Guerreros sobre sillas de ruedas
Las historias inspiradoras que ruedan en la Copa América de Baloncesto para
atletas con discapacidad, que se realiza en Bogotá.
Foto: Copa
América de Baloncesto sobre Silla de Ruedas
Publicado en EL TIEMPO el 8 de agosto del 2013.
José Leep arroja la pelota un metro adelante de él, impulsa su silla de
ruedas con las manos y la recupera; lo cercan sus contrincantes, choca y se cae
de lado.
Se levanta, apoyado con la mano derecha, sin mucho esfuerzo -la silla parece una extensión de su cuerpo- y logra escabullirse. En 20 segundos llega al otro lado de la cancha. Lanza. Encesta. La tribuna se levanta, aplaude, grita.
Transcurre el partido entre Colombia y Argentina en el cuarto día de la Copa América de Baloncesto sobre Silla de Ruedas, certamen que reúne en Bogotá a 120 deportistas de 10 países en el coliseo Cayetano Cañizares, en el sur de la ciudad.
José Leep, de 30 años, es el armador de la selección colombiana, una de las estrellas. Cuando se acaba el partido, dirá que nació en zona rural de Ocaña (Norte de Santander), donde hace 25 años perdió ambas piernas al quedar atrapado en una avalancha de tierra.
Toda su familia murió en ese accidente y él fue adoptado por una pareja estadounidense. Años más tarde sus nuevos padres lo vincularon a una escuela deportiva donde aprendió a nadar y, luego, a jugar baloncesto.
También contará orgulloso que jugó en torneos en Estados Unidos y que hace seis años fue reclutado por un club de España, y que vino a Colombia porque fue convocado para que reforzara el equipo de su país.
"El deporte me ha ayudado a cumplir sueños y me ha dado la posibilidad de viajar por el mundo, de sentirme útil y competitivo", dice Leep, quien marcó 12 puntos en un partido reñidísimo que terminó 49-42 a favor de Canadá, y que era una revancha. Hace dos años, en Guadalajara (México), Colombia le ganó a Canadá 69-58, con los mismos jugadores.
Leep, aunque acaba de perder con su equipo, se sabe un hombre afortunado. "Tuve una familia que me dio amor y me apoyó, y hoy mi discapacidad no es un problema: es una oportunidad", dice y lamenta que muchas personas, de su condición, se queden postradas en una cama o una silla de ruedas porque nadie los ayuda. Nadie cree que pueden ser útiles y quedan destinados a ser un estorbo.
Cada uno de los 120 atletas reunidos en este certamen, que se realiza por primera vez en Colombia, es dueño de una historia de superación y éxito.
"El deporte significa inclusión, rehabilitación, integración, y en el caso de muchos de estos jugadores, el trabajo que les da el sustento a ellos y a sus familias", comenta Octavio Londoño, director del evento y presidente del Comité Paralímpico de las Américas, conformado por 28 países. Y muchos de ellos, ostenta, son verdaderas celebridades.
Se refiere, por ejemplo, a Rodney Hawkins, un negro de 2 metros de estatura que nació en la isla de Providencia, que jugó en Piratas (en Bogotá), que hacía carrera para llegar a la NBA (Asociación Nacional de Basquetbol de Estados Unidos) y que perdió su pierna izquierda al ser arrollado por un conductor borracho. Iba en una moto con un amigo, en San Andrés, y el borracho -cuenta- ni siquiera paró a ayudarlo.
Eso ocurrió el 5 de febrero del 2005. "La vida se me derrumbó, pero gracias a Dios estoy vivo y tengo una segunda oportunidad para seguir haciendo lo que me gusta: jugar baloncesto", dice.
Rodney se forra el muñón, arriba de la rodilla, con una venda de seda azul, y se acomoda la prótesis metálica que termina en un pie acrílico del mismo color de su piel. Hace cuatro años juega en la versión de la NBA de Estados Unidos para discapacitados (con los Dallas Marvics), se forma como entrenador deportivo y tiene una oferta para irse a jugar en un club de Turquía.
"En silla de ruedas he tenido más oportunidades que cuando jugaba baloncesto convencional. Me siento feliz y realizado". Pero llegar a este punto no ha sido fácil. Además de entrenar cinco horas al día, ha tenido que fortalecer la mente y el corazón.
"Con fe en Dios y mucho optimismo, y con el respaldo de mi familia, estoy cumpliendo mis sueños".
Wilber Caicedo nació en Cali hace 32 años, con osteogénesis imperfecta, enfermedad conocida como 'huesos de cristal'. Es pequeñito: mide 1,10 metros de estatura. Con dificultad logra caminar apoyado en muletas.
