Los colombianos que viven como en el Antiguo Testamento

En el Cauca, los miembros de la congregación religiosa de los israelitas visten a la usanza del pueblo bíblico. Ellos están esperando la segunda venida de Cristo y creen que la humanidad ya vive el fin de los días.

Publicado en EL TIEMPO el 14 de octubre del 2013.



La guardiana está vestida con una túnica celeste de satín y lleva alrededor de su cabeza un velo vino tinto que se desliza hasta debajo de su cintura. Agarra un radioteléfono y acerca su boca al aparato. Pregunta si puede abrir el portón de ocho metros de alto que separa, por temporadas, a los israelitas colombianos del resto de los mortales.
La puerta del Campo Real de la autodenominada Congregación Israelita del Nuevo Pacto Universal, en la vereda Vilachí de Santander de Quilichao (Cauca), a hora y media de Cali, se abre produciendo un fuerte chirrido metálico. Y lo que se ve al otro lado parece el escenario de una película bíblica o un viaje a los tiempos del Antiguo Testamento. Adentro caminan cientos de mujeres con la estampa de la Virgen María y de hombres que lucen como Jesús, Moisés o los apóstoles: con largas melenas, barbas de chivo y vestidos con sandalias y túnicas cruzadas. (Vea imágenes de la congregración)
Se visten a la usanza del pueblo bíblico de Israel dentro y fuera del Campo Real. Creen firmemente en que la segunda venida de Cristo a la Tierra está cerca y que las catástrofes naturales, las guerras y el calentamiento climático son muestras claras de que el fin del mundo está llegando. Pero ellos esperan ser salvos, como lo fue Israel, el pueblo escogido de Dios (eso sí, aclaran que no tienen nada que ver con el pueblo judío).
Esta comunidad religiosa llegó al país en 1989. Eulalio Ponce es su líder. Peruano de 60 años, fue delegado hace 24 por su compatriota Ezequiel Ataucusi, profeta y fundador de esta congregación, para que evangelizara en tierras colombianas. Llegó a Cali con su hijo de 10 años, sin nada en los bolsillos. De ahí cogió camino para Santander de Quilichao y empezó a buscar almas para su redil. Al principio le gritaban que era un loco y un pordiosero, y le tiraban las puertas en la cara, pero con el tiempo empezó a ganar adeptos. Hoy, afirma, son cerca de 3.000 los israelitas que hay en todo el país, principalmente en Valle, Cauca y Nariño.
No hay un dato oficial de cuántos israelitas –de este credo– hay en el mundo, pero solo en Perú se calculan 600.000. En Lima hay más de 300 iglesias. La comunidad ya está en toda América Latina y hay colonias en EE. UU., España, Italia y Japón. “Cada vez somos más porque promulgamos la verdad y nos regimos por las Sagradas Escrituras”, dice Ponce, que al igual que la mayoría de israelitas colombianos se gana la vida cultivando la tierra.
Con su acento peruano intacto, explica las máximas de su congregación: creen en el Padre Jehová, en el Hijo y el Espíritu Santo, y siguen los dos testamentos de la Biblia. Descansan los sábados para honrar a Dios y se visten de esa manera porque así lo ordena la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Se rigen por los Diez Mandamientos, que no son iguales a los católicos. “Son los mismos que dejó Dios en la mano de Moisés; lo que pasa es que fueron adulterados por el Imperio Romano”. En su versión, por ejemplo, el primero no es “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, sino “Amarás a Dios de corazón, alma y mente”.
Tampoco cobran diezmo, dice. “En Colombia el ciento por ciento de las iglesias lo exige, y por eso hay tantas sectas. Además, aquí todos tienen que trabajar gratis”, enfatiza Ponce sobre la filosofía de los israelitas, una de las 2.000 iglesias no católicas inscritas en el Ministerio del Interior de Colombia.
“Los movimientos milenaristas surgen como respuesta al desconcierto producido por un cambio de época, al relativismo moral actual y a una desilusión frente de las religiones tradicionales, que pierden, para ellos, capacidad de respuesta frente al temor producido por las señales de destrucción, la creciente soledad y la pérdida de sentido”, explica el teólogo Fabián Salazar Guerrero, investigador del Instituto Colombiano para el estudio de las Religiones.
Su lugar de encuentro
Campo Real, el santuario de los israelitas, es una finca de 8 hectáreas rodeada de cultivos de café, plátano y yuca. La compraron con aportes de los fieles. Su centro es un templo grande y sin paredes para que el viento circule fresco. Hay una panadería, una papelería, un comedor gigante y puestos de ventas de frituras.
Al fondo, al descolgarse por una cuesta empedrada, quedan las viviendas, que fueron levantadas con ladrillo y madera –algunas apenas armadas con palos–. Sobre los pisos de tierra tienden sus colchones. Hay familias con casa propia; otras las comparten. Parece un barrio humilde, pero en realidad es un sitio de retiros espirituales a donde todos –no importa dónde estén– deben acudir tres veces al año a celebrar las fiestas bíblicas establecidas en el Deuteronomio: Pascua, en abril; Pentecostés, en mayo, y las Cabañas, en octubre. El resto del tiempo el pueblo queda desolado, pero custodiado. Cada fiesta dura, en promedio, unos 13 días.
