No cesa la tragedia de los niños haitianos


Tras el terremoto, los pequeños siguen con hambre, están enfermos, no tienen vivienda ni educación y se exponen a tráfico de personas y a abuso. Un millón y medio de pequeños quedaron damnificados.

JOSÉ ALBERTO MOJICA Y OLGA MORALES
ENVIADOS ESPECIALES DE EL TIEMPO
*PUERTO PRÍNCIPE (HAITÍ).
Con los ojos cerrados, de rodillas y con sus pequeñas manos cruzadas y pegadas al pecho, cincuenta niños haitianos dejan de jugar por un momento y se disponen a rezar.“Dios, gracias por protegernos”, dicen al unísono; unos agradecen por haberse salvado del terremoto del pasado 12 de enero. Otros claman para que el mundo nunca se olvide de ellos.

Están dentro de una carpa que concentra el calor y está levantada en el patio de un colegio que es ahora el refugio de al menos cinco mil damnificados de la catástrofe. Después de la oración se levantan a brincos, dispuestos a jugar, cantar y a bailar.

“Los niños tienen una capacidad asombrosa de recuperación emocional, que no tenemos los adultos. Es importante que retomen sus juegos y su vida cotidiana para que superen lo sucedido”, dice Caroline Hilari, encargada del área de salud de la ONG Save the Children en Haití. Sin embargo, la situación de los niños de este país está muy lejos de mejorar.

Según la ONU, las condiciones en las que sobreviven tras el terremoto representan la más grave crisis de protección de la que se tiene registro, en toda la historia, después de una emergencia humanitaria.

Ya antes de la tragedia la niñez haitiana estaba sufriendo. Datos oficiales cuentan que 50.000 pequeños no tenían familia y que unos 300.000 vivían en orfanatos. Además, seis de cada diez padecían de desnutrición crónica. Las cifras, después dos meses del terremoto, son dramáticas: un millón y medio de niños quedaron damnificados; en 341 orfanatos cuidan a 21.949 niños sin familias.

Sólo en Puerto Príncipe hay 200 hospicios y uno de estos lo dirige Yveliane Pierre, quien cuida –con sus propios recursos– a 19 niños abandonados o huérfanos. Allí conocimos a dos niñas, de 9 y 2 años, que fueron regaladas por su madre. Luego de perder a su esposo y su hogar el 12 de enero, “prefirió entregarlas voluntariamente a verlas aguantar hambre”.

Otros pequeños están al cuidado de algún pariente o vecino, como Sophie, de 4 años. Sus padres fallecieron y ahora es responsabilidad de una tía que tiene cinco hijos.La niña, descalza, temerosa y visiblemente triste, está sentada en un andén con la mirada perdida. Una prima, seis años mayor, se acerca al vernos con ella, la abraza y nos cuenta que hace dos días no prueban bocado.

Evens Marceline, un adolescente de 16 años que vio cómo calcinaban a su madre entre un racimo de muertos y que ahora vela por tres hermanas menores –dice que su padre está muy viejo–, se ofrece como traductor del creole (lengua local) al inglés, en el recorrido que hicimos por la capital haitiana con el fin de conocer el drama de los niños. Sólo nos pidió comida a cambio de su trabajo. Con él, recorrimos las ardientes calles de la ciudad, donde los niños hormiguean por todos lados. No en vano, el 40 por ciento de los haitianos tiene menos de 14 años.

Están en las calles pidiendo comida y agua; durmiendo en los andenes, muy cerca de los escombros donde aún permanecen sepultados cientos de personas; refundidos entre nubes de moscas a las que ya se cansaron de espantar; durmiendo en el piso, cobijados por el firmamento o resguardados por plásticos, cartones o sábanas.

Según cifras de Unicef, 302.000 niños se han desplazado en los últimos días a zonas rurales.