Desde los 15 años, recuerda, empezó a entrenarse como basquetbolista y hace seis ingresó a las grandes ligas. Jugó en España, acaba de terminar una temporada en Italia (en Roma) y se prepara para una más en Génova. "Gracias al deporte he logrado ser lo que soy ahora, y también he logrado ayudar a mi familia". Sí, Wilber se llevó, para Italia, a su mamá y a sus hermanas, que vivían en un sector marginado de Cali, en medio de precariedades. Nadie más en su casa tiene una discapacidad.
Ayer, en la tarde, Colombia le ganó a Argentina con un marcador de 60-51. Hoy juega con Venezuela (a las 6:00 p.m.) , y si gana quedará en la semifinal y se garantizará un cupo en el mundial de Corea del Sur.
Se levanta, apoyado con la mano derecha, sin mucho esfuerzo -la silla parece una extensión de su cuerpo- y logra escabullirse. En 20 segundos llega al otro lado de la cancha. Lanza. Encesta. La tribuna se levanta, aplaude, grita.
Transcurre el partido entre Colombia y Argentina en el cuarto día de la Copa América de Baloncesto sobre Silla de Ruedas, certamen que reúne en Bogotá a 120 deportistas de 10 países en el coliseo Cayetano Cañizares, en el sur de la ciudad.
José Leep, de 30 años, es el armador de la selección colombiana, una de las estrellas. Cuando se acaba el partido, dirá que nació en zona rural de Ocaña (Norte de Santander), donde hace 25 años perdió ambas piernas al quedar atrapado en una avalancha de tierra.
Toda su familia murió en ese accidente y él fue adoptado por una pareja estadounidense. Años más tarde sus nuevos padres lo vincularon a una escuela deportiva donde aprendió a nadar y, luego, a jugar baloncesto.
También contará orgulloso que jugó en torneos en Estados Unidos y que hace seis años fue reclutado por un club de España, y que vino a Colombia porque fue convocado para que reforzara el equipo de su país.
"El deporte me ha ayudado a cumplir sueños y me ha dado la posibilidad de viajar por el mundo, de sentirme útil y competitivo", dice Leep, quien marcó 12 puntos en un partido reñidísimo que terminó 49-42 a favor de Canadá, y que era una revancha. Hace dos años, en Guadalajara (México), Colombia le ganó a Canadá 69-58, con los mismos jugadores.
Leep, aunque acaba de perder con su equipo, se sabe un hombre afortunado. "Tuve una familia que me dio amor y me apoyó, y hoy mi discapacidad no es un problema: es una oportunidad", dice y lamenta que muchas personas, de su condición, se queden postradas en una cama o una silla de ruedas porque nadie los ayuda. Nadie cree que pueden ser útiles y quedan destinados a ser un estorbo.
Cada uno de los 120 atletas reunidos en este certamen, que se realiza por primera vez en Colombia, es dueño de una historia de superación y éxito.
"El deporte significa inclusión, rehabilitación, integración, y en el caso de muchos de estos jugadores, el trabajo que les da el sustento a ellos y a sus familias", comenta Octavio Londoño, director del evento y presidente del Comité Paralímpico de las Américas, conformado por 28 países. Y muchos de ellos, ostenta, son verdaderas celebridades.
Se refiere, por ejemplo, a Rodney Hawkins, un negro de 2 metros de estatura que nació en la isla de Providencia, que jugó en Piratas (en Bogotá), que hacía carrera para llegar a la NBA (Asociación Nacional de Basquetbol de Estados Unidos) y que perdió su pierna izquierda al ser arrollado por un conductor borracho. Iba en una moto con un amigo, en San Andrés, y el borracho -cuenta- ni siquiera paró a ayudarlo.
Eso ocurrió el 5 de febrero del 2005. "La vida se me derrumbó, pero gracias a Dios estoy vivo y tengo una segunda oportunidad para seguir haciendo lo que me gusta: jugar baloncesto", dice.
Rodney se forra el muñón, arriba de la rodilla, con una venda de seda azul, y se acomoda la prótesis metálica que termina en un pie acrílico del mismo color de su piel. Hace cuatro años juega en la versión de la NBA de Estados Unidos para discapacitados (con los Dallas Marvics), se forma como entrenador deportivo y tiene una oferta para irse a jugar en un club de Turquía.
"En silla de ruedas he tenido más oportunidades que cuando jugaba baloncesto convencional. Me siento feliz y realizado". Pero llegar a este punto no ha sido fácil. Además de entrenar cinco horas al día, ha tenido que fortalecer la mente y el corazón.
