La monja abuela


Aurora Durango tiene 88 años, 8 hijos, 22 nietos y 7 bisnietos. Y también es monja. Hace 14 años, después de enviudar, ingresó por curiosidad a un convento de clausura. En todo ese tiempo solo ha salido unas pocas veces, al médico, y se rehúsa a volver con sus hijos, pese a sus súplicas.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY


Publicada en Carrusel en mayo de 2009.

Está sentada en una silla de madera, al otro lado de la reja. Por una hendija introduce su mano derecha y saluda apretando fuerte. Sonríe y da la bienvenida.
La reja, pintada de café claro, representa una línea divisoria entre sus dos mundos: el terrenal y el celestial. Y como decidió quedarse en el segundo, aclara que debe recibir la visita en ese lugar, a menos de un metro de distancia del invitado.
Empieza su relato contando que sus ocho hijos le hicieron un plantón en la puerta del monasterio de la Orden de la Visitación de Santa María, ubicado en Bosa, en el sur de Bogotá. Ella no recuerda muy bien la fecha, pero estima que fue hace cinco años.
Algunos de ellos, incluso, vinieron de Estados Unidos y España –donde están radicados - a pedirle que volviera con ellos.
“Me dijeron que ya era justo que me saliera, que yo vivía en una cárcel, que la familia se había dañado porque yo me había vuelto monja”, recuerda la hermana Juana Francisca. Pese a las súplicas, no cayó en la tentación.
“De aquí solo salgo para allí al lado”, les dijo, señalando el cementerio del convento.
El 15 de enero de 1995, viuda, con 74 años encima, ocho hijos, 22 nietos y varios bisnietos (que hoy suman siete), Juana Francisca dejó la comodidad de su hogar y la compañía de su familia para enclaustrarse en un convento del que, en 14 años, solo ha salido unas pocas veces para ir al médico.
“Claro que quiero y extraño a mis hijos y a toda mi familia, pero aquí yo vivo muy contenta. Ya les serví a ellos. Ahora le sirvo a Dios”.
Corría el año de 1994 cuando el padre Carlos Manrique, entonces párroco de la Iglesia de Lourdes en Bogotá, y amigo de su familia, le contó que había un convento en el que recibían a viudas.
Ella le había dicho que estaba cansada de caminar tanto (unas 10 cuadras) para ir a misa todos los días, y que quería vivir más cerca de la iglesia. Fue ahí cuando él le sugirió que se volviera monja. “Ve, este tan bobo”, le contestó con incredulidad y sorpresa.
“No sabía que una mujer como yo (tenía 74 años entonces), con hijos regados por todo el mundo, podía entrar a los caminos de Dios”, cuenta. Además, confiesa que aunque siempre ha sido creyente, nunca tuvo vocación de monja.

De Aurora a Juana Francisca
No se quedó con la duda y llamó a pedir cita en el convento. La aceptaron y un mes más tarde decidió internarse.
Los primeros dos meses –sostiene- fueron durísimos. “En la calle me la pasaba mandando, regañando, con el bolsillito caliente. Y aquí uno tiene que pedir permiso hasta para irse a dormir, y no se puede cargar plata”, cuenta la mujer, oriunda de Santa Fe de Antioquia y quien asegura que la muerte de su esposo, cinco años atrás, también la condujo a darle semejante giro a su vida. Superada la prueba del encierro y la austeridad, decidió que ya nunca más volvería al mundo en el que, según ella, “‘anduvo dando mucha lora”’.
Pasó de llamarse Aurora Durango –su nombre de pila- para convertirse en la hermana Juana Francisca.
Rubiela Casas, madre superiora de esta comunidad, explica que a todas las religiosas de las ‘bautizan’ con otros nombres apenas toman los hábitos.
Ella -Rosa de María-, cuenta que a Aurora le escogieron ese nombre porque su historia era similar a la de la fundadora de la obra: Juana Francisca Fremiot, hoy santa de la Iglesia, y quien después de enviudar y con cinco hijos, no solo decidió que ser monja sino que conformó su propio ministerio.
Juana Francisca ya tiene 88 años y su salud está quebrantada. La artritis le impide levantarse en las mañanas a darles de comer a las gallinas del convento o a cuidar el jardín, como lo hacía antes. Y ya casi no escucha. “Lo mejor de estar sorda es que solo oigo lo que me conviene”, apunta, haciendo gala de su buen humor.
Como ya casi no puede caminar, se dedica al oficio con el que se ayudó a levantar a su familia: la costura.
Con su máquina de coser -lo único que se llevó de casa- confecciona los hábitos que lucen las hermanas.
Con su mano derecha, temblorosa, empuña un crucifijo de plata que sobresale en su pecho. Y dice, con una voz que se ahoga a ratos, que tiene un nuevo esposo: Jesús.
“La hermana Juana Francisca es la alegría del monasterio”, dice Ángela de Jesús, una de sus compañeras.
Además de coser, dedica gran parte del día a la oración. Se levanta a las 2 de la mañana. En su celda –así llaman las hermanas a las habitaciones-, donde solo hay una cama pequeña, una imagen de Cristo y otra de la Virgen María, empieza a orar.
Sagradamente reza nueve rosarios al día, y eleva plegarias por los más pobres, por sus compañeras, por la paz de Colombia. Y por supuesto, por toda su familia. Aunque no está físicamente con ella, siempre la tiene presente en su oración.

