Chocó: hambre y dolor

En este departamento se suman todos los males de los niños: la desnutrición, el acoso de la guerra y la angusta de vivir en medio de la miseria.

Texto, a cuatro manos con mi colega y amiga Olga Morales*
En el Chocó se hace fiesta cuando un niño se muere. Nadie llora. Cuando un niño chocoano se muere, se va para el cielo: es un esclavo menos y un ángel más. Angelito negro. Esta es una de las creencias populares -cruel, por decir lo menos-con las que Edwin Herrera, un sacerdote antioqueño que lleva seis años trabajando en esa región, tiene que convivir.
Por eso, según él, muchas familias sienten alivio cuando saben que su hijo no estará más en este mundo para aguantar sufrimientos.
“Ahora, los niños están sometidos a una esclavitud ideológica, porque los condenaron a no tener futuro”, relata el religioso, párroco del corregimiento de Tutunendo (Quibdó) al explicar que el abandono estatal y la falta de oportunidades no les permiten ver más allá de su miseria.
“Hace mucho el pueblo negro vive la negación humana: ustedes no pueden, ustedes no tienen, ustedes no saben, ustedes no quieren”, añade.
Él no borra de su mente la imagen de un niño muriéndose de inanición, y la de otros que, al recibir alimentos, los vomitan de inmediato: sus cuerpos, acostumbrados al hambre, no toleran la comida.
Él fue la primera persona de un grupo de autoridades que aseguraron que la infancia está peor que nunca: el hambre es una plaga sin control y los niños se siguen muriendo de diarreas e infecciones respiratorias, consecuencia de la desnutrición.
Elvira Forero, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), reconoce que aunque el hambre y la mortalidad infantil son graves, la situación ha mejorado.
Según el Dane, en el 2007 –dato más reciente– allí fallecieron 13 niños de desnutrición, mientras que seis años atrás las víctimas fueron 35.
El defensor del Pueblo del Chocó, Víctor Mosquera, opina que es muy difícil tener una cifra real. “Como no existe una atención en salud, muchos niños son enterrados en los pueblos y no hay un dato oficial porque nunca fueron registrados ante el Estado”.
Al respecto, la Directora del ICBF le dijo a EL TIEMPO que cree que esto es un mito e invitó al Defensor a brindar información precisa sobre su denuncia.
Durante los cinco días de recorrido por el Chocó, el común denominador fue encontrar a niños desnutridos y con hambre. Como los nueve hijos de Consuelo Palacios, quienes viven en un rancho de tres metros cuadrados, de piso de tierra y con un camarote donde todos se amontonan.
Las moscas merodean el único plato de comida que reciben al día: arroz con queso rallado. Ella dice que hace tres semanas no les da carne. Con las monedas que cambia por plátanos, sólo alcanza para eso y de vez en cuando para adobar la comida con hueso.
Existen familias desesperadas porque sus hijos comen apenas lo que les brinda el ICBF: un desayuno o un almuerzo. La entidad logró una cobertura en todo el Chocó, pero sólo soluciona una de las tres comidas diarias.
“No es sólo una responsabilidad del Estado, también es de los padres”, advirtió Elvira Forero, teniendo en cuenta que el presupuesto del ICBF para esa región, en el 2009, superó los $50 mil millones.
Luis Carlos Hinojosa, director de la Pastoral Social de Quibdó, cree que el asistencialismo fue malinterpretado por el pueblo que se acostumbró a mendigarles al Estado y a la cooperación internacional. Según él, los chocoanos adolecen de un proyecto de vida que les permita crecer.
“¿Qué va a suceder mañana, si no se le enseña a la gente a producir?”, lamenta él.
Por miedo, pueblos se quedaron sin niños
No hay gritos, no hay risas ni chapuceos en el río. Aunque hay gente, iglesia, casas y canoas tapizadas con ropa tostada por el sol, no hay niños. Las mujeres restriegan la ropa contra una piedra mientras que otras ‘bailan’ sus bateas en el agua con el anhelo de pescar algunas pepitas de oro para cambiarlas por comida. A diario, todas lloran por sus hijos ausentes.El pueblo sin niños germina de la selva húmeda y ardiente. La escuela, donde antes estudiaron 60 pequeños, se la devoró la manigua. En sus paredes, bañadas en moho, sólo cuelga un almanaque del 2004, el año en el que el desplazamiento desterró a toda la población. De las 50 familias que tenía, solo 12 retornaron, sin nada entre las manos, mucho menos sus hijos. Esta situación se presenta en varios pueblos apostados a orillas del río Atrato, a los que la guerra les cambió la vida: los menores corren el riesgo de ser reclutados por los grupos armados ilegales que azotan la zona y por eso sus padres prefirieron enviarlos a sitios más seguros como Quibdó e Istmina. “Tengo 6 hijos y todos están en Quibdó. El hermano mayor los cuida”, dice María en voz baja y temblorosa, como quien revela un secreto.– ¿Y por qué están allá?–Hay muchos problemas y, para que les vaya a pasar algo, mejor que estén lejos. La secretaria de Planeación del Chocó, Alcira Chaverra, reconoce que los niños chocoanos viven en un constante riesgo de que se los lleven a la guerra. El único dato oficial cuenta que 100 menores han sido reclutados ilegalmente en los últimos tres años, pero podrían ser mucho más.La Pastoral Social de Quibdó afirma que esta es una problemática de grandes proporciones: los niños se crían solos, trabajan en oficios domésticos y se exponen a ser víctimas de abusos o de explotación sexual. Los que viven allí creen que sus pueblos están condenados a desaparecer. No solo faltan los niños; tampoco hay escuelas ni centros de salud y denuncian que el Estado no les ayuda en nada. Tal vez tengan razón: donde no hay niños, no hay vida, no hay futuro.

Cifras alarmantes no son aceptadas por el Gobierno
Los niños flacos, pero barrigones, juegan descalzos al fútbol y a la guerra. En la comunidad indígena Wounnán, a la que llegamos tras cuatro horas a bordo de una lancha que en su punta ondeaba una bandera blanca en señal de paz, es normal que los pequeños se diviertan jugando a dispararse con pistolas de juguete.
Los ranchos donde viven están adornados con hamacas, racimos de plátanos, bultos de yuca, papa y ahuyama: el fruto de la tierra y el único alimento. Ni los niños barrigones ni sus padres saben que esos vientres abultados son la cosecha de los parásitos y de la desnutrición.
Aunque los Wounnán están arraigados a su herencia ancestral, la precariedad en la que viven pone en riesgo a los niños. Así lo admite Eleuterio Chocho, vocero de la comunidad, quien lamenta la ausencia de un centro de salud, y quien asegura que la Bienestarina y los desayunos del ICBF no son suficientes.
“Uno va a las comunidades y ve que los niños están aguantando hambre y que se mueren de desnutrición”, advierte el padre Luis Carlos Hinojosa, director de la Pastoral Social de Quibdó, quien nos entregó un estudio, hasta ahora desconocido, sobre la grave situación de los niños indígenas chocoanos.
El documento, hecho por la ONU, con participación de tres de sus instituciones: Plan Mundial de Alimentos, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y Unicef, arrojó resultados aterradores (ver gráfico). La directora del ICBF, Elvira Forero, admitió que lo conoce, pero aclaró que no fue aceptado por Minprotección por su metodología: “Sin descalificarlo, preferimos seguir atendiendo niños que polemizar sobre el tema”. Las organizaciones que realizaron el documento invertirán, en la región, 7 millones de dólares a partir del 2010.

Datos de la discordia
Desnutrición crónica
(0 - 5 meses)………….. 73%
Desnutrición severa
(0 - 59 meses)………….42,4%
Inseguridad
alimentaria severa……..94,3%
Sin servicios
Sanitarios…………….…93,5%
Sin tratamiento
de agua………………….83,1%
Prevalecia de anemia
(1 - 4 años)………………53%
Sin ninguna vacuna
(12 - 24 meses)………....39,9%
Estudio hecho con 1.588
familias indígenas del Chocó.
Fuente: ONU Gráfico CEET

*Este reportaje hace parte del especial sobre la situación de los niños de Colombia, publicado en EL TIEMPO el 17 de diciembre del 2009.
http://e.eltiempo.com/media/produccion/infancia/index.html