"Con fe en Dios y mucho optimismo, y con el respaldo de mi familia, estoy cumpliendo mis sueños".
Wilber Caicedo nació en Cali hace 32 años, con osteogénesis imperfecta, enfermedad conocida como 'huesos de cristal'. Es pequeñito: mide 1,10 metros de estatura. Con dificultad logra caminar apoyado en muletas.
Desde los 15 años, recuerda, empezó a entrenarse como basquetbolista y hace seis ingresó a las grandes ligas. Jugó en España, acaba de terminar una temporada en Italia (en Roma) y se prepara para una más en Génova. "Gracias al deporte he logrado ser lo que soy ahora, y también he logrado ayudar a mi familia". Sí, Wilber se llevó, para Italia, a su mamá y a sus hermanas, que vivían en un sector marginado de Cali, en medio de precariedades. Nadie más en su casa tiene una discapacidad.
Ayer, en la tarde, Colombia le ganó a Argentina con un marcador de 60-51. Hoy juega con Venezuela (a las 6:00 p.m.) , y si gana quedará en la semifinal y se garantizará un cupo en el mundial de Corea del Sur.
Con una sola mano
El argentino Gustavo Villafañia es, tal vez, el más ovacionado del evento. Tiene apenas una sola mano: la derecha. La otra, al igual que las piernas, la perdió en un accidente.
"Iba corriendo a subirme a un tren, me resbalé y me pisó", dice al hablar sobre el accidente que sufrió cuando tenía nueve años, en Buenos Aires. Hoy tiene 30 y habla sin traumas sobre ese suceso: tres vagones le pasaron por encima.
Verlo en el juego es un espectáculo. Su única mano la mueve de lado a lado para lograr velocidad, se impulsa con el muñón de la pierna izquierda y cambia de dirección moviendo la columna.
"En la cancha siento que no tengo límites, no siento limitaciones, como todas las que hay en la vida diaria para las personas con discapacidad", dice.
Gustavo tiene tatuajes arabescos en el cuello y el brazo. Sus ojos son azules -tiene una buena estampa-, pero su expresión es adusta.
"La vida para las personas como yo es muy dura. Tuve que volverme duro para salir adelante".
En la tribuna permanece atento y emocionado Jean Carlos Rodríguez, un joven bogotano de 18 años que quedó en silla de ruedas después de que una bala perdida le quebró la columna, el 18 de diciembre del 2011.
Vive en el sector de Bosa, donde laboraba limpiando carros repartidores de leche. Su condición ya no le permite trabajar. Depende de su padre, empleado de una fábrica de muebles. Pero hace unas semanas empezó a entrenarse en el Caexbox, también en Bosa, un club de baloncesto para jóvenes con discapacidad.
"Ver a estos 'manes' es una motivación. Mi sueño es ser como ellos: un gran deportista, tener una familia y viajar por el mundo. La vida no se me puede ir sentado en una silla de ruedas".
El argentino Gustavo Villafañia es, tal vez, el más ovacionado del evento. Tiene apenas una sola mano: la derecha. La otra, al igual que las piernas, la perdió en un accidente.
"Iba corriendo a subirme a un tren, me resbalé y me pisó", dice al hablar sobre el accidente que sufrió cuando tenía nueve años, en Buenos Aires. Hoy tiene 30 y habla sin traumas sobre ese suceso: tres vagones le pasaron por encima.
Verlo en el juego es un espectáculo. Su única mano la mueve de lado a lado para lograr velocidad, se impulsa con el muñón de la pierna izquierda y cambia de dirección moviendo la columna.
"En la cancha siento que no tengo límites, no siento limitaciones, como todas las que hay en la vida diaria para las personas con discapacidad", dice.
Gustavo tiene tatuajes arabescos en el cuello y el brazo. Sus ojos son azules -tiene una buena estampa-, pero su expresión es adusta.
"La vida para las personas como yo es muy dura. Tuve que volverme duro para salir adelante".
En la tribuna permanece atento y emocionado Jean Carlos Rodríguez, un joven bogotano de 18 años que quedó en silla de ruedas después de que una bala perdida le quebró la columna, el 18 de diciembre del 2011.
Vive en el sector de Bosa, donde laboraba limpiando carros repartidores de leche. Su condición ya no le permite trabajar. Depende de su padre, empleado de una fábrica de muebles. Pero hace unas semanas empezó a entrenarse en el Caexbox, también en Bosa, un club de baloncesto para jóvenes con discapacidad.
"Ver a estos 'manes' es una motivación. Mi sueño es ser como ellos: un gran deportista, tener una familia y viajar por el mundo. La vida no se me puede ir sentado en una silla de ruedas".
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