Dice que desaparecerá de la opinión pública. El jerarca del Valle pasará a la historia por sus obras y por sus declaraciones punzantes sobre el acontecer nacional.
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY
El cardenal se ve relajado, pleno. Su serenidad se vislumbra en sus ojos negros, cubiertos por unos lentes plateados de delgada montura.
Después de 54 años de vida sacerdotal y 15 como arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Sáenz se despide de su feligresía con la alegría de un niño que espera sus regalos de Navidad.
Tuvo que esperar casi tres años para que el Papa Benedicto XVI le aceptara la renuncia que presentó al cumplir 75 años, edad exigida para el retiro canónico. La semana pasada le llegó la noticia con la designación de su sucesor, monseñor Rubén Salazar.
El cardenal se escabulle por entre los pasillos de la Conferencia Episcopal. No quiere hablar con los periodistas. Todos lo esperaban, pero no fue a la rueda de prensa en la que se anunció el nombre de su reemplazo. Hay que perseguirlo para que conceda una entrevista.
Está claro que quiere darle a su retiro un bajo perfil, que esta vez no quiere aparecer en los titulares de prensa con alguna de sus famosas ‘perlas’sobre los políticos de turno y las noticias del día.
“Ya es hora de descansar, de llevar una vida más reposada”, confiesa Rubiano con su voz nasal de siempre, en muy bajo volumen. De un tiempo para acá, tal vez por la edad, habla tan pasito que hay que esforzarse para escucharlo bien.
Pero más que entregarse a un merecido descanso, Rubiano no quiere restarle atención al heredero de su trono en la Arquidiócesis de Bogotá: la sede primada y cardenalicia de Colombia, la primera y la más importante de Colombia, un país que él considera que sigue siendo mayoritariamente católico.
“Estaré por fuera, durante un año, para que el nuevo arzobispo tenga el espacio libre”, suelta Rubiano, quien el próximo 13 de septiembre cumplirá de 78 años.
Puerto Rico y Estados Unidos serán algunos de sus destinos. Lo esperan muchos libros por leer y muchos amigos y familiares por visitar.
“La iglesia y Colombia sólo tienen motivos de gratitud con él”, es la opinión de monseñor Fabián Marulanda al reconocerlo como un hombre generoso, que según él no tuvo buena prensa en los últimos años.
“Cuando se habla con la verdad, eso contraría a muchos. Los obispos tenemos la obligación de ser profetas al denunciar lo malo y proclamar lo bueno, y eso fue lo que hizo el cardenal”, advierte Marulanda, sentencioso.
Y es que al cardenal Rubiano no sólo se le recordará por sus obras: entre estas, el haber afrontado con gallardía la quiebra de la Caja Vocacional al salir de todos los bienes de la Iglesia para devolverle hasta el último peso a los ahorradores (1986 y 1987) y por haber creado la Comisión Nacional de Conciliación, en 1995, en uno de los momentos más convulsionados del país.
También pasará a la historia por sus célebres y punzantes declaraciones.
El autor de la frase del ‘elefante’
El periodista Javier Darío Restrepo, experto en el acontecer religioso del país, recuerda tal vez una de sus ‘perlas’ más famosas: la del “elefante en la sala de la casa”, cuando se refirió a las supuestas irregularidades en la financiación de la campaña de Ernesto Samper a la Presidencia de la República.
“Siempre estuvo dando su visión de lo que sucedía en el país, pero no era una visión de politiquero sino de alguien que seguía con mucho interés la vida nacional”, cuenta Restrepo. Y sigue: “No cedió al dogma que se ha establecido de que la Iglesia debe quedarse en los templos y en las sacristías, sino que entendió que el suyo era un papel público”.
El ex presidente Samper, vía telefónica, se declaró “inhibido” cuando se le consultó sobre lo que piensa del cardenal del Valle, nacido en Cartago.
“Es que tuve muchas dificultades con él. Tengo mi opinión personal y no quiero molestarlo”, respondió amablemente el ex mandatario.
Hay muchas cosas que no se saben del cardenal Rubiano y eso lo admite uno de sus amigos más cercanos, monseñor Héctor Gutiérrez Pabón.
Según él, quien lo acompañó durante 11 años en la Arquidiócesis de Cali, a Rubiano le duele profundamente el drama de los desplazados.
Por eso creó el Banco de Alimentos y varios hogares de paso en Bogotá. Por esa misma razón, además, se trajo un grupo de monjas de la obra de Sor Teresa de Calcuta, expertas en la atención a los desterrados.
Gutiérrez, obispo de Engativá, también evoca asuntos más terrenales de la vida del purpurado. Por ejemplo, el gusto por conducir a altas velocidades.