No podemos disfrutar a nuestra mamá’
Luis Carlos, uno de sus hijos, dice que cuando su mamá se fue para el convento él y sus hermanos pensaron que sería algo pasajero.
Después de insistirle que volviera a casa, comprendieron que era su decisión y que no podían ser egoístas. “Dios la escogió solo para él, y eso la hace feliz”, cuenta.
Sin embargo, la ausencia sigue siendo abrumadora. “Es duro tener la mamá viva y no poder gozar de su compañía, no poder abrazarla y compartir todo el tiempo que uno quisiera”, sostiene.
Juana Francisca asegura que ha tenido mucho tiempo para arrepentirse de los pecados que cometió cuando estaba en la vida mundana. Sin embargo, no cree que ya tenga ganado un cupo en el cielo.
“Hay que ir al purgatorio, a pagar por los pecados. Al cielo no se entra así de facilito”.
-¿Ya a estas alturas, no sería mejor estar en su hogar, con su familia?
-No. Uno afuera va a misa, pero sale y se olvida de Dios. Acá lo tengo todo el tiempo.

‘Somos prisioneras de Dios’
Vivir en clausura es la principal virtud de las hermanas de la Visitación de Santa María, una comunidad fundada en Francia, y que en el 2010 cumplirá 400 años de labores. Está presente en 34 países, y en Bogotá fue fundada en 1918.
El padre Víctor Moreno, capellán del convento, cuenta que las 38 hermanas congregadas allí, la más joven de 14 años y la más vieja de 94 –entre estas Juana Francisca-, no tienen ningún contacto con el mundo exterior.
Solo salen cuando es realmente urgente (al médico, por ejemplo) y las visitas de sus familiares y amigos las reciben en un locutorio dividido en dos por una reja. Ellas no pasan del otro lado.
“Somos prisioneras de Dios. A él le entregamos lo más sagrado que nos dio: la libertad”, cuenta Rosa de María, la madre superiora de esta obra que subsiste solo con lo que les deja la venta de los huevos de 4.000 gallinas, el pan que venden en el convento y de los bordados. No tienen más ingresos. La austeridad es parte de su compromiso de fe y oración.

Los ateos se quitan la cruz de encima



Aunque recientes encuestas han determinado que Colombia sigue siendo un país creyente, hay un despertar intelectual que busca cuestionar los asuntos de fe. Muestra de ello es el libro ‘Manual de ateología”.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY

Publicado en El Tiempo el 24 de mayo de 2009.

