El abogado del diablo

El abogado del diablo

En el Líbano (Tolima), un municipio cafetero de Colombia, vive el abogado más barato de ese país. Tiene nombre de político, maneja procesos penales y civiles desde los tres mil pesos (un poco más de un dólar), y es la mano derecha de los tinterillos del pueblo. Vive al lado de una quebrada y reconoce que es adicto a las drogas. Pero su mente, además de lúcida, es brillante.

Textos y fotos

José Alberto Mojica Patiño

El Líbano (Tolima)

Colombia.

Escrita en octubre de 2004.

La placa que lo acredita como abogado de la Universidad Autónoma de Colombia reposa amarrada a un trozo de cabuya sobre un árbol de guayabas maduras, afuera de su improvisado aposento. Vive pegado a una quebrada que arrulla su sueño en el último lote del barrio Primero de Mayo, un sector deprimido de Líbano (Tolima), municipio enclavado en la empinada cordillera central colombiana.

Su hogar es una casucha dónde sólo cabe él. Nadie más. No mide más de tres metros, y está forrada por tablas y plásticos. No tiene ni siquiera un colchón.

Rodeado por un espeso monte, por dos cedros, un árbol de limón y cientos de piedras de diferentes formas, allí conocen a Álvaro Gómez Vélez como el doctor. O como el “doctor basuco”, mejor, por su conocida adicción a las drogas.

Por su pelo largo y desgreñado, por su apariencia desarrapada y porque es amigo de todo el mundo, parece que fuera el loco del pueblo. Pero no es así. Es un profesional titulado, lúcido y en pleno ejercicio.

No es un abogado común y corriente. Se podría decir que es el profesional del Derecho más barato de Colombia. Por su trabajo cobra desde tres mil pesos en adelante. O por lo que le quieran dar. La plata es lo de menos para él.

Ya no tiene pretensiones de volverse rico con su profesión, asegura. Dice que mientras pueda ayudar a un indefenso en líos judiciales, lo hará con gusto. Y vive en esas condiciones, consume drogas y toma aguardiente cuando quiere porque, según el, simplemente, se le da la gana. Sus familiares han querido llevarlo a vivir a otro lugar e internarlo en un centro de rehabilitación, pero él se rehúsa. Dice que así vive feliz. No le interesa dejar su cambuche.

“El doctor es el abogado de los pobres, por eso en el pueblo lo queremos”, comenta una de sus vecinas, a quién Gómez Vélez le ayudó a sacar a uno de sus hijos de la cárcel. Por la efectividad de su trabajo, pero sobre todo por sus bajísimos honorarios, los clientes le llueven.

Pero hay mucho más sobre este personaje, tan famoso en el Líbano como el mismo alcalde. Es la mano derecha de los tinterillos del municipio que, como no son profesionales como él, acuden a su firma. “Muchos tinterillos se han hecho ricos con mi tarjeta profesional”, comenta Gómez.

Para el senador Carlos Gaviria, ex presidente de la Corte Constitucional de Colombia, el caso de este abogado es el primero que conoce en toda su trayectoria jurídica. “Conozco muchos abogados pobres, pero como este señor, que parece un indigente y que cobra tan barato, nunca”, advirtió Gaviria.

Álvaro Gómez, quien casualmente lleva el mismo nombre de uno de los dirigentes polìticos más destacados de Colombia (asesinado a mediados de los 90s) se graduó como abogado de la Universidad Autónoma el 12 de diciembre de 1980 (acta 11-25, folio 126). Y ese mismo diploma lo puso sin ningún reparo sobre el ataúd de su padre, un conocido educador, antes de que le cayeran varias arrobas de tierra encima

“Estudié Derecho para darle gusto a mi papá, por eso le dejé el diploma en el cementerio, antes de que lo enterraran”, afirma.

Un abogado “extravagante”

En el Líbano lo conocen también como “El abogado del diablo”. Y no porque se parezca al cotizado actor Keanu Reeves, quien junto con Al Pacino protagonizó el film que lleva su mismo apelativo: El abogado del diablo. Aunque, eso sí, las mujeres que lo conocieron, dicen que era el hombre más elegante y bello de toda la región.

Le dicen así por su particular forma de vida y trabajo, porque tiene un éxito arrollador y algo místico con los casos policivos, y porque siempre se sale con la suya. Casi nunca pierde un caso a su cargo.

Hoy en día Gómez Vélez, miembro de una prestante familia, casado dos veces y padre de tres hijos varones que también llevan su nombre, camina por las calles de su tierra natal montado en unas viejas botas de caucho y con un pantalón corto a la mitad de sus rodillas. Y sobre su enredada cabellera lleva un casco amarillo de plástico para que lo reconozcan por donde pasa, sobre todo en las noches cuando arriba al sector de invasión donde vive.

