Lima: la ciudad y los libros

Recorrido por los parajes limeños reseñados en la literatura de Mario Vargas Llosa y otros grandes autores del Perú.

Publicado en EL TIEMPO el 19 de mayo del 2014.


El cielo sin cielo de Lima. 
Muchos escritores han coincidido en apreciaciones similares cuando pisan la capital peruana: que su cielo es una panza de burro, una coraza de plomo por la que no se cuelan los rayos de sol; un colchón de nubes cenicientas, de piedra, que no dejan ver la luna ni las estrellas. Que es una ciudad de tránsito endemoniado –no peor que Bogotá- construida sobre un desierto donde no llueve nunca.

Sí, en Lima no llueve. La última vez fue en 1970. Solo, de vez en cuando, cae una inocente llovizna, la garúa, que se mezcla con el polvo de los carros y queda convertida en un hollín que mancha la ropa. El promedio de lluvias, al año, no llega a un centímetro cúbico. Nada.
Aunque a simple vista se plantea un entorno gris y triste, Lima es una ciudad bella e inspiradora. Es la ciudad que han recreado en sus libros el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa y otros grandes de las letras peruanas como Alfredo Bryce Echenique, José María Arguedas o Julio Ramón Ribeyro, entre otros, y a una prominente nueva generación en la que aparecen nombres como el de Gabriela Wiener, Santiago Rocangliolo, Jeremías Gamboa y Jerónimo Pimentel.
La Lima siempre gris y el Ministerio de Educación, en forma de arrume de libros.                                   Fotos Jaiver Nieto / EL TIEMPO
Es una ciudad marcada por los libros que ha diseñado un mapa en el que se pueden descubrir esos lugares reseñados en obras célebres o que inspiraron a los autores: el malecón y las calles de Miraflores, Barranco y San Isidro, el centro histórico, las bibliotecas, los bares bohemios, las cantinas, los parques y jardines.
Y dentro de ese mapa brilla la ruta Vargas Llosa, que comienza en la Casa de la Literatura Peruana, ubicada en el centro histórico, detrás de la Plaza Mayor donde queda el Palacio de Gobierno, al final de la calle Pescadería. Allí, donde en el siglo 18 los jesuitas levantaron la iglesia de la Virgen de los Desamparados, que fue demolida y trasladada para construir una estación de tren, conocida con el mismo nombre, existe desde el 2009 un recinto dedicado a las artes. Es un edificio de arquitectura neoclásica, de influencia francesa, pintado de amarillo con blanco.
A la entrada, en el costado derecho, hay un poemario lúdico sobre Noe delirante, la obra cumbre del poeta Arturo Corcuera, una instalación con los dibujos que han ilustrado las 11 ediciones que lleva el libro en 50 años. También están los objetos decorativos de la casa del autor, de 79 años y melena de plata, alusivos al libro: cerdos con alas, gatos cebra, gatos pescadores, gatos con pepas y flores.
Gran parte de la casa, de tres niveles, está dedicada a Vargas Llosa. Hay una muestra de La ciudad y los perros, que comienza en un salón oscuro, con fotos, litografías y fragmentos de la obra, inspiradas en el Colegio Militar Leoncio Prada y sus estudiantes, donde se desarrolla parte de la historia.
“Los machos fuman, se emborrachan, tiran contra, culean”, se lee en un muro. Diana Amaya, una de las curadoras de la muestra, cuenta que esta zona representa la interacción de los personajes y su necesidad de reafirmar la virilidad, con un manifiesto cobertizo de violencia y poder.
Diana recuerda que la institución, que en su momento vivió un escándalo por cuenta de La ciudad y los perros -se dice que en medio del repudio quemaron varias decenas de ejemplares-, fue reconocida con el título de Colegio Emblemático del Perú. De la vergüenza al orgullo. El plantel queda en el puerto del Callao, en el occidente de la ciudad, donde ostentan un museo en honor al Nobel que estudió en sus aulas.
Los niños recorren la sala Vargas Llosa en la Casa de la Literatura Peruana.
Para seguirle los pasos a Vargas Llosas hay que llegar hasta el exclusivo sector de Miraflores, a la avenida Pardo, surcada por una línea de ficus frondosos, de la que él escribió en su cuento Día domingo: “En la esquina de la avenida Pardo marchaban desplegados bajo los ficus de la alameda, sobre las losetas hinchadas a trechos por las enormes raíces de los árboles que irrumpían a veces en la superficie como garfios”. Y eso, tal cual, es lo que hoy se ve.
A pocas cuadras queda la callé Diego Ferré, por donde caminaban los cadetes del colegio Militar Leoncio Prado (La ciudad y los perros) y a la que se refirió así: “Luego de atravesar Diego Ferré terminan súbitamente, doscientos metros al oeste, en el Malecón de la Reserva, una serpentina que abraza Miraflores con un cinturón de ladrillos rojos y que es el límite extremo de la ciudad, pues ha sido erigido al borde de los acantilados, sobre el ruidoso, gris y limpio mar de la bahía de Lima”.
Caminando hacia el oeste se llega al famoso y también reseñado parque Kennedy. Ana Sofía Verástegui, una entusiasta guía de turismo, muestra las flores rojas, blancas y amarillas el parque y recuerda que, precisamente por las flores, Miraflores se llama así.El tren salía del Palacio Francés -o de justicia- en el centro de Lima, y como hacía una larga parada en el lugar los pasajeros se bajaban y se disponían a eso: a mirar flores.