Foto: Héctor Fabio Zamora/EL TIEMPO

Un día en Santiago de Chile



JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE VIAJAR
CHILE


“¡Bienvenido a la primavera!”, dice Enrique Ríos, el guía turístico encargado de recogerme en el Aeropuerto Internacional de Santiago de Chile.
La tarde de domingo es gris, nada se ve al horizonte; cae una lluvia leve pero de gotas heladas, hace un frío punzante y el viento sopla fuerte, despiadado.
-¿Así es la primavera aquí?, le pregunto, sorprendido, a Enrique.
-¡Claro!, estamos en primavera, pero el clima aún no se ha normalizado del todo-, responde él.
Acaba de pasar un invierno azotador y ahora los santiaguinos esperan ansiosos el turno de la estación primaveral, que viene llegando despacio y aún fría.
“No te desanimes. El día está gris y lluvioso, pero mañana vas a agradecer que haya llovido. Ya verás”, sentencia Enrique.
Es un nuevo amanecer en Santiago, el primero para mí. El cielo está despejado, azul oceánico. Al fondo se levanta imponente la cordillera de Los Andes con sus nieves perpetuas; allí, entre junio y septiembre, se deslizaron raudos los esquiadores –de todo el mundo- en la famosa temporada anual de esquí de Santiago.
El enorme macizo, que custodia la ciudad y que desata un espeso cordón austral que conduce de Chile a la Antártida, parece un dinosaurio en su lecho.
Comprendí los buenos augurios de Enrique y bendije el gélido recibimiento. Cada vez que llueve se desintoxica un poco la ciudad: el día siguiente se despeja, ahuyenta el smogy regala un paisaje privilegiado que se ve poco en Santiago, una de las ciudades más contaminadas del continente, producto de la industria, del abarrotado parque automotriz y de sus seis millones de habitantes.
La noche anterior me fui a un boliche con mi amiga y colega Francisca Skoknic. Los boliches son una suerte de bares, un tanto populares, donde se puede comer y tomar un buen vino o una cerveza refrescante.
El escogido, el Galindo, en el sector bohemio de Bellavista, frente a Azul Profundo, uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad. Allí, como en la mayoría de restaurantes de Santiago, la especialidad son los pescados y mariscos.
A pocas cuadras, me enteraría después, planean construir una escultura de 13 metros del papa Juan Pablo II. Según lo relata el periódico local The Clinic, “la desproporcionada estatua que la Municipalidad de Recoleta y La Universidad San Sebastián pretenden instalar, ha despertado todo tipo de rechazos entre laicos, vecinos y gente con sentido de las proporciones”. Seguro, el Juan Pablo II gigante llamaría a muchos turistas.
Francisca y yo pedimos pisco sour (coctel típico que comparten y disputan los chilenos y peruanos como un trago propio); de entrada unas machas a la parmesana (moluscos en su concha) y de plato fuerte una chorrillana: carne desmechada con cebolla dorada enredada entre papas fritas crujientes.
La idea de salir con Francisca, además de verla después de casi tres años, buscaba que ella, como buena santiaguina, me hiciera las recomendaciones del caso para poder conocer y disfrutar de su ciudad en, apenas, un día. El tiempo disponible en este caso. Y así lo hizo.
Día de copas y caminatas
El guía, esta vez, es David Chávez. ”No puedes dejar de ir a un viñedo”, dice el hombre e indica que vamos para Concha y Toro, tal vez el más famoso de la zona.
Recorremos los alrededores, conocemos las cepas y llegamos a la bodega más visitada: Casillero del Diablo.
Suena música sacra y una voz grave empieza a narrar la leyenda que dio origen a la cava y al vino que lleva su nombre.
Don Melchor de Concha y Toro, el fundador, difundió el rumor de que allí habitaba el diablo, para que no le robaran sus vinos preferidos. Y el rumor se convirtió en leyenda. Apagan la luz, la música sigue y al fondo, entre rejas, se dibuja la silueta del diablo. Da un poco de susto.
Luego, un cata de vinos y una tabla de quesos; me quedo con el Merlot y ratifico por qué los chilenos son considerados como unos de los mejores vinos del mundo.
Salimos de Concha y Toro ya con varias copas en la cabeza, rumbo al Mercado Central, escenario de lo más representativo de la gastronomía local.
Entramos a El Galeón, donde el platillo estrella es la centolla, un cangrejo gigante de hasta tres kilos de peso que solo se da en Alaska y el sur de Chile. Es demasiado exótico para mí, así que pido un jugoso congrio chileno y una ensalada de salmón con jugo de chirimoya (similar a la guanábana).
Caminamos por el Cerro de Santa Lucía, desde donde, a las 12 del día, se dispara un cañón que estremece el centro de la ciudad (y a cualquier turista desprevenido), indicando la hora. La tradición sobrevive desde 1824. Lastimosamente no lo escuché, a esa hora aún estaba de copas.
Algo me parece familiar en las calles de este lugar. Son los buses de Transantiago, un modelo que emuló al TransMilenio bogotano, pese a que allí hay metro desde 1975.
No tienen carriles exclusivos, ni una infraestructura como los nuestros. Ruedan por las calles entre el resto de vehículos, y tampoco son rojos, estos son blancos con franjas de color verde manzana.
Arribamos a la Plaza de Armas, donde hay un monumento del fundador, el capitán español Pedro de Valdivia; un quiosco donde un grupo de hombres, ya entrados en años, juega ajedrez; universitarios que leen libros y gitanas que leen la suerte en las manos; un pintor dormido al lado de sus cuadros y un pastor evangélico que escupe profecías sobre el fin del mundo.
A una cuadra, en la estación del metro, el grupo Son de la Calle interpreta La gota fría. En lugar de acordeón, un saxofón dorado. Dicen que les encanta el sabor de la música colombiana y que el vallenato, a su modo (chilenizado) les da de comer.
Admiran al maestro Rafael Escalona. Tuve que anunciarles que él murió el pasado mes de mayo, noticia que ignoraban.
Al fondo, la Catedral Metropolitana, construida en 1651; majestuoso y pálido, el principal templo católico de Chile contrasta con un edificio moderno de vidrios azules. En Santiago la arquitectura es uno de sus más valiosos tesoros, pero logra ser variada y un tanto particular.
Después me encontraría con el edificio de Telefónica, levantado en forma de teléfono celular: de los primeros que existieron, hace unos 20 años, con una antena enorme en la punta. Está en la Plaza Italia, en medio de bellísimas construcciones históricas. Se ve aparatoso, hoy, además, en épocas del iPhone.
Caminamos hacia el barrio cívico, donde están la Plaza de la Constitución y el mítico Palacio de la Moneda, testigo del trasegar político chileno en aras de la democracia.
El Palacio, adornado con globos que llevan mensajes alusivos al Bicentenario de la Independencia, se apaga en las noches. Todo, por sumarse a la cruzada contra el calentamiento global.
Ahora entramos al Centro Cultural, sofisticada edificación subterránea (debajo de la Plaza de la Ciudadanía) donde hay una exposición en honor a la cultura mapuche y otra con la obra de Violeta Parra.
Santiago tiene una nutrida vida cultural. Hay unas 20 galerías de arte y 30 museos de variados estilos. Entre estos, uno de los más visitados, el de La Chascona; allí el poeta chileno Pablo Neruda vivió con una de sus musas.
Queda en las laderas del cerro de San Cristóbal, donde precisamente empieza a agonizar el día, y mi visita maratónica por la capital chilena.
Es el pulmón natural de la ciudad y uno de los parques urbanos más grandes del mundo. Tiene una extensión de 722 hectáreas, alberga al zoológico nacional, museos, lagos y piscinas. Es el lugar propicio para hacer deporte y respirar oxígeno puro. Y también para recargarse de energía y de paz en el alma.
“Es como vuestro Monserrate”, recuerdo que me había advertido mi amiga Francisca, quien conoce y adora ese rincón bogotano.
En la cumbre del cerro se impone una imagen de 22 metros y 36 mil kilos de la Inmaculada Concepción. La virgen, patrona de Chile, representa el principal símbolo de la ciudad. Es blanca y tiene los brazos abiertos, al estilo del Corcovado de Río de Janeiro.
Muy cerca, en la capilla de la Plaza Vasca, están las esculturas bronceadas de los dos santos chilenos: Santa Teresa de Los Andes y San Alberto Hurtado, ambos canonizados por Juan Pablo II.
Si usted va a Santiago, también tiene que conocer algunas expresiones muy tradicionales y muy simpáticas. Chilenismos.
Óscar, amigo de mi amiga Francisca y quien nos acompañó en la comida, dice esto, en forma de pregunta:
-“¿Cachai?”
Es la forma de preguntar si, el otro, comprende lo que se está diciendo, explica él. Cachas, pero con una i al fina, y sin la ese.
-Sí, ya entendí, o cacho, mejor, le respondo.
También está la expresión ‘po’, que se usa para enfatizar algo que resulta evidente o que ya fue dicho, después de una frase. Es como el pues, que se suele usar en Colombia.
Y para preguntar ¿cómo estás?, lo dicen así: ¿Comostai?
Llego al hotel y la recepcionista indaga, amablemente, por mi visita.
-“¿Comostai?”, pregunta.
-Muy bien, que bella y sorprendente es esta ciudad. Creo que podría vivir aquí. ¿Cachai?

Cruzando el paraíso


El Cruce Andino, que comunica a la Patagonia chilena con Argentina, es un regalo para el espíritu. Relato de un periplo mágico por entre volcanes y lagos. De Puerto Montt a Bariloche.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO

El volcán Osorno se ve como una copa de helado impecablemente servida, como si tuviera una capa de chocolate blanco cristalizado en su cumbre de nieves perpetuas. Es imponente, bellísimo; representa la figura perfecta del volcán que les enseñan a los niños en los libros escolares: verde en sus laderas e inmaculado en sus alturas.
Charles Darwin fue testigo de una de sus erupciones, en 1835, desde la ciudad chilena de Ancud. Esa, su última erupción, duró 15 años. Desde entonces permanece como lo estoy viendo ahora: apacible, pero también altivo. Y yo, un humilde peregrino, no puedo dejar de contemplarlo.
El volcán, uno de los 2.000 que hay en Chile, está ubicado en la cordillera de los Andes, al borde del lago Llanquihue; en la región de Los Lagos, al lado opuesto de la ciudad de Frutillar. Y es la primera de un inventario de beldades que, a partir de ese momento, empezarían a desplegarse ante mis ojos en el Cruce Andino que desde el año de 1913 atraviesa montañas, bosques, ríos, lagos y leyendas entre Chile y Argentina.
Aún no sabía que el Osorno, que guarda un tremendo parecido con el Fuji (Japón) y que fue bautizado por los nativos con el nombre de Pirepillán –que significa demonio de la nieve- me acompañaría en casi todo mi periplo por la Patagonia chilena. Casi.El viaje comenzó dos días atrás, cuando volé cinco horas, desde Bogotá hasta Santiago de Chile.
Después de un día de viñedos y de una visita maratónica por la capital chilena, emprendimos otro vuelo, esta vez, rumbo a Puerto Montt; ciudad de 130 mil habitantes, capital de la región de Los Lagos que vive de la industria del salmón. Iván Bobadilla es un chileno de 55 años que hace 10 cambió de trabajo: dejó las estrechas oficinas de un banco y ahora despacha desde los parajes mágicos que, como guía turístico, me empieza a mostrar. Buena decisión, Iván.

“El día de hoy vamos a recorrer la región de Los Lagos”, dice él con una voz que sale apretada.Salimos de Puerto Montt, tomamos la vía Panamericana que recorre a Chile a lo largo. “Chile es como un espagueti: largo y angosto”, explica Iván.

El paisaje es así: praderas verdes, casas que parecen retratos de postales, vacas pastando, campesinos ordeñando vacas; cultivos de papa, maíz y cebada, y un espeso cordón de arbustos florecidos de amarillo que recubre la carretera a lado y lado.
Los arbustos, que acicalan la vía, no son más que una plaga que se ha convertido en un problema para la región. Se llaman chacai o espinillos, y fueron traídos por los alemanes que colonizaron la zona con el fin de cercar sus propiedades. Pero la planta fue creciendo y hoy está fuera de control. Además de arrasar los cultivos que se atraviesan en su camino, son combustible perfecto para los incendios. Tienen las raíces aceitosas y, apagarlas, es tarea de titanes.

Desde allí empezamos a divisar al volcán Osorno, y al lado, al Puntiagudo, bautizado así por su figura geométrica. El reloj marca las 12:30 del día. Hora del almorzar en un restaurante a orillas de la carretera: El rancho espantapájaros. Hay que decidir entre jabalí y ciervo al palo (asado). Me quedo con el primero. De acompañante, una cerveza casera.

Desde los ventanales del lugar se observa el lago Llanquihue, el más grande de los 15 de la región. Tiene cerca de 89 mil hectáreas, y es el tercero más extenso de Latinoamérica; el primero es el Titicaca, y el segundo, el General Carrera.El restaurante, rodeado por llamas, cabras y avestruces, es atendido por su propietario, el alemán Fiegfried Brenszland. Hombre amable de ojos verdes vistosos y dueño de una sazón exquisita.
A 15 minutos está Puerto Octay, una población pequeña que tiene una iglesia construida en maderas de alerce y ciprés –el templo es patrimonio histórico; y en la plaza, un árbol tupido de florecitas moradas, y otro, un ciruelillo milenario, robusto y frondoso que tiene las raíces por fuera y apuntando hacia el cielo.

Tomamos carretera de nuevo y atravesamos un bosque de árboles nativos como el alerce, que ya no se puede cortar –está en vía de extinción- y un lote tapizado con franjas perfectamente delineadas con tulipanes de colores: blancos, rojos, amarillos, verdes. Seguimos bordeando el lago y llegamos a Frutillar, una población conocida porque allí, en el mes de enero, se realiza un festival internacional de música clásica. No en vano su símbolo es una clave de sol.

Al lado, en la playa aún fría por los rezagos del invierno que se le interponen a la naciente primavera, dos mujeres entradas en años toman el sol cubriendo sus rostros con las páginas de un periódico; un perro espanta a los pájaros y en el fondo del agua, diáfana, reposan cientos de deseos arrojados en monedas.

