Los gays y lesbianas de esta generación están enfrentando su sexualidad de una manera más abierta y temprana. Sin ningún asomo de traumas ni complejos, dicen que no quieren perdese ni un solo minuto de su juventud.
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY
Publicado en El Tiempo el 22 de febrero del 2009
Acaba de cumplir 61 años, y asegura, parece de 40. “Soy de baja estatura, y vaca chiquita siempre será ternera”, dice Luis Eduardo Uribe mientras revisa su colección de fotos, cuadros y libros de la gran diva de su inspiración: Marilyn Monroe.
Luis Eduardo es abiertamente homosexual, y no tiene líos con eso. Pero no siempre ha sido así. En su juventud tuvo que lidiar con el rechazo de los vecinos y los amigos de su familia que lo señalaban porque, -según él-, se le notaba la ‘maricada’.
Con gallardía superó la discriminación de sus compañeros y superiores de las Fuerzas Armadas, donde pagó servicio militar durante dos años.
“Por allá en las décadas de los 60 y 70 ser marica era todo un delito”, asiente. Por todo eso se armó de una coraza ante el rechazo y edificó un carácter fuerte, resistente a burlas y desplantes.
Durante 30 años vivió a punta de su comunidad: montó varios bares, los más conocidos, la Tasca Santamaría y Amigos.
En todo ese tiempo ha sido testigo de cómo ha evolucionado la comunidad homosexual en el país. Para él, el indicador más sobresaliente, es que ahora no se les llama ‘maricones’ o ‘locas’. Se les dice gays.
“A estas generaciones les ha tocado divino, y ni decir de las venideras”, afirma Luis Eduardo, quien ahora vive de su pensión. Su pareja, con quien convivió más de tres décadas, murió hace siete años tras sufrir un coma diabético.
Y tiene razón. De un tiempo para acá (unos ocho años, se estima) las nuevas generaciones de gays y lesbianas del país se han encontrado con un escenario menos hostil.
Salieron del llamado clóset a una edad más temprana y sin tanto trauma, como sí les tocó a sus antecesores. O se encontraron con un armario de puertas abiertas, o con los candados a medio cerrar. Claro está, sin decir que ese camino esté totalmente libre de trabas.
Con esa tesis está de acuerdo Marcela Sánchez, directora de la ONG Colombia Diversa, al explicar que todo este cambio cultural obedece a distintas estrategias derivadas de la Constitución Política de 1991, además de la lucha batallada con el Estado para que éste les reconociera sus derechos a las parejas del mismo sexo.
Hoy, Colombia no solo está a la vanguardia en Latinoamérica en cuanto a
legislación se refiere, sino al mismo nivel de países como Alemania, Suiza y
Dinamarca.
Las parejas homosexuales, en el país, tienen los mismos derechos que las
heterosexuales que viven en unión libre, y lo único que les falta es que les
autoricen el matrimonio y la adopción.
Sin embargo, Sánchez aclara que aunque Colombia es hoy un país más tolerante con la comunidad Lgbt (Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas), sigue existiendo exclusión.
Y advierte que tampoco se puede generalizar que todos los jóvenes con identidad sexual diversa estén en las mismas condiciones, y que para todos salir del clóset sea igual.
“Esta es una tendencia urbana. No ocurre lo mismo en las grandes ciudades que en la provincia. Cada caso es único, depende del contexto sociocultural”, afirma.
Quieren aprovechar sus mejores años
Alejandro Gamboa salió del clóset a los 14 años. Lo hizo porque, según él, comprendió que no era pecador ni anormal, y sobre todo porque no quería perderse ni un solo minuto de su juventud.
Hoy, afirma, los muchachos como él piensan lo mismo: no quieren que sus mejores años pasen mientras se hacen viejos dentro de un armario, oliendo a naftalina.
Cuando hizo su confesión ya tenía su primera pareja. Era un adolescente de su edad. “Todo era muy bonito, muy inocente”, dice.
A los nueve meses de relación le contó a su mamá que era gay. “¿Y eso qué es?”, le respondió ella. “Pues que me gustan los hombres”, le refutó él.
“Ah…. Desde que eras pequeño lo intuía”, le dijo Omaira Hoyos, y le dio un fuerte abrazo.
