El Islote: un pueblo estrecho pero feliz

En este corregimiento de Cartagena, famoso por ser el supuesto lugar más poblado del mundo, viven mil personas en 98 casas, casi una encima de la otra. Crónica de un pueblo que no tiene líos con su apretujada y precaria forma de vida.

José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial
Santa Cruz del Islote.
Publicado en El Tiempo el 19 de enero del 2012.

A lo lejos parece un barco en naufragio, una mancha de escombros flotante en medio del océano cristalino. Es Santa Cruz del Islote, un corregimiento de Cartagena que se ha hecho famoso por ser, supuestamente, el lugar más densamente poblado del mundo: alberga a 1.000 habitantes en una extensión de tierra de apenas una hectárea. El promedio nacional, según el Dane, es de 41 habitantes por ese mismo espacio.
Al desembarcar en un muelle donde los corales tostados crujen tras las pisadas, la primera casa que aparece es la de una mujer de unos 70 años que, a secas, dice llamarse Anita.
-¿Qué quieren?, contesta Anita, cortante, después del saludo.
-Somos periodistas y vamos a escribir un reportaje ¿Es cierto que este es el lugar más poblado del mundo?
-Pues eso dicen-, contesta indiferente.
En el camino aparece Blas Mesa, un pescador amable de 55 años, padre de cinco hijos que explica la reacción de Anita:
“Es que en la prensa han dicho muchas mentiras: que para salir de una casa hay que pasar por la sala del vecino, que dormimos tan juntos que soñamos lo mismo, que hay prostitución y eso… eso que llaman… la promiscuidad”.
“Sí, vivimos apretados, pero eso no es para que nos ridiculicen”, cuenta Blas, indignado. Cuando habla de vivir apretados, se refiere a que en el pueblo sólo hay 98 casas para sus mil habitantes –unas pocas de dos pisos- y en cada una de ellas viven, en promedio, 10 personas de dos y hasta tres familias; dos, tres y cuatro personas en la misma cama.
Es un pueblito cuadrado del tamaño de la manzana de un barrio. Se estima que solo una tercera parte de las casas es de concreto, las demás son ranchos de piso de tierra y paredes de guadua y madera que se ven tan frágiles como chamizos secos.
“Tenemos lo básico para una vida digna”, sigue Blas y añade que Anita es hija del tío Pepe.
El tío Pepe realmente se llamaba Miguel Felipe Morelos y era conocido como el cacique del pueblo. Murió a sus 92 años el 20 de julio del 2011 siendo el más viejo de todo el Islote.
Ante la ausencia de una biblioteca –y de libros-, era quien narraba las historias de la fundación de este particular poblado que surgió de la nada, un puntico perdido en medio del mar, hace más de 300 años.
Dicen allí que un grupo de pescadores se asentó en la isla, atraído por su gran despensa marina –sobre todo de langostas- y por la ausencia de plagas.
También relatan que el tío Pepe convivía con tres esposas –aunque en diferentes hogares- con quienes tuvo 23 hijos y más de 100 nietos, y que entre ellas nunca hubo enemistad.
Al tío Pepe lo enterraron en la isla vecina de Tintipán porque en el islote no hay cabida para los muertos. Así como no hay cementerio, no hay muchas cosas para la vida básica de una comunidad por una sencilla razón: no hay espacio. El colegio solo ofrece hasta el grado séptimo de bachillerato y el centro de salud está en construcción. El médico y la enfermera no están, van de vez en cuando.
Sin embargo, mientras pasan las horas, se va concluyendo que semejante estrechez solo asombra a los forasteros. Los nativos se ven tranquilos y hasta pareciera que se gozan su apretujada y precaria forma de vida.
Santa Cruz del Islote es una de las 10 islas que conforman el Archipiélago de San Bernardo, en el Parque Nacional Corales del Rosario: un paraíso natural y turístico que ostenta una de las zonas coralinas más hermosas del país. El mar es reposado, de un oleaje escaso, y sus colores pasan por todas las gamas del verde y el azul. Al frente del Islote, en las islas Múcura y Palma, hay dos sofisticados hoteles que contrastan con sus limitaciones.
No hay servicio de acueducto ni de alcantarillado. El agua la recogen cuando llueve, y si no llueve, deben esperar a que un buque de la Armada los abastezca del líquido. Y sí, -hay que decirlo- las aguas negras y las necesidades físicas de la gente caen en el mar. Solo unas pocas casas tienen baño, aunque con línea directa al océano.
Una planta de energía eléctrica empieza a zumbar fuertemente, como un zancudo en la oreja. “También tenemos la luz más cara del mundo”, dice gruñendo Juvenal Julio, un raizal enérgico, de 65 años, llamado a retomar el legado del tío Pepe.
“Yo iba y le llevaba un juguito al tío Pepe y le sacaba información. Y como ya se murió soy el encargado de contar la historia del Islote”, dice Juvenal, pescador y guía turístico de las islas vecinas.

