Una flor que no se marchitó en el desierto


Waris Dirie, la modelo somalí que, en su infancia, fue sometida a la mutilación genital. Su drama se cuenta en la película ‘Flor del desierto’.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACTOR DE EL TIEMPO
17 de noviembre de 2010.

La cruda imagen de la ablación genital es una de las escenas más impactantes de la película 'Flor del desierto', que cuenta la historia de esta mujer y se exhibe en las salas de cine del país.
Lo que allí se muestra (una vieja gitana la sujeta contra una piedra y con una cuchilla de afeitar sucia y sin filo la mutila) es solo el comienzo de la historia de horror que vivió en su infancia la modelo somalí Waris Dirie.
Su testimonio apareció en un libro hace ocho años. Ahora, la directora estadounidense Sherry Hormann lo llevó a la pantalla grande. Waris, cuyo nombre significa flor del desierto, estuvo involucrada en cada detalle de la producción: desde la elaboración del guión hasta la escogencia de los actores. Sobre todo, en la elección de Liya Kebede, la modelo y actriz etiope que la representó.
"Cuando mi hijo vio a Liya en un video, me preguntó: 'Mami, ¿esa eres tú?'. En ese momento supe que ella era la persona indicada para el papel", le dijo a EL TIEMPO vía correo electrónico.
Waris guarda intacto el recuerdo del rostro impávido de la gitana mientras la cercenaba en carne viva. Sus gritos quedaron atrapados en el trozo de madera que apretaban sus dientes. Tenía 5 o 6 años; la edad no la recuerda.
"Escuchaba mi carne desgarrándose. Mi madre, que me había dicho que no me dolería, me tenía de una mano. Desde ese día aprendí lo que es el dolor", rememora.
La pequeña Waris, nacida en una familia numerosa de una tribu del desierto de Somalia, acababa de ser sometida al terrible ritual común en el continente africano. Se le llama el día del gudniin y, según la tradición, prepara a las niñas para la adultez.
Su huida por el desierto
Después de publicar su testimonio en el libro 'Flor del desierto', en el 2002, varias productoras se interesaron en llevar la historia al cine. Solo la convenció la directora Sherry Hormann.
Waris quería una película que creara conciencia sobre el tema, pero que también hiciera reír al público y mostrara las cosas buenas de su vida. "He experimentado momentos tristes y alegres, temibles y maravillosos, y quería que la película los reflejara. Creo que los resultados son satisfactorios", admite.
La persistencia de la ablación en el mundo, sobre todo en su África natal, también fue un motivo para autorizar la filmación de su vida. "La mutilación genital femenina es un crimen camuflado bajo el escudo de una herencia ancestral", señala Waris, al recordar que, según datos de Unicef, 150 millones de mujeres han padecido su mismo sufrimiento.
Ella cree que, con la película, muchas más personas -sobre todo de las nuevas generaciones- se enterarán de que esta terrible práctica aún existe en la sociedad moderna.
A los 13 años, como era costumbre en la tribu a la que pertenecía, su familia tenía todo previsto para entregarla a un hombre mucho mayor a cambio de una dote de chivos. La pequeña Waris no estaba dispuesta a un destino de sometimiento y huyó al desierto; caminó varios días hasta llegar a Mogadiscio, la capital somalí. Allí vivía su hermana.
En 1981, logró llegar a Londres, donde la acogió un tío, que meses más tarde tuvo que regresarse a Somalia. Desamparada, se ganó la vida como empleada doméstica, vivió en las calles londinenses y trabajó en un restaurante McDonald's, donde un famoso fotógrafo de moda quedó sorprendido con su belleza: ojos negros profundos, nariz pequeña, pelo marrón ensortijado y piel de porcelana.
Así, la espigada y bella Waris se convirtió en una estrella de las pasarelas internacionales en los 90. Esos son los buenos momentos que, como una compensación a su sino de sufrimiento, quiso mostrar en la película.
Waris fue la primera modelo negra en ser portada de la revista 'Vogue' y trabajó para Chanel, L'Oréal, Revlon, Versace y Cartier. Luego incursionó en el cine (actuó en una película de James Bond), hasta que decidió alejarse del mundo del espectáculo.
En el 2002 creó la fundación que lleva su nombre y se convirtió en embajadora de buena voluntad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra la ablación. Pese a esa labor, a la que le ha dedicado todo su tiempo y esfuerzos, es consciente de que el camino es aún espinoso. Muchos países de África ya han declarado ilegal la práctica de la ablación, pero esta continúa. "La prohibición de la mutilación se ha convertido en un problema y se sigue practicando en secreto", denuncia, y reconoce que lo que más le duele es que la percepción de las mujeres no ha cambiado al respecto. "Muchas no han caído en cuenta de que es un crimen terrible, que merece ser castigado severamente por los gobiernos", enfatiza.
Waris ha documentado que la mutilación genital femenina sigue siendo una costumbre arraigada en África, pero también en algunos países de Asia y Medio Oriente y en algunas comunidades de inmigrantes de Estados Unidos, Canadá y Australia. "Hace poco, con sorpresa, me enteré de que también existe en Colombia", dice. Se refiere a la comunidad indígena embera chamí. Todo, con un argumento cultural.
Para ella, que la vivió y ahora lucha para erradicarla, esta práctica no tiene nada que ver con la cultura, la religión o la tradición. Piensa que es la forma más cínica de abuso y un crimen imperdonable contra las niñas y mujeres jóvenes.
Después de que la mutilaron, a la pequeña Waris le cosieron la herida y le dejaron una diminuta abertura para orinar a gotas. Unos 20 años más tarde dejó de sentir que la vida se le extinguía cada vez que iba al baño, gracias a una cirugía .
"Muchas niñas mueren por hemorragias, envenenamiento de la sangre y por las infecciones poco después. Simplemente, mueren y desaparecen", revela Waris al advertir que, por eso, las estadísticas sobre el número de fallecimientos no son fiables. Según Unicef, una de cada tres niñas sometidas a este ritual muere.
Cuando se convirtió en mujer, Waris se enteró de que la mutilación le impediría, de por vida, tener alguna sensación en la intimidad. "Me mutilaron el derecho a una sexualidad placentera", lamenta.
Las que sobreviven a la ablación sufren toda la vida de dolor severo durante el período menstrual; también inflamaciones e infecciones constantes. "Muchas mueren durante el parto, otras se vuelven infértiles. El sexo es muy doloroso y nunca es placentero", explica.
Por todo esto, Waris ha revivido todos los fantasmas de su infancia para promocionar la película. Para ella, es un tema de derechos humanos. "La ablación anula a las mujeres y es la forma más violenta de supresión contra ellas, pues controla su cuerpo y su sexualidad. El trauma psicológico dura toda la vida", concluye.
Hoy, dedicada de cuerpo entero a su fundación, Waris tiene 45 años, un esposo comprensivo y dos hijos amorosos. Se reconoce feliz. Sin embargo, admite que su felicidad, como mujer, siempre será a medias.
¿Cuál es el mensaje para las mujeres que han padecido su misma historia?
¡Manifiéstense, hablen! Salven sus hijas de ese camino. Ayuden a erradicar esta tortura sin sentido.