Cuando estudiaba gerontología, en Medellín, Omaira sospechó que su hijo sería homosexual y le pidió orientación a un profesor.
Él le recomendó que tenía que aceptarlo, y la mandó a ver una película que abordaba esa temática.
En la cinta mostraban cómo, por el maltrato y el rechazo de sus familias, muchos jóvenes en la misma condición de su hijo terminaban prostituyéndose, en las drogas o como travestis, mientras que otros se suicidaban.
“Me hubiera defraudado de él si supiera que es delincuente, o un vago. Pero lo que haga con su intimidad es solo un asunto de él. Es mi hijo, y me siento orgullosa de él, de sus valores”, cuenta la mujer.
Alejandro ya tiene 21 años y estudia ciencia política en la universidad de Antioquia. Así como salió del clóset con su familia, lo hizo en el colegio y después en la universidad. No lo anda pregonando, pero tampoco lo oculta cuando alguien se lo pregunta o se lo insinúa.
Tiene una pareja desde el año pasado, que se la lleva muy bien con su familia. Y como está peleado con él, dijo que esta entrevista se la dedica con todo su amor.
Volviendo al testimonio de Luis Eduardo Uribe, él recuerda que para conocer gente (amigos, pareja o amantes), los homosexuales de hace dos y tres décadas tenían que ir a los teatros del centro de Bogotá, o al parque Nacional.
En esos años los bares gays ya habían salido a la luz en la capital, aunque funcionaban en las tinieblas. Eran clandestinos.
“Operaban a puerta cerrada. Uno timbraba, y como por un ojo mágico se daban cuenta de que uno estaba ahí, y le abrían”, cuenta.
Y cuando llegaba la policía, relata, se encendía una luz tenue que transmitía un código de alarma.
Después de esa señal, hombres y mujeres que bailaban con sus parejas, se separaban para evitar que los maltrataran o se los llevaran detenidos en un camión como si fueran vacas.
Hoy, analiza Luis Eduardo, las nuevas generaciones de homosexuales cuentan con una privilegiada herramienta que les ha abierto las puertas del armario, permitiéndoles socializar libremente: Internet.
Internet: llave del armario
Solo al escribir las palabras ‘gays y Colombia’ aparecen 8.7300.000 links con información relacionada. Contactos, entretenimiento, productos y servicios para esta comunidad abundan en la red.
En Bogotá, el Distrito tiene un despacho encargado de implementar políticas públicas para la población Lgtb, que trabaja de la mano con cerca de 80 organizaciones sin ánimo de lucro que propenden el bienestar de los suyos.
Y ni decir de la rumba. Solo en Chapinero, en Bogotá, hay más de 100 bares y discotecas. En el sector, conocido entre esta comunidad como ‘Chapigay’, ya es cotidiano ver a una pareja de jóvenes hombres o de mujeres caminando de la mano o dándose un beso en plena vía pública.
Todo eso, sin mencionar los almacenes de ropa y accesorios, de un hotel y varias agencias de viajes especializadas en el tema.
Otros jóvenes no solo enfrentaron su sexualidad hace rato, sin mayores problemas, sino que decidieron trabajar por los suyos. Y esperan relevar a aquellos que durante años han luchado por los derechos de la comunidad Lgbt.
Diana Elizabeth Castellanos tiene 25 años, es licenciada en ciencias sociales, estudia Derecho en el Externado y coordina desde hace cuatro años la organización ‘Mujeres Enredadas’, que busca brindarle a su comunidad alternativas que no se limiten a la rumba.
Aunque tiene una pareja mujer desde hace varios años, no se declara categóricamente lesbiana. “Más que la sexualidad de las personas, me gustan las personas”, afirma.
Organiza canelazos literarios, caminatas ecológicas y grupos de estudios. Y con el aval de una ONG estadounidense similar desarrollará este año una campaña en colegios de Usme y Ciudad Bolívar. Se llama ‘Profe, venga le cuento’, y busca que tanto los profesores sepan cómo ayudar a sus alumnos a enfrentar su sexualidad.
Javier Niño, de 25 años, se gradúa este año de ingeniero telemático de la universidad Distrital, y Rodrigo Reyes, de 24, obtuvo el año pasado su título de arquitecto de la universidad de Los Andes.