Una comunidad solidaria
Juvenal explica que, por casa, hay que aportar 2.500 pesos diarios para comprar la gasolina de un transformador de energía, donado por el gobierno del presidente Andrés Pastrana en 1999–afirman que es la más reciente obra estatal-, que provee apenas cinco horas de luz. Y si alguna familia no tiene el dinero, le prestan de un fondo común.
Son las 2:00 de la tarde y sorprende no encontrar mucha concurrencia en el supuesto lugar más poblado del mundo, un título que nadie sabe de dónde salió.
Lo cierto es que, según el Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa), no es un reconocimiento oficial. Ese galardón se lo lleva Mong Kog, un distrito de Hong Kong (China) donde viven 130 mil personas en el mismo espacio de este poblado. Y en Colombia el sitio más poblado es Itagüí (Antioquia) donde 13.000 personas comparten el mismo terreno.
Juvenal aclara que es hora de la siesta y que, además, mucha gente está buscando su sustento: unos pescan, otros trabajan en los hoteles y el resto vende almuerzos, ‘cocolocos’ y cocadas en las islas aledañas. “El único turismo en el Islote consiste en traer turistas a que vean cómo vivimos; se bajan, miran con asombro y no compran ni agua”, escupe Juvenal.
El pueblo parece un laberinto de calles encharcadas, sólo unas pocas de pavimento ya agrietado. La única área común es la de la plaza central, donde a esa hora un grupo de hombres mata el tiempo en una partida de dominó bajo un árbol que los resguarda del sol. Se impone una cruz pintada de azul celeste desteñido, al frente del colegio.
Hay tres tiendas, una más grande que las demás, y un quiosco donde los fines de semana celebran duelos de gallos y que de lunes a viernes es centro de culto religioso. “Si no hay una iglesia católica, menos un templo para los evangélicos: les toca rezar en la gallera”, cuenta Juvenal y se echa a reír.
Juan Guillermo Berry es el dueño de la tienda grande y líder de la Iglesia Misionera Mundial. Considera que mucha gente se volvió evangelista –el cree que el 40 por ciento- porque los curas solo van una vez al año a bautizar a los niños.
Dentro de las pocas cosas que sí hay: una discoteca, aunque sin inaugurar. Su dueño es Felipe Morelos (junior), hijo del tío Pepe, quien pensaba abrir el negocio cuando su padre se enfermó del corazón y falleció.
Son las 4:00 de la tarde y empiezan a arribar las embarcaciones cargadas de los lugareños que retornan después de la jornada. Y poco a poco el pueblo empieza a llenarse, como un hormiguero alborotado.
Los niños pequeños juegan descalzos entre un charco detrás de un balón o se refrescan en el mar, muy cerca de un monumento desportillado de la Virgen del Carmen, patrona del pueblo: la imagen no tiene manos ni nariz, y al niño Jesús le falta la cabeza.
Los más grandecitos juegan en una pequeña mesa de billar. Dicen que la mesa de billar grande se la llevaron porque ocupaba mucho espacio.

Néstor ha cursado seis séptimos
Yojaira Niuba prepara café en su estufa de leña (todas las estufas son de leña). Vive con su esposo y cinco de sus siete hijos en el mismo cuarto, en dos camas sencillas. Los otros dos viven donde una hermana. No cabían en su rancho. “Duermo con mi marido y dos niñitos en la misma cama. Para la intimidad, pues esperamos que se duerman los pelaos”, suelta con picardía.
Yojaira quisiera que sus hijos tengan una vida mejor, pero según ella, no hay fuerza (dinero). “Mire a Néstor, tiene 18 años y lleva seis séptimos”.
-¿Cómo así?
-¡Es que en el colegio sólo hay hasta grado séptimo!, lamenta.
“Yo quiero ser pintor”, dice el muchacho, quien prefiere repetir cada año el mismo grado a quedarse haciendo nada.
“Aquí no necesitamos autoridad, somos una familia”, reaparece Juvenal. Y tiene razón. Casi todos son parientes. Y las dificultades –y el abandono del Estado, según denuncian- los ha llevado a organizarse como una comunidad solidaria capaz de compartir comida y de arreglárselas para proveer el agua y la energía eléctrica, o para contratar una lancha entre todos cuando algún enfermo necesita atención.
A Ramiro Hoyos, el inspector de policía, le preocupa que la población siga creciendo. Pero cree que con el nuevo centro de salud se podrá implementar un programa de planificación familiar. “Aunque las familias ya no tienen tantos hijos (cuatro en promedio)”. Cree que con agua y energía eléctrica todo sería mejor, e invita al Gobierno a que se acuerde del Islote.
“Dios mío, ¿cómo pueden vivir así?”, dice con ojos de terror una turista argentina a la que llevaron a conocer “el lugar más poblado del mundo”.
“Señora: no se preocupe. Acá vivimos en el paraíso”, le refuta Juvenal señalando el sol de bronce que se funde en el mar tranquilo e infinito que bordea al Islote.

FOTO: Juan Manuel Vargas
Video sobre el Islote: http://bit.ly/x6WxTL
Galería de fotos: http://bit.ly/wKVdOD

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