Un mapa y un par de tenis son suficientes para conocer la capital argentina. Prepárese para llenarse de tango y espíritu argentino, y para disfrutar de una ciudad maravillosa, que nunca duerme: la París latinoamericana.
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
Publicada el 25 de octubre de 2009.
Domingo 4 de octubre en Buenos Aires. No es un día común y corriente. En horas de la mañana falleció la cantante Mercedes Sosa, y en el ambiente se respira un luto generalizado.
Pero también hay alegría. En la tarde de ese domingo, después del anuncio de la muerte de ‘La Negra’, el Boca Juniors le ganó al Vélez Sarsfield en un partido de infarto que terminó con un marcador de 3-2, y con un gol que pasó a la historia: un cabezazo de Martín Palermo desde los 40 metros de distancia. Golazo. Los seguidores del Boca celebran en una algarabía de locos.
Y aunque la primavera comenzó oficialmente semanas atrás, el 21 de septiembre, es el primer día de la temporada en el que el cielo está completamente despejado, sin los rezagos del invierno que acaba de azotar a los porteños.
Calurosa y acogedora, así me recibió Buenos Aires. Ese mismo domingo también se conmemoró el día de Nuestra Señora de Luján, la patrona de Argentina, y un millón 300 mil devotos caminaron varias horas hasta su santuario a agradecerle los favores recibidos.
Importantes acontecimientos, y yo estoy aquí.
Ziza Carla Palanques es una española de 30 años que hace cinco llegó a Buenos Aires detrás de un amor. Y aunque el amor se extinguió por un argentino ingrato, su romance con la ciudad sigue latiendo en sus arterias.
“Es un placer vivir en Buenos Aires: es una ciudad bella, tiene cultura, frivolidad, es una ciudad que no duerme; es caótica en el tráfico, desordenada, pero hay algo especial en la atmósfera que la hace una ciudad maravillosa. De aquí no me voy”, dice ella.
Si usted va a Buenos Aires Levántese muy temprano y prepárese para caminar si realmente quiere descubrir la ciudad.
Paseo por la historia porteña
El metro es una de las mejores formas para conocer la esencia de las ciudades. Así que, a través de este medio –que allí llaman Subte-, llegué hasta el centro de Buenos Aires.
Arribé a la estación de la Catedral Metropolitana, donde me recibió la imagen del Cristo del Buen Amor, con un libro abierto donde los visitantes dejan sus mensajes.
Escribí el mío y caminé unos pocos metros, donde se impone un altar de la patria, en medio de santos y figuras celestiales. Es el mausoleo del libertador José San Martín Guerrero, donde reposan sus restos al lado de los de un soldado desconocido.
Salgo del principal templo de la fe católica argentina y a solo una cuadra me encuentro con la mítica Plaza de Mayo, con su pirámide rodeada de palomas alimentadas con granos de maíz que les arrojan los turistas, pero sin las legendarias madres de mayo que se reúnen los jueves a recordar a sus hijos, víctimas de la dictadura militar.
Al fondo está la Casa Rosada, un imponente monumento histórico nacional y despacho de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Camino por la avenida de Mayo, rumbo al Congreso de la República, donde horas más tarde velarían el cuerpo de Mercedes Sosa.
Imperdonable dejar de conocer el emblemático Café Tortoni, que está en esa vía. Pido un café oscuro, que sirven con un pocillo de soda adicional, y un par de empanadas argentinas: una de carne y otra de pollo.
Una pareja baila tango, con sensualidad y maestría. El tango tiene el don de acariciar el alma. Ahora ratifico por qué este ritmo fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Doy un vistazo a las figuras de cera de Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y Alfonsina Storni, que alguna vez concurrieron alguna vez al Tortoni.
Descubro que la arquitectura de Buenos Aires tiene muchos ‘aires’ a la de París. De eso da fe el Congreso, inmaculado y majestuoso, rodeado por piletas de aguas frescas, entre un inventario edificaciones muy parisinas que me voy topando en el camino. No en vano, A Buenos Aires la consideran la 'París Latinoamericana'.
