La modelo y el atleta que se levantaron del barro

Cuando eran niños, Sayuri Usuriaga y Sebastián Rodas conocieron el hambre, el peligro de las calles, las drogas y el delito, y estuvieron privados de la libertad. Ahora abrazan sus sueños.

Publicado en EL TIEMPO el 28 de septiembre del 2013.
Cuando la pequeña Sayuri vendía jugos de naranja con su padre, en una esquina del centro de Cali, la gente le decía: “Niña, usted es muy linda, debería ser modelo”. A los 11 años deambulaba por las noches entre jíbaros, ladrones, travestis y prostitutas, y todos ellos –que eran sus amigos– le decían: “Sayuri, usted es muy bonita, podría ser modelo”.
Al cumplir 14, convertida en una temida atracadora –dueña de una estampa de diosa africana–, la gente le decía: “Usted es linda, podría ser una gran modelo”.
Sebastián era inalcanzable mientras jugaba con sus amigos del barrio Manrique, en la comuna 6 de Medellín, y todos le decían: “Parce, usted corre mucho, debería ser atleta”. Lo mismo le gritaban cuando lo veían escabullirse de la policía o atracaba a algún desprevenido y salía disparado sin que nadie pudiera atraparlo, o cuando lo mandaban a entregar algún pedido de marihuana o cocaína: “usted corre mucho, parece atleta”.
Sayuri Usuriaga y Sebastián Rodas no se conocen, pero tienen muchas cosas en común, comenzando por el color de la piel: ambos son negros, sufrieron maltrato en el hogar, desde pequeños aprendieron a guerrearse la vida en las calles, a pasar días enteros sin probar bocado, a robar para poder comer, a traficar con drogas, a dormir en cualquier rincón.
A ambos –a ella en Cali y a él en Medellín– los detuvieron siendo adolescentes y los encerraron en centros de reclusión para menores infractores del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), donde también les dijeron: “Sayuri, usted puede ser modelo; Sebastián, usted puede ser atleta”.
Hoy este par de jóvenes –ella de 19 años y él de 20–, que creyeron en todos esos augurios de la gente, recorren los centros de reclusión del ICBF de todo el país –donde hay más de 3.000 adolescentes infractores de la ley–, para demostrar que, pese al pasado y al dolor, es posible superarse, ser mejores seres humanos y hacer realidad los sueños. Sí. Sayuri es una gran modelo y Sebastián es un gran atleta.
¿Quién será ese tal Haider Ackermann?
Sayuri viajó en bus desde Cali hasta Medellín, diez horas, con 200.000 pesos en el bolsillo y la firme intención de darse a conocer como modelo en Colombiamoda, en julio pasado.
Pedro Tobón, su amigo y director de la agencia de modelos de Cali a la que entró en el 2012, cuando cumplió 18 años –12 meses después de recobrar la libertad–, la conectó con una agencia de Medellín que la logró clasificar en el selecto y exigente casting de Ackermann.
Cientos de modelos de todo el país, entre ellas las más famosas, soñaban que el diseñador colombofrancés las escogiera para su pasarela. Sayuri, sin saber que era un personaje tan importante, se vistió con uno de sus trajes –un pantalón azul satinado, una blusa verde y larga sin botones– y, muerta de miedo, salió a desfilar.
“Le encanté a Ackermann. El traje que me pusieron tenía un boceto con una negra igualita a mí. Salí a pasarela y quedó: ¡wow!”, dice Sayuri con ese dejo en la voz de los caleños. Pero surgió un problema: su pasarela era muy latina, mucho contoneo de cadera.
“Me dijeron que querían algo más fresco, más internacional, que pensara que era una millonaria que camina despreocupada por la calle. ¿Me entendés?”, sigue.
Saltó de nuevo a la pasarela, caminó con tranquilidad, sin moverse mucho, y Ackermann le dijo: “Sí”.
Llegó la hora del desfile. Su primer desfile. Sus piernas no paraban de temblar. Pero encontró calma en una voz en la mente que le susurraba: “Usted puede, este es su sueño, el pasado quedó atrás, el futuro es ahora”.
Apenas salió acaparó las cámaras con sus labios gruesos, los ojos rasgados, la cabeza rapada, las piernas larguísimas y torneadas que nunca han pisado un gimnasio.
La crítica la ovacionó, la revista Cromos la nominó como modelo revelación de Colombiamoda y otros dos diseñadores la contrataron. Pero tenía que aparecer una bruja en su cuento de hadas: otra modelo con la que tuvo que compartir habitación y que le repetía que era una ilusa, que Haider Ackermann nunca se iba a fijar en una modelo principiante –y negra– como ella. Incluso le escondió la cédula para que no pudiera ir al desfile cuando supo que la habían elegido mientras que a ella la rechazaron. “Esa niña se portó muy mal, pero le deseo lo mejor”. Ya no siente rencor.
Sebastián, el campeón
Un resumen de los logros deportivos de Sebastián dirá que, aunque no le gustaba hacer deporte, participó y ganó una carrera de atletismo en el centro de reclusión al que llegó a los 13 años en Medellín, solo con el fin de obtener un permiso para salir a visitar a su mamá.