Ellos hacen parte de la Red interuniversitaria por la diversidad de identidades sexuales – Redes, que busca acabar con la discriminación en las universidades, y abrir espacios académicos y de bienestar para su comunidad dentro de las aulas de clases.
Precisamente por el trabajo que se adelanta en muchas instituciones de educación superior, ellos creen que muchos jóvenes se han atrevido a vivir su sexualidad de una forma más liberadora.
Aunque su labor se enfoca en la academia, lo que ellos quieren es generar una verdadera trasformación social.
“Somos ciudadanos como los demás, pagamos impuestos como los demás. No podemos exigir nuestros derechos sino ponemos la cara”, advierte Rodrigo.
Javier añade que este año la organización que lidera realizará foros de integración sexual universitaria en todo el país, inaugurará un museo en honor a la diversidad sexual y entregará un certificado a las universidades que se destaquen por su inclusión a la comunidad Lgtb.
Sin banderas en la mano –respeta los activistas, pero no es uno de ellos-
a sus 25 años Iván Daniel Peña aporta su granito de arena en la construcción de un país más tolerante con los homosexuales.
O mejor, enciende los micrófonos de su emisora en internet (http://www.planetagradio.com/), en la que transmite en vivo programas dirigidos a su comunidad desde su natal Medellín, con corresponsales en Bogotá, Cali y Barranquilla. Ya hay cuatro emisoras similares en el país. A él ya lo conocen sus radioescuchas como Danny.
Él ratificó que era gay cuando tenía 15 años, mientras tenía una que otra novia. Pero eso cambió a los 17, pues no quería engañarse más ni engañar a nadie.
La tesis que le permitirá graduarse como psicólogo, este año, aborda los imaginarios de la homosexualidad masculina.
En su investigación, ha corroborado que muchos no salen del clóset no solo por los prejuicios morales que aún existen, sino por los prejuicios. Se refiere a aquellos que siguen en la sombra porque dependen de sus padres.
También ha identificado que, hoy en día, ser gay está de moda. Y al contrario de muchos, advierte, el no se siente orgulloso de ser homosexual. “La otra cosa es que no me avergüence de lo que soy. Salir del clóset es mucho más que pararse en un parque con una bandera y gritar: yo soy marica”.
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY
Publicado en El Tiempo el 22 de febrero del 2009
Acaba de cumplir 61 años, y asegura, parece de 40. “Soy de baja estatura, y vaca chiquita siempre será ternera”, dice Luis Eduardo Uribe mientras revisa su colección de fotos, cuadros y libros de la gran diva de su inspiración: Marilyn Monroe.
Luis Eduardo es abiertamente homosexual, y no tiene líos con eso. Pero no siempre ha sido así. En su juventud tuvo que lidiar con el rechazo de los vecinos y los amigos de su familia que lo señalaban porque, -según él-, se le notaba la ‘maricada’.
Con gallardía superó la discriminación de sus compañeros y superiores de las Fuerzas Armadas, donde pagó servicio militar durante dos años.
“Por allá en las décadas de los 60 y 70 ser marica era todo un delito”, asiente. Por todo eso se armó de una coraza ante el rechazo y edificó un carácter fuerte, resistente a burlas y desplantes.
Durante 30 años vivió a punta de su comunidad: montó varios bares, los más conocidos, la Tasca Santamaría y Amigos.
En todo ese tiempo ha sido testigo de cómo ha evolucionado la comunidad homosexual en el país. Para él, el indicador más sobresaliente, es que ahora no se les llama ‘maricones’ o ‘locas’. Se les dice gays.
“A estas generaciones les ha tocado divino, y ni decir de las venideras”, afirma Luis Eduardo, quien ahora vive de su pensión. Su pareja, con quien convivió más de tres décadas, murió hace siete años tras sufrir un coma diabético.
Y tiene razón. De un tiempo para acá (unos ocho años, se estima) las nuevas generaciones de gays y lesbianas del país se han encontrado con un escenario menos hostil.
Salieron del llamado clóset a una edad más temprana y sin tanto trauma, como sí les tocó a sus antecesores. O se encontraron con un armario de puertas abiertas, o con los candados a medio cerrar. Claro está, sin decir que ese camino esté totalmente libre de trabas.
