Una flor que no se marchitó en el desierto


Waris Dirie, la modelo somalí que, en su infancia, fue sometida a la mutilación genital. Su drama se cuenta en la película ‘Flor del desierto’.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACTOR DE EL TIEMPO
17 de noviembre de 2010.

La cruda imagen de la ablación genital es una de las escenas más impactantes de la película 'Flor del desierto', que cuenta la historia de esta mujer y se exhibe en las salas de cine del país.
Lo que allí se muestra (una vieja gitana la sujeta contra una piedra y con una cuchilla de afeitar sucia y sin filo la mutila) es solo el comienzo de la historia de horror que vivió en su infancia la modelo somalí Waris Dirie.
Su testimonio apareció en un libro hace ocho años. Ahora, la directora estadounidense Sherry Hormann lo llevó a la pantalla grande. Waris, cuyo nombre significa flor del desierto, estuvo involucrada en cada detalle de la producción: desde la elaboración del guión hasta la escogencia de los actores. Sobre todo, en la elección de Liya Kebede, la modelo y actriz etiope que la representó.
"Cuando mi hijo vio a Liya en un video, me preguntó: 'Mami, ¿esa eres tú?'. En ese momento supe que ella era la persona indicada para el papel", le dijo a EL TIEMPO vía correo electrónico.
Waris guarda intacto el recuerdo del rostro impávido de la gitana mientras la cercenaba en carne viva. Sus gritos quedaron atrapados en el trozo de madera que apretaban sus dientes. Tenía 5 o 6 años; la edad no la recuerda.
"Escuchaba mi carne desgarrándose. Mi madre, que me había dicho que no me dolería, me tenía de una mano. Desde ese día aprendí lo que es el dolor", rememora.
La pequeña Waris, nacida en una familia numerosa de una tribu del desierto de Somalia, acababa de ser sometida al terrible ritual común en el continente africano. Se le llama el día del gudniin y, según la tradición, prepara a las niñas para la adultez.
Su huida por el desierto
Después de publicar su testimonio en el libro 'Flor del desierto', en el 2002, varias productoras se interesaron en llevar la historia al cine. Solo la convenció la directora Sherry Hormann.
Waris quería una película que creara conciencia sobre el tema, pero que también hiciera reír al público y mostrara las cosas buenas de su vida. "He experimentado momentos tristes y alegres, temibles y maravillosos, y quería que la película los reflejara. Creo que los resultados son satisfactorios", admite.
La persistencia de la ablación en el mundo, sobre todo en su África natal, también fue un motivo para autorizar la filmación de su vida. "La mutilación genital femenina es un crimen camuflado bajo el escudo de una herencia ancestral", señala Waris, al recordar que, según datos de Unicef, 150 millones de mujeres han padecido su mismo sufrimiento.
Ella cree que, con la película, muchas más personas -sobre todo de las nuevas generaciones- se enterarán de que esta terrible práctica aún existe en la sociedad moderna.
A los 13 años, como era costumbre en la tribu a la que pertenecía, su familia tenía todo previsto para entregarla a un hombre mucho mayor a cambio de una dote de chivos. La pequeña Waris no estaba dispuesta a un destino de sometimiento y huyó al desierto; caminó varios días hasta llegar a Mogadiscio, la capital somalí. Allí vivía su hermana.
En 1981, logró llegar a Londres, donde la acogió un tío, que meses más tarde tuvo que regresarse a Somalia. Desamparada, se ganó la vida como empleada doméstica, vivió en las calles londinenses y trabajó en un restaurante McDonald's, donde un famoso fotógrafo de moda quedó sorprendido con su belleza: ojos negros profundos, nariz pequeña, pelo marrón ensortijado y piel de porcelana.
Así, la espigada y bella Waris se convirtió en una estrella de las pasarelas internacionales en los 90. Esos son los buenos momentos que, como una compensación a su sino de sufrimiento, quiso mostrar en la película.
Waris fue la primera modelo negra en ser portada de la revista 'Vogue' y trabajó para Chanel, L'Oréal, Revlon, Versace y Cartier. Luego incursionó en el cine (actuó en una película de James Bond), hasta que decidió alejarse del mundo del espectáculo.