Luego ganó las olimpiadas internas, llegó a un intercolegiado en Medellín donde lo discriminaron por ser el representante de la ‘cárcel de menores’ –dice–, y también ganó. Luego fue a una competencia departamental, hasta que Indeportes Antioquia llamó a la Institución Educativa de Trabajo San José, donde estaba privado de la libertad, a preguntar por ese muchachito que corría de esa manera; al poco tiempo ya era una de las fichas claves de la Liga de Atletismo de su departamento.
Y así empezó a colgarse medallas –ya suma 200–, que tiene pegadas en la pared del cuarto donde vive, en el barrio Caicedo, en la comuna 8 de Medellín.
Quedó de subcampeón, con la selección Colombia de Atletismo, en los Juegos Centroamericanos realizados en Puebla (México), en el 2009, en relevo 4 x 4; y en Río de Janeiro, en el 2012, quedó tercero, en 800 metros.
“Cuando no tenía nada, el deporte fue mi salvación”, dice Sebastián, quien a los 17 años, después de cuatro años de reclusión, con el apoyo del ICBF, empezó a estudiar tecnología en formación deportiva y hoy es profesor de otros niños y jóvenes que, como él, terminaron en la calle convertidos en delincuentes. Su ‘cárcel’ es ahora su lugar de trabajo, y allí es un ídolo.
El pasado ya no duele
Cuando tenía 6 años, Sayuri iba a visitar a su padre, que vivía en hoteles e inquilinatos del centro de Cali.
Y en uno de esos sitios conoció a unas niñas, hijas de una madre que se prostituía para darles de comer, que se convirtieron en sus amigas. Y aunque su padre se cambió de residencia, ella se inventaba cualquier excusa para ir a visitarlas, hasta que un día decidió quedarse a vivir con ellas.
Al cumplir siete años, el ICBF la envió a un hogar sustituto, donde estuvo un año y siete meses, pues se comprobó que en su familia no estaba protegida. Pero al salir volvió a buscar a sus amigas y empezó a probar todas las drogas que le ofrecían. Y al cumplir los 10 años ingresó a la banda de ‘las Langostas’, integrada por niñas y travestis adolescentes, que eran el terror de Cali.
La detuvieron varias veces con drogas o cosas robadas, pero como era menor de 14 años, cuenta, no la podían judicializar. Pero a los 15 la cogieron de nuevo, acusada de hurto, y entró al Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes en la modalidad de libertad asistida, con vigilancia, cumpliendo labores comunitarias y de rehabilitación. Recuerda que en esa época dejó de consumir drogas y empezó a ajuiciarse, hasta que mataron a su hermana, un año mayor que ella, de un disparo en la cabeza. Por la depresión, asegura, recayó. Regresó a ‘las Langostas’ y meses más tarde la volvieron a detener y la encerraron en el centro de reclusión Valle de Lili, donde estuvo un año.
“Yo llegué muy desubicada de la vida, perdida, solo sabía de dolor, de drogas, de robar. Pero en el Valle de Lili me dieron las herramientas para que volviera a soñar, porque yo siempre soñé ser modelo”, relata.
También aprendió que querer es poder; a ser útil, a ser una guerrera –dice–, y comprendió que su pasado no la podía seguir lastimando y que nadie tenía derecho a juzgarla. “Me perdoné por todas las cosas malas que hice, le pedí perdón a Dios, a la gente a la que le hice daño, y empecé de cero”, dice Sayuri, y cuenta emocionada que después de desfilar con Haider Ackermann la gente la reconoce en la calle, se toman fotos con ella, la felicitan, y se le han abierto más puertas para realizar su sueño de modelo. En la feria de moda de su ciudad, el Cali Exposhow, del 22 al 22 de octubre, será una de las estrellas.
Sebastián asegura que nunca consumió drogas porque le daba miedo terminar como sus amigos, “así, todos jodidos”. Pero sí se la enredaba en su pelo crespo, se la pegaba a las axilas, a las plantas de los pies; así la camuflaba, para venderla.
Este negro de músculos de acero y 1,69 m de estatura cuenta que a su papá lo mataron cuando era muy pequeño –no lo conoció– y que desde siempre supo que su mamá estaba en la cárcel. Creció con su abuelo paterno en un inquilinato, con otros 16 parientes, con poco afecto y sin que nadie le explicara lo que estaba bien y lo que estaba mal.
A los 9 años lo mandaron a visitar a su mamá, a Cali, y al regresar a Medellín hizo de las calles su nuevo hogar. Y se convirtió en atracador, en expendedor de drogas, hasta que, a los 13 años, lo atraparon con un cargamento –95 papeletas de bazuco, 45 baretos, 250 bolsas de perico– y lo encerraron. “Me encerraron para salvarme”, afirma agradecido.
Sayuri y Sebastián no miran atrás. Ella tiene claro que quiere ser una de las mejores modelos del país, quiere estudiar diseño de modas y aprender idiomas porque está dispuesta a conquistar las pasarelas de París y Milán. Y él sueña con llegar a unos Juegos Olímpicos y traerse una medalla de oro para su país. También quieren seguir inspirando a otros jóvenes que, como ellos –por el maltrato en la familia o por las malas amistades–, terminaron convertidos en unos ‘pillos’.
Seguro lo lograrán. Ellos ya saben que pueden.
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
REDACCIÓN EL TIEMPO

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