Aprovechando que en estas épocas no los pueden condenar a la hoguera o a la horca, 16 personalidades del país decidieron confesar por qué no creen en Dios. Lo hicieron en un libro de una celestial pasta azul, titulado Manual de Ateología.
Con la publicación, de la editorial Tierra Firme, no pretenden crear una nueva religión ni promover el ateísmo.
“Lo único que se busca es estremecer la fe de muchos colombianos, apelar a la racionalidad de esa inmensa mayoría católica y religiosa del país”, sostiene el abogado y politólogo José Manuel Acevedo, editor del libro, que ha encendido el debate sobre el ateísmo y el agnosticismo como una tendencia que aparentemente empieza a despertar en Colombia, o al menos, a destaparse.
En muchas cosas cree firmemente el ex magistrado Carlos Gaviria, quien hizo parte de esta recopilación: en la razón y el pensamiento, y en que la decencia debe ser un mandato tanto para los creyentes como para los no creyentes.
Sin embargo, no cree que su vida deba regirse por preceptos meramente divinos. Gaviria se confiesa agnóstico, que es muy diferente –aclara él- a ser ateo.
Los agnósticos son aquellos que, ante la imposibilidad de demostrar la existencia o la inexistencia de Dios, solo aceptan el conocimiento. Y los ateos niegan tajantemente la existencia de Dios. No obstante, ambas corrientes van de la mano, pues cuestionan el fervor hacia un ser supremo.
El dirigente político tampoco cree en aquellos que se rasgan las vestiduras en nombre de la Iglesia Católica. “Colombia es un país católico porque casi todos los colombianos han sido bautizados, pero solo un grupo selecto de personas vive el cristianismo de una manera conciente”, advierte Gaviria.
Y añade que si este realmente fuera un país cristiano, “no ocurrirían las cosas tan espantosas que ocurren”.
De Colombia se ha dicho históricamente que es un país de mayoría católica, y hasta la Constitución de 1991 el catolicismo era la religión oficial. Desde ahí se estableció que el Estado sería laico.
En la reciente Semana Santa el cardenal Pedro Rubiano reafirmó públicamente esa premisa al asegurar que las multitudinarias manifestaciones de fe en todo el país son una muestra de que la fe católica se sigue imponiendo.
En una encuesta publicada a finales del año pasado por la Universidad San Buenaventura con 1.800 personas, en Bogotá, el 92 por ciento de los consultados se declaró creyente. Y solo un 3,2 por ciento dijo ser ateo, mientras que el 3,8 por ciento manifestó ser agnóstico. De cada 10, ocho respondieron que eran católicos.
Isabel Corpas, doctora en teología y directora de la Maestría en Estudios del Hecho Religioso en la misma universidad, afirma que esos resultados son una muestra de que sí hay una población mayoritaria que cree en Dios y que los no creyentes son realmente pocos.
Corpas, católica de convicción, cree que los relatos del libro en mención son totalmente respetables desde el punto de vista intelectual, pero estima que las razones con las que muchos argumentan no creer en Dios, son cuestionables.
“Algunos no creen desde la ciencia (las teorías de la evolución, por ejemplo), o por el testimonio de vida de algunos sacerdotes. Es muy distinto no creer en los curas que no creer en Dios”, dice Corpas.
Otra encuesta hecha con 700 personas por Datexco y contratada por la revista Cambio, en noviembre del año anterior, tuvo resultados similares: el 96,6 por ciento admitió sí creer en Dios, frente a un 3,3 por ciento que expresó lo contrario. Sin embargo, no existe un estudio que, de manera global, haya medido a Colombia en asuntos de fe.
Monseñor Fabián Marulanda, secretario de la Conferencia Episcopal, admite que ese “noventa y tanto” de población católica del que siempre se ha hablado, ha diezmado en los últimos años gracias al pluralismo de cultos. Pero aclara que a la Iglesia no le interesa la cantidad de los fieles, sino la calidad de estos y su compromiso.

¿Creer o no creer?
“El ateísmo honesto no es un asunto de moda, o de rebeldía, o de ignorancia; es el fruto de una decisión vital que requiere también de profundos procesos de madurez y de autorreflexión”, sostiene el teólogo Fabián Salazar, coordinador del Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones de la Universidad del Rosario.
Según él, es más valioso un ateo coherente que un creyente mediocre. “Estos últimos le hacen el verdadero daño a la religión”.
Para el sacerdote jesuita Carlos Novoa, doctor en teología y docente de la Universidad Javeriana, el problema es que los ateos, estrictamente hablando, “no existen porque todos tenemos fe en algo”.
“Héctor Abbad cree en el amor y la vida; Florence Thomas cree en la superación de las discriminaciones; Daniel Samper Ospina cree en un mundo sin politiquería y sin exclusiones. Esos son sus dioses”, exclama el sacerdote al referirse a algunos de los autores del libro.
Sin embargo, según él, todos ellos están en su derecho a no creer en el dios cristiano o en Jesucristo, pero aclara que solo por esa postura no pueden considerarse ateos.
Más que ateo, Fabián Sanabria, director del Grupo de estudios de las subjetividades y
creencias contemporáneas de la Universidad Nacional y decano de la facultad de
ciencias humanas de la misma institución, se declara agnóstico.
Manifiesta no estar seguro de la existencia de ese Dios con mayúscula, único o
monoteísta, e incluso castigador que han promovido las grandes religiones.
Sanabria no cree que el ateísmo se esté convirtiendo en una tendencia, pero sí afirma
que las conductas religiosas de los colombianos están cambiando: de una religión
institucional a una religión más experimental. Sobre todo en la gente joven.
“Hoy en día no se puede creer en la imagen del viejito chuchumeco detrás de las nubes, del
espíritu santo como una palomita o en el Cristo llevado, como el Señor Caído de Monserrate”,
comenta Sanabria al asegurar que sí hay un despertar religioso que invita a madurar la fe.