Llego a la Avenida Corrientes, sitiada de teatros con diversos espectáculos en cartelera (en la noche iría a uno de ellos), y entró a un par de librerías. Los libros en Buenos Aires son baratos. Compré cinco, a muy buen precio. Por Corrientes llego a uno de los principales íconos de la ciudad: el Obelisco, en la avenida Nueve de Julio, catalogada como una de las más anchas del mundo por sus 140 metros de carriles. La foto para el recuerdo y sigo mi periplo.
La Boca: tango y fútbol
Llegué en taxi hasta la Boca, escenario de visita obligada. ¿Quién ha ido a Buenos Aires y no tiene una foto en Caminito? Las carreras en taxi, en esta ciudad, resultan económicas. Incluso, más que en Bogotá.
A pocos kilómetros del lugar, el taxista me señala una villa de invasión, la 31, y me advierte que no es recomendable ir a la Boca en las noches. Pasamos por el estadio del Boca Juniors, abarrotado de hinchas eufóricos, que a esa hora se preparaban para ver el partido contra el Vélez. Y llegamos a la Boca. Caminito, con sus muñecos de Eva Perón y de Diego Armando Maradona saludando desde la ventana de una casa angosta de colores vistosos, da la bienvenida. Al lado, un hombre que parece el hermano gordo y moreno de Maradona, y que aprovecha su afortunado parecido con el astro para que los turistas se tomen fotos con él a cambio de cuatro pesos (un dólar). Lleva la camiseta celeste con blanco, marcada con el número 10.
Claudia, una bailarina de tango de nariz respingada, ojos negros y piernas espigadas, me convence para que me tome una foto con ella, a cambio de 15 pesos. Casi tres veces más de lo que cobra el Maradona de mentiras de Caminito. Realmente fueron tres fotos con Claudia.
A pocos metros, en un restaurante al aire libre, una pareja de verdad sí baila tango; un hombre toca al bandoneón sentado en una butaca de madera, con su sombrero boca arriba a la espera de un donativo; tiendas de artesanías, de recuerdos y camisetas de combate de los equipos de fútbol argentino.
El almuerzo, una tradicional parrilla argentina en el sector de San Telmo. Trae mollejas fritas, chorizo y tres cortes de carne distintos: Bife de chorizo, vacío y cuadril. Me gusta más el primero; los otros dos cortes son muy magros. Qué buena carne la de los argentinos; no es infundado su prestigio. De guarnición (así llaman en Argentina al acompañante), preferí una ensalada a unas papas fritas. Y de sobremesa, una cerveza Quilmes –argentina por excelencia-, y luego, una Stella Artois. Me gustó más la segunda.
Camino por las calles del sector, donde todos los domingos hacen una feria; una especie de mercado de pulgas. En la calle Defensa, a lo lejos, ondea una bandera colombiana, que tiene como asta la espalda de José Luis Quintero, un joven bogotano estudiante de fotografía que se gana el sustento vendiendo tazas calientes de café colombiano. Dos de sus amigos ofrecen arepas paisas y patacones a los turistas.
Hay pintores que dibujan retratos de los forasteros y un grupo de músicos brasileños hace retumbar la calle con sus tambores; es el comienzo de una samba, de esas que tienen el poder infalible de hacer mover el cuerpo de quienes la escuchan.
Monumentos y zonas verdes
Siempre tuve claro que tenía que ir al cementerio de La Recoleta. Pero antes entro a la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, que queda al lado, y que hace parte de todo el complejo religioso fundado hace cerca de tres siglos por la orden de Los Recoletos.
Al costado derecho encuentro un altar con una imagen de la Virgen Dolorosa, al lado de los cráneos coronados de dos santos, acicalados con piedras preciosas: son los restos del Papa San Urbano y Santa Victoria.