“Me hizo pasar varios sustos. En ocasiones casi nos metemos debajo de una tractomula. Uno de sus placeres es manejar su propio vehículo y muy rápido”, relata monseñor Gutiérrez, pero aclara que desde hace varios años –tal vez por la edad- por fin dejó manejar al chofer.
Visiblemente acongojada, Elsa Judith Riberos, su secretaria durante 13 años y medio, sólo atinó a contestar: “Siento un infinito agradecimiento por haberle servido todo este tiempo. Ver al cardenal es ver cómo en una persona se encarna Jesucristo”, dijo la mujer y luego contó que además de ser un jefe estricto pero bonachón, es amante de la música colombiana y del vallenato. “Su canción preferida es La gota fría”, contó ella.
Piensa escribir sus memorias
Al cardenal Rubiano, ordenado como tal en el 2001 por el fallecido Juan Pablo II, también le gustaría escribir un libro sobre sus memorias.
“Haría una crónica de lo que he vivido, para darle gracias a Dios por todos los dones que me ha concedido”, dice al advertir que ya es hora de desaparecer de la opinión pública, que no quiere más entrevistas y que se guardará sus conceptos personales.
Sin embargo, después de la eucaristía en la que los 90 obispos del país se despidieron de él, el viernes en Bogotá, no se contuvo ante las preguntas de los reporteros. Disparó un dardo más, esta vez sobre la polémica demanda de Íngrid Betancourt.
“A ella no la secuestró el Estado sino la guerrilla. Debería darle gracias a Dios porque ya no está secuestrada”, respondió Rubiano, dejando en claro que le quedará difícil guardar silencio.
Ceremoniosamente vestido con su atuendo de cardenal, con la mitra blanca sobre su cabeza y con el imponente báculo dorado en la mano izquierda, se despidió de sus fieles en la Catedral Primada. Dijo que se va con la satisfacción del deber cumplido y muy agradecido con la Iglesia y con Colombia.
“Como sacerdote seguiré ejerciendo el ministerio hasta la muerte”, dice él cardenal vitalicio, que ostenta orgulloso la buena salud de un roble bien plantado.
“Hago ejercicio en la mañana, al medio día y en la noche. Camino en la terraza de la Curia y en las noches sólo me como una fruta con un té”, cuenta el cardenal como quien revela un secreto.
“Yo creo que hice lo que tenía que hacer y le doy gracia a Dios por eso”, concluye el jerarca. Habrá cardenal Rubiano para rato.
JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY
El cardenal se ve relajado, pleno. Su serenidad se vislumbra en sus ojos negros, cubiertos por unos lentes plateados de delgada montura.
Después de 54 años de vida sacerdotal y 15 como arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Sáenz se despide de su feligresía con la alegría de un niño que espera sus regalos de Navidad.
Tuvo que esperar casi tres años para que el Papa Benedicto XVI le aceptara la renuncia que presentó al cumplir 75 años, edad exigida para el retiro canónico. La semana pasada le llegó la noticia con la designación de su sucesor, monseñor Rubén Salazar.
El cardenal se escabulle por entre los pasillos de la Conferencia Episcopal. No quiere hablar con los periodistas. Todos lo esperaban, pero no fue a la rueda de prensa en la que se anunció el nombre de su reemplazo. Hay que perseguirlo para que conceda una entrevista.
Está claro que quiere darle a su retiro un bajo perfil, que esta vez no quiere aparecer en los titulares de prensa con alguna de sus famosas ‘perlas’sobre los políticos de turno y las noticias del día.
“Ya es hora de descansar, de llevar una vida más reposada”, confiesa Rubiano con su voz nasal de siempre, en muy bajo volumen. De un tiempo para acá, tal vez por la edad, habla tan pasito que hay que esforzarse para escucharlo bien.
Pero más que entregarse a un merecido descanso, Rubiano no quiere restarle atención al heredero de su trono en la Arquidiócesis de Bogotá: la sede primada y cardenalicia de Colombia, la primera y la más importante de Colombia, un país que él considera que sigue siendo mayoritariamente católico.
“Estaré por fuera, durante un año, para que el nuevo arzobispo tenga el espacio libre”, suelta Rubiano, quien el próximo 13 de septiembre cumplirá de 78 años.
Puerto Rico y Estados Unidos serán algunos de sus destinos. Lo esperan muchos libros por leer y muchos amigos y familiares por visitar.
“La iglesia y Colombia sólo tienen motivos de gratitud con él”, es la opinión de monseñor Fabián Marulanda al reconocerlo como un hombre generoso, que según él no tuvo buena prensa en los últimos años.
“Cuando se habla con la verdad, eso contraría a muchos. Los obispos tenemos la obligación de ser profetas al denunciar lo malo y proclamar lo bueno, y eso fue lo que hizo el cardenal”, advierte Marulanda, sentencioso.
