El glorioso y olvidado gaitero

¿Qué le queda al más célebre gaitero colombianos tres años después de ganar un Grammy? Sólo la nostalgia de promesas incumplidas y el anhelo de una vida sin tanta agonía.

POR JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
ENVIADO ESPECIAL
SAN JACINTO (CÓRDOBA)

San jacintero:
Recuerda los bailes nobles de tus abuelos,
los que bailaron la gaita y dejaron huellas sobre tu suelo.
(Extracto de Sabor a gaita, del compositor Adolfo Pacheco).

El objeto se ve extraño, exótico, como una pieza de museo fuera de su cofre de cristal. Su propietario se encorva lentamente y lo saca de la caja de cartón donde lo guarda, con recelo, para ponerlo encima de un mesón de madera raído que hace las veces de comedor.
Sus destellos dorados disparan hacia el piso de tierra húmeda que conduce hacia la cocina donde reposan cuatro ollas tiznadas -y vacías- sobre una estufa de gasolina.
Desde allí se asoma el patio donde una gallina negra escarba, inútilmente, buscando algún grano para comer.
En la casa del ganador de un Grammy, el gramófono suele ser lo más importante. Por eso su propietario, Manuel Antonio García Caro, ya no quiere guardarlo más debajo de la cama.
Toño, como lo conocen en San Jacinto (Bolívar), es uno de los gaiteros que en el 2007 obtuvieron el premio Grammy Latino en la categoría de mejor álbum folclórico. El mundo los vio pisando la alfombra roja en Las Vegas y codeándose con luminarias del espectáculo como Juan Luis Guerra, Gloria Estefan y Ricky Martin.
Después de desfilar con un grupo de indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, tocaron con la famosa agrupación puertorriqueña Calle 13, que subsidió su viaje.
La prensa internacional del espectáculo cubrió con asombro el triunfo de los tres campesinos colombianos que, vestidos de blanco, montados en sandalias y cubriendo sus cabelleras canosas con sombreros vueltiaos, se alzaron con el galardón.
Además de Toño, iban Nicolás Hernández y Juan Fernández, más conocidos como Nico y Juan ‘Chuchita’, con quienes conforma la gloriosa agrupación de Los auténticos gaiteros de San Jacinto desde hace casi cuatro décadas.
¿Tres años después, qué le queda a un ganador de un Grammy como Toño?
Muy poco. Solamente el recuerdo de esos instantes de gloria, varias promesas sin cumplir y, por supuesto, el gramófono, que es su más valioso tesoro. Nada más, aunque para él parece que fuera suficiente. La organización del premio no da dinero en efectivo, sólo el reconocimiento.
El maestro Toño no se queja ni juzga. Tampoco exige que le cumplan lo que le prometieron cuando le dio la alegría del Grammy a Colombia, el mismo galardón que han ganado otros artistas nacionales como Shakira o Juanes. La casita que le iban a construir, a él y a sus compañeros, todavía no tiene ni la primera piedra.
El hombre, que el pasado 6 de enero cumplió 81 años, vive con su esposa Candelaria y con una de sus tres hijas en un humilde rancho donde sólo dos de los tres cuartos tienen piso de concreto, que ya se agrietó; el resto es tierra. En su casa, como en todo San Jacinto, no hay servicio de acueducto ni de alcantarillado.
El agua la provee la lluvia. Tres baldes, con apenas un cuncho del líquido, sobresalen en el patio como esperando un milagro.
“Lo que quiero es hacer una piecesita directamente para el gramófono, para hacerle un nicho, para no volverlo a mover”, cuenta Toño con una voz suave y resignada.
Camina despacio rumbo al patio, dejando ver que el paso de las más ocho décadas que lleva a cuestas no ha sido en vano; atraviesa un corto pasillo ensopado y llega hasta el lote donde quiere levantarle una especie de museo al premio.
Señala el medio metro de pared que ha logrado construir con bloques de cemento y lamenta haber detenido la obra porque se le acabó el presupuesto.



