Embajadoras de la arepa de huevo en París



Ana Tulia y Bleis ya saben leer gracias a un plan de la alcaldía de Cartagena. Irán a Francia, a presentar su libro 'La cocina criolla cartagenera de veddá veddá'.

José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial de EL TIEMPO
25 de febrero del 2011

Ajá, esos franceses se van a volver locos con las arepas de huevo y con los chicharrones", dice con desparpajo Ana Tulia Gómez, y con su mano derecha rompe un huevo blanco y lo deposita entre el amasijo a medio cocer.
Tiene 65 años, nació en San Antonio de Palmito (Sucre) pero desde pequeña se la llevaron a vivir a Cartagena. Es alta y maciza, y tiene la piel del color del arroz con coco frito. La mujer, madre de tres hijos, muestra con orgullo el libro de cocina en el que, de su puño y letra, plasmó la receta de la elaboración de la arepa de huevo. Lo escrito se ve torcido con toda razón: hace apenas un año Ana Tulia no sabía leer ni escribir. Gracias a esa proeza, y a su buena sazón, se irá para París a demostrar por qué es considerada en Cartagena 'la reina del frito'.
Sí, los parisinos degustarán las arepas de huevo, las carimañolas, los patacones con queso rallado y el chicharrón en trocitos. ¿Cómo una humilde cocinera llegará a Francia con sus fritos? "Despacio y con buena letra", responde, acudiendo al dicho popular, en este caso muy oportuno. Esta historia se pasa por la publicación del libro Cocina criolla cartagenera de veddá veddá, una recopilación de 60 recetas autóctonas de un grupo de iletradas (empleadas domésticas, vendedoras ambulantes, tejedoras de trenzas en las playas), que superaron el analfabetismo gracias a un proyecto de educación para adultos de la Alcaldía de Cartagena y la fundación Transformemos.
El libro llegó a manos del Gourmand World Cookbook Awards, evento que cada año reconoce los mejores libros de cocina del mundo y que se realizará en París del 3 al 6 de marzo. Cuando los organizadores se enteraron de que era una propuesta gastronómica raizal, sumada a una iniciativa de desarrollo comunitario, les enviaron la invitación. Ana Tulia, quien montó su mesa de fritos en el barrio República de Chile hace más de 30 años para sostener a su familia, no viajará sola. La acompañará su amiga Bleis del Socorro Rosso.
Ambas fueron escogidas por ser dos aventajadas estudiantes y por sus dotes culinarias. Bleis es una mujer de apenas 1,50 metros de estatura, que sonríe con tanta facilidad, que resulta complicado comprender que la historia de su vida ha sido escrita con tanto dolor. De niña, Bleis y sus hermanos iban a una escuela en zona rural de Sahagún (Córdoba). Pero era muy lejos y a veces no alcanzaban a llegar.
Entonces, la pequeña Bleis nunca aprendió a leer ni a escribir; creció, formó un hogar con un jornalero de la región, tuvo un hijo y, en 1998, llegó a Cartagena huyendo de la guerra entre guerrilleros y paramilitares. Desplazada y con las manos vacías, con un hijo en brazos al que no tenía nada para ofrecerle, llegó al Manuela Vergara, uno de los tantos barrios marginales que no se conocen de la sofisticada Cartagena.
Quería trabajar. Pero, como no sabía leer ni escribir, sólo encontró empleo -relata-, como muchacha doméstica por días: lavando y planchando ropa ajena. También fue ayudante de cocina de restaurantes, pero sufría mucho cuando la increpaban, señalando: "Traiga eso, allá, lea el letrero", y ella no sabía qué hacer. Por eso, cuando hace un año le contaron del programa de alfabetización, no dudó en inscribirse. Desde entonces estudia por las noches y a sus hijos, de 9 y 16 años, los deja al cuidado de una amiga.

Despacio y con buena letra
Bleis recuerda que, cuando llegó a Cartagena, desterrada por el conflicto armado, entre los vecinos juntaban lo que cada uno podía aportar: yuca, plátano, ñame y, en escasas oportunidades, carne. "Era una sopa de todo; después, supe que se llamaba machucho". Precisamente esa receta fue la que plasmó en el libro. Aunque reconoce que, con educación, su vida y la de sus hijos serían menos precarias, Bleis piensa que nada ocurre por casualidad.
"Si hubiera estudiado antes, no me estaría pasando esto tan maravilloso", cuenta la estudiante de cuarto de primaria, de 38 años, que tiene planeado seguir el bachillerato e, incluso, entrar a una universidad. A Bleis, madre soltera, se le olvidan todos sus problemas cuando recuerda que pronto viajará a París.
A sus 55 años, Neris Pineda aprendió a escribir su nombre. Dejó de firmar con una equis y ya puede leer revistas y los carteles de los muertos. Ella, madre de cinco hijas, se suma a los 25 mil cartageneros que han salido del analfabetismo en los últimos dos años. "El arroz de melón no es común", escribe despacio en su cuaderno; repite la frase, sílaba por sílaba, y cuenta que esa es su receta.
"Si hubiera estudiado, hoy no estaría tirando trapero", cuenta la mujer, parada en la entrada de su humilde vivienda en el sector de La Boquilla. María Tuta es una boyacense radicada en Cartagena hace 15 años. Sólo estudió hasta cuarto de primaria y actualmente cursa el grado octavo de bachillerato. María ralla un coco (prepara un bagre en salsa de coco, su receta) y cuenta que decidió volver a estudiar porque su hijo, de cinco años, estaba en kínder y ya sabía más que ella.
"Me daba mucha vergüenza con mi niño ser tan ignorante", recuerda. Ahora, juntos hacen las tareas. La alcaldesa de la Heroica, Judith Pinedo, pica una carimañola, luego un chicharrón y después una arepa dulce, las delicias preparadas por Ana Tulia. Y sigue con el machucho preparado por Bleis.
"Yo había escuchado de este plato -el machucho-, pero acá dejaron de prepararlo hace mucho tiempo", dice ella, convencida de que el principal valor del libro es el rescate que hace de la cocina criolla tradicional, esa que no se ofrece en los restaurantes finos de la ciudad. Y lo más importante, recalca, es que son tan fáciles que cualquiera las puede preparar en la casa.
La alcaldesa reconoce que en Cartagena no existe un lugar donde los turistas puedan ir a manteles a disfrutar de los fritos ni de los platillos autóctonos de la tierra. Pronto llegará el primero. Tendrán su restaurante Además de que el grupo de cocineras avanza en su proceso educativo, crearon una cooperativa con el fin de levantar, entre todas, un restaurante con todas las de la ley. Ya tienen el lote para la sede, pero necesitan vender muchos libros para dotarlo.
Las últimas dos semanas han sido de un agite tremendo para las dos mujeres que representarán a Colombia con sus delicias en la 'Ciudad Luz'. Ya sacaron las visas y reciben clases de francés para que sepan qué contestarles a los parisinos después de que prueben sus bocados: merci, bonjour, bienvenue. Además de la ilusión del viaje, Ana Tulia y Bleis esperan que a su llegada puedan montar el restaurante.
Así, Ana Tulia ya no tendrá más que sacar su mesa de fritos y Bleis dejará de emplearse de por días.

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