Víctimas de todo

Según Hilde Johnson, directora adjunta de Unicef, tras el terremoto los niños haitianos –ahora viviendo en campamentos y en las calles– están expuestos a ser víctimas de tráfico y adopciones ilegales, a maltrato físico, abuso y explotación sexual y esclavitud.

Antes de la tragedia, 70.000 niños trabajaban en servicios domésticos y en otras formas de servidumbre. La denuncia de Unicef de la desaparición de 15 niños que estaban en hospitales y el caso de los ciudadanos estadounidenses que pretendían sacar ilegalmente a 33 niños dejan al descubierto su vulnerabilidad.

Los niños sobrevivientes, según la ONU, están padeciendo anemia y deshidratación severa pese a los esfuerzos por distribuir las ayudas que llegaron de todo el mundo.También está aumentando el número de niños afectados con malaria, paludismo, diarrea e infecciones respiratorias por las condiciones insalubres en la que conviven; hacinados en cambuches comunitarios, en medio de basuras y excrementos humanos y animales.

Sin embargo, a la fecha han sido instaladas 3.673 letrinas. El tema sanitario se hace más complicado, con la llegada prematura de la temporada invernal: las lluvias empezaron a crear ríos que en su cauce llevan muertos de los que no se tenía razón, escombros y enfermedades para toda la gente, sobre todo para los menores.

A todo esto hay que sumarle que, a falta de hospitales, no tienen acceso a servicios médicos (sólo atienden, por ahora, casos de urgencias), pese a que ONG como Save the Children montaron clínicas ambulantes. Y como las escuelas se fueron al piso (unas 5.000), no tienen adónde ir a estudiar.

Sin embargo, el gobierno nacional anunció que desde el primero de abril la mayoría de escuelas abrirán de nuevo en carpas adecuadas para la educación.Unicef ha hecho un llamado para que el mundo no se olvide de Haití y menos de sus niños: sin techo, sin comida y sin escuelas ni hospitales, y muchos sin sus padres, están ahora más desprotegidos que nunca.

Brindarles lo que necesitan para que puedan llevar una vida digna y feliz tardará mucho tiempo.Instituciones como Unicef y Save the Children han aclarado que la adopción debe ser el último recurso para los niños huérfanos. Veronique Taveau, vocera de Unicef, ha explicado que están trabajando para encontrar a los familiares de los niños huérfanos, y esperando –en algunos casos– a que tal vez aparezcan aquellos que están desaparecidos.


Nacer en medio de la tragedia

El niño nació al día siguiente de la tragedia, en una carpa donde a esa hora unas 20 personas trataban de dormir.
Marie, su madre, cuenta que no tuvo quién la ayudara en el parto, que el niño nació sobre una caja de cartón desarmada y que tuvo que cortarle el cordón umbilical con una cuchilla de afeitar.
Marie cuenta que casi no produce leche, porque el agua para beber es escasa.

Ella quedó viuda en el terremoto y está angustiada porque no tiene más que ofrecerle a su hijo que los cartones donde duerme.
Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Población (Unfpa) se estima que unas 63.000 mujeres haitianas darán a luz en las próximas semanas. Y no sólo preocupa su salud –pues la mayoría dará a luz en condiciones insalubres porque el sistema de salud sigue siendo precario–, sino por las condiciones en las que nacerán y pasarán sus primeros días los bebés.
La mortalidad de recién nacidos (vivos) es de 670 por cada 100.000 niños, además de los riesgos que corren las mujeres debido a múltiples complicaciones. En algunos casos, según ‘Save the Children’, las madres –a falta de leche– deben darles a los pequeños cualquier cosa de comida: arroz o fríjoles.
Además, las mujeres viudas y con hijos se han convertido en objeto de abuso sexual y esclavitud.