Un santuario para el gramófono
“Lo estoy construyendo con lo poco que he podido ahorrar, de cuenta mía, ese trabajo lo estoy haciendo yo solo”, dice el hombre al contar que los tres millones de pesos que le dejó el último viaje internacional que hizo (a Londres, a comienzos del 2010), lo destinó a la construcción del ‘santuario’ para su gramófono y para pagar algunas deudas.
Su sueño es que los niños y los turistas, y todo el que quiera, pueda ir a su casa a conocer la dorada estatuilla. Ya no quiere prestarlo más al museo del pueblo, que se lo solicita cada vez que tiene alguna visita importante.
Toño García es el menor de 10 hermanos, de los que sólo queda él. Hijo de campesinos, se crió entre cultivos de maíz, yuca, ñame y tabaco en el caserío de Las Mercedes, a 25 kilómetros del casco urbano de San Jacinto, arrullado por el canto de las gaitas de los labriegos.
“No pude aprender a estudiar porque mi mamá se murió y me dejó de cinco años; a mi mamá le dio la muerte de un cáncer, una gravedad que no tenía cura. No aprendí a leer ni a escribir, sólo a firmar mi nombre”, evoca.
A los 13 años descubrió la fascinación por la gaita. Empezó por prestarle juiciosa atención al que más tarde sería su gran maestro, Manuel Mendoza. Poco a poco se fue convirtiendo en un aventajado aprendiz, y en uno de los músicos más solicitados para amenizar las parrandas de la región, de la mano de su mentor.
A los 19 años se casó y tuvo cuatro hijos, de los cuales murió uno pequeñito que nació muy enfermo. Hace 22 años murió otra de sus hijas, dejando a siete hijos a los que él no ha desamparado. Ninguno le heredó la vena artística y eso parece dolerle.
Tiempo después se desprendió de su vida de gaitero, que más que una carrera era la excusa para andar de fiesta en fiesta, chupando ron.
“Yo duré 20 años que me abandoné de la música, por cosas que se me dio de salir a caminar, a ver qué daba la vida, porque yo no conocía la vida”, recuerda Toño. Divagó por toda Colombia y Venezuela durante ese tiempo.
Pero en 1984 tuvo que volver. Su maestro había fallecido y él, como el mejor de sus pupilos, debía sucederlo. Regresó y retomó el trono de Manuel Mendoza, que lo convirtió en el que es considerado como el más célebre de los gaiteros colombianos.
Ha recorrido más de 20 países, en conciertos y en eventos de corte diplomático en el que ha representado a Colombia. Su gaita se ha escuchado en los escenarios más importantes del mundo, como el Madison Square Garden.
“Después de que fuimos ganadores del Grammy me he quedado esperando; si no ofrecieran, pues uno no se queda esperando”, suelta Toño y cuenta que el alcalde de turno, al igual que el Ministerio de Cultura de la época, les prometieron una casa a él y a sus amigos.
“Lo único que esperamos es que nos mejoren la vida tan siquiera con una casa para que yo, el resto de mi vida, lo pueda pasar quieto; ya se ha agonizado mucho”, dice Toño, ahora sí en tono nostálgico.
Nunca amasó una pensión y las invitaciones a los eventos internacionales se han reducido. Y en estas, cuenta, nunca le han pagado lo suficientemente bien. Sin embargo, aclara que sin esos viajes no hubiera podido levantar su rancho.
Su salud está bien, pero la de su esposa no tanto. Hace poco perdió un ojo y la atención que reciben por el régimen subsidiado de salud también se queda escasa.
“Me hace falta un tratamiento para recuperar unos años, porque yo todavía ando, todavía trabajo, yo hago la gaita; no tengo una entrada fija”, añade el hombre al hablar de la elaboración del legendario instrumento como una ayuda para su subsistencia.