Comunidad embera erradicará la ablación
El próximo 23 de noviembre, en Pereira, los embera chamí de Risaralda se comprometerán a erradicar la práctica de la ablación en las niñas de su etnia, después de ver 'Flor del desierto', en un acto auspiciado por el Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa), que por dos años y medio ha trabajado para eliminar del ritual.
La iniciativa arrancó en el 2007, cuando la Personería de Pueblo Rico (Risaralda) denunció la muerte de una niña embera por esta práctica. La ablación pretendía garantizar el rol de la mujer como madre y esposa y era una forma de controlar su sexualidad.El acuerdo es un hito tanto en lo ancestral como en lo jurídico, pues la Constitución les respeta sus tradiciones. El proyecto se enfocó en garantizar derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y en que se trata de un problema de salud pública.

'Santa' Omaira


Ante las constantes muestras de devoción hacia la niña Omaira Sánchez, símbolo de la tragedia de Armero, la Iglesia busca testimonios verídicos para saber si es viable abrir una causa que la convierta en santa.


José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial de EL TIEMPO
Armero (Tolima).

A la niña Omaira Sánchez, símbolo de la tragedia de Armero, la imaginación popular ya la considera santa. Podría llegar a serlo. El tiempo lo dirá.
El sitio donde murió, tras su angustiosa y mediática agonía de tres días, atrapada entre los escombros y con el agua enlodada bordeándole la boca, ha sido convertido en un santuario informal.
Debajo de los cuatro árboles frondosos que le hacen sombra a la romería de turistas que a diario llega hasta allí –por curiosidad o por devoción–, hay tres paredes tupidas de placas, no menos de 3.000, con agradecimientos de fervorosos católicos por sanaciones milagrosas y favores recibidos.
Por falta de espacio, también las han comenzado a colocar en el suelo. En el pozo donde murió, hay una caseta adornada con flores naturales y de plástico, con muñecas, ángeles y vírgenes; de una cuerda cuelgan camándulas, zapatos de bebé, moñas y collares. Al lado, hay una urna metálica, de color blanco, con la palabra ‘peticiones’, repleta de cartas con la tinta ya borroneada por la lluvia que alcanza a salpicarlas.
También se levanta una tumba simbólica con las fechas de su nacimiento y su muerte (28 de agosto de 1972-16 de noviembre de 1985) y un altar repleto de veladoras en una casita de madera, cuyo piso parece una acuarela de cera.
El lugar es centro de peregrinación, y con mayor razón por estas épocas, cuando se conmemora el aniversario número 25 de la tragedia que borró del mapa a la población tolimense de Armero, y que cobró la vida de 23.080 de los 31.000 habitantes de la ciudad.
Eso lo reconoce Luis Fernando Betancur, párroco de Armero Guayabal, corregimiento que asumió la función municipal de la desaparecida población, aunque el sacerdote no ve con buenos ojos esas demostraciones de entusiasmo de los creyentes hacia la pequeña mártir.
“Se ha generado un interés comercial. No podemos sentarnos en una tumba, rezar y luego salir a tomar cerveza”, advierte él, escéptico.
Según el padre Betancur, se ha desvirtuado el signo de esperanza que dejó sembrado Omaira. “Esto podría ser impulsado por la presión psicológica de tanta gente que se revuelca en la herida; eso es masoquismo, no religiosidad”, añade, y enfatiza que Omaira no es una santa.
Sin duda, no lo será dentro del santoral oficial católico, por ahora. Por eso, prudentemente, recomienda abstenerse de rezarle y pedirle milagros.
Pero, en el lugar, e incluso en Internet, se distribuyen novenas y oraciones en nombre de la niña. “El que hace milagros es Dios”, advierte, sentencioso.
El padre Betancur comenta que ante esta situación, hace 20 días, la Diócesis de Líbano-Honda abrió una consulta a través de su página de Internet, para reunir testimonios verificables de situaciones sobrenaturales en las que la fe en la niña Omaira haya podido intervenir.
La idea, explica, es indagar sobre “signos de gracia de Dios en Omaira”, para así poder determinar si vale la pena iniciar un proceso de canonización en el Vaticano.
“Solo he recibido el testimonio de un hombre de La Dorada (Caldas), que vino a pedir una misa porque Omaira supuestamente le ayudó a curarse de una enfermedad”, cuenta el padre.


Romería y supuestos milagros
En un día cualquiera, a este camposanto soleado y ardiente llega una ‘chiva’ repleta de turistas afanados por refrescarse en uno de los balnearios de la región. Alba Cruz Alvarado, la guía, explica cómo fue el martirio de Omaira y se confiesa devota de ella. Afirma que la niña le ha hecho uno que otro favor, pero no dice cuáles.
Ofreciendo sus helados de fruta, José Helí Sandoval se acerca a la ‘chiva’ y logra vender unos cuantos. “Me hago aquí donde la niña Omaira, que se volvió muy milagrosa. Nosotros los vendedores vivimos de ella y eso, por sí solo, es un milagro ante tanta pobreza”, dice el hombre con humildad.
José Gilberto Reyes, que les vende a los visitantes gaseosa, agua y cerveza para refrescarse, el es mismo que los provee de veladoras de 500 y 1.000 pesos para encenderle a la ‘santa’ armerita. Él también vende los videos que muestran las 60 horas de lucha de Omaira, con la famosa y premiada foto en la que aparece la niña, resignada ante su suerte, con un rostro beatífico. Son a cinco y diez mil pesos.