REPORTAJE COMPLETO CON VIDEOS Y AUDIOGALERÍA EN:
http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/situacion-de-los-ninos-en-haiti-luego-del-terremoto_7401367-1

* POR INVITACIÓN DE ‘SAVE THE CHILDREN’

Haití sobrevive mutilada y con hambre


La gente se sigue peleando por la comida. Todos luchan para reconstruir sus vidas, pero levantar de nuevo al país será una labor titánica.

JOSÉ ALBERTO MOJICA Y OLGA MORALES
ENVIADOS ESPECIALES DE EL TIEMPO*

El niño, en brazos de su madre, le pregunta: ¿Mamá, cuándo me van a poner la pierna nueva. Ya quiero salir a jugar”. Ella le dice que hay que esperar un poco; agacha el rostro, lo descarga sobre su hombro derecho y se echa a llorar sin que él se dé cuenta.
Moise Metelus tiene cuatro años y perdió la parte inferior de la pierna izquierda después de que una pared de su casa se le vino encima durante el terremoto que devastó a gran parte de Haití el pasado 12 de enero.
Es la 1:00 de la tarde y Moise espera un turno en las afueras del hospital del Sagrado Corazón, en Puerto Príncipe, para que le hagan la curación diaria en su muñón. En medio de su inocencia no entiende que su pierna nueva será una prótesis de fibra de vidrio y que pasarán varios meses para que se la entreguen.
Han transcurrido varias semanas de la catástrofe y los pocos hospitales que quedaron en pie, pero seriamente averiados, siguen atendiendo a los heridos en carpas habilitadas como consultorios y salas de cirugía. Al lado de Moise hay otra niña amputada, pero de la pierna derecha.
El lugar es un sólo lamento de decenas de personas mutiladas, de piernas o brazos, niños y adultos, en una espera infernal por algún medicamento que les permita aliviar en algo el dolor. Según la ONU, los hospitales carecen de morfina y de sedantes, y de prótesis como las que necesita Moise, quien se come a trozos una galleta, con la mirada perdida.
Tampoco es posible pensar, por ahora, en tratamientos de rehabilitación física y emocional para aquellos que sufrieron amputaciones, sobre todo los niños.
No se sabe aún cuántas personas resultaron amputadas, pero según la ONU, al día los 18 hospitales de la capital haitiana han venido realizando, en promedio, 50 amputaciones. Sólo en el hospital que visitamos se han realizado 150 de estos procedimientos.
Algunas cosas han cambiado en Puerto Príncipe desde que Haití se convirtió en noticia mundial. Ya no hay muertos en las calles, revueltos entre los escombros y la basura.
“Ahora lo que nos preocupa son los vivos, la gente que quedó sin nada y que necesita reconstruir su vida. Los muertos, muertos están”, dice Katheryn Bolles, directora global de la salud y la nutrición en emergencia de la ONG Save the Children.
La mujer, que lleva 10 años de labores humanitarias en Haití, se refiere al millón de personas que se quedaron sin techo y que ahora vemos, desde un campero, hacinadas en campamentos improvisados: parques, jardines, parqueaderos y lotes baldíos tupidos con carpas levantadas con palos, telas, cartones y plásticos.
Muchos más sólo pueden cobijarse con el firmamento, que en el día es una caldera; el calor abrasador supera los 40 grados de temperatura. En las noches el frío es fuerte, pero llevadero.

