José Alberto Mojica Patiño
Redactor de EL TIEMPO. Febrero 3 del 2011.
Miguel Ignacio Bermúdez sólo quería saludar al Papa Juan Pablo II. Su única pretensión era plantarse en las inmediaciones del aeropuerto Eldorado, en un buen lugar, para verlo de cerca en su primera y única visita a Colombia, ocurrida el primero de julio de 1986. Si tenía suerte, lograría tomarle una foto con su cámara Olimpus. Sin embargo, sus planes cambiaron de rumbo de una manera inesperada.
Miguel Ignacio Bermúdez sólo quería saludar al Papa Juan Pablo II. Su única pretensión era plantarse en las inmediaciones del aeropuerto Eldorado, en un buen lugar, para verlo de cerca en su primera y única visita a Colombia, ocurrida el primero de julio de 1986. Si tenía suerte, lograría tomarle una foto con su cámara Olimpus. Sin embargo, sus planes cambiaron de rumbo de una manera inesperada.
Bermúdez, un ex seminarista de 33 años, licenciado en filosofía y periodista deportivo, fue la primera persona en saludar al Sumo Pontífice apenas descendió de un inmenso Jumbo blanco, después de besar suelo colombiano. De hecho, se dio el lujo de estrechar sus manos cuatro veces en diferentes momentos. Y como si fuera poco, logró acompañarlo en el recorrido de ocho kilómetros que hizo, en el mismísimo papamóvil, desde el aeropuerto hasta la Plaza de Bolívar.
¿Cómo un simple ciudadano logró burlar la rigurosa seguridad de uno de los hombres más y mejor custodiados del mundo? -Fue un milagro de Dios -dice, casi 25 años después de lo que él considera una imprudente hazaña.
Bermúdez, entonces, trabajaba en una fundación que promovía el deporte y estaba recién casado. Criado en el seno de un hogar católico, ingresó al seminario a los 17. Después de cinco años, sintió que ese no era su camino. "Es mejor un buen laico que un mal sacerdote", dice. El pequeño monaguillo creció viendo al Papa polaco como su ejemplo de vida.
"Su pontificado marcó a tres generaciones. Juan Pablo II ha estado presente en los momentos más importantes de mi vida", cuenta. En su apartamento en el occidente de Bogotá, Bermúdez, hoy de 58 años, no solo atesora los recortes de prensa donde registraron su osadía -que lo convirtió en el más ilustre descarado de la época- sino toda una colección de libros, revistas, documentos y fotografías de quien él considera el gran personaje del siglo XX, por sus aportes a la paz mundial.
Su admiración lo ha llevado a estudiar en profundidad todas sus encíclicas. Al recordar cómo logró burlar el extremo esquema de seguridad dispuesto para la visita papal, compuesto por unos 5.000 hombres de la Policía y el Ejército, repite: "Nunca planeé nada, las cosas se fueron dando".
Cinco años atrás, el 13 de mayo de 1981, había ocurrido el atentado que casi la cuesta la vida a Juan Pablo II, cuando se desplazaba, en Roma, en un papamóvil descapotado. A las 10:45 de la mañana, Bermúdez llegó en buseta hasta la glorieta de la avenida Eldorado, en las afueras del aeropuerto bogotano.
Hasta ahí estaba permitido el acceso. Sólo podían pasar los portadores de credenciales, que él no tenía. Ahí encontró un primer retén. No conforme, quería ubicarse detrás de las barreras metálicas instaladas a unos pocos metros, donde tendría una gran vista. Entonces vio cómo un mensajero, en su moto, bordeó el lugar, sin obstáculos, e ingresó a una bodega ubicada en el costado derecho.
Mientras seguía la misma ruta, buscando pasar al otro lado, se topó con un soldado que se asomaba en el techo, apuntándole con una ametralladora. Él, como si nada, lo saludó y empiezan a conversar; luego, sacó un puñado de dulces, se los entregó, se despidió y siguió campante hasta alcanzar la salida de pasajeros del muelle nacional.
Caminó hacia el extremo del lugar y vio que se acercaba un Land Rover blanco, con una especie de carpa de cristal en la parte superior: el papamóvil. Fue estacionado en el costado derecho de la vía, tras una puerta falsa levantada en tejas de zinc. Bermúdez, haciéndose pasar por reportero, pidió permiso para fotografiarlo.
