Sin brazos, sin pies, sin preocupaciones





El australiano Nick Vujicic nació sin brazos y sin piernas. Superó las barreras y la discriminación, se hizo profesional y hoy recorre el mundo motivando a personas que se creen en desventura.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY

“Pies, para qué los quiero si tengo alas pa’ volar”.
Frida Kalho, 1953.

De un inesperado brinco se quita las cobijas de encima y queda en el suelo; se revuelva unos segundos para poder levantarse y se desplaza hacia el baño. Es un nuevo amanecer para Nick.
Hay que verlo para creerlo. Un hombre sin piernas y sin brazos se da mañas para lavarse los dientes, bañarse, peinarse y preparar el desayuno. Cuando puede monta a caballo, juega fútbol o se da un chapuzón en una piscina. ¡Sí, puede nadar!
Llevar una vida cotidiana de manera independiente es un logro ya viejo para Nick Vujicic, un australiano de 25 años que nació sin sus cuatro extremidades. Su mayor proeza, ahora, es recorrer el mundo contando su testimonio de superación ante miles de personas, de las cuales muchas se sienten en desventura.
La misma desventura que él padeció cuando, de niño, descubrió que era diferente a los demás y que para todo dependía de sus padres y de sus dos hermanos, que nacieron totalmente normales.
Llegó al mundo el 4 de diciembre de 1982 en Melbourne (Australia). Sus padres, un pastor cristiano y una ama de casa, no sabían que su anatomía venía incompleta. La madre nunca se hizo una radiografía.
En medio de la angustia y la frustración, se preguntaron varias veces por qué, si “Dios es amor”, permitía tal sufrimiento. Y pensaron que no sobreviviría mucho tiempo. Error. El bebé, de vistosos ojos verdes e incipiente pelo dorado, tenía la salud perfecta.
-¿De pequeño, cómo comprendió lo que le sucedía?
- Fue difícil convencerme de que yo valía la pena. Me comparaba con otros niños y deseaba que mi vida hubiera sido diferente. Pensaba que la felicidad existía solo con un cuerpo completo.
El pequeño Nick también se imaginaba que de grande ninguna mujer lo aceptaría como esposa suya. Y que en la noche de bodas no podría bailar con ella y que si llegaba a tener hijos no podría demostrarles su amor en un fuerte abrazo.
“Me sentía muy solo, solo quería que alguien me dijera que todo estaba bien, pero nadie podía hacerlo porque nadie sabe cómo se siente”.
Con la fortaleza que Dios les dio a sus padres –cuenta-, y que ellos le transmitieron, aprendió a defenderse en cosas básicas como comer y asearse. Y con el muñón que brota de su cintura –al que el llama mi hueso de pollo-, y que es cumple funciones de pie, aprendió a comer y a escribir. Le sirve también para desplazarse.
“Uno no sabe lo que es capaz de hacer hasta que no lo intenta”.
Esa misma fortaleza le sirvió para sobrellevar las burlas y chanzas de sus compañeros de colegio, que no lo veían como una especie de monstruo. Incluso, estudiar en un colegio regular fue una batalla ganada a pulso con sus padres. En esa época los niños con discapacidades no accedían a instituciones de educación regular.
-¿Cómo logró superar las frustraciones?
- Cambie de actitud al darme cuenta de que no era el único diferente. Luego, comprendí que Dios tenía un plan y un futuro para mí. Él no me ha olvidado, y jamás lo hará.
Creció, salió del colegio y entró a la universidad, donde se graduó como licenciado en comercio, planeación financiera y contabilidad.
Sin embargo, encontró su verdadera razón de ser contando su historia. Empezó en un pequeño grupo de oración cuando tenía 17 años y ya ha recorrido 12 países dictando conferencias sobre superación personal: narrando cómo logró rescatarse de las tinieblas para convertirse en un ser humano no solo conforme sino agradecido con su condición.
¿Qué piensa de las personas que se viven quejando por todo?
Aunque suelo sonreír, no siempre estoy feliz. Tengo mis días buenos y malos. Cada quien debe estar agradecido con lo que Dios le dio, y ese es mi discurso.
- ¿Cómo se imagina en 20 años?
–Con varios libros publicados. Ahora escribo uno: Sin brazos, sin pies, sin preocupaciones.
También me veo con una esposa y unos hijos, como un ejemplo universal.
Sin reparos, Nick confiesa que se conserva casto, no tanto por su condición sino por
rendirle tributo a Dios.
–Si volviera a nacer y pudiera escoger cómo sería su cuerpo, ¿qué preferiría?
–Elegiría volver de la manera que soy ahora. He visto cómo mi testimonio ha salvado
a muchas personas que se creían sin esperanza.

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