Llegó la hora de navegar
Ya estamos en Puerto Varas, una ciudad de 40 mil habitantes que es el eje del turismo de la región. Tiene 17 hoteles de primer nivel; uno de estos, recién inaugurado, es el Cumbres Patagónicas. Allí nos hospedamos. Esa noche el cantautor chileno ofreció un concierto en el hotel; primero me lo encuentro en la piscina, y luego, en el escenario.

En el centro del pueblo, conocido como ‘la ciudad de las rosas’, algunos turistas rezan en una iglesia ubicada la cima de un pequeño bosque, mientras otros se entregan al juego y a los devenires de la suerte en un casino de casi una manzana de extensión.

En Puerto Varas hay un muelle de madera donde cinco lugareños tienen sus esperanzas colgadas en cañas de pescar. En toda la tarde solo uno de ellos ha tenido suerte con el anzuelo: una trucha mediana que ahora se revuelca en un balde rojo.

Es un nuevo amanecer en Puerto Varas. Un bus repleto de turistas –colombianos, costarricenses, venezolanos y muchos brasileños- nos adentra en el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. Nos bajamos en los Saltos del Río Petrohué, formados por las erupciones del volcán y cuyas aguas azules oceánicas –producto de los sedimentos minerales que bajan de la montaña- se pueden apreciar desde un mirador ubicado al final de un camino cercado por árboles nativos.

El río corre caudaloso, y cruje fuerte a su paso. Por fin abordamos al catamarán que hará uno de los tres recorridos fluviales del cruce por los andes. Son cuatro más, vía terrestre: unos 1.350 kilómetros desde Santiago hasta Bariloche (Argentina).

Navegamos el Lago de todos los santos, que lleva ese nombre porque fue descubierto precisamente el día de los iluminados de la fe católica. El lago es azul plateado; cerca del volcán Osorno, sus aguas se ven blancas, producto del reflejo de la nieve que lo reviste. El lago se ve tranquilo, sosegado; solo se mueve por el efecto del motor del catamarán.

El Osorno empieza a alejarse; o soy yo el que se aleja. Poco a poco se fue perdiendo en la retina. Ya no me acompaña más. Ahora me topo con el volcán Tronador, llamado así por el estruendo que produce cuando sus bloques de hielo se descuajan. Extraño al Osorno.

En el barco conozco a varios colombianos. “Este frío está bueno para un aguardientico”, dice Juan Camilo Gómez, de Medellín, 29 años, sonrisa generosa y quien lamenta no haber llevado ese trago. “Lo que más me ha gustado son los pingüinos de la Isla de Chiloé”, dice Martha Uribe, paisa también. Le cuento que no pase por ese lugar y ella me confiesa que tuvo que pagar 220 dólares de multa en el aeropuerto de Santiago por tratar de ingresar al país un paquete de chorizos antioqueños que le traía a su hermana gemela.

A Chile está prohibido ingresar carnes, frutas y verduras. Y embutidos como los chorizos. “Esto es muy hermoso, estamos cruzando el paraíso. Pero me hace falta la señora”, dice Flavio Agudelo, de 65 años. Su esposa no lo pudo acompañar en este viaje que él siempre había soñado.

Parajes mágicos
Desembarcamos en Peulla, un pequeño poblado empotrado en la montaña. Alberto Schirmer es el gerente del Natura, uno de los dos hoteles del lugar, que parece el paraje encantado de un cuento de hadas. Allí habitan 120 personas, todas trabajadoras del sector turístico; hay una escuela con ocho niños, sus hijos pequeños, y una aduana donde se registra el ingreso de los turistas a territorio argentino. Estamos en la frontera.

Es también el hogar de pumas y ciervos que no se dejaron ver. Schirmer es nieto de Ricardo Roth, el hombre que hace casi un siglo tuvo la brillante idea de convertir la ruta comercial que comunicaba a esa zona de Chile y Argentina en un destino turístico. “Peulla es un santuario de la naturaleza, y un lugar muy entretenido”, dice este chileno de ascendencia suiza al explicar que allí se puede, desde cabalgar por las laderas de los andes, pescar, escalar y hacer cánopi: deslizarse por entre los árboles a través de un sistema de cable.

Pernoctamos en Peulla. Destino del día siguiente: Bariloche. Pero primero tuvimos que entrar al Parque Nacional Nahuel Huapi; pasamos por Puerto Frías, donde tomamos un chocolate caliente con coñac, que sirvió para apaciguar el inclemente frío; ahora, Puerto Alegre y Puerto Blest.

Por fin estamos en Bariloche. Hace un frío estremecedor y el viento sopla con fiereza. Damos el paseo de reconocimiento: el centro cívico, con sus edificaciones de madera y piedra, las chocolaterías, la iglesia de torre puntuda. De comida, una parrilla argentina y un Malbec de la región de Mendoza.El viaje empieza a extinguirse en el cerro La Catedral, en Bariloche.

El centro de esquí más grande de Latinoamérica; ascendemos hacia los picos sentados en sillas elevadas por cuerdas y motores. Hace más frío acá arriba. Tocamos la nieve. Anhelada nieve, que empieza a descolgarse con la entrada de la primavera. Esquiadores de todo el mundo se deslizan raudos por la montaña blanca. No pude esquiar. Para hacerlo necesitaba, mínimo, medio día de instrucción y no había tiempo. Estar ahí, sintiendo la nieve, fue suficiente.

Cada vez que tengo el privilegio de viajar descubro que en cada sitio hay un paraíso posible. Cruzar los andes, navegando los lagos infinitos, surcando volcanes y bosques, no puede ser otra cosa que un viaje al paraíso.

Pasión por Buenos Aires



Un mapa y un par de tenis son suficientes para conocer la capital argentina. Prepárese para llenarse de tango y espíritu argentino, y para disfrutar de una ciudad maravillosa, que nunca duerme: la París latinoamericana.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.

ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO


Publicada el 25 de octubre de 2009.

Domingo 4 de octubre en Buenos Aires. No es un día común y corriente. En horas de la mañana falleció la cantante Mercedes Sosa, y en el ambiente se respira un luto generalizado.

Pero también hay alegría. En la tarde de ese domingo, después del anuncio de la muerte de ‘La Negra’, el Boca Juniors le ganó al Vélez Sarsfield en un partido de infarto que terminó con un marcador de 3-2, y con un gol que pasó a la historia: un cabezazo de Martín Palermo desde los 40 metros de distancia. Golazo. Los seguidores del Boca celebran en una algarabía de locos.

Y aunque la primavera comenzó oficialmente semanas atrás, el 21 de septiembre, es el primer día de la temporada en el que el cielo está completamente despejado, sin los rezagos del invierno que acaba de azotar a los porteños.

Calurosa y acogedora, así me recibió Buenos Aires. Ese mismo domingo también se conmemoró el día de Nuestra Señora de Luján, la patrona de Argentina, y un millón 300 mil devotos caminaron varias horas hasta su santuario a agradecerle los favores recibidos.

Importantes acontecimientos, y yo estoy aquí.

Ziza Carla Palanques es una española de 30 años que hace cinco llegó a Buenos Aires detrás de un amor. Y aunque el amor se extinguió por un argentino ingrato, su romance con la ciudad sigue latiendo en sus arterias.

“Es un placer vivir en Buenos Aires: es una ciudad bella, tiene cultura, frivolidad, es una ciudad que no duerme; es caótica en el tráfico, desordenada, pero hay algo especial en la atmósfera que la hace una ciudad maravillosa. De aquí no me voy”, dice ella.

Si usted va a Buenos Aires Levántese muy temprano y prepárese para caminar si realmente quiere descubrir la ciudad.


Paseo por la historia porteña

El metro es una de las mejores formas para conocer la esencia de las ciudades. Así que, a través de este medio –que allí llaman Subte-, llegué hasta el centro de Buenos Aires.

Arribé a la estación de la Catedral Metropolitana, donde me recibió la imagen del Cristo del Buen Amor, con un libro abierto donde los visitantes dejan sus mensajes.

Escribí el mío y caminé unos pocos metros, donde se impone un altar de la patria, en medio de santos y figuras celestiales. Es el mausoleo del libertador José San Martín Guerrero, donde reposan sus restos al lado de los de un soldado desconocido.

Salgo del principal templo de la fe católica argentina y a solo una cuadra me encuentro con la mítica Plaza de Mayo, con su pirámide rodeada de palomas alimentadas con granos de maíz que les arrojan los turistas, pero sin las legendarias madres de mayo que se reúnen los jueves a recordar a sus hijos, víctimas de la dictadura militar.

Al fondo está la Casa Rosada, un imponente monumento histórico nacional y despacho de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Camino por la avenida de Mayo, rumbo al Congreso de la República, donde horas más tarde velarían el cuerpo de Mercedes Sosa.

Imperdonable dejar de conocer el emblemático Café Tortoni, que está en esa vía. Pido un café oscuro, que sirven con un pocillo de soda adicional, y un par de empanadas argentinas: una de carne y otra de pollo.

Una pareja baila tango, con sensualidad y maestría. El tango tiene el don de acariciar el alma. Ahora ratifico por qué este ritmo fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Doy un vistazo a las figuras de cera de Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y Alfonsina Storni, que alguna vez concurrieron alguna vez al Tortoni.

Descubro que la arquitectura de Buenos Aires tiene muchos ‘aires’ a la de París. De eso da fe el Congreso, inmaculado y majestuoso, rodeado por piletas de aguas frescas, entre un inventario edificaciones muy parisinas que me voy topando en el camino. No en vano, A Buenos Aires la consideran la 'París Latinoamericana'.

Llego a la Avenida Corrientes, sitiada de teatros con diversos espectáculos en cartelera (en la noche iría a uno de ellos), y entró a un par de librerías. Los libros en Buenos Aires son baratos. Compré cinco, a muy buen precio. Por Corrientes llego a uno de los principales íconos de la ciudad: el Obelisco, en la avenida Nueve de Julio, catalogada como una de las más anchas del mundo por sus 140 metros de carriles. La foto para el recuerdo y sigo mi periplo.


La Boca: tango y fútbol

Llegué en taxi hasta la Boca, escenario de visita obligada. ¿Quién ha ido a Buenos Aires y no tiene una foto en Caminito? Las carreras en taxi, en esta ciudad, resultan económicas. Incluso, más que en Bogotá.

A pocos kilómetros del lugar, el taxista me señala una villa de invasión, la 31, y me advierte que no es recomendable ir a la Boca en las noches. Pasamos por el estadio del Boca Juniors, abarrotado de hinchas eufóricos, que a esa hora se preparaban para ver el partido contra el Vélez. Y llegamos a la Boca. Caminito, con sus muñecos de Eva Perón y de Diego Armando Maradona saludando desde la ventana de una casa angosta de colores vistosos, da la bienvenida. Al lado, un hombre que parece el hermano gordo y moreno de Maradona, y que aprovecha su afortunado parecido con el astro para que los turistas se tomen fotos con él a cambio de cuatro pesos (un dólar). Lleva la camiseta celeste con blanco, marcada con el número 10.

Claudia, una bailarina de tango de nariz respingada, ojos negros y piernas espigadas, me convence para que me tome una foto con ella, a cambio de 15 pesos. Casi tres veces más de lo que cobra el Maradona de mentiras de Caminito. Realmente fueron tres fotos con Claudia.

