Goles a la miseria



En el Chocó muchos jóvenes que abrazan el sueño de ser futbolistas para salir de la pobreza, entrenan con hambre en canchas de tierra, con guayos y balones rotos. En esta región, famosa por sus futbolistas, muchos talentos se pierden por falta de apoyo.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
ANDAGOYA (CHOCÓ).

Publicado en El Tiempo el primero de mayo de 2009

El tañido de las campanas de la iglesia de Andagoya da cuenta de que son las 12 de un día caluroso pero sin sol.
En Andagoya suele hacer mucho calor, pero el sol permanece –casi siempre- oculto dentro de un cielo gris.
A unos 50 metros del templo está la cancha de fútbol de este corregimiento de 3.600 habitantes, cabecera del municipio de Medio San Juan, en el sur del departamento del Chocó y que fue famoso en el país por su producción minera.
Niños y jóvenes juegan en un campo sin césped, una mezcla entre tierra, arena y piedra; hacen goles en arcos sin malla, y patean balones resquebrajados, algunos, con tenis o guayos rotos.
Otros entrenan montados en unos zapatos de caucho que están de moda en esta región colombiana, conocidos como ‘putarras’ o ‘charangas’, y que venden a 10 mil pesos.
En Andagoya, como en casi todo el Chocó, la mayoría de niños y jóvenes tienen un sueño en común: ser futbolistas para salir de la pobreza, para comprarles una casa a sus papás y para no aguantar hambre nunca más. Pero muy pocos lo logran.
Quieren seguirles los pasos a leyendas del fútbol que han surgido de su pueblo como Pedro Juan Ibargüen, estrella del Atlético Nacional y el Medellín; a Alberto ‘El Chocó’ González, del Unión Magdalena y el América, y a Serveleón Cuesta, que hizo historia en Millonarios.
A John Jairo Moreno, de 17 años, le arde la boca del estómago. “A veces escasea la comida, y eso da gastritis”, cuenta el muchacho, de 1.85 de estatura, cuerpo fornido y pelo al rape, a quien conocen en el pueblo como ‘Ronaldo’.
Le dicen así porque tiene un juego y una patada similares a la del astro brasileño. Y porque, como él, en la cancha parece un tren desbocado al que nadie puede detener.
“También me dicen así porque tengo las muelas torcidas”, dice Jonh Jairo, y deja ver una sonrisa de dientes muy blancos y muy chuecos.
John Jairo cursa el grado décimo en el colegio de Andagoya, juega en la posición de delantero y vive en la vereda Boca de Suruco, a 15 minutos del pueblo, aguas abajo del río San Juan.
Tiene 15 hermanos, y su padre se gana la vida escarbando oro en las entrañas del río, o en lo que le salga para conseguir la comida.
Orgulloso, ‘Ronaldo’ muestra la camiseta del Atlético Nacional, su equipo del alma, al que anhela llegar algún día. Debajo de su cama están sus guayos, de una marca cualquiera y de material sintético, que ya se rompieron en los talones. A su papá le costaron 25 mil pesos. Fue su regalo en la pasada Navidad.
De su cuello cuelga un rosario de pepas de madera. Es devoto a la Virgen, y a ella le entregó sus sueños de futbolista.
El joven va a la escuela de fútbol del profesor Segundo Abraham Cabezas, un nariñense radicado en Andagoya hace varias décadas y docente de idiomas, quien lucha para que él y el resto de sus pupilos no repitan su misma historia.
De joven, Cabezas fue un futbolista extraordinario, pero nunca tuvo la oportunidad de mostrarse, y menos de ser descubierto por algún empresario.
Por eso compró, con sus ahorros, los uniformes, balones y demás implementos deportivos para su escuela, porque está convencido de que sus jugadores pueden llegar a ser grandes estrellas del balompié.
No ha recibido ningún tipo de apoyo para su pequeña institución que, además de formar a nuevos talentos, ha servido -según él- para rescatar a muchos jóvenes de los malos pasos.

Tierra de grandes
Y es que el Chocó no es solo es famoso por ser el departamento más pobre de Colombia, el de los peores indicadores. Allí, según el censo del Dane de 2005, el 79 por ciento de la población tiene sus necesidades básicas insatisfechas.
También es tierra de grandes futbolistas. Según lo estima el Instituto de Deportes del Chocó, de allí han salido unos 100 deportistas a hacer goles en equipos nacionales y extranjeros.
Mancio Amilio Agualimpia, director de ese despacho, afirma que el éxito de los chocoanos depende de su fisonomía y de su raza.
“El fútbol está en la sangre, en la piel de nuestra gente”, comenta Agualimpia al reconocer que un altísimo porcentaje de niños y jóvenes se acerca al deporte en busca de una mejor forma de vida, teniendo en cuenta las dificultades económicas de la región, el acceso limitado a la educación superior y a oportunidades de trabajo.
Según la Gobernación del Chocó, solo el 40 por ciento de bachilleres ingresa a la universidad.
Los demás se van a pagar servicio militar o ingresan a la Policía, se dedican a oficios varios o al mototaxismo. Y en el peor de los casos, alimentan las filas de los grupos armados ilegales.
“Muchos talentos se han perdido, y muchos más están por perderse”, asegura al explicar que por las condiciones económicas de estos jóvenes es casi imposible que se desplacen a una ciudad a mostrarse con equipos profesionales.
Más difícil, aún, es que los cazadores de talentos lleguen hasta sus lugares de origen. Muchos de ellos están escondidos entre la selva y solo se puede llegar navegando. Salir de allí no solo es complicado: es muy costoso.
Un tiquete en avión de Acandí a Quibdó, por ejemplo, cuesta 500 mil pesos. Y en lancha no baja de 200 mil.
Es cierto. El Chocó es tierra de futbolistas famosos. Sino que lo digan Wason Rentería, hoy titular de la selección Colombia y jugador del Sporting Braga en Portugal, o Danilson Córdoba y Carlos Sánchez, que triunfan en el Japón y en Francia, respectivamente, solo por nombrar a algunos.