El auge del ateísmo
En el mundo hay un auge sobre el ateísmo. Autores como Richard Dawkins (El espejismo de Dios) y Christopher Hitchens (Dios no es bueno)han vendido millones de libros con sus testimonios.
Hay varias confederaciones internacionales de ateos, y en Europa, desde Londres hasta Barcelona, centenares de buses recorren las calles con el siguiente mensaje: “Dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
En Colombia no hay movimientos similares. Solo se conoce la existencia de un grupo de intelectuales antioqueños que se congregaron en un grupo: Escépticos Colombia, que promueve un pensamiento crítico y científico. No se declaran ateos radicales.
“Nos centramos en las pseudociencias y las afirmaciones irracionales que surjan en el territorio colombiano principalmente”, sostiene Hernán Toro, uno de sus miembros.
Él cree que el porcentaje de ateos puede ser bajo “en el país del Sagrado Corazón de Jesús”, sobre todo porque esta postura resulta políticamente incorrecta. Pero sí estima que hay un despertar intelectual al respecto.
“Buena parte de políticos no aceptan su ateísmo o su agnosticismo porque son concientes del caudal de votos que le arrebataría semejante confesión en un país tan tradicionalista y religioso como el nuestro”, concluye Toro.

CONFESIONES DE 16 ATEOS

Carlos Gaviria Díaz, ex magistrado.
“La gente se llama católica o cristiana pero no organiza su vida de acuerdo con los valores cristianos. Si lo hicieran, este país sería mucho mejor. Acá no se reflexiona sobre Dios, y si se reflexiona, se hace de una manera muy poco lúcida y muy poco racional. Toda persona que ha tenido acceso a la educación deber reflexionar sobre su relación con Dios y aclarar cómo debe comportarse con él y con los mortales”.

Héctor Abad Faciolince
“La religión, quizá, desde la antigüedad, mitigó en algunos malévolos su maldad, por miedo al castigo de una potencia sobrenatural. La religión les dio a los justos la esperanza de que en el más allá los malos serían castigados y los buenos premiados, cosa que raramente ocurre en este valle de lágrimas. Hoy en día vivo mi ateísmo con serenidad –me atrevo a decir- de beato. Dios ya no es un problema para mí”.

Humberto de La Calle, ex ministro
“En realidad no tengo problema con Dios. Y creo que, si existe, tampoco Él los tenga conmigo. O al menos debo creer que carecería de tiempo para ocuparse de mis asuntos, en vista de las colosales ocupaciones que le exigimos los humanos. (…)Los humanos carecemos de instrumentos racionales para afirmar de manera tangible la existencia de Dios. Pero tampoco hay prueba empírica de lo contrario”.

Florence Thomas, sicóloga, escritora y columnista
“¿Cómo podría creer en Dios si el monoteísmo –sea judío, cristiano o islámico- odió, temió, satanizó y difamó a las mujeres? Ejemplos, son miles. (…) Y qué decir de la satanización de Eva, esta mujer pecadora, trasgresora, desobediente y culpable de todos los males de la humanidad por haber tenido la formidable osadía de morder el fruto del árbol del saber, pecado que desde hace siglos seguimos pagando”.

Daniel Samper Ospina, director de la revista Soho.
“Aprendí a andar por el mundo sin una religión que me ayude a encontrar consuelo cuando alguien cercano se muere, o a darle sentido a este irse agotando día tras día hasta que un día a uno lo aplaste la vejez, o un cáncer, o un carro. Llevó bastantes años en los que me he librado de muchos dolores que deben padecer los practicantes: si acusan a un sacerdote de abusar de los niños, no siento que un líder me traicione”.

Gustavo Álvarez Gardeazabal, escritor y periodista.
Durante toda mi infancia y mi adolescencia me enseñaron que Dios era el responsable de lo que pasaba a mi alrededor, de lo que me sucedía a mí y a mis seres queridos. Todo había que ponerlo bajo la tutela de ese ser incorpóreo, desconocido e inasible. Repetir hasta la saciedad y antes de todo acto la frase condicionante “Si Dios quiere”, concretaba el poder absoluto que sobre nuestras vidas ofrecía ese Dios.

Carlos Dáguer, subeditor general de la revista Cambio

“Por un instante, los devotos deberían abandonar sus miedos y preguntarse si no es delirante que unos tipos dotados con nuestras mismas facultades determinen la esencia de los querubines o la arquitectura del más allá, y nos hagan creer que las ideas de un pueblo primitivo, retrasado y jodido son mejores que las que tenemos hoy”.

Cienciología: religión de poca fe



Esta práctica, que es blanco de duras críticas en varios países, busca ser considerada oficialmente como una comunidad religiosa en Colombia. Sus voceros se defienden y dicen que son una organización sin ánimo de lucro que busca el crecimiento espiritual. Así crecen en el país del Sagrado Corazón.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY


Publicada en El Tiempo el 26 de abril del 2009.