A pocos metros, en un restaurante al aire libre, una pareja de verdad sí baila tango; un hombre toca al bandoneón sentado en una butaca de madera, con su sombrero boca arriba a la espera de un donativo; tiendas de artesanías, de recuerdos y camisetas de combate de los equipos de fútbol argentino.

El almuerzo, una tradicional parrilla argentina en el sector de San Telmo. Trae mollejas fritas, chorizo y tres cortes de carne distintos: Bife de chorizo, vacío y cuadril. Me gusta más el primero; los otros dos cortes son muy magros. Qué buena carne la de los argentinos; no es infundado su prestigio. De guarnición (así llaman en Argentina al acompañante), preferí una ensalada a unas papas fritas. Y de sobremesa, una cerveza Quilmes –argentina por excelencia-, y luego, una Stella Artois. Me gustó más la segunda.

Camino por las calles del sector, donde todos los domingos hacen una feria; una especie de mercado de pulgas. En la calle Defensa, a lo lejos, ondea una bandera colombiana, que tiene como asta la espalda de José Luis Quintero, un joven bogotano estudiante de fotografía que se gana el sustento vendiendo tazas calientes de café colombiano. Dos de sus amigos ofrecen arepas paisas y patacones a los turistas.

Hay pintores que dibujan retratos de los forasteros y un grupo de músicos brasileños hace retumbar la calle con sus tambores; es el comienzo de una samba, de esas que tienen el poder infalible de hacer mover el cuerpo de quienes la escuchan.


Monumentos y zonas verdes

Siempre tuve claro que tenía que ir al cementerio de La Recoleta. Pero antes entro a la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, que queda al lado, y que hace parte de todo el complejo religioso fundado hace cerca de tres siglos por la orden de Los Recoletos.

Al costado derecho encuentro un altar con una imagen de la Virgen Dolorosa, al lado de los cráneos coronados de dos santos, acicalados con piedras preciosas: son los restos del Papa San Urbano y Santa Victoria.

En el mismo recinto hay 12 nichos, cada uno, con huesos de los 12 apóstoles. El cementerio está repleto de mausoleos hechos obras de arte donde reposan las familias más prestigiosas de la sociedad porteña; monumentos levantados a la semejanza del difunto, invadidos bellamente por la hiedra. Tributo a la muerte. La tumba más buscada por los turistas es la de Eva Perón. Me imagino una escultura imponente en su honor, pero no: está enterrada en la cripta familiar, y solo hay placas doradas con su imagen; su cabellera finamente peinada que termina en un moño en el cuello, y fragmentos de los mensajes que ella le dedicó a la clase obrera.

Hay otro camposanto, el Chacarita, que es más democrático. Precisamente allí cremaron los despojos de Mercedes Sosa, cuyas cenizas fueron esparcidas en Tucumán, Mendoza y Buenos Aires. Sus ciudades del alma. No alcancé a ir al Chacarita.

En el barrio de la Recoleta está el Centro de Diseño de Buenos Aires, y 200 metros abajo, en la Plaza de Naciones, una flor metálica de 20 metros de altura y 18 toneladas de peso, tiene sus pétalos plateados abiertos. La llamada flor inteligente se despliega en el día y se cierra en las noches, impulsada por la luz del sol.

Enseguida está la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que se levanta imponente con sus monumentales columnas en la avenida Figueroa Alcorta, y que parece un monumento romano.

En Buenos Aires hay extensas zonas verdes y parques, sobre todo en el sector de Palermo. Uno de los más concurridos son el Rosedal, donde además de jardines florecidos de colores, hay un lago que los turistas pueden navegar en pequeños botes. Algunos hacen deporte, otros leen un libro y unos más juegan o toman un baño de sol primaveral.

El Jardín Japonés es otro santuario a la naturaleza. Tiene senderos y esculturas al estilo oriental. La noche en la Reina del Plata A Buenos Aires también la llaman la Reina del Plata, haciendo alusión al río de aguas plateadas que la bordea y que sirve de frontera con la república vecina de Uruguay.

Precisamente el río surca el sector de Puerto Madero, un barrio exclusivo de Buenos Aires y otrora puerto de embarques, hoy escenario de modernas y lujosas edificaciones. Sobre el río, la fragata Sarmiento, hoy convertida en museo; una lancha pasa a su lado y se ve diminuta.

Desde ahí se aprecia el Puente de la Mujer, obra del arquitecto español Santiago Calatrava. Tiene la imagen abstracta de una pareja bailando tango, solo permite el uso peatonal, se sostiene con tensores de acero y tiene la facultad de moverse para darle paso a las grandes embarcaciones. Está oscureciendo, y Puerto Madero empieza a iluminarse con luces de tonos azules y violetas. De ahí salgo para la zona fashion de Buenos Aires: Palermo Soho y Palermo Holiwood, repleta de tiendas de diseñadores en ascenso. Los precios no son inalcanzables, y permiten hacerse a una buena prenda, de un diseñador que tal vez llegará a ser famoso.

Si quiere hacer shopping, está en el lugar equivocado. Mejor váyase para la calle Florida, paraíso de las compras porteñas. Paso por allí, rumbo a la avenida Corrientes. Es hora de ir a teatro, con mi amiga y colega, la periodista argentina María Noel Álvarez. Hay muchas opciones, entre estas, el legendario Fantasma de la ópera.

Ella escogió Corazón idiota, un divertido y dramático musical que reflexiona sobre los devenires del amor entre dos mujeres distintas: una tremendamente impulsiva y otra, radicalmente racional.

No podía terminar mi viaje sin ir a un boliche. Así conocen a los bares, que tocan de todo tipo de música, y una que otra cumbia al estilo villero, homenaje a las clases populares argentinas. Al salir del lugar, el sol ya estaba en todo su esplendor.

El peregrinar de emigrantes religiosos


Del catolicismo al Islam o a la fe de Krishna; del protestantismo al judaísmo. Viajes religiosos en búsqueda de la fe.

Publicada el 14 de marzo de 2008.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACTOR DE EL TIEMPO

Tres testimonios de fe. Una abogada que se convirtió al Islam, un antropólogo que abrazó la fe de Krishna y un analista de sistemas que se está convirtiendo al judaísmo confiesan los motivos que los llevaron a emprender un peregrinaje religioso en la búsqueda de su verdadera fe.
Sus historias son las mismas de millones de personas en el mundo que cambian de religión en un fenómeno social denominado “migración religiosa”. La Iglesia Católica resulta ser una de las más diezmadas.
Eso lo reconoce Fabián Marulanda, secretario general de la Conferencia Episcopal de Colombia quien admite que el catolicismo ya no alcanza a cubrir el 90 por ciento de los colombianos, como en otras épocas.
Para el sacerdote, este fenómeno no es exclusivo del país sino que corresponde a una tendencia mundial originada por el pluralismo de cultos.
En Estados Unidos, por ejemplo, un estudio reciente estableció que el cristianismo (que alberga católicos y protestantes) ha decaído en un 50 por ciento desde 1970 y que cada vez son más las personas que confiesan no pertenecer a ninguna religión.
Sin embargo, monseñor Marulanda afirma que a la Iglesia no le interesa la cantidad sino la calidad y el compromiso de sus fieles.
“Qué ganamos con católicos desteñidos y sin convicciones. Eso no es garantía de nada”, advierte.
Y agrega que la migración del catolicismo a otras confesiones puede obedecer, entre otras cosas, a que la Iglesia Católica Romana, por ser mayoritaria, no tiene una relación muy estrecha con los fieles como sí ocurre con otras iglesias y sectas más pequeñas donde el pastor está más cerca de la gente y de sus problemas.
Aunque no existe un estudio que establezca cómo está Colombia en los asuntos de la fe, Fabián Salazar, coordinador del Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones de la Universidad del Rosario, asegura que la migración religiosa es una realidad en el país.
Lo anterior, explica este teólogo, es el resultado de la búsqueda de nuevas experiencias espirituales y a que la fe no ha sido ajena a la globalización.
Salazar también indica que la Iglesia Católica en Colombia ha venido perdiendo fieles en los últimos años, y que esto puede obedecer a la falta de formación religiosa tanto en los colegios y en las catequesis, pues esta no genera bases sólidas en la religiosidad. Por eso, muchos, cuando llegan a la edad adulta, pasan de iglesia en iglesia.
“Para un gran número de católicos la Iglesia solo es el Papa, la Virgen María o las misas de los domingos. No conocen ni comparten la parte dogmática, y el conocimiento es muy limitado”, agrega Salazar.


De católica ex comulgada, a consagrada musulmana

“Jesús es Dios?”, le preguntó a la profesora. Tenía siete años y estaba en segundo de primaria. La maestra, atónita, no supo qué responderle.
En ese momento, recuerda Sofía Méndez, empezó a hacerse preguntas sobre la fe que desde ya palpitaba en su corazón.
Criada en una familia católica, a los 14 años se fue de la casa y se casó por lo civil. Dos años más tarde, ya con dos hijos, fue a confesarse en una de las parroquias de Madrid (Cundinamarca), y el sacerdote que la atendió no la absolvió. Al contrario, le dijo que quedaba ex comulgada por haberse casado tan joven, y fuera de la institución católica.
“Fue terrible sentir que me quedaba sin religión, pero luego comprendí que esa tampoco era la mía”, cuenta la mujer, hoy de 31 años y abogada de profesión.
La niña creció y empezó a indagar sobre las raíces de los indígenas muiscas. Sentía que ahí podría estar la salida a su sed espiritual. Y en esa labor llegó hasta el Archivo de Indias de Sevilla (España). Ya había pasado por varias iglesias protestantes de las que huyó decepcionada porque, según ella, son una suerte de mercado religioso.
Incluso viajó hasta Israel, vivió con los judíos durante un mes y quiso unirse a ellos. La idea no funcionó.
“Alá, Dios, Yavé. El que sea. Estoy aquí. Necesito una respuesta”, se dijo muchas veces, y seguía buscando respuestas.
Estando en España, en el apartamento donde vivía, encontró la primera señal que la conduciría a descifrar su gran enigma: un ejemplar del Corán (libro sagrado del Islam), apareció en su mesita de noche.
Ya había leído sobre esta religión. Pero solo hasta que conoció a un musulmán, quien le compartió unos textos, concluyó que su búsqueda había terminado.
Hace cinco años se convirtió en musulmana. Se casó por segunda vez, ahora con un turco, quien ha sido su maestro espiritual. Es feliz, porque al abrazar al Islam pudo abrazar toda su fe. “Lo mejor de ser musulmana es que me permite seguir amando lo que siempre he amado”.

