Margarita y Mateo: una historia de amor segada

El asesinato de los universitarios Margarita Gómez y Mateo Matamala en Córdoba le recordó al país que hay zonas donde los violentos siguen mandando.
José Alberto Mojica Patiño
Redactor de EL TIEMPO (16 de enero del 2011)

Dos azulejos se posaron en la ventana de María José Matamala. El pajarito revoloteaba mientras su compañera lo contemplaba con detenimiento.
“Los azulejos eran una pareja muy bonita y recordé: cuando uno está completamente enamorado, todo es bonito”, dijo la joven con la voz quebradiza y el alma desgarrada. De pie, en el altar de la iglesia de Nuestra Señora del Líbano, en el norte de Bogotá, tenía a pocos metros el cofre café donde reposaba el cuerpo sin vida de su hermano Mateo.
A ella se le ocurrió que el par de azulejos eran una representación de su hermano y de Margarita, la mujer con la que él compartió felizmente sus últimos meses de vida, y también, los insospechados instantes de una muerte que se los llevó de un sólo zarpazo.
“Mate (así le decían a Mateo) estaba en su mejor momento: plenamente radiante. No le faltaba nada, tenía a su familia unida y a su gran amor”, siguió hablando y confesó que, pese al dolor, Mateo le transmitía tranquilidad.
Ella, apenas un poco más joven que su hermano, pidió en nombre de él que no aniden ningún sentimiento de rencor; que no piensen en la manera en cómo se fue: sólo en que se fue. Y que tampoco piensen en los asesinos: las nuevas bandas criminales. El doble crimen, cometido por los 'Urabeños' en San Bernardo del Viento, le recordó al país que esos grupos, surgidos de los restos de los antiguos paramilitares, siguen mandando sobre vidas y haciendas en algunas regiones.
A Mateo Matamala, de 26 años, lo recordarán como un joven noble e idealista que soñaba con cambiar el mundo.
“Era imposible no amarlo”. Así lo recuerda su tío Ricardo al evocar una de las consignas favoritas de Mateo: “Para qué dar la mano si puedo dar un abrazo”. Días antes, Ricardo recibió un mensaje de texto en el que él le contaba que Los colores del mar, la playa donde estaban acampando en San Bernardo del Viento (Córdoba) –cerca de donde fueron acribillados los dos universitarios– era un lugar hermoso y apacible en el que sólo había pescadores.
Desde su adolescencia, Mateo dejó claro que no quería ser un ejecutivo de corbata. Su padre, José Carlos, rememora que siempre esquivó las comodidades. Se movía por la ciudad en bicicleta y prefería el bus al taxi, para ahorrar dinero y para no contaminar.
“Amaba la naturaleza y a la gente, sobre todo a los más desprotegidos”, dice su padre al comentar que entre los asistentes a una misa –ofrecida el viernes por la U. de Los Andes–, sobresalía una indigente encogida en su melancolía.
“Es La Guajira”, aterrizó al recordar a la mujer, habitante de la calle, dueña de 11 perros vagabundos y a quien Mateo había acogido. “Le daba comida, ropa y cariño”, narra con la voz apagada y aclara que no la va a desamparar.