Entre la multitud que camina acelerada por la carrera 15 con calle 87 en Bogotá, Jairo Alonso Ramírez, un antioqueño de 50 años, distribuye volantes que invitan a los transeúntes a diligenciar, gratis, una prueba de personalidad.
¿Tus fracasos pasados todavía te preocupan? ¿Te resulta difícil confesar todo y aceptar la culpa? ¿Comprarías a crédito con la esperanza de no retrasarte en los pagos? Esas son tres de las 200 preguntas que conforman el examen.
Carlos Ramírez no tiene ni idea de qué es la Cienciología, pero acaba de entrar al principal templo de esta religión en Colombia, atraído por el test gratuito de personalidad que ofrece identificar miedos y problemas de actitud a través de un método científico.
Se entrelaza las manos y habla agitado, dejando ver que está ansioso. Oriundo de Ocaña (Santander), de 43 años y mesero de oficio, confiesa que le interesó la invitación porque quiere mejorar sus relaciones personales. “Y porque es gratis”.
Se sienta a responder la prueba, pero se levanta cinco minutos después. Quiere llenarla despacio, en casa. Prometió volver con el documento lleno.
Según los cálculos de César Borda, encargado del contacto con el público en la Iglesia de la Cienciología en Bogotá, el 10 por ciento de aquellos que llenan la prueba, entre universitarios, desempleados, profesionales y amas de casa, siguen en el proceso.
Es decir, toman los cursos, que van desde 15 mil a 600 mil pesos de acuerdo con su complejidad. En pocas palabras, ese 10 por ciento ingresará al redil de la Cienciología en Colombia, donde los fieles llegan a 20 mil de acuerdo con sus directivas. Carlos Ramírez podría ser uno de ellos.

Crece en medio de la polémica
En Internet abundan los documentos de desprestigio sobre esta práctica, que se promueve como la gran religión del siglo XX y que se ha hecho famosa porque a esta pertenecen personajes de la talla de Tom Cruise, Jonh Travolta y Jack Nicholson.
En Colombia la siguen con fervor el humorista Andrés López (La pelota de letras) y la actriz Ruddy Rodríguez que, aunque es venezolana, ha vivido aquí gran parte de su vida. Y también, advierten sus directivos, son cienciólogos varios funcionarios del Gobierno nacional y algunos políticos, cuyos nombres se abstienen de revelar.
Que lava cerebros. Que es una secta de fanáticos. Incluso, se ha difundido una supuesta frase de su fundador, un filósofo y escritor estadounidense llamado L. Ronald Hubbard: “Me gustaría comenzar una religión. Ahí es donde está el dinero”.
Según los cienciólogos, Hubbard, el ‘profeta’ que les reveló la “verdad” y creó esta religión, nunca dijo eso. Aunque en países como Estados Unidos y Canadá, y en otros más cercanos como Venezuela, Brasil y Ecuador es reconocida oficialmente como una comunidad religiosa, no sucede lo mismo en países de Europa como Alemania, Francia y Bélgica. En Alemania, por ejemplo, en el 2007 fue publicado El libro negro de la Cienciología, de la experta Ursula Caberta, que junto con informe oficial de la inteligencia alemana denunció que es “una doctrina fanática y una forma de totalitarismo que pretende lograr el control de la mente de una persona, hasta el punto de cambiar su identidad y su voluntad”.