Cambia sus gaitas por comida

El ilustre y viejo gaitero, que ha puesto a bailar a franceses, suizos, españoles y estadounidenses, debe adentrarse en el monte para conseguir la madera verde que hoy tiene arrumada en la casa y que aún huele a pino recién cortado; es un cactus al que tiene que sacarle el corazón y pelarle las espinas; lo seca bajo el sol para después abrirle las notas musicales con una varilla caliente.
Haciendo una gaita, después de tener el palo seco y los materiales listos (carbón vegetal y cera de abejas), tarda un día.
Y lo que le pagan es una humillación: entre 15 y 20 mil pesos por el par de gaitas (macho y hembra), que vende en las tiendas de artesanías de San Jacinto, al lado de las famosas y coloridas hamacas que caracterizan a esta calurosa población de la costa colombiana de 25.000 habitantes.
“Y si no las vendo, tengo que cambiarlas por comida”, reconoce con una voz que parece que se le fuera a apagar.
“Cuando las vendo bien vendidas, las vendo a 50 mil el par; ahí es cuando uno puede vivir un poco mejor”, cuenta él y revela que el honor de ser buena paga le permite sacar fiado en las tiendas del pueblo cada vez que se queda sin dinero. Todo lo que se cocina en su casa se trae el mismo día, casi siempre fiado; nunca hay plata para hacer mercado.
-¿Qué le preocupa?
-Poder terminar esta construcción y que yo sepa que me puedo acostar por ahí sin tanto desespero; para que el día que me toque morirme, me pueda ir alegre. De todo cuanto tormento he podido pasar, los he pasado; tengo una edad en la que ya no es justo seguir batallando tanto.
Jorge Quiroz, coordinador de cultura de San Jacinto, cuenta que desde que los gaiteros se ganaron el Grammy le han pedido ayuda al Ministerio de Cultura y al Viceministerio de Vivienda para construirles sus viviendas.
“Hemos hecho toda la gestión para que a los maestros se les provea de una vivienda digna. Le escribimos, incluso, al expresidente Álvaro Uribe y no se ha logrado nada”, cuenta el funcionario al explicar que el Gobierno nacional no les ha atendido esa solicitud y que el suyo es un municipio muy pobre.
Lo único que han podido hacer, con ellos, es darles subsidios de 150 mil pesos mensuales a cada uno (a través del programa de adulto mayor del Estado), mercados y la afiliación al Sisbén.
Juan ‘Chuchita’ tiene 79 años, mide 1.62 de estatura, tiene el cuerpo menudo y siempre sonríe; padre de cinco varones, es el cantante de la agrupación. Solo canta: la artritis ya no lo deja tocar la tambora.
“Mi casita es de bahareque, como en los tiempos antiguos. Espero a ver si me ayudan a hacer mi casita de material”, cuenta el hombre y puntualiza: “Del Grammy sólo me quedó el aparato”.
Además de los viajes al exterior, Juan ‘Chuchita’ toca con diferentes agrupaciones folclóricas para conseguir el sustento. También se queja de que en los viajes internacionales no le han pagado lo que él cree que se merece.
Lo que sí reconoce es que le han llegado las regalías por la venta del disco, Un fuego de pura sangre, el mismo que les permitió obtener el galardón.
Pedro Fernández, gestor cultural de la población, cree que la situación de los gaiteros se debe a que no tienen quién los represente y los defienda.
“Ellos son analfabetas y por eso se aprovechan, les dan lo que quieren en los contratos”, dice Fernández y explica que ellos, como no tienen un representante, tocan con quién se los les pide. Según él, la situación de Nicolas Hernández, el tercero de los gaiteros, es similar a la de Toño y Juan ‘Chuchita’.
“Los maestros no saben hacer cuentas, son muy humildes y conformistas”, sigue el hombre al hacer una acertada reflexión, que deja claro que son hombres humildes que han andado por la vida sin mayores pretensiones: “Los gaiteros hacen música porque les sale del alma, no por negocio”.
Sentado en una silla de madera, en el zaguán de su casa, Toño Fernández saca su larga gaita, de casi un metro. Se la lleva a la boca y sus dedos se deslizan dándole un sonido especial a cada soplo.
Toca Sabor a gaita, del compositor sanjacintero Adolfo Pacheco, una melodía que suena a nostalgia. Cierra los ojos, como despachando el alma en cada nota.
-¿Ha sido feliz, maestro?
-Sí, de todos modos valió la pena ser músico; he tenido mucho roce, muchos viajes que no esperaba, y he tenido la oportunidad de conocer la vida.

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