Cinco años sin sexo: cuestión de fe
Era un reto difícil. Entre otras cosas, tenía que convertirse totalmente en vegetariano y hacer un uso regulado del sexo.
Renunciar a la carne fue duro, pero más difícil resultó hacerle el quite a las tentaciones del cuerpo. Y más para un joven de 21 años con las hormonas alborotadas. Durante cinco años, mientras avanzaba su transformación espiritual, llevó una vida célibe. Hace dos se casó. Igual, el cuerpo para los de su religión es un templo, y se debe respetar.
Fue complicado, lo reconoce. Sin embargo, no hay nada que la mente y el espíritu, y sobre todo, Dios, no puedan superar.
Eso lo asegura Diego Fernando Rivas, un antropólogo bogotano de 28 años que desde hace siete, cansado de divagar y de una vida llena de excesos, decidió convertirse al Vaishnavismo, la religión de Krishna. Lo hizo después de que Dios le enviara varias señales para que lo recibiera en su corazón de una vez por todas. “Dios no se equivoca”.
Él prefiere que lo llamen Kripa Rama Das, su nombre espiritual, que significa “Sirviente de la misericordia de Dios sobre la Tierra”.
Por karma, asegura, nació católico. Pero nunca se sintió como tal. Nunca se aferró a ninguna religión.
Una de las preguntas que jamás le respondieron los curas con los que estudió en el colegio era qué pasaba a la hora de la muerte. Siempre creyó en las teorías de la reencarnación –vetadas por la Iglesia Católica-, y se acabó de convencer de ello cuando abrazó la cultura védica.
Al cambiar de religión, o mejor, al comprometerse con una, Kripa asegura que le encontró por fin un sentido a la vida. Ayudar a los demás y tener un equilibrio entre la mente y el cuerpo es su mayor bendición.
Hoy es uno de los líderes de esta confesión en Colombia. Sin pretenderlo, su madre está a punto de convertirse también. Incluso, varios de sus amigos ya se convirtieron a la fe Krishna.
Su trabajo como docente en las universidades del Rosario y Nacional lo alterna enseñando yoga. También dirige una olla comunitaria en la Nacional en la que 400 estudiantes almuerzan comida vegetariana a mil pesos el plato.
Y cuando le queda tiempo sale a la calle con sus compañeros a alabar a Dios con el ya popular “Hare Krishna, Hare Krishna”, que significa: “Oh, mi señor, por favor, déjame ser un instrumento de tu amor”.


‘El Judaísmo es más que una religión, es un estilo de vida’
Tuvo suerte al nacer circuncidado. De lo contrario, ahora Víctor Manuel Jará tendría que someterse a un procedimiento médico para descubrir y purificar su sexo. Está en proceso de conversión al judaísmo, y esa es una de las condiciones básicas de los varones judíos (a los niños los circuncidan a los 8 días de nacidos), y que no excluye a los conversos.
Ese requisito no es el único que lo une a esa religión. Su abuelo era de origen judío. Eso solo lo supo hace 14 años, cuando decidió aprender hebreo, cansado de un trasegar agridulce por varias iglesias protestantes.
Entonces, ya hace rato se había convencido de que había sido católico de crianza, pero no de corazón y menos de convicción. Su periplo religioso estaba lleno de vacíos y preguntas sin responder.
Mientras aprendía hebreo, con el fin de comprender libros y textos escritos originalmente en esa lengua, descubrió la Torá (sagradas escrituras) y el estilo de vida de los judíos.
“El judaísmo es un estilo de vida más que una religión”, dice convencido este cucuteño de 53 años, casado hace 30, padre de tres mujeres y nieto de un par de mellizas.
Asumir una dieta sana, ausente de la carne de cerdo; renunciar a las fiestas de los viernes en la noche (comienzo del Shabbat) y a los sábados como un día clave para sus negocios fueron tareas difíciles de cumplir. No menos difícil fueron los ayunos, las extensas jornadas de oración y el aprendizaje sobre la doctrina judía.
Pero las superó con una premisa fundamental del judaísmo: el amor y la unión familiar, la tranquilidad espiritual y el apoyo por sus compañeros de devoción.
Sin pausa, pero sin prisa. Así avanza su proceso de conversión. Para él, además de los trámites legales, esto es un asunto de fe que no debe depender de un papel.
Como un compromiso con la religión que profesa, fundó una librería especializada en textos judíos, al igual que una agencia de viajes por Internet cuyo destino principal es Israel. La tierra prometida que ya germinó en su fe.

Sin brazos, sin pies, sin preocupaciones





El australiano Nick Vujicic nació sin brazos y sin piernas. Superó las barreras y la discriminación, se hizo profesional y hoy recorre el mundo motivando a personas que se creen en desventura.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY

“Pies, para qué los quiero si tengo alas pa’ volar”.
Frida Kalho, 1953.

De un inesperado brinco se quita las cobijas de encima y queda en el suelo; se revuelva unos segundos para poder levantarse y se desplaza hacia el baño. Es un nuevo amanecer para Nick.
Hay que verlo para creerlo. Un hombre sin piernas y sin brazos se da mañas para lavarse los dientes, bañarse, peinarse y preparar el desayuno. Cuando puede monta a caballo, juega fútbol o se da un chapuzón en una piscina. ¡Sí, puede nadar!
Llevar una vida cotidiana de manera independiente es un logro ya viejo para Nick Vujicic, un australiano de 25 años que nació sin sus cuatro extremidades. Su mayor proeza, ahora, es recorrer el mundo contando su testimonio de superación ante miles de personas, de las cuales muchas se sienten en desventura.
La misma desventura que él padeció cuando, de niño, descubrió que era diferente a los demás y que para todo dependía de sus padres y de sus dos hermanos, que nacieron totalmente normales.
Llegó al mundo el 4 de diciembre de 1982 en Melbourne (Australia). Sus padres, un pastor cristiano y una ama de casa, no sabían que su anatomía venía incompleta. La madre nunca se hizo una radiografía.
En medio de la angustia y la frustración, se preguntaron varias veces por qué, si “Dios es amor”, permitía tal sufrimiento. Y pensaron que no sobreviviría mucho tiempo. Error. El bebé, de vistosos ojos verdes e incipiente pelo dorado, tenía la salud perfecta.
-¿De pequeño, cómo comprendió lo que le sucedía?
- Fue difícil convencerme de que yo valía la pena. Me comparaba con otros niños y deseaba que mi vida hubiera sido diferente. Pensaba que la felicidad existía solo con un cuerpo completo.
El pequeño Nick también se imaginaba que de grande ninguna mujer lo aceptaría como esposa suya. Y que en la noche de bodas no podría bailar con ella y que si llegaba a tener hijos no podría demostrarles su amor en un fuerte abrazo.
“Me sentía muy solo, solo quería que alguien me dijera que todo estaba bien, pero nadie podía hacerlo porque nadie sabe cómo se siente”.
Con la fortaleza que Dios les dio a sus padres –cuenta-, y que ellos le transmitieron, aprendió a defenderse en cosas básicas como comer y asearse. Y con el muñón que brota de su cintura –al que el llama mi hueso de pollo-, y que es cumple funciones de pie, aprendió a comer y a escribir. Le sirve también para desplazarse.
“Uno no sabe lo que es capaz de hacer hasta que no lo intenta”.
Esa misma fortaleza le sirvió para sobrellevar las burlas y chanzas de sus compañeros de colegio, que no lo veían como una especie de monstruo. Incluso, estudiar en un colegio regular fue una batalla ganada a pulso con sus padres. En esa época los niños con discapacidades no accedían a instituciones de educación regular.
-¿Cómo logró superar las frustraciones?
- Cambie de actitud al darme cuenta de que no era el único diferente. Luego, comprendí que Dios tenía un plan y un futuro para mí. Él no me ha olvidado, y jamás lo hará.
Creció, salió del colegio y entró a la universidad, donde se graduó como licenciado en comercio, planeación financiera y contabilidad.
Sin embargo, encontró su verdadera razón de ser contando su historia. Empezó en un pequeño grupo de oración cuando tenía 17 años y ya ha recorrido 12 países dictando conferencias sobre superación personal: narrando cómo logró rescatarse de las tinieblas para convertirse en un ser humano no solo conforme sino agradecido con su condición.
¿Qué piensa de las personas que se viven quejando por todo?
Aunque suelo sonreír, no siempre estoy feliz. Tengo mis días buenos y malos. Cada quien debe estar agradecido con lo que Dios le dio, y ese es mi discurso.
- ¿Cómo se imagina en 20 años?
–Con varios libros publicados. Ahora escribo uno: Sin brazos, sin pies, sin preocupaciones.
También me veo con una esposa y unos hijos, como un ejemplo universal.
Sin reparos, Nick confiesa que se conserva casto, no tanto por su condición sino por
rendirle tributo a Dios.
–Si volviera a nacer y pudiera escoger cómo sería su cuerpo, ¿qué preferiría?
–Elegiría volver de la manera que soy ahora. He visto cómo mi testimonio ha salvado
a muchas personas que se creían sin esperanza.

La monja abuela


Aurora Durango tiene 88 años, 8 hijos, 22 nietos y 7 bisnietos. Y también es monja. Hace 14 años, después de enviudar, ingresó por curiosidad a un convento de clausura. En todo ese tiempo solo ha salido unas pocas veces, al médico, y se rehúsa a volver con sus hijos, pese a sus súplicas.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY


Publicada en Carrusel en mayo de 2009.

Está sentada en una silla de madera, al otro lado de la reja. Por una hendija introduce su mano derecha y saluda apretando fuerte. Sonríe y da la bienvenida.
La reja, pintada de café claro, representa una línea divisoria entre sus dos mundos: el terrenal y el celestial. Y como decidió quedarse en el segundo, aclara que debe recibir la visita en ese lugar, a menos de un metro de distancia del invitado.
Empieza su relato contando que sus ocho hijos le hicieron un plantón en la puerta del monasterio de la Orden de la Visitación de Santa María, ubicado en Bosa, en el sur de Bogotá. Ella no recuerda muy bien la fecha, pero estima que fue hace cinco años.
Algunos de ellos, incluso, vinieron de Estados Unidos y España –donde están radicados - a pedirle que volviera con ellos.
“Me dijeron que ya era justo que me saliera, que yo vivía en una cárcel, que la familia se había dañado porque yo me había vuelto monja”, recuerda la hermana Juana Francisca. Pese a las súplicas, no cayó en la tentación.
“De aquí solo salgo para allí al lado”, les dijo, señalando el cementerio del convento.
El 15 de enero de 1995, viuda, con 74 años encima, ocho hijos, 22 nietos y varios bisnietos (que hoy suman siete), Juana Francisca dejó la comodidad de su hogar y la compañía de su familia para enclaustrarse en un convento del que, en 14 años, solo ha salido unas pocas veces para ir al médico.
“Claro que quiero y extraño a mis hijos y a toda mi familia, pero aquí yo vivo muy contenta. Ya les serví a ellos. Ahora le sirvo a Dios”.
Corría el año de 1994 cuando el padre Carlos Manrique, entonces párroco de la Iglesia de Lourdes en Bogotá, y amigo de su familia, le contó que había un convento en el que recibían a viudas.
Ella le había dicho que estaba cansada de caminar tanto (unas 10 cuadras) para ir a misa todos los días, y que quería vivir más cerca de la iglesia. Fue ahí cuando él le sugirió que se volviera monja. “Ve, este tan bobo”, le contestó con incredulidad y sorpresa.
“No sabía que una mujer como yo (tenía 74 años entonces), con hijos regados por todo el mundo, podía entrar a los caminos de Dios”, cuenta. Además, confiesa que aunque siempre ha sido creyente, nunca tuvo vocación de monja.

