende en cuatro partes, recreando la orilla del balay, un instrumento hecho en iraca en el que los campesinos secan al aire el arroz y el maíz.
Ereilis Navarro ha observado la escena muchas veces. Ella es una docente e investigadora barranquillera que se ha encargado de estudiar el significado de las trenzas de este caserío que, en el año 2005, fue declarado por la Unesco, Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad y se reconoció el título del primer pueblo libre de América y su herencia africana, que se conserva intacta en diferentes costumbres, entre estas, la lengua: el palenquero (perteneciente a la familia lingüística bantú).
En todo este trabajo, Ereilis armó un inventario con 60 clases de peinados, cada uno con un significado especial. Menciona algunos: el 'hundiíto', un diseño inspirado en la topografía de las montañas (alusivos a las rutas de escape); los 'borreguitos', que es el reflejo del sometimiento de los esclavos; las 'carreítas', una secuencia de filas que ilustran los caminos de la región; el 'lío', porque no se sabe dónde comienza ni donde termina, y la 'puerca paría', símbolo de prosperidad.
La investigación de Ereilis, morena de abundante cabellera y finas trenzas, será publicada en un libro, a finales de este año, y se titulará Motia ri majaná ri palengue, que significa, en la lengua palenquera, "peinados de la gente de Palenque".
Emelina Reyes peina a una de sus vecinas. Es común ver, afuera de las viviendas, a grupos de mujeres (abuelas, madres, hijas, amigas), matando el tiempo, en un pueblo donde todo parece transcurrir a destiempo, mientras se peinan las unas a las otras. De ahí que todas dominen el arte del trenzado, con sutil maestría, desde los primeros años.
La mujer teje un 'bordebalay': una especie de nido en la mitad de la cabeza que se desprende en cuatro partes, recreando la orilla del balay, un instrumento hecho en iraca en el que los campesinos secan al aire el arroz y el maíz.
Ereilis Navarro ha observado la escena muchas veces. Ella es una docente e investigadora barranquillera que se ha encargado de estudiar el significado de las trenzas de este caserío que, en el año 2005, fue declarado por la Unesco, Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad y se reconoció el título del primer pueblo libre de América y su herencia africana, que se conserva intacta en diferentes costumbres, entre estas, la lengua: el palenquero (perteneciente a la familia lingüística bantú).
En todo este trabajo, Ereilis armó un inventario con 60 clases de peinados, cada uno con un significado especial. Menciona algunos: el 'hundiíto', un diseño inspirado en la topografía de las montañas (alusivos a las rutas de escape); los 'borreguitos', que es el reflejo del sometimiento de los esclavos; las 'carreítas', una secuencia de filas que ilustran los caminos de la región; el 'lío', porque no se sabe dónde comienza ni donde termina, y la 'puerca paría', símbolo de prosperidad.
La investigación de Ereilis, morena de abundante cabellera y finas trenzas, será publicada en un libro, a finales de este año, y se titulará Motia ri majaná ri palengue, que significa, en la lengua palenquera, "peinados de la gente de Palenque".
La primera peluquería
Lo extraño es que en un pueblo que surgió de la nada gracias al pelo de sus mujeres, y donde todas lucen elaborados peinados, no hay una peluquería.
María de los Santos Reyes es la vicepresidenta de la Asociación de mujeres raíces de Benkos, que nació hace apenas un año con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las palenqueras a través de capacitación y proyectos productivos.
Actualmente, cuenta María, trabajan en la consecución de recursos para hacer realidad el sueño de la mayoría de palenqueras: un salón de belleza con todas las de la ley, donde los turistas sean peinados por ellas, en un negocio que permita sacarle provecho a su legendario talento.
Juana Erazo tiene 25 años y una piel de ébano. Estudia licenciatura en pedagogía gracias a una beca, está casada y es madre de un niño de 6 años. Ella pica y vende frutas, y también teje trenzas. Pero ahora se dispone a que la peine su amiga María Hernández. Por eso, camina hacia su casa con dos metros de pelo sintético en las manos, que le costaron 12 mil pesos. Sí, los peinados palenqueros han evolucionado gracias a los postizos, que están imponiendo una nueva generación de trenzas.