Víctimas, no mártires
“Mi hijo nunca nos dejaba de sorprender con su generosidad. Eso hace mayor la injusticia cometida contra él y contra Margarita”, enfatiza José Carlos con indignación y recalca que no le interesa que a ellos los consideren mártires.
“Son víctimas de este país enfermo. Ojalá que su muerte sirva de ejemplo para que por fin cese tanta violencia”.
Mateo y Margarita, de 23 años, llevaban apenas seis meses de relación pero su amor parecía infinito. Mateo la conoció en la facultad de biología de Los Andes, donde él ya había terminado ingeniería ambiental. “El tiempo se encargó de unir a este par de bonitos”, dice Andrés Jacome, uno de los grandes amigos de la pareja.
Sus planes: graduarse en junio próximo para montar una fundación que les enseñara a los niños del campo a sobrevivir con los frutos de la tierra; para que vivieran felices en sus parcelas y no se convirtieran en desdichados citadinos.
“Lo importante del legado de Mateo y Margarita es ese amor puro; era un fruto maduro y abundante, un fruto de un palo que ya se encuentra por estas tierras colombianas que ellos tantos querían”, sigue Andrés.
Consuelo Gómez es la mamá de Margarita. Una mujer luchadora, madre soltera que a punta de préstamos y mucho sacrificio le pagaba la universidad a su hija.
“Sólo nos teníamos la una a la otra. No sé de dónde sacaron esa gran mentira de que somos de una familia millonaria”, advierte Consuelo, oriunda de Cucunubá (Cundinamarca). Precisamente allí empezó a florecer en Margarita el amor por la biología.
“Mi hija no le tenía miedo a nada. Se trepaba en cualquier lugar, se metía al agua y sacaba los animales que se encontraba”, dice la mujer descargado sus palabras en un largo suspiro en el que pareciera que se le escapa la vida.
A Consuelo le llamaba la atención el precoz pero fecundo amor entre Margarita y Mateo. Por eso no vio ningún inconveniente cuando ella le dijo que se iba para Córdoba a pasar unos días de descanso con él. “Estaban felices”.
La última vez que hablaron fue el lunes al medio día, unas dos horas antes de que los mataran. Primero irían a Lorica, donde al día siguiente Mateo empezaría sus prácticas en una reserva de manatíes, y después a Montería. Margarita volaba a Bogotá al otro día. “Me dijo: mamá, tienes que ir a recogerme al aeropuerto. Voy a llegar muy triste por dejar solo a Mateo”, fueron las últimas palabras.
Los primos de Margarita crearon un grupo en Facebook para recordarla. En medio de tanto dolor, todos los mensajes coinciden en lo mismo: ella se fue a la otra vida tranquila y regocijada en los brazos de su amado Mateo.
Ruta prohibida en Córdoba
San Bernardo del Viento (Córdoba). Muy a pesar de la presencia de las autoridades, en Córdoba hay rutas prohibidas para los forasteros. Una de ellas fue la que tomaron Mateo Matamala y Margarita Gómez la tarde del pasado lunes. Sin saberlo, eligieron un camino de la muerte. En la vereda Nuevo Oriente, caserío del municipio costanero de San Bernardo del Viento, donde ocurrió el doble crimen, caminar a ciertas horas del día o de la noche es un peligro si no se cuenta con el permiso de los hombres armados que patrullan la zona, cuidando su negocio de narcotráfico. Los jóvenes arribaron atraídos por la diversidad de especies animales y vegetales que pululan en las más de 500 hectáreas de mangle. Llegaron a San Bernardo el pasado 4 de enero y se instalaron en un modesto balneario, 'Donde Toño', que presta el servicio de baño y comedor, pero donde hay que llevar carpa. Ya los conocían en el pueblo y por eso las autoridades dudan de que los muchachos hayan sido confundidos por los matones de alias 'Gavilán', el jefe de 'los Urabeños' en la zona. "Los mataron porque seguramente vieron algo que no tenían que haber visto", dicen en voz baja los pescadores. Los jefes de bandas en la zona Ángel de jesús pacheco chancy, 'sebastián' Es el hombre de confianza de 'los comba' en la región Según la Policía, pasó de 'la Oficina de Envigado' a los 'Rastrojos'. Se movió de Antioquia a Córdoba. germán bustos a. 'el puma' Cabecilla de 'los paisas', de la oficina de envigado Junto a Rafael Álvarez, 'Chepe', es jefe de un centenar de delincuentes de 'Los Paisas'. Roberto Vargas Gutíerrez, 'Gavilán' Jefe de 'los urabeños' en córdoba. Es ex 'para'. Maneja rutas del narcotráfico junto a su hermano Eduard Luis Vargas, alias 'Pipón'.

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