“Mire, esto lo mandó poner un ingeniero al que Omaira le levantó a una hija paralítica”, dice el hombre, mientras señala un poste de 12 metros de altura que, en el día, absorbe la energía del sol y, en la noche, ilumina bellamente el lugar y parte de las ruinas de Armero, ahora devoradas por la maleza. El poste exhibe la siguiente leyenda: “Omaira, angelical criatura que iluminas las noches tristes de este pueblo. Gracias por el favor dispensado”. Lo firma Marcelo Castro y no es el único que da testimonio de la ‘palanca’ que Omaira puede tener con Dios.
Sobreviviente de la tragedia, Argemiro Contreras está convencido de que sólo pudo volver a caminar gracias a su intercesión; Libia Inés Montoya le agradece su buena salud y Alejandra López asegura que un anhelado viaje internacional sólo lo pudo hacer con el ‘empujoncito’ de Omaira.
Cristina Cruz es la directora del museo de Armero, donde varios cuadros recrean la angustiosa agonía de Omaira, pintados por el alemán Anton Wittoeck. Ella no está de acuerdo con la romería. “Sí, Omaira murió como un ángel, pero deberían dejarla descansar en paz. Me parece un tormento que le pidan tantas cosas”. La madre de Omaira, Aleida Garzón, se pensionó hace dos años del hospital San Blas, en Bogotá, donde era enfermera. Hace un par de meses, allí, le pidieron que actualizara sus datos para los periodistas que, por estas épocas, siempre llaman a preguntar por ella. Aleida sólo respondió que esta vez no quiere hablar.
“Hay que tener cuidado, no hay que santificar antes de tiempo”, advierte monseñor Juan Vicente Córdoba, vocero del episcopado colombiano, quien pide evitar fenómenos milagreros y comerciales e histerias colectivas.
Córdoba reconoce que Omaira murió con una admirable fe, pero que habría que revisar otros aspectos de la vida de la niña antes de la tragedia, al igual que los testimonios que, en estos casos, se estudian con rigurosidad en el Vaticano. Y en eso, aclara, la Iglesia podría tardar mucho tiempo.
José Antonio Baquero, comerciante bogotano, hace parte del grupo de oración Estrellas de oriente, que un año después de la tragedia instaló la tumba simbólica de Omaira y levantó los primeros altares en su honor. En los últimos 24 años, a comienzos de noviembre, viaja con sus compañeros a desyerbar y a acicalar el lugar.
Baquero, hombre de fe, no entra en el debate de si es santa o no. Para él, el principal milagro de Omaira es que la gente no la olvida.
En Bogotá, Germán Santamaría, uno de los periodistas que, con impotencia, vieron cómo se le apagaba la vida a la niña, sin que pudieran rescatarla, declara: “Yo, que no soy tan creyente, sí creo que Omaira es una santa. Ningún colombiano ha tenido esa grandeza espiritual para afrontar el dolor y el sacrificio. Y sólo tenía 13 años”.
Dice que no necesita hacer milagros para llegar a los altares. Según él, la valentía, el sufrimiento y la dignidad de su agonía, son razones suficientes para venerarla. “Qué mejor que Omaira, con su grandeza, sea la primera santa colombiana”.
Y subraya que la niña se convirtió en uno de los personajes más famosos de nuestro país en el mundo.
Habla de las fotografías y reportajes publicados en todas las latitudes, de los colegios japoneses que llevan su nombre y del perfil que le hizo la revista francesa Paris Match en su número 50, como la figura mundial más destacada de 1985.
Cuenta que Julio Nieto Bernal, su fallecido amigo y colega, le insistió para que emprendiera una campaña en el Vaticano con el propósito de santificar a Omaira. Nunca lo hizo.

'La tragedia en la mina valió la pena'


Edison Peña, uno de los 33 mineros rescatados, le contó a EL TIEMPO cómo fueron sus días bajó tierra y confesó que le inquieta su futuro y el de sus compañeros.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
COPIAPÓ (CHILE)

La cortina de velo blanco se despliega y el cristal de la ventana deja ver, por pocos instantes, una vivienda modesta adornada con bombas de colores y carteles de bienvenida.
Una mujer se asoma y, ante la presencia de tres periodistas, dice que no moviendo de lado a lado su índice derecho. Los reporteros insistimos; ella aletea con la mano, como espantando moscas.
Después de esperar varias horas en la casa de Peña, uno de los 33 mineros rescatados de las profundidades de la tierra después de 70 días de enclaustramiento, parece mejor desistir. Era comprensible que no quisiera atender a la prensa, que prefiriera disfrutar de tan anhelada intimidad en familia.
De repente, justo a punto de partir, el minero de 34 años traspasó la puerta y dijo: "Chiquillos, quiero hablar con ustedes tres". Lo hizo, tal vez, al ver qué éramos pocos los periodistas apostados a su espera, que el enjambre de reporteros que lo perseguía desde que salió del hospital se había esfumado.
El hombre, de estatura mediana y rebosante de energía, se cobijaba del frío que hace en Copiapó con una chaqueta amarilla, y conservaba aún las gafas Oakley negras con las que emergió en la cápsula Fénix 2 en el turno número 12.
Peña, casado y sin hijos, se distinguió en el encierro por entretener a sus compañeros de infortunio con sus imitaciones de Elvis Presley y porque no paraba de correr. Cuando corría (unos 10 kilómetros al día), se imaginaba en la playa con su esposa Angélica, volando sobre el mar. Correr y creer en Dios fueron sus herramientas de salvación.