En ese instante, llegaron dos amigos suyos sacerdotes y se les acercó, lo que despistó a los policías, que presumieron que era parte de la organización. Pasados unos minutos, la puerta de zinc fue levantada y el papamóvil ingresó al aeropuerto. Tres obreros, que trataban infructuosamente de entrar un pesado andamio, parecían necesitar la fuerza de una cuarta persona: ahí estaba Bermúdez.
"Mi Diosito me estaba mostrando el camino claro para poder ingresar", recuerda. En segundos, caminaba por entre los aviones, sin saber adónde iba; sentía que las piernas no le funcionaban. No quería despertar sospechas, pues sabía que si lo atrapaban pensarían que era un terrorista que pretendía atentar contra el Papa. Sentía una mezcla de miedo y emoción. A la 1:40 p. m., ingresó al salón VIP a tomar un descanso. Después de acomodarse el pelo, se ajustó la corbata y la chaqueta azul jaspeada.
"Era muy tarde para arrepentirme, tenía que seguir", dice. Se situó en el pasillo, afuera del salón, y comenzó a actuar como jefe de protocolo. Recibió al mismo presidente Belisario Betancur, a la primera dama y a los ministros, que se ubicaron rápidamente en los palcos asignados. El Papa aterrizaría en cinco minutos. Bermúdez no quiso pegarse a ese grupo.
Tomó una bandeja repleta de empanadas y gaseosas y se las repartió a los hambrientos soldados que custodiaban el acceso a la pista de aterrizaje; aprovechó el desorden generado por el improvisado ágape y logró ubicarse en la punta del tapete rojo dispuesto exactamente debajo de donde segundos más tarde quedaría la trompa del avión. A las 3:18 de la tarde el Papa se asomó y saludó. Bermúdez tomó la primera de una serie de fotos que sólo él pudo captar, gracias a su privilegiada ubicación. Después de arrodillarse y de besar el suelo, Juan Pablo II se levantó y fue Bermúdez el primer colombiano a quien saludó.
"Santo Padre: bienvenido a Colombia", le dijo sin dejar de apretarle las manos, con voz temblorosa. El Papa ya estaba montado en su vehículo cuando Bermúdez observó que la parte trasera tiene una escalerilla. Sin pensarlo, trepó de un solo brinco.
A lado y lado del vehículo iban los escoltas de la guardia suiza. Uno de ellos, corpulento, de ojos claros, lo interrogó pocos minutos después de salir del aeropuerto.
-¿Quién eres?, le preguntó en perfecto español. -Soy un ciudadano colombiano. -¿Y qué haces aquí? -Es el día más feliz de mi vida-, fue lo único que atinó a responder, casi entre lágrimas. Parece que conmovió al guardia, que le permitió seguir a bordo con el compromiso de bajarse cuando se detuviera el papamóvil. Pero este sólo paró en la Plaza de Bolívar, frente a la Catedral Primada, donde también se coló como el más diestro polizón.
Durante el recorrido, el secretario privado del Sumo Pontífice, el cardenal Stanislaw Dziwisz, le entregó un estuche con una camándula que, luego, Bermúdez le pasó a monseñor Mario Rebollo, arzobispo de Bogotá, quien iba en el papamóvil; para que el Santo Padre se la bendijera. Y así fue. "¿Podría ser más bendecido?", se pregunta hoy Bermúdez, satisfecho con el anuncio de la beatificación de Juan Pablo II, prevista para el próximo 1o. de mayo. Él se declara devoto, no fanático, y confiesa que entre los favores recibidos del Papa está la buena salud de toda su familia.
"¿Qué mejor milagro que mis padres y mis ocho hermanos estén con vida?". Este hombre que hoy se gana el sustento como dirigente de un club de ciclismo, que pasará a la historia como el 'colado' del Papa, tiene un libro inédito con su relato; también anhela que se haga la película que un guionista independiente tiene planeada.
-¿Se arrepiente de lo que hizo?
-De ninguna manera. Lo que me pasó fue algo providencial
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