Con esa tesis está de acuerdo Marcela Sánchez, directora de la ONG Colombia Diversa, al explicar que todo este cambio cultural obedece a distintas estrategias derivadas de la Constitución Política de 1991, además de la lucha batallada con el Estado para que éste les reconociera sus derechos a las parejas del mismo sexo.
Hoy, Colombia no solo está a la vanguardia en Latinoamérica en cuanto a
legislación se refiere, sino al mismo nivel de países como Alemania, Suiza y
Dinamarca.
Las parejas homosexuales, en el país, tienen los mismos derechos que las
heterosexuales que viven en unión libre, y lo único que les falta es que les
autoricen el matrimonio y la adopción.
Sin embargo, Sánchez aclara que aunque Colombia es hoy un país más tolerante con la comunidad Lgbt (Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas), sigue existiendo exclusión.
Y advierte que tampoco se puede generalizar que todos los jóvenes con identidad sexual diversa estén en las mismas condiciones, y que para todos salir del clóset sea igual.
“Esta es una tendencia urbana. No ocurre lo mismo en las grandes ciudades que en la provincia. Cada caso es único, depende del contexto sociocultural”, afirma.
Quieren aprovechar sus mejores años
Alejandro Gamboa salió del clóset a los 14 años. Lo hizo porque, según él, comprendió que no era pecador ni anormal, y sobre todo porque no quería perderse ni un solo minuto de su juventud.
Hoy, afirma, los muchachos como él piensan lo mismo: no quieren que sus mejores años pasen mientras se hacen viejos dentro de un armario, oliendo a naftalina.
Cuando hizo su confesión ya tenía su primera pareja. Era un adolescente de su edad. “Todo era muy bonito, muy inocente”, dice.
A los nueve meses de relación le contó a su mamá que era gay. “¿Y eso qué es?”, le respondió ella. “Pues que me gustan los hombres”, le refutó él.
“Ah…. Desde que eras pequeño lo intuía”, le dijo Omaira Hoyos, y le dio un fuerte abrazo.
Cuando estudiaba gerontología, en Medellín, Omaira sospechó que su hijo sería homosexual y le pidió orientación a un profesor.
Él le recomendó que tenía que aceptarlo, y la mandó a ver una película que abordaba esa temática.
En la cinta mostraban cómo, por el maltrato y el rechazo de sus familias, muchos jóvenes en la misma condición de su hijo terminaban prostituyéndose, en las drogas o como travestis, mientras que otros se suicidaban.
“Me hubiera defraudado de él si supiera que es delincuente, o un vago. Pero lo que haga con su intimidad es solo un asunto de él. Es mi hijo, y me siento orgullosa de él, de sus valores”, cuenta la mujer.
Alejandro ya tiene 21 años y estudia ciencia política en la universidad de Antioquia. Así como salió del clóset con su familia, lo hizo en el colegio y después en la universidad. No lo anda pregonando, pero tampoco lo oculta cuando alguien se lo pregunta o se lo insinúa.
Tiene una pareja desde el año pasado, que se la lleva muy bien con su familia. Y como está peleado con él, dijo que esta entrevista se la dedica con todo su amor.
Volviendo al testimonio de Luis Eduardo Uribe, él recuerda que para conocer gente (amigos, pareja o amantes), los homosexuales de hace dos y tres décadas tenían que ir a los teatros del centro de Bogotá, o al parque Nacional.
En esos años los bares gays ya habían salido a la luz en la capital, aunque funcionaban en las tinieblas. Eran clandestinos.
“Operaban a puerta cerrada. Uno timbraba, y como por un ojo mágico se daban cuenta de que uno estaba ahí, y le abrían”, cuenta.
Y cuando llegaba la policía, relata, se encendía una luz tenue que transmitía un código de alarma.
Después de esa señal, hombres y mujeres que bailaban con sus parejas, se separaban para evitar que los maltrataran o se los llevaran detenidos en un camión como si fueran vacas.
Hoy, analiza Luis Eduardo, las nuevas generaciones de homosexuales cuentan con una privilegiada herramienta que les ha abierto las puertas del armario, permitiéndoles socializar libremente: Internet.
Internet: llave del armario
Solo al escribir las palabras ‘gays y Colombia’ aparecen 8.7300.000 links con información relacionada. Contactos, entretenimiento, productos y servicios para esta comunidad abundan en la red.