¿Cómo se siente?
Estoy recaliente con algunas cosas que quiero decir para que no vuelvan a pasar estas cosas. Tuvo que pasarnos a nosotros esta tragedia; creíamos que íbamos a morir. No estoy siendo un comunista, pero ahora quiero defender a todos mis compañeros mineros. Esta tragedia tenía que pasar para que quedara la lección.
¿Por qué dice que la tragedia tenía que pasar?
Sí, para que se mejoren las condiciones de los mineros de Chile, que corren peligro por falta de seguridad. ¿Se podía evitar esto? Claro que sí. El empleador siempre quiere guardar su dinero; pero, ¿qué pasa con la parte obrera? El empleador dice: métete al cerro. ¡Pero está sonando el cerro!, responde uno. Y ellos contestan: métete igual, métete igual. Por eso, esta tragedia valió la pena.
¿Qué piensa del rescate?
Quiero explicar que no es tanto por el discurso que escuchamos de las perforadoras, del dinero que se invirtió: yo voy a otro lado. Voy a la parte que por ósmosis o por inducción nos transmitió la fe y la energía. No doy las gracias a ese discurso pobre de la maquinaria. Lo que nos salvó fueron las oraciones de toda la gente humilde. A mí por lo menos eso me llegó.
¿Cuál fue el momento más difícil?
Todos los momentos fueron difíciles. Cuando quedamos encerrados, creí que moriría. ¿Sabei lo que es eso? Lo que nos pasó fue bien fuerte. Recuerda que las 'palomas' (medio por el que les llegaba la comida) llegaron mucho después de que nosotros ya estuviéramos dentro de la mina (17 días).
¿Cómo fue el accidente?
No puedo dar declaraciones en cuanto al accidente, porque eso interfiere en nuestra parte legal. Sólo quiero hablar de cosas personales y del miedo que siento.
¿Por qué tiene miedo?
Miedo no tengo de meterme a la mina de nuevo. Tengo mucha rabia y quiero que me perdonen mis correligionarios. No me gustaría que en dos o tres meses me entrevisten de nuevo y me pregunten si soy uno de los 33. ¡Sí, po!, diría yo. Y que me pregunten qué estoy haciendo y yo conteste: Nada, po. No quiero que terminemos vendiendo dulces en la plaza, y que el Estado no haya hecho nada, que las cosas con los mineros no mejoren. Tengo harto miedo de eso.
¿En algún momento perdió la fe?
Siempre estuvimos con fe de luchar, de esperar en pie las cosas, que nos podían salvar; nunca perdí la fe en mi padre Jehová. Creo que sufrí todos los embates que eso significó.
¿Qué mensaje quiere transmitir?
La vida nos tiene un nuevo remezón y es quererse más con las personas que queremos. Esto es una miel derramada y creo que a todos les va a servir. Nosotros fuimos el instrumento para que la gente diga: ¡Hey!, puedo visitar más a mi padre, a mi madre, a mis hermanos.
¿Y ese mensaje para quién es?
Para toda la gente que trabaja y que estudia, a los que no tienen empleo, a la gente que oró, estoy muy agradecido; esa es la gente que se merece que nosotros estemos afuera.
¿Por qué corría tanto?
Quería hacer deporte, para soportar lo que estaba pasando, no quería ser el Iron Men de la mina; quería corresponder al esfuerzo de tanta gente que estaba orando por nosotros. ¿O usted cree que yo estaba sentado esperando las perforaciones? No, compadre. Yo estaba corriendo y por eso estoy así de flaco, yo soy mucho más gordo. Seguro, por estas calles también me van a ver corriendo. Siempre me han dicho chalao (loco).
¿A qué quiere dedicarse?
Mi futuro es incierto. No soy ningún precursor de estas ideas de la superación. Pero hay algunas proposiciones de ser monitor de la parte motivacional y en eso estoy muy interesado.
¿Qué piensa del trato de celebridades que les están dando?
Yo no soy ningún artista, estoy hablando para que esto no pase nunca más: ni en mi país ni en el mundo. Tu me cachai lo humilde que soy. No soy un tipo farandulero, no voy a hacer un show. Imagínate, yo imito a Presley (Elvis), pero no quiero hacer payasadas.
¿Cuál es su principal lección?
La humildad, yo no soy nadie; soy un tipo al que le pasó esta huevada y ya.

De la mina salieron 33 nuevas celebridades


Tras su tragedia, los mineros de Atacama hallaron una mina de oro. ¿Están preparados para una vida ostentosa? ¿Sobrevivirán, ahora, a la presión mediática?

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
COPIAPÓ (CHILE)

La mujer trata de ocultar su rostro tras unas gafas oscuras de lente grande y una pañoleta negra le cubre la cabeza; camina con pasos apurados y se escabulle por entre el enjambre de reporteros de 40 países que aguardan impacientes por ella o por cualquier familiar de los 33 mineros rescatados.
Afuera del hospital de Copiapó, en el norte de Chile, todos esperan que diga algo, que escupa alguna palabra. Cualquier cosa sobre las primeras horas de su esposo fuera de los 622 metros de tierra que le sepultaron la vida durante 70 días.
“Parece Paris Hilton o Britney Spears evadiendo a los paparazzis”, fueron algunos de los comentarios. Pero no. Es Elvira Valdivia, la esposa de Mario Sepúlveda, el carismático minero rescatado en el segundo turno. Elvira no respondió nada y se adentró en el hospital a reunirse con su marido.
Ni los mineros ni sus familiares quieren hablar con la prensa, y no callan por capricho: exigen –como debe ser- respeto y privacidad. Sin embargo, lo que se comenta tras el exitoso rescate es que la presión mediática los ha llevado a asumir ese hermetismo tras un supuesto interés comercial.