El presupuesto no alcanza
Sin embargo, allí ni siquiera hay un equipo de fútbol que lleve el nombre del departamento, ni en las divisiones inferiores. Hay una liga regional, pero es poco lo que puede hacer por falta de recursos.
Tampoco hay escenarios deportivos, lo que obliga a los jóvenes a entrenar en potreros o en canchas de tierra, como la de Andagoya.
Hasta ahora se está levantando el primer estadio que tendrá el Chocó, cuyo costo total supera los 15 mil millones de pesos.
Sin embargo, su construcción ya ha levantado ampolla entre los chocoanos: unos lo ven como una oportunidad para poder explotar –por fin- el deporte, y otros creen que esos dineros se deberían invertir en infraestructura vial, salud o educación, necesidades sentidas y urgentes de los chocoanos.
Lo cierto es que ya se destinaron 2 mil millones de pesos para el escenario, y que las obras ya empezaron.
El presupuesto destinado para el deporte, por parte del Estado, no es suficiente. En el 2008, de acuerdo con el Instituto de Deportes del Chocó, se recibieron 1.076 millones de pesos que tuvieron que distribuir en los 30 municipios del departamento y en todas las modalidades.
Tampoco se cuenta con patrocinio de la empresa privada como sí sucede en otras regiones del país, porque en el Chocó las empresas son pocas.
“No nos alcanza para comprar guayos o uniformes, y menos para ayudar con refrigerios. Lo más triste es que muchos de estos jóvenes tienen que entrenar con hambre”, agrega Agualimpia.
Dewin Ferley Quiñones ya tiene 19 años y eso le angustia. Sabe que a su edad ya debería estar, al menos, en las divisiones inferiores de un equipo.
En el 2008 viajó a Bogotá a entrenarse en una escuela de fútbol. Tuvo acercamientos con un equipo capitalino pero no contó con suerte. El dinero para su sostenimiento, producto de los ahorros de su familia, se extinguió y tuvo que regresar a Andagoya.
Allí trabaja como mototaxista para ayudar con los gastos de la casa –maneja la moto de un tío-, y entrena en la escuela del profesor Cabezas. Juega de delantero y lo admiran por la velocidad que alcanza con sus piernas largas.
Sus sueños de futbolista aún palpitan, pero teme que se le pasen sus mejores años y que su único logro sea el de trasportar pasajeros desde Andagoya a la población vecina de Istmina a dos mil pesos el pasaje.
Si el destino no juega a su favor tendrá que irse para el Ejército. Pero tiene un problema: no le gustan las armas, le tiene miedo. No quiere un fusil sobre su espalda, en la que hoy lleva estampado el número 10 en la camiseta de su equipo.

El deporte, una esperanza
¿Se podría salir de la pobreza a punta de goles? Víctor Hugo Moreno, secretario de Gestión Administrativa del Chocó, cree que el fútbol podría ser polo de desarrollo si se estructurara una política pública.
Según él, habría que generar un sistema de corresponsabilidad con aquellos chocoanos que logran ingresar al fútbol profesional, y que según él, cuando alcanzan el éxito se olvidan de su tierra.
“Una vez mejoran su situación económica y la de sus familias, no hacen una retribución a la región, no traen ni siquiera un balón para los muchachos que quieren seguir su ejemplo”, afirma Moreno.
Higinio Serna Hinostroza, licenciado en educación física y uno de los entrenadores de fútbol más conocidos del Chocó, acaba de publicar el libro ‘La historia del fútbol chocoano’ en el que analiza otra situación: muchos jóvenes prácticamente se regalan para poder ingresar a un equipo, y al poco tiempo, estos los venden a otras selecciones en cuantías millonarias. Y de esa plata tampoco llega nada para el Chocó.
También se le podrían hacer goles a la guerra. Eso lo asegura Luis Enrique Murillo, asesor de Paz y Derechos Humanos del Chocó, al explicar que sí se apoyara al deporte muchos jóvenes no terminarían en el monte como guerrilleros o paramilitares.
Aunque no hay cifras oficiales –afirma Murillo- el reclutamiento por parte de estos grupos ha aumentado en los últimos tiempos.
“A algunos los reclutan a la fuerza, y a otros los seducen con el señuelo de darles un mejor futuro, aprovechando la marginalidad en la que viven y la nula presencia por parte del Estado”, sostiene Murillo.
El sudor recorre el rostro moreno de Freiser Augusto Dávila. De los jóvenes de Andagoya es de los que más juiciosos a la hora de entrenar. Tiene 17 años y ya decidió que será futbolista el resto de su vida. Por eso entrena tanto, porque quiere ser el mejor. No toma trago, y evita las malas amistades.
“Quiero conocer muchos países, conocer a los grandes futbolistas y comprar una casa bien bonita, con muebles y una nevera. Quiero ser uno de los grandes, pero para eso no solo hay que tener talento. Hay que ser una buena persona”.

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