Las manos de María se mueven con laboriosidad sobre la cabeza de Juana, como esculpiendo una obra de arte en filigrana. Casi ni mira lo que le está tejiendo, que en esta ocasión es el peinado de moda entre las jóvenes: la 'cachetada'.
"Se llama así porque quedan varios dedos de trenzas, de lado, sobre la frente, como si fuera una cachetada. Se hace encima del cabello, con pelo sintético, porque ya ves que el pelo de nosotras no da para esto", explica Juana, cogiéndose un pelo alborotado y eléctrico que le llega hasta los hombros, listo para recibir el postizo.
Después de media hora, Juana queda bellamente peinada. Camina por las calles sin pavimento de Palenque ondeando las trenzas -que le llegan hasta la cintura- al vaivén de sus caderas; orgullosa de su pelo y de su libertad.
Lo extraño es que en un pueblo que surgió de la nada gracias al pelo de sus mujeres, y donde todas lucen elaborados peinados, no hay una peluquería.
María de los Santos Reyes es la vicepresidenta de la Asociación de mujeres raíces de Benkos, que nació hace apenas un año con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las palenqueras a través de capacitación y proyectos productivos.
Actualmente, cuenta María, trabajan en la consecución de recursos para hacer realidad el sueño de la mayoría de palenqueras: un salón de belleza con todas las de la ley, donde los turistas sean peinados por ellas, en un negocio que permita sacarle provecho a su legendario talento.
Juana Erazo tiene 25 años y una piel de ébano. Estudia licenciatura en pedagogía gracias a una beca, está casada y es madre de un niño de 6 años. Ella pica y vende frutas, y también teje trenzas. Pero ahora se dispone a que la peine su amiga María Hernández. Por eso, camina hacia su casa con dos metros de pelo sintético en las manos, que le costaron 12 mil pesos. Sí, los peinados palenqueros han evolucionado gracias a los postizos, que están imponiendo una nueva generación de trenzas.
Las manos de María se mueven con laboriosidad sobre la cabeza de Juana, como esculpiendo una obra de arte en filigrana. Casi ni mira lo que le está tejiendo, que en esta ocasión es el peinado de moda entre las jóvenes: la 'cachetada'.
"Se llama así porque quedan varios dedos de trenzas, de lado, sobre la frente, como si fuera una cachetada. Se hace encima del cabello, con pelo sintético, porque ya ves que el pelo de nosotras no da para esto", explica Juana, cogiéndose un pelo alborotado y eléctrico que le llega hasta los hombros, listo para recibir el postizo.
Después de media hora, Juana queda bellamente peinada. Camina por las calles sin pavimento de Palenque ondeando las trenzas -que le llegan hasta la cintura- al vaivén de sus caderas; orgullosa de su pelo y de su libertad.
Protagonistas y líderes de su historia
El papel de la mujer en la sociedad palenquera ha sido fundamental. Son ellas las que crían a los hijos y las que salen a vender lo que cultivan sus maridos. Incluso, hay una creencia respaldada por unos y rechazada por otros: Que las mujeres son las que sostienen a los hombres.
"Me pregunto, hoy después de tantos años, qué tan libre es Palenque y qué tan libres somos las palenqueras", dice con cierta preocupación Antonia Pérez, gestora social del programa gubernamental Red juntos, al hablar sobre las pocas oportunidades de educación y empleo, y al machismo que sigue predominando.
Por eso, cuenta Antonia, trabajan en la creación de una cooperativa para comercializar, incluso fuera del país, las cocadas, alegrías, enyucados y los demás dulces que ellas elaboran.
"Nuestra gran problemática es la falta de trabajo. Muchas mujeres tienen que abandonar a sus familias, durante varios meses, para irse a vender cocadas a Cartagena y a otras ciudades, incluso a Venezuela", lamenta la líder comunal María de los Santos Reyes.
La mujer cita el ejemplo de las pintorescas palenqueras de Cartagena, con sus vestidos de colores y poncheras rebosantes de frutas sobre sus cabezas, que sobreviven gracias a lo que los turistas les quieran dar a cambio de una foto para el recuerdo. También a aquellas que ofrecen trenzas en las playas, muchas veces, con la indiferencia de los turistas.