Sólo unos pocos han dado cortas declaraciones sobre lo felices que están, al ser acosados por los reporteros que han tratado, incluso, de metérseles a sus viviendas después de que abandonan el hospital.
En esta población chilena de 147 mil habitantes que se levanta en medio del tostado desierto de Atacama, se rumora que un prestigioso periódico alemán ofreció 45 mil dólares por la entrevista exclusiva con cualquiera de los 33 rescatados (con todos los detalles), y que un diario británico está dispuesto a pagar lo que sea por la primera foto del minero Ariel Ticona con su hija Esperanza (el mismo nombre del campamento armado en la mina San José) y que nació mientras él estaba cautivo en las entrañas de la tierra.
Elizabeth, la esposa de Ticona, reconoció que la foto la tomará el que más ofrezca. Pedro, el hermano del minero Víctor Segovia –quien escribió un diario en el socavón- contó que les han ofrecido hasta 50 mil dólares por los textos.
Horas después de emerger en la cápsula Fénix 2, Marío Sepúlveda pidió que no lo trataran a él ni a sus compañeros como si fueran artistas. Sin embargo a él ya le ofrecieron empleo como presentador de televisión después de haber demostrado habilidades al hacer los reportes de lo que transcurría en la mina, en los videos que le dieron la vuelta al mundo.
Lo que les espera es una vida de celebridades. El famoso presentador chileno Mario Kreutzberger, más conocido como ‘Don Francisco’ -quien visitó el campamento-, prometió llevar a los 33 mineros a su programa, que se graba en Estados Unidos, donde también pasarán vacaciones. La mayoría de ellos nunca ha salido de sus provincias. “Aunque no lo quieran, son ahora unas celebridades”, comentó don Francisco.
El presidente Piñera los llevará al Palacio de la Moneda, donde jugarán un partido de fútbol, y les aseguró que nunca los dejará solos, dejándoles en claro que tienen al gobierno chileno a sus pies.
Una compañía minera los llevará a Grecia, a ellos y a sus familias, con todos los gastos pagos. También conocerán España e Inglaterra, por invitación del Real Madrid y del Manchester United, que los pondrán en primera fila en uno de sus partidos. Al minero Edison Peña, conocido como el atleta de la mina, le ofrecieron un viaje a Nueva York, a cubrir la maratón.
“Si se les apareció la virgen a los mineros, se lo tienen bien merecido por todo el sufrimiento que pasaron”, le dijo a EL TIEMPO el sociólogo chileno Eugenio Tironi, quien confía en que los 33 héroes de Atacama, como ya se conocen, aprendan a administrar su condición de celebridades emergentes.
“Los mineros están acostumbrados a tenerlo todo, y a perderlo todo de repente. Y si se equivocan con su nueva vida, también tienen su derecho”, reflexiona Tironi y enfatiza en que si ellos supieron sobrellevar las dificultades de su encierro, con un temple extraordinario, también sobrevivirán a la fama.

Dinero y reconocimiento
Desde que estaban atrapados, empezaron a recibir dinero. El excéntrico empresario minero Leonardo Farkas, famoso porque les regala plata a los más pobres, le donó cerca de 10 mil dólares a cada una de las familias de los obreros.
Además, avanza una demanda multimillonaria contra la firma San Esteban, que operaba la mina donde ocurrió el accidente, llenando así los bolsillos de estos mineros que no se ganaban más de 700 dólares al mes por descuajar una montaña de piedras filosas en busca de oro.
La socióloga Andrea Hernández, de la Unidad de Estudios del Ministerio de Cultura de Chile, cree que ellos no sólo tendrán que aprender a racionalizar el dinero sino los costos que representa ser flores de un día.
“En unos meses van a volver al anonimato y serán de nuevo ciudadanos de a pie, porque este es un país con una memoria a muy corto plazo”, analiza la especialista.
Según ella, Chile se ha caracterizado por hacer este tipo de exacerbaciones, de construir figuras heroicas de gente pobre, que después se desploman como castillos de naipes. “Este tipo de ídolos cae con facilidad”, advierte Hernández, quien también cree que es un reto dominar los individualismos que posiblemente empezarán a aflorar entre ellos después de demostrar un ejemplo de unidad comunitaria.
Esto, a propósito de una supuesta promesa que hicieron los mineros, desde que estaban atrapados, de repartir en partes iguales el dinero recaudado por las entrevistas.
Martha Lagos, directora del centro de estudios de opinión pública Mori, también habla del drástico cambio que sufrirán las vidas de los que fueran unos humildes obreros de la minería.
“La tragedia les soluciono la vida; seguro van a dejar de ser mineros, van a vivir en otros países y van a enriquecerse. Bienvenido eso para ellos”, comenta Lagos sobre los 33 mineros, cuya historia será contada en películas, documentales y libros, que también les dejarían ingresos.
No obstante, para ella el más valioso de los milagros recientes es la voz que adquirieron los más pobres de Chile, en un país en el que el poder político y económico es el único que se ha escuchado.
Eso, además de impulsar al gobierno chileno a mejorar las condiciones de seguridad en la industria minera.
Nelson Araya es el presidente del Sindicato de Trabajadores de la mina Candelaria, ubicada en inmediaciones de la mina San José.
El hombre, minero de pica y pala, sabe cómo se sufre y se expone la vida en un oficio en los socavones.
“Cuando un minero sale a la faena (a trabajar), no se sabe si volverá a casa”, lamenta él.
Datos del Servicio General de Geología y Minería (Sernageomin), cuentan que en lo corrido del año han fallecido 33 mineros, en Chile, en desarrollo de sus trabajos. En los últimos 10 años han fallecido 373 mineros.
Araya hace cuentas de todo el dinero que se invirtió en el rescate de los 33 (entre 10 y 20 millones de pesos según el presidente Piñera) y dice que si al menos se destinara algo de esos recursos en la seguridad de las minas, se hubieran evitado ese y otros accidentes.
“En Chile se mueren mineros casi todos los días. Y eso, hasta ahora, no ha sido noticia”.