En el mismo recinto hay 12 nichos, cada uno, con huesos de los 12 apóstoles. El cementerio está repleto de mausoleos hechos obras de arte donde reposan las familias más prestigiosas de la sociedad porteña; monumentos levantados a la semejanza del difunto, invadidos bellamente por la hiedra. Tributo a la muerte. La tumba más buscada por los turistas es la de Eva Perón. Me imagino una escultura imponente en su honor, pero no: está enterrada en la cripta familiar, y solo hay placas doradas con su imagen; su cabellera finamente peinada que termina en un moño en el cuello, y fragmentos de los mensajes que ella le dedicó a la clase obrera.
Hay otro camposanto, el Chacarita, que es más democrático. Precisamente allí cremaron los despojos de Mercedes Sosa, cuyas cenizas fueron esparcidas en Tucumán, Mendoza y Buenos Aires. Sus ciudades del alma. No alcancé a ir al Chacarita.
En el barrio de la Recoleta está el Centro de Diseño de Buenos Aires, y 200 metros abajo, en la Plaza de Naciones, una flor metálica de 20 metros de altura y 18 toneladas de peso, tiene sus pétalos plateados abiertos. La llamada flor inteligente se despliega en el día y se cierra en las noches, impulsada por la luz del sol.
Enseguida está la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que se levanta imponente con sus monumentales columnas en la avenida Figueroa Alcorta, y que parece un monumento romano.
En Buenos Aires hay extensas zonas verdes y parques, sobre todo en el sector de Palermo. Uno de los más concurridos son el Rosedal, donde además de jardines florecidos de colores, hay un lago que los turistas pueden navegar en pequeños botes. Algunos hacen deporte, otros leen un libro y unos más juegan o toman un baño de sol primaveral.
El Jardín Japonés es otro santuario a la naturaleza. Tiene senderos y esculturas al estilo oriental. La noche en la Reina del Plata A Buenos Aires también la llaman la Reina del Plata, haciendo alusión al río de aguas plateadas que la bordea y que sirve de frontera con la república vecina de Uruguay.
Precisamente el río surca el sector de Puerto Madero, un barrio exclusivo de Buenos Aires y otrora puerto de embarques, hoy escenario de modernas y lujosas edificaciones. Sobre el río, la fragata Sarmiento, hoy convertida en museo; una lancha pasa a su lado y se ve diminuta.
Desde ahí se aprecia el Puente de la Mujer, obra del arquitecto español Santiago Calatrava. Tiene la imagen abstracta de una pareja bailando tango, solo permite el uso peatonal, se sostiene con tensores de acero y tiene la facultad de moverse para darle paso a las grandes embarcaciones. Está oscureciendo, y Puerto Madero empieza a iluminarse con luces de tonos azules y violetas. De ahí salgo para la zona fashion de Buenos Aires: Palermo Soho y Palermo Holiwood, repleta de tiendas de diseñadores en ascenso. Los precios no son inalcanzables, y permiten hacerse a una buena prenda, de un diseñador que tal vez llegará a ser famoso.
Si quiere hacer shopping, está en el lugar equivocado. Mejor váyase para la calle Florida, paraíso de las compras porteñas. Paso por allí, rumbo a la avenida Corrientes. Es hora de ir a teatro, con mi amiga y colega, la periodista argentina María Noel Álvarez. Hay muchas opciones, entre estas, el legendario Fantasma de la ópera.
Ella escogió Corazón idiota, un divertido y dramático musical que reflexiona sobre los devenires del amor entre dos mujeres distintas: una tremendamente impulsiva y otra, radicalmente racional.
No podía terminar mi viaje sin ir a un boliche. Así conocen a los bares, que tocan de todo tipo de música, y una que otra cumbia al estilo villero, homenaje a las clases populares argentinas. Al salir del lugar, el sol ya estaba en todo su esplendor.
0 comentarios:
Publicar un comentario