De Aurora a Juana Francisca
No se quedó con la duda y llamó a pedir cita en el convento. La aceptaron y un mes más tarde decidió internarse.
Los primeros dos meses –sostiene- fueron durísimos. “En la calle me la pasaba mandando, regañando, con el bolsillito caliente. Y aquí uno tiene que pedir permiso hasta para irse a dormir, y no se puede cargar plata”, cuenta la mujer, oriunda de Santa Fe de Antioquia y quien asegura que la muerte de su esposo, cinco años atrás, también la condujo a darle semejante giro a su vida. Superada la prueba del encierro y la austeridad, decidió que ya nunca más volvería al mundo en el que, según ella, “‘anduvo dando mucha lora”’.
Pasó de llamarse Aurora Durango –su nombre de pila- para convertirse en la hermana Juana Francisca.
Rubiela Casas, madre superiora de esta comunidad, explica que a todas las religiosas de las ‘bautizan’ con otros nombres apenas toman los hábitos.
Ella -Rosa de María-, cuenta que a Aurora le escogieron ese nombre porque su historia era similar a la de la fundadora de la obra: Juana Francisca Fremiot, hoy santa de la Iglesia, y quien después de enviudar y con cinco hijos, no solo decidió que ser monja sino que conformó su propio ministerio.
Juana Francisca ya tiene 88 años y su salud está quebrantada. La artritis le impide levantarse en las mañanas a darles de comer a las gallinas del convento o a cuidar el jardín, como lo hacía antes. Y ya casi no escucha. “Lo mejor de estar sorda es que solo oigo lo que me conviene”, apunta, haciendo gala de su buen humor.
Como ya casi no puede caminar, se dedica al oficio con el que se ayudó a levantar a su familia: la costura.
Con su máquina de coser -lo único que se llevó de casa- confecciona los hábitos que lucen las hermanas.
Con su mano derecha, temblorosa, empuña un crucifijo de plata que sobresale en su pecho. Y dice, con una voz que se ahoga a ratos, que tiene un nuevo esposo: Jesús.
“La hermana Juana Francisca es la alegría del monasterio”, dice Ángela de Jesús, una de sus compañeras.
Además de coser, dedica gran parte del día a la oración. Se levanta a las 2 de la mañana. En su celda –así llaman las hermanas a las habitaciones-, donde solo hay una cama pequeña, una imagen de Cristo y otra de la Virgen María, empieza a orar.
Sagradamente reza nueve rosarios al día, y eleva plegarias por los más pobres, por sus compañeras, por la paz de Colombia. Y por supuesto, por toda su familia. Aunque no está físicamente con ella, siempre la tiene presente en su oración.

No podemos disfrutar a nuestra mamá’
Luis Carlos, uno de sus hijos, dice que cuando su mamá se fue para el convento él y sus hermanos pensaron que sería algo pasajero.
Después de insistirle que volviera a casa, comprendieron que era su decisión y que no podían ser egoístas. “Dios la escogió solo para él, y eso la hace feliz”, cuenta.
Sin embargo, la ausencia sigue siendo abrumadora. “Es duro tener la mamá viva y no poder gozar de su compañía, no poder abrazarla y compartir todo el tiempo que uno quisiera”, sostiene.
Juana Francisca asegura que ha tenido mucho tiempo para arrepentirse de los pecados que cometió cuando estaba en la vida mundana. Sin embargo, no cree que ya tenga ganado un cupo en el cielo.
“Hay que ir al purgatorio, a pagar por los pecados. Al cielo no se entra así de facilito”.
-¿Ya a estas alturas, no sería mejor estar en su hogar, con su familia?
-No. Uno afuera va a misa, pero sale y se olvida de Dios. Acá lo tengo todo el tiempo.

‘Somos prisioneras de Dios’
Vivir en clausura es la principal virtud de las hermanas de la Visitación de Santa María, una comunidad fundada en Francia, y que en el 2010 cumplirá 400 años de labores. Está presente en 34 países, y en Bogotá fue fundada en 1918.
El padre Víctor Moreno, capellán del convento, cuenta que las 38 hermanas congregadas allí, la más joven de 14 años y la más vieja de 94 –entre estas Juana Francisca-, no tienen ningún contacto con el mundo exterior.
Solo salen cuando es realmente urgente (al médico, por ejemplo) y las visitas de sus familiares y amigos las reciben en un locutorio dividido en dos por una reja. Ellas no pasan del otro lado.
“Somos prisioneras de Dios. A él le entregamos lo más sagrado que nos dio: la libertad”, cuenta Rosa de María, la madre superiora de esta obra que subsiste solo con lo que les deja la venta de los huevos de 4.000 gallinas, el pan que venden en el convento y de los bordados. No tienen más ingresos. La austeridad es parte de su compromiso de fe y oración.

Los ateos se quitan la cruz de encima



Aunque recientes encuestas han determinado que Colombia sigue siendo un país creyente, hay un despertar intelectual que busca cuestionar los asuntos de fe. Muestra de ello es el libro ‘Manual de ateología”.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY

Publicado en El Tiempo el 24 de mayo de 2009.

Aprovechando que en estas épocas no los pueden condenar a la hoguera o a la horca, 16 personalidades del país decidieron confesar por qué no creen en Dios. Lo hicieron en un libro de una celestial pasta azul, titulado Manual de Ateología.
Con la publicación, de la editorial Tierra Firme, no pretenden crear una nueva religión ni promover el ateísmo.
“Lo único que se busca es estremecer la fe de muchos colombianos, apelar a la racionalidad de esa inmensa mayoría católica y religiosa del país”, sostiene el abogado y politólogo José Manuel Acevedo, editor del libro, que ha encendido el debate sobre el ateísmo y el agnosticismo como una tendencia que aparentemente empieza a despertar en Colombia, o al menos, a destaparse.
En muchas cosas cree firmemente el ex magistrado Carlos Gaviria, quien hizo parte de esta recopilación: en la razón y el pensamiento, y en que la decencia debe ser un mandato tanto para los creyentes como para los no creyentes.
Sin embargo, no cree que su vida deba regirse por preceptos meramente divinos. Gaviria se confiesa agnóstico, que es muy diferente –aclara él- a ser ateo.
Los agnósticos son aquellos que, ante la imposibilidad de demostrar la existencia o la inexistencia de Dios, solo aceptan el conocimiento. Y los ateos niegan tajantemente la existencia de Dios. No obstante, ambas corrientes van de la mano, pues cuestionan el fervor hacia un ser supremo.
El dirigente político tampoco cree en aquellos que se rasgan las vestiduras en nombre de la Iglesia Católica. “Colombia es un país católico porque casi todos los colombianos han sido bautizados, pero solo un grupo selecto de personas vive el cristianismo de una manera conciente”, advierte Gaviria.
Y añade que si este realmente fuera un país cristiano, “no ocurrirían las cosas tan espantosas que ocurren”.
De Colombia se ha dicho históricamente que es un país de mayoría católica, y hasta la Constitución de 1991 el catolicismo era la religión oficial. Desde ahí se estableció que el Estado sería laico.
En la reciente Semana Santa el cardenal Pedro Rubiano reafirmó públicamente esa premisa al asegurar que las multitudinarias manifestaciones de fe en todo el país son una muestra de que la fe católica se sigue imponiendo.
En una encuesta publicada a finales del año pasado por la Universidad San Buenaventura con 1.800 personas, en Bogotá, el 92 por ciento de los consultados se declaró creyente. Y solo un 3,2 por ciento dijo ser ateo, mientras que el 3,8 por ciento manifestó ser agnóstico. De cada 10, ocho respondieron que eran católicos.
Isabel Corpas, doctora en teología y directora de la Maestría en Estudios del Hecho Religioso en la misma universidad, afirma que esos resultados son una muestra de que sí hay una población mayoritaria que cree en Dios y que los no creyentes son realmente pocos.
Corpas, católica de convicción, cree que los relatos del libro en mención son totalmente respetables desde el punto de vista intelectual, pero estima que las razones con las que muchos argumentan no creer en Dios, son cuestionables.
“Algunos no creen desde la ciencia (las teorías de la evolución, por ejemplo), o por el testimonio de vida de algunos sacerdotes. Es muy distinto no creer en los curas que no creer en Dios”, dice Corpas.
Otra encuesta hecha con 700 personas por Datexco y contratada por la revista Cambio, en noviembre del año anterior, tuvo resultados similares: el 96,6 por ciento admitió sí creer en Dios, frente a un 3,3 por ciento que expresó lo contrario. Sin embargo, no existe un estudio que, de manera global, haya medido a Colombia en asuntos de fe.
Monseñor Fabián Marulanda, secretario de la Conferencia Episcopal, admite que ese “noventa y tanto” de población católica del que siempre se ha hablado, ha diezmado en los últimos años gracias al pluralismo de cultos. Pero aclara que a la Iglesia no le interesa la cantidad de los fieles, sino la calidad de estos y su compromiso.

¿Creer o no creer?
“El ateísmo honesto no es un asunto de moda, o de rebeldía, o de ignorancia; es el fruto de una decisión vital que requiere también de profundos procesos de madurez y de autorreflexión”, sostiene el teólogo Fabián Salazar, coordinador del Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones de la Universidad del Rosario.
Según él, es más valioso un ateo coherente que un creyente mediocre. “Estos últimos le hacen el verdadero daño a la religión”.
Para el sacerdote jesuita Carlos Novoa, doctor en teología y docente de la Universidad Javeriana, el problema es que los ateos, estrictamente hablando, “no existen porque todos tenemos fe en algo”.
“Héctor Abbad cree en el amor y la vida; Florence Thomas cree en la superación de las discriminaciones; Daniel Samper Ospina cree en un mundo sin politiquería y sin exclusiones. Esos son sus dioses”, exclama el sacerdote al referirse a algunos de los autores del libro.
Sin embargo, según él, todos ellos están en su derecho a no creer en el dios cristiano o en Jesucristo, pero aclara que solo por esa postura no pueden considerarse ateos.
Más que ateo, Fabián Sanabria, director del Grupo de estudios de las subjetividades y
creencias contemporáneas de la Universidad Nacional y decano de la facultad de
ciencias humanas de la misma institución, se declara agnóstico.
Manifiesta no estar seguro de la existencia de ese Dios con mayúscula, único o
monoteísta, e incluso castigador que han promovido las grandes religiones.
Sanabria no cree que el ateísmo se esté convirtiendo en una tendencia, pero sí afirma
que las conductas religiosas de los colombianos están cambiando: de una religión
institucional a una religión más experimental. Sobre todo en la gente joven.
“Hoy en día no se puede creer en la imagen del viejito chuchumeco detrás de las nubes, del
espíritu santo como una palomita o en el Cristo llevado, como el Señor Caído de Monserrate”,
comenta Sanabria al asegurar que sí hay un despertar religioso que invita a madurar la fe.