Así, hasta sin bañarse a veces, recorre los juzgados y la Fiscalía del Líbano y de varios municipios del norte tolimense, donde maneja un sinnúmero de casos civiles y penales. Él asegura que son unos 300.

Precisamente su apariencia personal lo ha enfrentado con varios fiscales y jueces del municipio, para quienes su presentación es una falta de respeto. Incluso, hasta intentaron negarle el acceso a esas instancias. Pero él, acudiendo a argumentos constitucionales, sobre el libre derecho a la personalidad, sigue para arriba y para abajo sin que nadie pueda decirle nada.

La Fiscalía Local del Líbano reconoce que su tarjeta profesional, emitida por el Ministerio de Justicia en 1981, es vigente y que debe recibirlo cuando algún cliente acude a sus servicios.

Sin embargo, desde hace cinco años no lo nombran como abogado de oficio porque, según voceros de ese organismo, no satisface las necesidades profesionales de rigor. Pero sobre todo por su actitud, - grosera a veces-, presentación personal y su condición de drogadicto.

En lo anterior coincide el abogado Gabriel Augusto Correa, quien comenta que por su estilo de vida, Gómez no vive actualizado de acuerdo con los constantes cambios en la jurisprudencia colombiana “Gómez Vélez sólo maneja casos pequeños, o asiste a sindicados o capturados en indagatorias. Hace rato no asume casos de gran envergadura. Y su presentación personal falta a la ética del abogado”, comentó Correa.

Al respecto el constitucionalista Carlos Gaviria asegura que por su estilo de vida este puede ser un abogado un tanto extravagante, pero que por andar en harapos no atenta contra la ética del Derecho.

Sin embargo el también abogado César Torres, quien lo conoció cuando era un profesional estudioso y con un estilo de vida común y corriente, Gómez Vélez no olvida lo aprendido. Y aunque dice que no es un ejemplo para la sociedad, sí reconoce que tiene aún mucha pericia y lucidez para desempeñarse con éxito como abogado. “Es buen profesional, por eso lo buscan”, advirtió Torres.

Uno de los tinterillos del pueblo que trabaja con este abogado y quien prefiere abstenerse de publicar su nombre, dice que aunque la labor y la tarjeta profesional de Gómez Vélez son indispensables para su trabajo, no es del todo cierto que se hayan vuelto ricos a sus costillas.

Entre leyes y poesías

Mientras atiende a una humilde mujer que quiere demandar a su marido porque hace más de un año no le da ni un peso para la comida de sus hijos, Gómez Vélez saca de un corroído cajón una serie de ensayos sobre derecho y ciencias políticas, otro sobre el comportamiento del hombre y un centenar de poemas que nunca les entregó a las musas de su inspiración.

“Pero no tengo plata para pagarle doctor”, comenta angustiada la mujer, a quien Gómez Vélez le dice que por dinero no se preocupe, y que por el hambre de sus hijos hará hasta lo imposible para que su ingrato marido responda por ellos.

Y es que además de ser un diestro en leyes, este abogado es un escritor nato y un lector asiduo. Participó en varios concursos de poesía y cuento, y posee un importante material literario digno de publicar.

Álvaro Gómez Vélez es un hombre sin prejuicios, y ya nada le interesa en la vida. Aunque reconoce que desde hace 30 años consume drogas y que a causa de ellas perdió a su familia y vive en esas condiciones, les recomienda a los jóvenes que ni por curiosidad entren al oscuro mundo de las drogas. Les podría pasar lo mismo que a él.

Lo último con lo que acaba de sorprenderme este hombre es con un análisis sobre las piedras de la quebrada que enmarca su morada. Según él, las piedras tienen vida. Lo explica con propiedad y uno hasta le cree.

Hace pocas semanas en su tierra natal, un escritor y un cantante lanzaron una producción musical titulada Para sentir al Líbano. Todos los temas tienden a realzar los valores de la región, y de sus hijos ilustres.

Por supuesto, no podía faltar una canción en honor a Álvaro Gómez Vélez, el abogado más barato y controversial de Colombia. El anarquista, ese es el nombre del tema inspirado en él.

El título no pudo ser mejor. Siempre ha hecho lo que ha querido, y no le rinde cuentas a nadie. Es un perfecto anarquista.

Y así seguirá, despachando al lado de una quebrada y recorriendo los estrados judiciales con la ropa que se encuentra por ahí, en cualquier lugar. Como el atuendo que llevaba puesto cuando le hice estas fotos, que debió pertenecer a la bastonera mayor de alguna banda marcial de la región y que un día cualquiera recogió de un charco. Pero para él, es el uniforme del legendario Zorro, comenta entre risas. Por eso lo luce altivo y orgulloso.

Hasta que sus días se extingan, asegura, seguirá defendiendo a los pobres sin justicia.

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