'El demonio y yo tenemos cuentas pendientes'


Confesiones del sacerdote español José Antonio Fortea, experto en demonología y uno de los exorcistas oficiales del Vaticano, en su visita a Colombia.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY
Las leyendas sobre el diablo con cuernos, cola y tridente nunca llegaron a la casa de José Antonio Fortea, en Barbastro (España).
Su hogar no era nada religioso y por eso no se preguntó si esa criatura maligna existía o no. A los 15 años sintió la vocación y decidió ser sacerdote. En ese camino primero conoció a Dios, y luego, al diablo.
El sacerdote, de 42 años, terminaba estudios en historia de la Iglesia y le pidieron que su tesis la hiciera sobre el exorcismo. Sin pretenderlo -aclara- se convirtió en especialista en demonología (estudia a los demonios) al punto de ser designado como uno de los pocos sacerdotes exorcistas que tiene el Vaticano (vive en Roma).
Desde hace 16 años, se dedica -literalmente- a liberar personas poseídas por el demonio. Vino a Colombia, no a realizar exorcismos, sino a hablar de fe y conversión cristianas. Entrevista.
¿El diablo existe?
Creer en Dios supone creer en lo que Él ha dicho. Y Él ha hablado de la existencia del demonio y ha advertido, al final del Padre Nuestro: "líbranos del mal", que se puede traducir como "líbranos del maligno".
¿Hay evidencia del demonio?
Nunca he visto a ningún demonio. Ni me han tocado ni me hacen cosas. En eso he actuado como un científico; así lleve hábito, no estoy desprovisto de la razón. He visto muchos posesos a lo largo de mi vida, hay fenómenos que no son enfermedades mentales y que se han liberado con exorcismos. No se puede sanar a un esquizofrénico con un exorcismo.
¿Hay un único demonio?
Aunque se suele hablar del demonio, en realidad hay muchos demonios, cada uno distinto, pero hay uno que es el jefe de todos los demonios, el más poderoso: Satanás.
¿Por qué suceden las posesiones?
Todos aquellos que acuden al espiritismo, la brujería y, peor todavía, al satanismo, quedan en peligro de ser poseídos. Esa es la ley general, pero hay casos que no se explica por qué ocurren, así no hayan acudido a esas prácticas.
¿Cómo ocurre una posesión?
Un espíritu posee un cuerpo y lo mueve a su voluntad: habla a través de él, grita, convulsiona...
¿Cómo se realiza un exorcismo?
A través de lecturas sucesivas de la Biblia y de un intenso trabajo de oración.
¿El exorcismo es suficiente para una liberación?
Cuando un poseso recibe el exorcismo, pasa un tiempo razonable en ser liberado. Se requiere un número de sesiones. El demonio se resiste, porque sabe que está condenado a salir.
¿Qué tan frecuentes son los casos?
Hay pocos casos de posesión, siempre ha habido pocos casos; siempre los exorcistas han sido pocos.
Un caso que recuerde...
El más impactante, por la violencia, la furia de los gritos y de las convulsiones, le ocurrió a una chica; mucha gente fue a orar con el equipo de oración y muchos tuvieron problemas para dormir durante una semana.
¿Ha sentido al demonio?
Un cierto número de veces, estando solo en mi casa o en otros lugares, he sentido una presencia maligna. Y yo no soy nada sugestionable. Y mentiría si no reconociera que sentí esa presencia maligna de un modo intenso y poderoso. Yo tenía un gato y vi cómo se agazapaba detrás de las cortinas, mirando un punto concreto del aire; no es normal que un gato se esconda, tiemble y mire hacia un punto concreto.
¿Se siente perseguido?
No me siento especialmente acosado, pero la razón me dice que el demonio, dado que existe, tiene unas cuentas pendientes conmigo.
¿La figura del diablo con cuernos y cola, es correcta?
El demonio no tiene cuerpo, no tiene color, ni una forma visual, ni cuernos, ni alas, ni colas. Es una entidad incorpórea, invisible.
¿Qué debe hacer una persona en estos casos?
Debe pedir ayuda a un sacerdote.
¿Hay que tenerle miedo al demonio?
Hay que tener miedo a pecar, a ofender a Dios.
Un cura conectado con la tecnología
El padre Fortea lleva 16 años practicando exorcismos, labor que ha combinado con la vida de parroquia. Pertenece a la Diócesis de Alcalá de Henares (Madrid), pero actualmente vive en Roma, donde adelanta su doctorado en teología. Ha escrito 12 libros, de los cuales cinco han sido sobre el exorcismo. Uno de los más vendidos es 'Memorias de un exorcista'. Tiene una página en Internet ( www.fortea.ws ) y un blog que alimenta a diario con diversas reflexiones sobre la fe.

Baha’í: la religión que cree en todas las religiones


Los practicantes de este credo buscan la unidad de todas las religiones. No tienen ritos ni autoridades, y dicen que cada quien es dueño de su propia verdad.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY

No tienen dogmas ni ritos. Tampoco sacerdotes ni pastores. No ostentan jerarquías ni poderes, y no adoran imágenes sagradas. No reclutan almas para su redil ni usan atuendos estrafalarios.
Son los practicantes de la fe Baha’í, una joven religión monoteísta –tiene 150 años- considerada como una de las confesiones de mayor expansión en el mundo y de la que poco se conoce en Colombia.
Pese a su incipiente reconocimiento en el país, cada vez son más los devotos.
Actualmente son unos 32 mil los colombianos consagrados a esta religión, que en medio de lo elemental de sus principios tiene grandes propósitos: la unidad de todas las religiones y la paz mundial. En el mundo se estiman en seis millones, y están en más de 200 países.
Estamos en la Sede Nacional Baha’i, una amplia casona ubicada en el tradicional barrio bogotano La Soledad, a 100 metros de la parroquia de San Alfonso.
Allí se reúnen para orar, a compartir los conocimientos adquiridos del Kitáb-I-Aqdas (el libro más sagrado en su traducción del árabe) y a celebrar fechas especiales.
Doris de Sánchez cuenta que es el patrimonio histórico viviente de esta confesión en Colombia.
Hija de un masón y de una consumada católica, conoció la fe Baha’í cuando tenía 12 años. Entonces, vivía con su familia en Bucaramanga.
Un día –cuenta- su padre masón decidió escuchar a Gayle Woolson,
una ciudadana estadounidense que hace rato quería hablarle al respecto.
El hombre quedó tan impresionado con la charla, que de inmediato le habló a toda su familia sobre la desconocida religión. Al poco tiempo, todos estaban convertidos al bahaísmo.
Doris recuerda que esta fe llegó a Colombia de la mano de un alemán llamado Gerard Sluter, en 1942. Él se radicó en Bogotá y poco a poco fue sembrando la semilla.
La mujer, viuda hace 15 años, madre y abuela, resume lo que significa ser practicante de este credo: “Es vivir una religión sin el temor a un castigo ni con la esperanza de un cielo. Es simplemente el divino arte de vivir”.
La fe Baha’í enseña que hay un solo Dios y una sola raza humana, y sus fieles tienen la convicción de que todas las religiones del mundo se unan para formar una nueva civilización, basada en la espiritualidad, el servicio social, la preservación del medio ambiente, la educación y la solidaridad.
Zulay Posada es una ingeniera boyacense que abrazó el bahaísmo hace 18 años, cuando hacía una maestría en genética, en Bélgica.
Ella explica que Bahá’u’lláh (1817-1892), el fundador de esta religión, es el profeta más reciente de una línea sucesiva de mensajeros divinos.