En Bogotá, el Distrito tiene un despacho encargado de implementar políticas públicas para la población Lgtb, que trabaja de la mano con cerca de 80 organizaciones sin ánimo de lucro que propenden el bienestar de los suyos.
Y ni decir de la rumba. Solo en Chapinero, en Bogotá, hay más de 100 bares y discotecas. En el sector, conocido entre esta comunidad como ‘Chapigay’, ya es cotidiano ver a una pareja de jóvenes hombres o de mujeres caminando de la mano o dándose un beso en plena vía pública.
Todo eso, sin mencionar los almacenes de ropa y accesorios, de un hotel y varias agencias de viajes especializadas en el tema.
Otros jóvenes no solo enfrentaron su sexualidad hace rato, sin mayores problemas, sino que decidieron trabajar por los suyos. Y esperan relevar a aquellos que durante años han luchado por los derechos de la comunidad Lgbt.
Diana Elizabeth Castellanos tiene 25 años, es licenciada en ciencias sociales, estudia Derecho en el Externado y coordina desde hace cuatro años la organización ‘Mujeres Enredadas’, que busca brindarle a su comunidad alternativas que no se limiten a la rumba.
Aunque tiene una pareja mujer desde hace varios años, no se declara categóricamente lesbiana. “Más que la sexualidad de las personas, me gustan las personas”, afirma.
Organiza canelazos literarios, caminatas ecológicas y grupos de estudios. Y con el aval de una ONG estadounidense similar desarrollará este año una campaña en colegios de Usme y Ciudad Bolívar. Se llama ‘Profe, venga le cuento’, y busca que tanto los profesores sepan cómo ayudar a sus alumnos a enfrentar su sexualidad.
Javier Niño, de 25 años, se gradúa este año de ingeniero telemático de la universidad Distrital, y Rodrigo Reyes, de 24, obtuvo el año pasado su título de arquitecto de la universidad de Los Andes.
Ellos hacen parte de la Red interuniversitaria por la diversidad de identidades sexuales – Redes, que busca acabar con la discriminación en las universidades, y abrir espacios académicos y de bienestar para su comunidad dentro de las aulas de clases.
Precisamente por el trabajo que se adelanta en muchas instituciones de educación superior, ellos creen que muchos jóvenes se han atrevido a vivir su sexualidad de una forma más liberadora.
Aunque su labor se enfoca en la academia, lo que ellos quieren es generar una verdadera trasformación social.
“Somos ciudadanos como los demás, pagamos impuestos como los demás. No podemos exigir nuestros derechos sino ponemos la cara”, advierte Rodrigo.
Javier añade que este año la organización que lidera realizará foros de integración sexual universitaria en todo el país, inaugurará un museo en honor a la diversidad sexual y entregará un certificado a las universidades que se destaquen por su inclusión a la comunidad Lgtb.
Sin banderas en la mano –respeta los activistas, pero no es uno de ellos-
a sus 25 años Iván Daniel Peña aporta su granito de arena en la construcción de un país más tolerante con los homosexuales.
O mejor, enciende los micrófonos de su emisora en internet (http://www.planetagradio.com/), en la que transmite en vivo programas dirigidos a su comunidad desde su natal Medellín, con corresponsales en Bogotá, Cali y Barranquilla. Ya hay cuatro emisoras similares en el país. A él ya lo conocen sus radioescuchas como Danny.
Él ratificó que era gay cuando tenía 15 años, mientras tenía una que otra novia. Pero eso cambió a los 17, pues no quería engañarse más ni engañar a nadie.
La tesis que le permitirá graduarse como psicólogo, este año, aborda los imaginarios de la homosexualidad masculina.
En su investigación, ha corroborado que muchos no salen del clóset no solo por los prejuicios morales que aún existen, sino por los prejuicios. Se refiere a aquellos que siguen en la sombra porque dependen de sus padres.
También ha identificado que, hoy en día, ser gay está de moda. Y al contrario de muchos, advierte, el no se siente orgulloso de ser homosexual. “La otra cosa es que no me avergüence de lo que soy. Salir del clóset es mucho más que pararse en un parque con una bandera y gritar: yo soy marica”.
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