Rapiña por agua y comida
Un niño, con una botella de plástico vacía, pega su cara en la ventana izquierda de nuestro vehículo y nos pide agua. No tenemos, y no es prudente dar agua ni comida en las calles: podríamos salir linchados como muchas personas que, por su propia cuenta, han salido a repartir ayudas.
“La gente está cansada, hambrienta y antes situaciones como estas reacciona con violencia, y eso es natural ante la catástrofe”, explica Mathew Thacker, especialista en emergencias de Save the Children.
Las mujeres y los niños aguardan entre sus cambuches, como Marie y sus cinco niños. “Los hombres tienen el poder y se quedan con la comida”, se lamenta ella, quien a las 3:00 de la tarde no les había dado bocado a sus hijos en la carpa que comparte con otras 20 personas a quien la tragedia unió bajó el plástico que hace las veces de techo.
A su lado, Mashina vende dulces y cigarrillos en un balde plástico, y nos cuenta que el menor de sus cinco hijos, de un año, murió aplastado.
Con el rostro adusto y sin ningún aparente gesto de dolor, cuenta que vio cómo los bomberos se llevaron el pequeño cuerpo de su hijo y lo calcinaron junto con un racimo de muertos.
“Lo que se fue, se fue; hay que esperar por un mañana mejor”, dice la mujer, con la voz casi apagada.
Fue entonces cuando recordamos las palabras del capitán Andrés Miranda, a quien conocimos horas antes. Él pertenece al Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres de Colombia, y desde el 15 de enero y hasta finales del mes se la pasó descuajando los escombros de Puerto Príncipe en busca de vivos y muertas.
“Puede ser una cuestión cultural, o de credo, pero los haitianos no son dolientes de sus difuntos. Ven a sus muertos en el suelo y no les interesa nada. No los lloran, como los colombianos”, dice.
La prioridad ahora, según las autoridades locales, es suministrar la comida y líquidos. Por las calles de Puerto Príncipe caminan cerdos, cabras y gallinas, aparentemente bien alimentados.
Sin embargo, nadie se atreve a atraparlos para comérselos, pues no saben cuál fue la última merienda que engulleron: desechos tóxicos o, tal vez, algún cadáver.
Hay cosas que no cambian desde el día de la tragedia, como la angustia por conseguir algo de comida. Estamos frente a la derrumbada Casa Blanca, la antes imponente sede presidencial. Una volqueta, a 30 kilómetros por hora, pasa escupiendo mercados en bolsas plásticas estampadas con flores amarillas.
Desde arriba, hombres nativos contratados para este fin, arrojan las ayudas como si le estuvieran tirando alimento a los cerdos o maíz a las gallinas.
Una turba, iracunda y armada con cuchillos y hachas, corre tras la volqueta; algunos, más osados, se adhieren como sanguijuelas al vehículo. Un hombre, que logró un mercado, es atacado a cuchillo por la espalda: un herido más, todo por un poco de comida. Una mujer, tal vez pariente, grita pidiendo ayuda y nadie la escucha. Es la lucha del más fuerte.
Dos cuadras más adelante encontramos una calle muy parecida al antiguo Cartucho, en Bogotá. Las mujeres se aprovisionaron de abarrotes y preparan frituras en medio de nubes de moscas, basura y excrementos humanos y animales.
Otros, ferian lo que logran rapar de la ayuda que distribuye la cooperación internacional, y que hasta el momento no es suficiente.

Las noches en Puerto Príncipe
Es difícil conciliar el sueño en Puerto Príncipe. En las noches se escuchan disparos al aire libre, en algunos casos por enfrentamientos entre la misma comunidad, o para ahuyentar a quienes se enfrentan, hasta la muerte, por un pedazo de pan.
Un hombre joven, de unos 20 años, con el rostro desencajado y con la mano derecha en su bolsillo y la otra estirada, se acerca al vehículo que nos moviliza con dificultad debido al caos del tráfico.
Ya nos habían advertido que los haitianos están molestos con la prensa, con tanta gente venida de todo el mundo a tratar de ayudar, con las filas de soldados estadounidenses que imponen el orden. Todos esperan que, el que se acerque a ellos, los ayude de alguna manera.
Pensamos que el sujeto quería atacarnos, pero se acerca a nuestro traductor, le toma la mano derecha y se la besa. Le pide que nos tranquilice. Con voz alegre y ahora sonriente, nos hace señas para que le tomemos una foto. Tras el disparo de la cámara, se acerca una vez más y nos dice: tout bagay ap miyó (todo va a estar mejor).

*INVITACIÓN DE SAVE THE CHILDREN