El auge del ateísmo
En el mundo hay un auge sobre el ateísmo. Autores como Richard Dawkins (El espejismo de Dios) y Christopher Hitchens (Dios no es bueno)han vendido millones de libros con sus testimonios.
Hay varias confederaciones internacionales de ateos, y en Europa, desde Londres hasta Barcelona, centenares de buses recorren las calles con el siguiente mensaje: “Dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
En Colombia no hay movimientos similares. Solo se conoce la existencia de un grupo de intelectuales antioqueños que se congregaron en un grupo: Escépticos Colombia, que promueve un pensamiento crítico y científico. No se declaran ateos radicales.
“Nos centramos en las pseudociencias y las afirmaciones irracionales que surjan en el territorio colombiano principalmente”, sostiene Hernán Toro, uno de sus miembros.
Él cree que el porcentaje de ateos puede ser bajo “en el país del Sagrado Corazón de Jesús”, sobre todo porque esta postura resulta políticamente incorrecta. Pero sí estima que hay un despertar intelectual al respecto.
“Buena parte de políticos no aceptan su ateísmo o su agnosticismo porque son concientes del caudal de votos que le arrebataría semejante confesión en un país tan tradicionalista y religioso como el nuestro”, concluye Toro.

CONFESIONES DE 16 ATEOS

Carlos Gaviria Díaz, ex magistrado.
“La gente se llama católica o cristiana pero no organiza su vida de acuerdo con los valores cristianos. Si lo hicieran, este país sería mucho mejor. Acá no se reflexiona sobre Dios, y si se reflexiona, se hace de una manera muy poco lúcida y muy poco racional. Toda persona que ha tenido acceso a la educación deber reflexionar sobre su relación con Dios y aclarar cómo debe comportarse con él y con los mortales”.

Héctor Abad Faciolince
“La religión, quizá, desde la antigüedad, mitigó en algunos malévolos su maldad, por miedo al castigo de una potencia sobrenatural. La religión les dio a los justos la esperanza de que en el más allá los malos serían castigados y los buenos premiados, cosa que raramente ocurre en este valle de lágrimas. Hoy en día vivo mi ateísmo con serenidad –me atrevo a decir- de beato. Dios ya no es un problema para mí”.

Humberto de La Calle, ex ministro
“En realidad no tengo problema con Dios. Y creo que, si existe, tampoco Él los tenga conmigo. O al menos debo creer que carecería de tiempo para ocuparse de mis asuntos, en vista de las colosales ocupaciones que le exigimos los humanos. (…)Los humanos carecemos de instrumentos racionales para afirmar de manera tangible la existencia de Dios. Pero tampoco hay prueba empírica de lo contrario”.

Florence Thomas, sicóloga, escritora y columnista
“¿Cómo podría creer en Dios si el monoteísmo –sea judío, cristiano o islámico- odió, temió, satanizó y difamó a las mujeres? Ejemplos, son miles. (…) Y qué decir de la satanización de Eva, esta mujer pecadora, trasgresora, desobediente y culpable de todos los males de la humanidad por haber tenido la formidable osadía de morder el fruto del árbol del saber, pecado que desde hace siglos seguimos pagando”.

Daniel Samper Ospina, director de la revista Soho.
“Aprendí a andar por el mundo sin una religión que me ayude a encontrar consuelo cuando alguien cercano se muere, o a darle sentido a este irse agotando día tras día hasta que un día a uno lo aplaste la vejez, o un cáncer, o un carro. Llevó bastantes años en los que me he librado de muchos dolores que deben padecer los practicantes: si acusan a un sacerdote de abusar de los niños, no siento que un líder me traicione”.

Gustavo Álvarez Gardeazabal, escritor y periodista.
Durante toda mi infancia y mi adolescencia me enseñaron que Dios era el responsable de lo que pasaba a mi alrededor, de lo que me sucedía a mí y a mis seres queridos. Todo había que ponerlo bajo la tutela de ese ser incorpóreo, desconocido e inasible. Repetir hasta la saciedad y antes de todo acto la frase condicionante “Si Dios quiere”, concretaba el poder absoluto que sobre nuestras vidas ofrecía ese Dios.

Carlos Dáguer, subeditor general de la revista Cambio

“Por un instante, los devotos deberían abandonar sus miedos y preguntarse si no es delirante que unos tipos dotados con nuestras mismas facultades determinen la esencia de los querubines o la arquitectura del más allá, y nos hagan creer que las ideas de un pueblo primitivo, retrasado y jodido son mejores que las que tenemos hoy”.

Cienciología: religión de poca fe



Esta práctica, que es blanco de duras críticas en varios países, busca ser considerada oficialmente como una comunidad religiosa en Colombia. Sus voceros se defienden y dicen que son una organización sin ánimo de lucro que busca el crecimiento espiritual. Así crecen en el país del Sagrado Corazón.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY


Publicada en El Tiempo el 26 de abril del 2009.

Entre la multitud que camina acelerada por la carrera 15 con calle 87 en Bogotá, Jairo Alonso Ramírez, un antioqueño de 50 años, distribuye volantes que invitan a los transeúntes a diligenciar, gratis, una prueba de personalidad.
¿Tus fracasos pasados todavía te preocupan? ¿Te resulta difícil confesar todo y aceptar la culpa? ¿Comprarías a crédito con la esperanza de no retrasarte en los pagos? Esas son tres de las 200 preguntas que conforman el examen.
Carlos Ramírez no tiene ni idea de qué es la Cienciología, pero acaba de entrar al principal templo de esta religión en Colombia, atraído por el test gratuito de personalidad que ofrece identificar miedos y problemas de actitud a través de un método científico.
Se entrelaza las manos y habla agitado, dejando ver que está ansioso. Oriundo de Ocaña (Santander), de 43 años y mesero de oficio, confiesa que le interesó la invitación porque quiere mejorar sus relaciones personales. “Y porque es gratis”.
Se sienta a responder la prueba, pero se levanta cinco minutos después. Quiere llenarla despacio, en casa. Prometió volver con el documento lleno.
Según los cálculos de César Borda, encargado del contacto con el público en la Iglesia de la Cienciología en Bogotá, el 10 por ciento de aquellos que llenan la prueba, entre universitarios, desempleados, profesionales y amas de casa, siguen en el proceso.
Es decir, toman los cursos, que van desde 15 mil a 600 mil pesos de acuerdo con su complejidad. En pocas palabras, ese 10 por ciento ingresará al redil de la Cienciología en Colombia, donde los fieles llegan a 20 mil de acuerdo con sus directivas. Carlos Ramírez podría ser uno de ellos.

Crece en medio de la polémica
En Internet abundan los documentos de desprestigio sobre esta práctica, que se promueve como la gran religión del siglo XX y que se ha hecho famosa porque a esta pertenecen personajes de la talla de Tom Cruise, Jonh Travolta y Jack Nicholson.
En Colombia la siguen con fervor el humorista Andrés López (La pelota de letras) y la actriz Ruddy Rodríguez que, aunque es venezolana, ha vivido aquí gran parte de su vida. Y también, advierten sus directivos, son cienciólogos varios funcionarios del Gobierno nacional y algunos políticos, cuyos nombres se abstienen de revelar.
Que lava cerebros. Que es una secta de fanáticos. Incluso, se ha difundido una supuesta frase de su fundador, un filósofo y escritor estadounidense llamado L. Ronald Hubbard: “Me gustaría comenzar una religión. Ahí es donde está el dinero”.
Según los cienciólogos, Hubbard, el ‘profeta’ que les reveló la “verdad” y creó esta religión, nunca dijo eso. Aunque en países como Estados Unidos y Canadá, y en otros más cercanos como Venezuela, Brasil y Ecuador es reconocida oficialmente como una comunidad religiosa, no sucede lo mismo en países de Europa como Alemania, Francia y Bélgica. En Alemania, por ejemplo, en el 2007 fue publicado El libro negro de la Cienciología, de la experta Ursula Caberta, que junto con informe oficial de la inteligencia alemana denunció que es “una doctrina fanática y una forma de totalitarismo que pretende lograr el control de la mente de una persona, hasta el punto de cambiar su identidad y su voluntad”.
En Francia, donde la consideran una secta, el año pasado fue acusada de ser una “banda de estafa organizada”.
La Cienciología no hace parte del inventario de religiones registrado en el Ministerio del Interior de Colombia. Según su vocera en el país, Ana Elena Ochoa, están en planes de obtener ese registro.
Sin embargo, según ella, la ausencia de ese reconocimiento no es impedimento para que puedan funcionar, y menos para que siga creciendo. Eso sí, aclara que sí es una religión. O mejor: una asociación sin ánimo de lucro con fines religiosos.
Ella, ciencióloga desde hace 20 años, afirma que cada día son más las personas que ingresan a esta comunidad, gracias a una premisa contundente: “En Cienciología no hay que tener fe en nada. Solo si se ha comprobado, es verdad. No hay dogmas de fe. Esta es una tecnología exacta que busca liberar espíritus y que abraza el sueño de hacer del mundo un lugar mejor”. Y añade que unos 40 mil colombianos han conocido y aplicado las prácticas de esta religión en los 33 años que lleva de fundada en el país. Actualmente se estiman en 20 mil los cienciólogos activos. En el mundo hay 10 millones distribuidos en 164 países.
En Bogotá tiene tres sedes: la principal está en el barrio Chicó, donde trabajan 60 personas. Todos son cienciólogos voluntarios que desempeñan diferentes tareas, y que según esta organización, reciben un pago en especie y otro en formación. La sede principal tiene cuatro pisos, y allí, al igual que en el resto de iglesias de todo el mundo, hay una oficina vacía en tributo a Hubbard. Aunque está a la vista del público, un lazo azul con blanco impide el ingreso. Sobre el escritorio hay una placa dorada con su nombre, una máquina de escribir y un jarrón con margaritas frescas. Los gastos del lugar –explican allí- se subsidian gracias a los cursos que adquieren los cienciólogos, y que nunca terminan “porque el aprendizaje es infinito”.
Las otras dos sedes, en Bogotá, están en Chapinero y cerca de Corabastos. También hay sucursales en Cali, Medellín y Barranquilla. Y en Cartagena y La Guajira hay practicantes que esperan abrir pronto sus propias iglesias. Aseguran también que en esta iglesia no existe la figura del diezmo. Aunque sí se piden donaciones para campañas de difusión de libros, por ejemplo. “Esto no es un negocio. No promovemos cosas raras, solo el crecimiento de la mente y el espíritu. Tampoco seguimos a extraterretres”, explica Hernán Gamboa, miembro de la junta directiva de esta iglesia, y aclara que la existencia de un supuesto ser alienígena llamado Xenu que solo se les revela a los cienciólogos de cierto nivel, es un mito de Internet.
En la vitrina de la sede de Bogotá hay dos pendones: el que invita a realizarse la prueba gratuita de personalidad, otro que dice: “Estamos contratando”.
-¿Ofrecen empleo?
-Es un formalismo, responde Gamboa.
-¿Entonces qué ofrecen? La posibilidad de que participe en alguna de las áreas de la organización. No hay un contrato establecido, ni un pago. A cambio, la persona recibe el entrenamiento para que desempeñe su cargo y aprenda sobre Cienciología.
Aunque él no lo ve de esa manera, esta es una estrategia más para ‘reclutar’ nuevos devotos para la religión de L. Ronald Hubaard.