Y es que al cardenal Rubiano no sólo se le recordará por sus obras: entre estas, el haber afrontado con gallardía la quiebra de la Caja Vocacional al salir de todos los bienes de la Iglesia para devolverle hasta el último peso a los ahorradores (1986 y 1987) y por haber creado la Comisión Nacional de Conciliación, en 1995, en uno de los momentos más convulsionados del país.
También pasará a la historia por sus célebres y punzantes declaraciones.
El autor de la frase del ‘elefante’
El periodista Javier Darío Restrepo, experto en el acontecer religioso del país, recuerda tal vez una de sus ‘perlas’ más famosas: la del “elefante en la sala de la casa”, cuando se refirió a las supuestas irregularidades en la financiación de la campaña de Ernesto Samper a la Presidencia de la República.
“Siempre estuvo dando su visión de lo que sucedía en el país, pero no era una visión de politiquero sino de alguien que seguía con mucho interés la vida nacional”, cuenta Restrepo. Y sigue: “No cedió al dogma que se ha establecido de que la Iglesia debe quedarse en los templos y en las sacristías, sino que entendió que el suyo era un papel público”.
El ex presidente Samper, vía telefónica, se declaró “inhibido” cuando se le consultó sobre lo que piensa del cardenal del Valle, nacido en Cartago.
“Es que tuve muchas dificultades con él. Tengo mi opinión personal y no quiero molestarlo”, respondió amablemente el ex mandatario.
Hay muchas cosas que no se saben del cardenal Rubiano y eso lo admite uno de sus amigos más cercanos, monseñor Héctor Gutiérrez Pabón.
Según él, quien lo acompañó durante 11 años en la Arquidiócesis de Cali, a Rubiano le duele profundamente el drama de los desplazados.
Por eso creó el Banco de Alimentos y varios hogares de paso en Bogotá. Por esa misma razón, además, se trajo un grupo de monjas de la obra de Sor Teresa de Calcuta, expertas en la atención a los desterrados.
Gutiérrez, obispo de Engativá, también evoca asuntos más terrenales de la vida del purpurado. Por ejemplo, el gusto por conducir a altas velocidades.
“Me hizo pasar varios sustos. En ocasiones casi nos metemos debajo de una tractomula. Uno de sus placeres es manejar su propio vehículo y muy rápido”, relata monseñor Gutiérrez, pero aclara que desde hace varios años –tal vez por la edad- por fin dejó manejar al chofer.
Visiblemente acongojada, Elsa Judith Riberos, su secretaria durante 13 años y medio, sólo atinó a contestar: “Siento un infinito agradecimiento por haberle servido todo este tiempo. Ver al cardenal es ver cómo en una persona se encarna Jesucristo”, dijo la mujer y luego contó que además de ser un jefe estricto pero bonachón, es amante de la música colombiana y del vallenato. “Su canción preferida es La gota fría”, contó ella.
Piensa escribir sus memorias
Al cardenal Rubiano, ordenado como tal en el 2001 por el fallecido Juan Pablo II, también le gustaría escribir un libro sobre sus memorias.
“Haría una crónica de lo que he vivido, para darle gracias a Dios por todos los dones que me ha concedido”, dice al advertir que ya es hora de desaparecer de la opinión pública, que no quiere más entrevistas y que se guardará sus conceptos personales.
Sin embargo, después de la eucaristía en la que los 90 obispos del país se despidieron de él, el viernes en Bogotá, no se contuvo ante las preguntas de los reporteros. Disparó un dardo más, esta vez sobre la polémica demanda de Íngrid Betancourt.
“A ella no la secuestró el Estado sino la guerrilla. Debería darle gracias a Dios porque ya no está secuestrada”, respondió Rubiano, dejando en claro que le quedará difícil guardar silencio.
Ceremoniosamente vestido con su atuendo de cardenal, con la mitra blanca sobre su cabeza y con el imponente báculo dorado en la mano izquierda, se despidió de sus fieles en la Catedral Primada. Dijo que se va con la satisfacción del deber cumplido y muy agradecido con la Iglesia y con Colombia.
“Como sacerdote seguiré ejerciendo el ministerio hasta la muerte”, dice él cardenal vitalicio, que ostenta orgulloso la buena salud de un roble bien plantado.
“Hago ejercicio en la mañana, al medio día y en la noche. Camino en la terraza de la Curia y en las noches sólo me como una fruta con un té”, cuenta el cardenal como quien revela un secreto.
“Yo creo que hice lo que tenía que hacer y le doy gracia a Dios por eso”, concluye el jerarca. Habrá cardenal Rubiano para rato.
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