Un becerro, amarrado a un árbol de naranjo, evidentemente bien alimentado, no para de bramar. En pocas horas será sacrificado “en honor agradable al Señor Jehová”. Lo degollarán, le sacarán hasta la última gota de sangre, le quitarán la piel, le lavarán la panza, le arrancarán las tripas y lo adobarán con aceite de oliva, sal e incienso. Lo ensartarán en una varilla de acero sobre una fogata armada con leña tostada y arderá hasta quedar en cenizas, en medio de alabanzas. Es la ofrenda del holocausto descrita en el Antiguo Testamento. Ellos le dan a este episodio, al igual que a toda la Biblia, una lectura literal. Sin interpretaciones ni adaptaciones.
A las 6:30 de la tarde suenan las campanas y todos acuden al templo, que está decorado con racimos de plátano, mandarinas, aguacates y flores. Las mujeres se ubican a la derecha. Los hombres, a la izquierda. Para reverenciarlas, ellas deben estar separadas durante la ceremonia.
Un grupo de jóvenes, con guitarras y bajos eléctricos, toca alabanzas al ritmo de la música folclórica peruana, como un homenaje al país donde nació esta confesión. Parece un grupo de rock inspirado en la Biblia. Uno de los fieles se acerca al altar y empieza a danzar, a dar brincos con los ojos cerrados. Poco a poco se van sumando otros, hasta formar un baile colectivo de movimientos involuntarios. Aletean. Se arrodillan. Algunos se mueven como posesos.
“Esto es un derramamiento del Espíritu Santo sobre los que obedecen los Mandamientos –explica John Campo, de 35 años y futuro abogado–. Todo esto se puede ver raro, pero es en lo que creemos.
Nelson Ortega es pastor de la iglesia del barrio Siloé, en Cali, donde se gana el sustento como comerciante informal. Ortega, de 44 años, dice que en su comunidad se demuestra lo que se promulga. Se refiere, por ejemplo, al calentamiento global. “Y la luz de la Luna será como la luz del Sol; y la luz del Sol, siete veces mayor, como la luz de siete días”, recita a Isaías 30-26. “Pero la salvación hay que guerrearla. No porque nos vistamos así vamos a ser salvos”. La que habla es Martha Cecilia Aldana, líder de esta comunidad en La Tebaida (Quindío), donde fue concejal. “Dios dice que habrá una diferencia entre el que guarda los Mandamientos y el que no. Dentro del caos que se avecina, tal vez sea más manejable para el primero”, dice la mujer, de 49 años.
Señalados y burlados
Los israelitas colombianos son una comunidad a la que pertenecen personas de todo tipo. Aunque la mayoría son pequeños agricultores o comerciantes informales, también hay profesionales. Es el caso de Salena Manjarrez, bióloga de 28 años con una maestría, que llegó a este credo gracias a su novio matemático, hoy su esposo, en sus épocas de estudiante. “Es difícil creer cuando perteneces al mundo científico. Pero todo aquí es bíblico, y a la Biblia no le puedes dar interpretaciones científicas. Todo esto es cuestión de fe, de creer o no creer, y yo creo firmemente”, dice.
Por vestirse como se visten, los israelitas son señalados y burlados. A Omar Mina, un negro de Buenaventura de 49 años, le han gritado: “¡Loco!”, “¡Fanático!”, “¡Cristo negro!” en las plazas de mercado y en los parques de pueblo donde llega a vender frutas y a predicar. “Jesús dijo: ‘Bienaventurados los que padecen persecución y menosprecio, porque de ellos será el reino de los cielos’ ”, dice Mina, de pelo crespo en forma de piña y vestido con una túnica verde brillante. El valluno se queda mirando un cultivo de café maduro que bordea el santuario y habla sobre una máxima de su comunidad: cultivar la tierra. “Se aproximan siete años de hambre, el tercer castigo de Dios va a ser el hambre. Eso nos lo recordaba nuestro patriarca, Ezequiel Ataucusi”.
El patriarca peruano fue un hombre polémico. Según el antropólogo peruano Juan Ossio, quien lo entrevistó, se creía un mesías y aseguraba que el Espíritu Santo se había encarnado en Moisés, luego en Cristo y por último en él. Ataucusi fue tres veces candidato presidencial y llegó a competir con Alberto Fujimori, pero en las votaciones llegaba solo al 2 por ciento. Afirmaba que en el año 2000 ocurriría un cataclismo, pero tranquilizaba a sus fieles aclarando que él iba a salvarlos. Y el mundo solo se le acabó a él, que murió enfermo ese año. Su hijo, que lleva su nombre, fue el llamado a seguir con la obra, que se ha visto opacada por escándalos con las autoridades que no han pasado a mayores.
En Colombia, sin embargo, han sido una comunidad tranquila, que hace lo suyo, a su modo. A Ponce le agradecen haber recuperado la agricultura en parte de la zona rural de Santander de Quilichao, donde en otras épocas abundaban los cultivos de coca.
Entre los israelitas también hay niños, convencidos y conocedores de sus creencias. Yesid Adrián Rialpe tiene 10 años e ingresó a la comunidad gracias a un tío. Sus padres, católicos, se opusieron al principio pero cedieron al comprender que, pese a su corta edad, era capaz de defender su fe. En el colegio los compañeros le gritan “¡peluca vieja!, ¡mechas!”, pero él no se achanta. Una vez, una profesora le exigió que se cortara el pelo –negro, liso y largo hasta la mitad de la espalda– y él le respondió: “En Levíticos 19:27 dice: ‘No cortaréis en forma circular los extremos de vuestra cabellera, ni dañaréis los bordes de vuestra barba’. Y la dejé callada”
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
Enviado especial de EL TIEMPO
SANTANDER DE QUILICHAO (CAUCA).

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