Hoy, el parque Kennedy también se podría llamar el parque de los gatos. Ana Sofía cuenta que hace varios años el lugar se empezó a llenar de gatos abandonados. Son muchos, decenas: viven en los árboles -–se juntan en racimos de siete u ocho- de los que saltan cuando alguien llega a darles comida. Son parte del paisaje y los vecinos los cuidan. En una esquina del parque queda la clásica heladería D’Onofrio, donde Vargas Llosa y sus amigos compraban barquillos.
Una ciudad inspiradora
El malecón de Miraflores es, tal vez, el lugar más bonito y visitado de Lima. Son varios kilómetros que bordean un acantilado de sesenta metros desde donde el océano Pacífico, plateado, se ve como un espejo en medio de la espesa y eterna bruma limeña; donde los surfistas -a lo lejos- parecen focas, y donde en sus cielos vuelan parapentistas que parecen libélulas de colores.
“Y después iré a verla y la llevaré al Parque Necochea que está al final del Malecón Reserva, sobre los acantilados verticales y ocres que el mar de Miraflores combate ruidosamente; desde el borde se contempla, en invierno, a través de la neblina, un escenario de fantasmas: la playa de piedras, solitaria y profunda, escribió Vargas Llosa, sobre el malecón”, escribió Vargas Llosa.
El Parque del Amor, en el Malecón de Miraflores.
Del Parque del Amor, inspirado en el parque Güell de Gaudí en Barcelona –donde los enamorados se juran amor eterno contemplando el mar y otros descansan sobre el césped o leen libros- se pasa al parque Santander, uno de los más emblemáticos de la ciudad; brota sobre Larcomar, un sofisticado centro comercial empotrado en el acantilado y sobre el mismo malecón.
Caminando hacia la derecha está el puente Villena, que tuvo que ser cubierto porque desde allí muchos limeños se suicidaron. Y caminando, derecho, se llega a Barranco, donde vive Vargas Llosa en un edificio blanco de seis apartamentos y arquitectura moderna: él vive en el sexto. Es común verlo caminando entre Miraflores y Barranco. Al Nobel le gusta caminar.
La Librería el Virrey ha sido el refugio de todos los escritores peruanos. “Todos”, aclara Chachi Sanseviero, una uruguaya que llegó a Lima hace 40 años, junto con su esposo, huyendo de la dictadura militar de su país. La suya, dice, es una librería de libros, no un supermercado de libros de esos en los que cabe de todo. No le gusta dar nombres, pero cuando habla de sus amigos escritores les dice Mario o Bryce.
El primero de los grandes que pisó El Virrey, recuerda, fue el escritor brasileño Jorge Amado, y el más reciente, el español, Enrique Vila Matas. “Bryce venía hasta hace poco a tomarse un traguito. Ahora está un poco enfermo y se lo han prohibido”, confiesa Chachi.
La librería El Virrey, punto de encuentro de escritores e intelectuales.
Para conocer parte de la obra de Bryce Echenique, puntualmente Un mundo para Julius, hay que llegar hasta el Country Club, en el barrio San Isidro, donde, según la historia, se alojó su personaje. Como él lo describió, el Country Club es uno de los hoteles más elegantes de Lima, blanco y ceremonioso, y está rodeado de jardines. El hotel y su bar inglés, gracias a la novela y a sus repetidas visitas, tienen su sello.
Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) decía que Lima no tenía una novela que la definiera. “No hay una novela que se pueda decir: esta es Lima, como En busca del tiempo perdido es París”,coincide, ahora, Oswaldo Reynoso, autor de Los inocentes, otro libro peruano esencial. Y aunque tampoco cree que Lima sea una ciudad inspiradora –porque no cree en la inspiración sino carpintería y la dedicación- dice que sus lugares favoritos, por auténticos, son los bares y cantinas.
Uno de esos el Queirolo, ubicado en la esquina de Quilca con Camaná, a una cuadra de la plaza San Martín, en el centro. Sencillo, sin pretensiones ni lujos, fue la sede del movimiento de poetas de la generación de los 70 Hora Zero – de la que Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz y Tulio Mora fueron sus máximos representantes- sigue siendo un recinto para los amantes de la palabra.
En las paredes del mítico bar hay poemas y fotos que los recuerdan. A pocos pasos, por la calle Quilca, hay una feria permanente de libros, desde los más antiguos hasta las novedades, a muy buenos precios. Es el paraíso de los libros.
Por la calle del Correo, también en el centro, se llega a la iglesia de Santo Domingo, donde están los cráneos de Santa Rosa de Lima –la primera santa latinoamericana- y el de San Martín de Porras, cuya imagen aparece con una escoba. Antes de santo fue aseador.
Sarita Colonia, ‘santa’ no oficial, proclamada por el pueblo.
Afuera, una mujer vende veladoras y estampitas de santos; de las más vendidas, dice, es la de Sarita Colonia, una ‘santa’ proclamada por el pueblo –no está en ningún proceso vaticano- de quien el escritor limeño Fernando Ampuero escribió una crónica titulada El milagro porno.
En el texto cuenta cómo esta devota joven peruana, empleada doméstica, no se dejó violar. Sus agresores descubrieron un codo donde debía estar su vagina. Esa es la leyenda. Todo en Lima es una leyenda.

JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
Enviado especial de EL TIEMPO*
*Invitación de Promperú

0 comentarios:

Publicar un comentario