En Francia, donde la consideran una secta, el año pasado fue acusada de ser una “banda de estafa organizada”.
La Cienciología no hace parte del inventario de religiones registrado en el Ministerio del Interior de Colombia. Según su vocera en el país, Ana Elena Ochoa, están en planes de obtener ese registro.
Sin embargo, según ella, la ausencia de ese reconocimiento no es impedimento para que puedan funcionar, y menos para que siga creciendo. Eso sí, aclara que sí es una religión. O mejor: una asociación sin ánimo de lucro con fines religiosos.
Ella, ciencióloga desde hace 20 años, afirma que cada día son más las personas que ingresan a esta comunidad, gracias a una premisa contundente: “En Cienciología no hay que tener fe en nada. Solo si se ha comprobado, es verdad. No hay dogmas de fe. Esta es una tecnología exacta que busca liberar espíritus y que abraza el sueño de hacer del mundo un lugar mejor”. Y añade que unos 40 mil colombianos han conocido y aplicado las prácticas de esta religión en los 33 años que lleva de fundada en el país. Actualmente se estiman en 20 mil los cienciólogos activos. En el mundo hay 10 millones distribuidos en 164 países.
En Bogotá tiene tres sedes: la principal está en el barrio Chicó, donde trabajan 60 personas. Todos son cienciólogos voluntarios que desempeñan diferentes tareas, y que según esta organización, reciben un pago en especie y otro en formación. La sede principal tiene cuatro pisos, y allí, al igual que en el resto de iglesias de todo el mundo, hay una oficina vacía en tributo a Hubbard. Aunque está a la vista del público, un lazo azul con blanco impide el ingreso. Sobre el escritorio hay una placa dorada con su nombre, una máquina de escribir y un jarrón con margaritas frescas. Los gastos del lugar –explican allí- se subsidian gracias a los cursos que adquieren los cienciólogos, y que nunca terminan “porque el aprendizaje es infinito”.
Las otras dos sedes, en Bogotá, están en Chapinero y cerca de Corabastos. También hay sucursales en Cali, Medellín y Barranquilla. Y en Cartagena y La Guajira hay practicantes que esperan abrir pronto sus propias iglesias. Aseguran también que en esta iglesia no existe la figura del diezmo. Aunque sí se piden donaciones para campañas de difusión de libros, por ejemplo. “Esto no es un negocio. No promovemos cosas raras, solo el crecimiento de la mente y el espíritu. Tampoco seguimos a extraterretres”, explica Hernán Gamboa, miembro de la junta directiva de esta iglesia, y aclara que la existencia de un supuesto ser alienígena llamado Xenu que solo se les revela a los cienciólogos de cierto nivel, es un mito de Internet.
En la vitrina de la sede de Bogotá hay dos pendones: el que invita a realizarse la prueba gratuita de personalidad, otro que dice: “Estamos contratando”.
-¿Ofrecen empleo?
-Es un formalismo, responde Gamboa.
-¿Entonces qué ofrecen? La posibilidad de que participe en alguna de las áreas de la organización. No hay un contrato establecido, ni un pago. A cambio, la persona recibe el entrenamiento para que desempeñe su cargo y aprenda sobre Cienciología.
Aunque él no lo ve de esa manera, esta es una estrategia más para ‘reclutar’ nuevos devotos para la religión de L. Ronald Hubaard.