En el 2002 creó la fundación que lleva su nombre y se convirtió en embajadora de buena voluntad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra la ablación. Pese a esa labor, a la que le ha dedicado todo su tiempo y esfuerzos, es consciente de que el camino es aún espinoso. Muchos países de África ya han declarado ilegal la práctica de la ablación, pero esta continúa. "La prohibición de la mutilación se ha convertido en un problema y se sigue practicando en secreto", denuncia, y reconoce que lo que más le duele es que la percepción de las mujeres no ha cambiado al respecto. "Muchas no han caído en cuenta de que es un crimen terrible, que merece ser castigado severamente por los gobiernos", enfatiza.
Waris ha documentado que la mutilación genital femenina sigue siendo una costumbre arraigada en África, pero también en algunos países de Asia y Medio Oriente y en algunas comunidades de inmigrantes de Estados Unidos, Canadá y Australia. "Hace poco, con sorpresa, me enteré de que también existe en Colombia", dice. Se refiere a la comunidad indígena embera chamí. Todo, con un argumento cultural.
Para ella, que la vivió y ahora lucha para erradicarla, esta práctica no tiene nada que ver con la cultura, la religión o la tradición. Piensa que es la forma más cínica de abuso y un crimen imperdonable contra las niñas y mujeres jóvenes.
Después de que la mutilaron, a la pequeña Waris le cosieron la herida y le dejaron una diminuta abertura para orinar a gotas. Unos 20 años más tarde dejó de sentir que la vida se le extinguía cada vez que iba al baño, gracias a una cirugía .
"Muchas niñas mueren por hemorragias, envenenamiento de la sangre y por las infecciones poco después. Simplemente, mueren y desaparecen", revela Waris al advertir que, por eso, las estadísticas sobre el número de fallecimientos no son fiables. Según Unicef, una de cada tres niñas sometidas a este ritual muere.
Cuando se convirtió en mujer, Waris se enteró de que la mutilación le impediría, de por vida, tener alguna sensación en la intimidad. "Me mutilaron el derecho a una sexualidad placentera", lamenta.
Las que sobreviven a la ablación sufren toda la vida de dolor severo durante el período menstrual; también inflamaciones e infecciones constantes. "Muchas mueren durante el parto, otras se vuelven infértiles. El sexo es muy doloroso y nunca es placentero", explica.
Por todo esto, Waris ha revivido todos los fantasmas de su infancia para promocionar la película. Para ella, es un tema de derechos humanos. "La ablación anula a las mujeres y es la forma más violenta de supresión contra ellas, pues controla su cuerpo y su sexualidad. El trauma psicológico dura toda la vida", concluye.
Hoy, dedicada de cuerpo entero a su fundación, Waris tiene 45 años, un esposo comprensivo y dos hijos amorosos. Se reconoce feliz. Sin embargo, admite que su felicidad, como mujer, siempre será a medias.
¿Cuál es el mensaje para las mujeres que han padecido su misma historia?
¡Manifiéstense, hablen! Salven sus hijas de ese camino. Ayuden a erradicar esta tortura sin sentido.

Comunidad embera erradicará la ablación
El próximo 23 de noviembre, en Pereira, los embera chamí de Risaralda se comprometerán a erradicar la práctica de la ablación en las niñas de su etnia, después de ver 'Flor del desierto', en un acto auspiciado por el Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa), que por dos años y medio ha trabajado para eliminar del ritual.
La iniciativa arrancó en el 2007, cuando la Personería de Pueblo Rico (Risaralda) denunció la muerte de una niña embera por esta práctica. La ablación pretendía garantizar el rol de la mujer como madre y esposa y era una forma de controlar su sexualidad.El acuerdo es un hito tanto en lo ancestral como en lo jurídico, pues la Constitución les respeta sus tradiciones. El proyecto se enfocó en garantizar derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y en que se trata de un problema de salud pública.

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