‘Viven robotizados’
Aunque en Colombia no ha suscitado controversias mediáticas, sus seguidores reconocen que han sido salpicados por las críticas surgidas en otros países.
“¿Qué pasó con los primeros cristianos?: los echaron a los leones. Este es un movimiento nuevo del que la gente suele hablar sin conocer”, añade Ana Elena Ochoa.
La teóloga Jenny Santamaría, quien realizó una investigación sobre tendencias holísticas y de la Nueva Era en Colombia -entre estas la Cienciología-, advierte que el crecimiento de esta práctica en el país tiene que ver con el auge mundial que invita a la búsqueda de nuevas espiritualidades.
Sin embargo, ella advierte sobre posibles peligros relacionados con una de las premisas de esta religión: la potencialidad del poder mental del hombre. “Como no hay una divinidad, todo gira alrededor del hombre, y cuando este crea que domina todo, solo creerá en sí mismo, no necesitará de los demás y limitará su capacidad afectiva”, cuenta la especialista.
Y añade que aunque en la Cienciología se predica la libertad, está puede convertirse en esclavitud. “La verdad para ellos la reveló Hubbard. Los cienciólogos terminan siendo robotizados, aunque se sientan liberados, porque siempre van a seguir lo que él recomendó”.

Así se extiende en el país
Para la organización de la Cienciología aumentar su redil es una de sus misiones fundamentales. Por eso, afirman, han distribuido miles de sus libros en la mayoría de bibliotecas públicas del país de manera gratuita.
También han extendido sus preceptos a través de varias organizaciones cuya metodología también fue diseñada por Hubbard.
Una de estas es Criminón, que significa (No crimen), y que pretende resocializar a los internos de las cárceles a través de cursos de derechos humanos y sana convivencia.
Según el Inpec, Criminón ha intentado, infructuosamente, ingresar a los penales del país. La más reciente fue hace algunas semanas, cuando se destapó un acercamiento entre las dos partes.
Según la directora del Inpec, Teresa Moya Suta, la fundación Escuela para una Nueva Vida –que representa a Criminón Colombia-, presentó una propuesta que consistía en dictar algunos cursos de manera gratuita, pero solo se quedó en eso: en una propuesta.
“El Instituto no tiene nada que ver con Cienciología; parto de que no creo en esas cosas, soy católica y creyente”, dijo Moya Suta, y aclaró que el Inpec no puede imponer creencias religiosas de ningún tipo porque Colombia es un país laico.
Por su parte Karina Alférez, subdirectora de Tratamiento y Desarrollo del Inpec, recuerda que en el 2005 y el 2007 se presentaron propuestas similares, que la entidad rechazó porque consideró que no eran convenientes.
“No prosperó nada porque no eran viables para la institución. El Instituto no se puede comprometer a construir saunas para los internos ni a suministrar medicamentos como lo establecían las propuestas”, explica Alférez, y aclara que en ese entonces las propuestas no era gratuitas porque, por cada interno, había que invertir más de un millón de pesos.
La funcionaria añade que aunque en dichas propuestas no pretendían enseñar Cienciología, al revisar el soporte técnico encontró que sí se sustentaban en ésta.
“En algunos países la consideran una religión o una secta altamente peligrosa, y el Instituto tiene la obligación de proteger la condición sicológica de la apersona privada de la libertad”, añade.
Según la Iglesia de la Cienciología, Criminón, al igual que el Camino de la Felicidad y Narconón (otras fundaciones que funcionan en el país), son iniciativas independientes que, aunque fueron creadas por Hubbard, no promueven la Cienciología y tampoco dependen de su organización.
Aunque el mismo ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio, sostuvo que no sabía qué era Criminón y que tiene entendido que ésta nunca ha entrado en las cárceles colombianas, en la página de internet http://www.blogger.com/www.criminon.org.co hay un vínculo dedicado a su obra en el mundo.
Y allí aparece un diploma expedido en Montería (Córdoba) el primero de marzo de 2006, con el membrete del Ministerio del Interior y Justicia.
Según el Inpec, ese diploma pudo ser el resultado de un taller dictado en Tierralta (Córdoba) para los internos de justicia y paz, a través de un programa con la oficina del Alto Comisionado para la Paz.
Víctor Hugo Jiménez, representante de Criminón Colombia, se declaró sorprendido por el rechazo a su iniciativa, que según él, solo busca ayudar a los presos.
Y añadió que desde hace varios años su organización ha venido trabajando de la mano con varias cárceles colombianas, tal y como se pudo comprobar en Internet.


En esto cree la Cienciología
- El hombre es un ser espiritual inmortal.
- El aprendizaje avanza mediante la auditación. Un auditor (cienciólogo entrenado) revisa la evolución y la carga mental y emocional a través de un aparato diseñado por Hubbard: el E metro
- El espíritu ha tenido vidas pasadas, y evoluciona a nuevas vidas cuando el cuerpo muere.
- No veneran a un Dios, pero luego de pasar por ocho niveles (dinámicas) se tiene contacto con un ser supremo.
- Aceptan a personas de diferentes religiones.

Así se rigen
Tienen un código de honor con 15 puntos o ‘mandamientos’. Algunos de estos son: Nunca abandones a un compañero en necesidad, en peligro o en apuro: Nunca necesites elogio, aprobación o compasión y nunca temas dañar a otro en una causa justa.
También siguen los 21 preceptos del Camino de la Felicidad, un libro que invita a cuidar de sí mismo, a ser moderado, a renunciar a la promiscuidad, a ser digno de confianza y a ser competente.

El fundador
Lafayette Ronald Hubbard (1911-1986) fue un famoso escritor estadounidense. Psicólogo, ingeniero, físico, militar y piloto, investigó durante 50 años para crear la Cienciología. Primero diseñó la Dianética, un sistema anterior de técnicas de autoayuda. Su obra está compuesta por más de 3.000 conferencias, 84 películas, tres series enciclopédicas, más de 500 novelas y relatos breves y más de 40 millones de palabras escritas sobre Dianética y Cienciología.

En el corazón de los musulmanes guajiros



La imponente mezquita de Maicao es el refugio espiritual de la comunidad de árabes que llegó a Colombia en busca de un mejor porvenir y que se niega a perder sus costumbres religiosas. Allí reivindican su fervor por Alá.


Publicado en El Tiempo el 16 de septiembre de 2009-08-25
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
MAICAO (LA GUAJIRA)
Una voz extraña y aguda rompe de súbito la rutina de Maicao. Proviene de un parlante y llega hasta el último recodo de esta ciudad guajira de 123 mil habitantes. Es viernes, el reloj marca las 11:40 del día y el sol abrasador lo cubre todo.
Allahu akbar, Allahu akbar, Allahu akbar, se escucha a lo lejos. La frase, que en su traducción del árabe al español significa ‘Alá es grande’, hace parte del adhan, llamado a la oración con el que convocan a los musulmanes a la celebración de todos los viernes al mediodía.
La voz, grabada, sale del minarete, una torre de 31 metros de altura de la mezquita Omar Ibn Al Khattab, lugar que congrega a la comunidad colombo-árabe de la zona.
Es un refugio espiritual en el que sus fieles celebran, por estos días, su décimo aniversario. Su construcción, que tardó cinco años, se logró gracias a las donaciones de la misma comunidad que, cansada de rezar en salones comunes y corrientes, decidió levantar un templo con todas las de la ley, como lo manda Alá. Hoy, no solo es la mezquita más grande de Colombia (solo hay tres, la otras, pequeñas, está en San Andrés y Cartagena), sino en una de las más imponentes de Latinoamérica.
Allí también se concentra la celebración del ramadán, el ritual más importante de los musulmanes, que empezó el jueves y que dura un mes.
Al igual que el resto de sus compañeros de religión, los musulmanes de Maicao ayunarán 30 días y se abstendrán de cualquier relación sexual.
La gran diferencia es que ellos terminan el ayuno diario, al caer la tarde, con un banquete de frutas que acompañan con aguadepanela con limón bien fría.
“Nos sentimos colombianos, pero no olvidamos nuestras raíces”, dice Riad Darswish, presidente de la Asociación Benéfica Islámica, un libanés de 60 años que habla con un exótico acento mezcla de árabe con guajiro.
El ajetreado comercio que hizo famosa a la ciudad se paraliza cuando suena el llamado a la oración de los viernes.
Por las angostas y calurosas calles caminan decenas de hombres y mujeres que van acelerados rumbo a la mezquita. Ellos entran por la escalera principal del templo, custodiado por dos robustas columnas blancas y en cuya torre se levanta una media luna que representa el calendario que rige al Islam.
Van vestidos con ropas frescas, y a la moda. Ellas, discretas y esquivas ante las cámaras, lucen trajes que las cubren por completo, largos y oscuros, pese al calor inclemente. Sobre sus cabezas llevan una pañoleta o hijjab, que reviste sus rostros. Entran por una suerte de sótano, y se ubican en el segundo piso. No pueden estar con los hombres. “Entre mujeres estamos más cómodas”, dice Rima Kassem, de 26 años, hija de padre libanés y madre colombiana.
Antes de ingresar al gran salón de la mezquita, todos se lavan las manos, los pies, las orejas y la cara en baños diseñados para que los fieles se puedan enjuagar. “Hay que purificarse, lo dice el Islam”, cuenta Hussein Mahfouz, un niño de 8 años, de cejas muy pobladas y ojos negros de mirada profunda.
Los zapatos se dejan en un mueble lleno de compartimentos para las cerca de 500 personas que se congregan en cada oración. Nadie puede entrar con los pies calzados.
Adentro, se juntan de a dos o tres, niños y adultos. El grupo se ubica en dirección hacia la ciudad de La Meca (Arabia Saudita). Mirando al oriente.
Se arrodillan, extienden los brazos y descansan la cabeza sobre una alfombra gigante que cubre todo el templo. Reposan mientras el imam (sacerdote), Abdul Basit, da su sermón en árabe, que dura hora y media. Basit es un egipcio que no habla español, y a quien enviaron desde el Oriente Medio a dirigir la fe de los cerca de 1.200 colombo-árabes que hay en Maicao.
La mezquita, de paredes impecablemente blancas, tiene unos pocos cuadros colgados con versículos del Corán, huele a alfombra recién lavada y la única imagen que cuelga es una especie de reloj electrónico que indica las oraciones obligatorias del día.
“Empiezan a las 4:29 de la mañana y terminan a las 7:00 de la noche”, cuenta Pedro Delgado, un samario, musulmán converso hace 20 años (hoy tiene 47), que estudió el Islam en Arabia Saudita. Dirige el programa de religión del colegio Colombo Árabe Dar El Arkam.
Allí, según Delgado, 500 niños –la mayoría hijos de matrimonios entre árabes y colombianos–, aprenden la religión y el idioma de sus ancestros. Delgado también traduce el sermón del imam para quienes no hablan árabe.
Mohamed Hammoud (dicen que cuatro de cada diez niños musulmanes llevan el nombre del profeta Mahoma) combina sus oficios como imam y comerciante. Estudió religión en su Líbano natal.
Lleva 9 años en Maicao, tierra en la que, según él, sus coterráneos encontraron un paraíso después de huir del conflicto del Medio Oriente.
“Acá nos quedamos. Somos parte de la identidad de Maicao”, cuenta el hombre, de 34 años, soltero, quien agrega que lo único que no le gusta es que aún muchos, propios y visitantes, relacionan a su comunidad con terroristas, ‘hombres bomba’ y hasta con Osamma Ben Laden. “El Islam es paz. El mensaje de Alá no es armarse, es la palabra”.