‘Viven robotizados’
Aunque en Colombia no ha suscitado controversias mediáticas, sus seguidores reconocen que han sido salpicados por las críticas surgidas en otros países.
“¿Qué pasó con los primeros cristianos?: los echaron a los leones. Este es un movimiento nuevo del que la gente suele hablar sin conocer”, añade Ana Elena Ochoa.
La teóloga Jenny Santamaría, quien realizó una investigación sobre tendencias holísticas y de la Nueva Era en Colombia -entre estas la Cienciología-, advierte que el crecimiento de esta práctica en el país tiene que ver con el auge mundial que invita a la búsqueda de nuevas espiritualidades.
Sin embargo, ella advierte sobre posibles peligros relacionados con una de las premisas de esta religión: la potencialidad del poder mental del hombre. “Como no hay una divinidad, todo gira alrededor del hombre, y cuando este crea que domina todo, solo creerá en sí mismo, no necesitará de los demás y limitará su capacidad afectiva”, cuenta la especialista.
Y añade que aunque en la Cienciología se predica la libertad, está puede convertirse en esclavitud. “La verdad para ellos la reveló Hubbard. Los cienciólogos terminan siendo robotizados, aunque se sientan liberados, porque siempre van a seguir lo que él recomendó”.

Así se extiende en el país
Para la organización de la Cienciología aumentar su redil es una de sus misiones fundamentales. Por eso, afirman, han distribuido miles de sus libros en la mayoría de bibliotecas públicas del país de manera gratuita.
También han extendido sus preceptos a través de varias organizaciones cuya metodología también fue diseñada por Hubbard.
Una de estas es Criminón, que significa (No crimen), y que pretende resocializar a los internos de las cárceles a través de cursos de derechos humanos y sana convivencia.
Según el Inpec, Criminón ha intentado, infructuosamente, ingresar a los penales del país. La más reciente fue hace algunas semanas, cuando se destapó un acercamiento entre las dos partes.
Según la directora del Inpec, Teresa Moya Suta, la fundación Escuela para una Nueva Vida –que representa a Criminón Colombia-, presentó una propuesta que consistía en dictar algunos cursos de manera gratuita, pero solo se quedó en eso: en una propuesta.
“El Instituto no tiene nada que ver con Cienciología; parto de que no creo en esas cosas, soy católica y creyente”, dijo Moya Suta, y aclaró que el Inpec no puede imponer creencias religiosas de ningún tipo porque Colombia es un país laico.
Por su parte Karina Alférez, subdirectora de Tratamiento y Desarrollo del Inpec, recuerda que en el 2005 y el 2007 se presentaron propuestas similares, que la entidad rechazó porque consideró que no eran convenientes.
“No prosperó nada porque no eran viables para la institución. El Instituto no se puede comprometer a construir saunas para los internos ni a suministrar medicamentos como lo establecían las propuestas”, explica Alférez, y aclara que en ese entonces las propuestas no era gratuitas porque, por cada interno, había que invertir más de un millón de pesos.
La funcionaria añade que aunque en dichas propuestas no pretendían enseñar Cienciología, al revisar el soporte técnico encontró que sí se sustentaban en ésta.
“En algunos países la consideran una religión o una secta altamente peligrosa, y el Instituto tiene la obligación de proteger la condición sicológica de la apersona privada de la libertad”, añade.
Según la Iglesia de la Cienciología, Criminón, al igual que el Camino de la Felicidad y Narconón (otras fundaciones que funcionan en el país), son iniciativas independientes que, aunque fueron creadas por Hubbard, no promueven la Cienciología y tampoco dependen de su organización.
Aunque el mismo ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio, sostuvo que no sabía qué era Criminón y que tiene entendido que ésta nunca ha entrado en las cárceles colombianas, en la página de internet http://www.blogger.com/www.criminon.org.co hay un vínculo dedicado a su obra en el mundo.
Y allí aparece un diploma expedido en Montería (Córdoba) el primero de marzo de 2006, con el membrete del Ministerio del Interior y Justicia.
Según el Inpec, ese diploma pudo ser el resultado de un taller dictado en Tierralta (Córdoba) para los internos de justicia y paz, a través de un programa con la oficina del Alto Comisionado para la Paz.
Víctor Hugo Jiménez, representante de Criminón Colombia, se declaró sorprendido por el rechazo a su iniciativa, que según él, solo busca ayudar a los presos.
Y añadió que desde hace varios años su organización ha venido trabajando de la mano con varias cárceles colombianas, tal y como se pudo comprobar en Internet.


En esto cree la Cienciología
- El hombre es un ser espiritual inmortal.
- El aprendizaje avanza mediante la auditación. Un auditor (cienciólogo entrenado) revisa la evolución y la carga mental y emocional a través de un aparato diseñado por Hubbard: el E metro
- El espíritu ha tenido vidas pasadas, y evoluciona a nuevas vidas cuando el cuerpo muere.
- No veneran a un Dios, pero luego de pasar por ocho niveles (dinámicas) se tiene contacto con un ser supremo.
- Aceptan a personas de diferentes religiones.

Así se rigen
Tienen un código de honor con 15 puntos o ‘mandamientos’. Algunos de estos son: Nunca abandones a un compañero en necesidad, en peligro o en apuro: Nunca necesites elogio, aprobación o compasión y nunca temas dañar a otro en una causa justa.
También siguen los 21 preceptos del Camino de la Felicidad, un libro que invita a cuidar de sí mismo, a ser moderado, a renunciar a la promiscuidad, a ser digno de confianza y a ser competente.

El fundador
Lafayette Ronald Hubbard (1911-1986) fue un famoso escritor estadounidense. Psicólogo, ingeniero, físico, militar y piloto, investigó durante 50 años para crear la Cienciología. Primero diseñó la Dianética, un sistema anterior de técnicas de autoayuda. Su obra está compuesta por más de 3.000 conferencias, 84 películas, tres series enciclopédicas, más de 500 novelas y relatos breves y más de 40 millones de palabras escritas sobre Dianética y Cienciología.

En el corazón de los musulmanes guajiros



La imponente mezquita de Maicao es el refugio espiritual de la comunidad de árabes que llegó a Colombia en busca de un mejor porvenir y que se niega a perder sus costumbres religiosas. Allí reivindican su fervor por Alá.


Publicado en El Tiempo el 16 de septiembre de 2009-08-25
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
MAICAO (LA GUAJIRA)
Una voz extraña y aguda rompe de súbito la rutina de Maicao. Proviene de un parlante y llega hasta el último recodo de esta ciudad guajira de 123 mil habitantes. Es viernes, el reloj marca las 11:40 del día y el sol abrasador lo cubre todo.
Allahu akbar, Allahu akbar, Allahu akbar, se escucha a lo lejos. La frase, que en su traducción del árabe al español significa ‘Alá es grande’, hace parte del adhan, llamado a la oración con el que convocan a los musulmanes a la celebración de todos los viernes al mediodía.
La voz, grabada, sale del minarete, una torre de 31 metros de altura de la mezquita Omar Ibn Al Khattab, lugar que congrega a la comunidad colombo-árabe de la zona.
Es un refugio espiritual en el que sus fieles celebran, por estos días, su décimo aniversario. Su construcción, que tardó cinco años, se logró gracias a las donaciones de la misma comunidad que, cansada de rezar en salones comunes y corrientes, decidió levantar un templo con todas las de la ley, como lo manda Alá. Hoy, no solo es la mezquita más grande de Colombia (solo hay tres, la otras, pequeñas, está en San Andrés y Cartagena), sino en una de las más imponentes de Latinoamérica.
Allí también se concentra la celebración del ramadán, el ritual más importante de los musulmanes, que empezó el jueves y que dura un mes.
Al igual que el resto de sus compañeros de religión, los musulmanes de Maicao ayunarán 30 días y se abstendrán de cualquier relación sexual.
La gran diferencia es que ellos terminan el ayuno diario, al caer la tarde, con un banquete de frutas que acompañan con aguadepanela con limón bien fría.
“Nos sentimos colombianos, pero no olvidamos nuestras raíces”, dice Riad Darswish, presidente de la Asociación Benéfica Islámica, un libanés de 60 años que habla con un exótico acento mezcla de árabe con guajiro.
El ajetreado comercio que hizo famosa a la ciudad se paraliza cuando suena el llamado a la oración de los viernes.
Por las angostas y calurosas calles caminan decenas de hombres y mujeres que van acelerados rumbo a la mezquita. Ellos entran por la escalera principal del templo, custodiado por dos robustas columnas blancas y en cuya torre se levanta una media luna que representa el calendario que rige al Islam.
Van vestidos con ropas frescas, y a la moda. Ellas, discretas y esquivas ante las cámaras, lucen trajes que las cubren por completo, largos y oscuros, pese al calor inclemente. Sobre sus cabezas llevan una pañoleta o hijjab, que reviste sus rostros. Entran por una suerte de sótano, y se ubican en el segundo piso. No pueden estar con los hombres. “Entre mujeres estamos más cómodas”, dice Rima Kassem, de 26 años, hija de padre libanés y madre colombiana.
Antes de ingresar al gran salón de la mezquita, todos se lavan las manos, los pies, las orejas y la cara en baños diseñados para que los fieles se puedan enjuagar. “Hay que purificarse, lo dice el Islam”, cuenta Hussein Mahfouz, un niño de 8 años, de cejas muy pobladas y ojos negros de mirada profunda.
Los zapatos se dejan en un mueble lleno de compartimentos para las cerca de 500 personas que se congregan en cada oración. Nadie puede entrar con los pies calzados.
Adentro, se juntan de a dos o tres, niños y adultos. El grupo se ubica en dirección hacia la ciudad de La Meca (Arabia Saudita). Mirando al oriente.
Se arrodillan, extienden los brazos y descansan la cabeza sobre una alfombra gigante que cubre todo el templo. Reposan mientras el imam (sacerdote), Abdul Basit, da su sermón en árabe, que dura hora y media. Basit es un egipcio que no habla español, y a quien enviaron desde el Oriente Medio a dirigir la fe de los cerca de 1.200 colombo-árabes que hay en Maicao.
La mezquita, de paredes impecablemente blancas, tiene unos pocos cuadros colgados con versículos del Corán, huele a alfombra recién lavada y la única imagen que cuelga es una especie de reloj electrónico que indica las oraciones obligatorias del día.
“Empiezan a las 4:29 de la mañana y terminan a las 7:00 de la noche”, cuenta Pedro Delgado, un samario, musulmán converso hace 20 años (hoy tiene 47), que estudió el Islam en Arabia Saudita. Dirige el programa de religión del colegio Colombo Árabe Dar El Arkam.
Allí, según Delgado, 500 niños –la mayoría hijos de matrimonios entre árabes y colombianos–, aprenden la religión y el idioma de sus ancestros. Delgado también traduce el sermón del imam para quienes no hablan árabe.
Mohamed Hammoud (dicen que cuatro de cada diez niños musulmanes llevan el nombre del profeta Mahoma) combina sus oficios como imam y comerciante. Estudió religión en su Líbano natal.
Lleva 9 años en Maicao, tierra en la que, según él, sus coterráneos encontraron un paraíso después de huir del conflicto del Medio Oriente.
“Acá nos quedamos. Somos parte de la identidad de Maicao”, cuenta el hombre, de 34 años, soltero, quien agrega que lo único que no le gusta es que aún muchos, propios y visitantes, relacionan a su comunidad con terroristas, ‘hombres bomba’ y hasta con Osamma Ben Laden. “El Islam es paz. El mensaje de Alá no es armarse, es la palabra”.