Respetan a todos los profetas
Según esta creencia, a Bahá’u’lláh lo antecedió el Báb (el profeta que lo proclamó); y antes vinieron Mahoma, Cristo, Buda, Zoroastro, Moisés y Krishna. Todos ellos, según esta creencia, son manifestaciones de una misma divinidad.
Es por esto que esta religión espera la unidad de todos los seres humanos, vengan del hinduismo, el budismo, el cristianismo o el islam.
En pocas palabras, de cada confesión saca lo mejor, pues “la base de todas las religiones es la misma y la religión debe ser causa de armonía y unión”.
Carlos Valencia, chocoano de 18 años que estudia negocios internacionales en la Universidad del Rosario gracias a una beca, dice que sólo pudo romper las cadenas del racismo cuando se hizo baha’í; entonces, comprendió que la humanidad es sólo una y que no era diferente ni inferior por el negro de su piel.
Otra cosa que lo convenció es el hecho de que en el bahaísmo cada quien asume la responsabilidad de investigar la verdad por sí mismo y que allí no existe el sectarismo religioso y se combaten los prejuicios.
Zulay Posada reconoce que si algún homosexual llega hasta su comunidad –por dar un ejemplo- será recibido sin ningún miramiento. “El único que puede juzgar es Dios. Cada quien es dueño de su propia verdad”, dice, al advertir que en la fe Baha’í siempre están dispuestos a acoger a nuevos adeptos, aunque no hagan proselitismo.
“Enseñamos la fe a quien la quiera escuchar, a quienes sean sensibles a recibir un mensaje espiritual; lo que no hacemos es incomodar al que no quiera escuchar”, añade.
Juan Fernando Vela, médico veterinario de 41 años y coordinador de la Asamblea Espiritual Local de Bogotá, dice que no hay nada extraordinario en ser baha’í, religión que se basa en el enriquecimiento del espíritu y en la promoción de una vida sana y centrada, en el desprendimiento de las cosas materiales.
“Llevamos una vida moderada y disfrutamos de cosas elementales que para otros podrían ser unas tonterías, como sentarnos a ver un atardecer o a escuchar cantar un pájaro”, cuenta.
Los principios del bahaísmo contemplan que no debe haber sexo fuera del matrimonio.
“La sexualidad debe ser con la persona que va a estar al lado el resto de la vida, no sexo casual; eso hace parte de la estructura de la familia”, advierte Vela, casado y padre de una niña de 8 años.
Los métodos de planificación familiar están perfectamente permitidos y recomendados en esta religión.
“Es responsabilidad de la familia saber cuántos hijos van a tener”, añade Vela y agrega que el bahaísmo tiene escrito que la religión y la ciencia deben ir en el mismo camino.
Esta religión nació en Irán, un país donde predomina el islam, por lo que el profeta Bahá’u’lláh fue encarcelado y torturado durante 40 años. En la actualidad en Irán siguen persiguiendo a los devotos de este credo, incluso, hasta la ejecución.

Los bahaís colombianos
El 95 por ciento de baha’is colombianos son conversos, es decir, personas que peregrinaron por diferentes religiones hasta encontrar en este credo la respuesta a sus inquietudes espirituales.
En Colombia no tienen un templo, como sí los hay en diferentes partes del mundo. Sus principales santuarios están en India e Israel, y el más cercano está en Panamá.
La Guajira y el Cauca son las regiones donde hay una mayor presencia y tradición baha’í. Los baha’ís colombianos ya tienen un lote en la sabana de Bogotá donde esperan construir su templo.

En esto creen los baha’ís
-Al morir, el espíritu sigue evolucionando. No hay retroceso, por eso no hay reencarnación.
- No hacen intervención en política y tampoco tienen manejos políticos. Se gobierna mediante asambleas democráticas.
- Rechazan todas las formas de prejuicio.
- Aseguran a las mujeres plena igualdad de oportunidades con los hombres.
- Buscan eliminar los extremos de pobreza y riqueza.
- Promueven la educación y el crecimiento intelectual como principios de vida.

Gays luchan por ser libres tras las rejas


Travestis, gays y lesbianas en las cárceles pagan más que una condena: la discriminación, el maltrato y el tormento de vivir un amor a medias.


JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY


El guardia, lista en mano, llamó a Henry Romero con una voz tosca y amenazante. Romero acababa de llegar a la Cárcel de Máxima Seguridad de Cómbita (Boyacá), trasladado de la Modelo, de Bogotá.
Y él, que se refundía entre un tumulto de reclusos recién desempacados, contestó y alzó la mano derecha. “Presente. Pero dígame Yessica”.
Le cortaron el pelo, lo obligaron a vestirse de hombre, le botaron las faldas, blusas y tacones, y también el maquillaje. Estuvo 43 días en Cómbita –por allá en el 2003–, donde según este ibaguereño de 50 años, fue maltratado y perseguido por ser una travesti en una cárcel de varones.
Aunque no todo fue malo. Hizo amigos, entre estos, dos célebres reos: los hermanos Rodríguez Orejuela. Fue su peluquera y hasta jugó fútbol con ellos.
Yessica, nombre que asumió desde que empezó su transformación femenina hace más de 30 años y quien paga una condena por el homicidio de otra travesti (lleva 9 años de condena, le falta año y medio), asegura que aunque no todo es color de rosa para los reclusos homosexuales, hoy los penales son menos hostiles con ellos.
“Si es duro ser gay afuera, en la libertad, imagínese como es en una cárcel”, dice ella al confesar que durante sus primeros años de presa intentaron violarla muchas veces; la golpearon y la mandaron –siendo sana– para el patio de enfermos de tuberculosis y VIH. Pero hoy, dice orgullosa, es la reina y la peluquera consentida de los 6.100 presos de La Modelo. Y no solo son más tolerantes con ella, sino con las demás travestis.
Yessica tiene razón. La calidad de vida de la comunidad Lgbt (Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas), en las cárceles, ha mejorado.
Así lo demuestra un estudio realizado por la Defensoría del Pueblo entre junio del 2008 y marzo del 2009 en establecimientos carcelarios de todo el país, hecho con el fin de establecer cómo es su situación desde la mirada de los derechos humanos. Encuestaron a 350 personas que se autodenominaron como miembros de esta población, y a otras 690 entre directivas y funcionarios de los penales.
Los indicadores de agresión sexual, aunque preocupantes, no son mayoritarios como se suponía (un 14 por ciento). El 67 por ciento afirmó que el sitio de reclusión es respetuoso de la dignidad humana. No obstante, el 61 por ciento admite que ha sido discriminado. Y aunque el Inpec demostró voluntad de mejorar las condiciones de esta comunidad, faltan escenarios para que puedan recibir, por ejemplo, la visita conyugal.
Aunque está permitida, es difícil de llevarse a cabo porque el único espacio disponible es la celda que comparten con otros dos o tres internos.
Arturo Dávila, funcionario de la Defensoría del Pueblo que participó en la investigación –la primera en su especie en el país– comenta que aún existen casos de abuso sexual, prostitución y pago de favores con servicios sexuales. Y claro, de violencia física.
Katty tiene 22 años y hace 10 meses llegó a La Modelo. Realmente se llama Arles Yecid y asegura que está presa porque la confundieron con otra travesti que prostituía a menores de edad en el sector de Santa Fe, en Bogotá, donde ella también vendía su cuerpo. Hace cuatro meses, cuenta, un interno la derrumbó y le partió una muela de una patada. ¿Por qué? Según ella, no ha accedido a las propuestas de cama de muchos de sus compañeros.
“Llamé a la policía judicial, pero por ser lo que soy no me prestaron ninguna atención. La herida sanó sola. Nunca me dieron ni una pasta para el dolor”, relata.
Katty, pelo crespo negro y ondulado, figura robusta y pechos incipientes producto de hormonas inyectadas, no es la única maltratada. En el informe de la Defensoría aparecen testimonios como estos:
“Somos objeto de burla y manipulaciones. A los travestis nos obligan a meternos un celular en el recto bajo amenazas. Nos tiran bolsas de orines, nos insultan y nos agreden verbalmente. Algunos guardias también lo hacen”.
Otras travestis dicen: “Me toca bañarme cuando todos ya lo han hecho porque ellos me quieren violar. “Los internos siempre dicen que es mejor matarnos porque somos peores que los asesinos”

Las lesbianas son más libres
El estudio evidenció que, al contrario de lo que sucede en las cárceles masculinas, con las mujeres hay más tolerancia y organización. Y en medio del encierro, nacen historias de amor que superan los límites de las rejas.
Se estima que el 60 por ciento de la población carcelaria femenina sostiene relaciones con otras mujeres, aunque muchas sean experiencias de lesbianismo transitorio debido a la soledad y al abandono de sus maridos y novios.
El de Paola y Willy parece un romance imposible. Aunque se ven todos los días, sus encuentros se limitan a un roce de manos, a una caricia leve en las mejillas y a un intercambio de cartas de amor.
Están en patios diferentes y solo pueden verse cuando Willy aguarda, tras los barrotes, a que ella pase rumbo al restaurante.
Willy –explica Paola–, se llama Patricia. “Es un chachito”, dice esta joven de 22 años, sindicada de rebelión, al explicar que su ‘novia’, desde hace un año, es muy masculina.
Willy le pidió que se ‘casaran’ en una notaría, para que les permitan compartir celda. Solo han podido tener intimidad un par de veces. Pero ella, madre de dos niñas a las que no ve hace 10 meses, dice que no está preparada para eso. Mientras tanto, van a pedir la visita conyugal mensual a la que tienen derecho.
“Siempre he sido una señora”, cuenta Rosalba, de 39 años, de los cuales ha pasado siete en prisión, por homicidio. Le faltan nueve.
Su marido, dice, nunca ha ido a visitarla. Y ella, que juraba que nunca tendría nada con otra mujer, se dejó seducir por una joven –menor que ella– que la conquistó con un chocorramo y una gaseosa. Llevan un año juntas. Viven en la misma celda.
Mientras transcurre esta entrevista, su ‘mujer’ llega corriendo. Le entregaron su carta de libertad. Se abrazan, saltan, lloran. Rosalba teme la soledad venidera: la ausencia de su amada. Ella prometió visitarla, y nunca olvidarla. Partió al día siguiente.
Carmen, ojos verdes, pelo dorado en forma de cola de caballo y mejillas rojas, lleva un suéter rosado con la palabra girls estampada en el pecho.
Conoció a Rocío hace tres años, en la cárcel de Pereira. Pero al poco tiempo a Rocío la trasladaron para Armenia. Carmen fue enviada al mismo penal y se reencontraron.
Sin embargo, un año más tarde, Carmen fue remitida para Bogotá. Rocío se quedó, salió en libertad y se vino para la capital detrás de ella.
No ha conseguido trabajo. “Nadie le da trabajo a una ex presidiaria”, cuenta Carmen.
Todos los domingos, a las 2:00 de la madrugada, Rocío arriba al Buen Pastor. Es el día de visitas. Todo un sacrificio de amor verdadero.
“Es muy duro estar privado de la libertad, lejos de la familia, de mi hijo (tiene seis años). Y también del amor. Pero cometimos un error, un delito, y hay que pagarlo. Esto no es un hotel”.
Carmen anhela que Rocío, en su libertad, la espere y le sea fiel. A ella le quedan aún 15 años de condena.

Un ángel en el penal


Ella estuvo en la cárcel y allí conoció el drama de las reclusas y sus hijos. Los que viven con ellas deben salir a los tres años y a veces no tienen quién los cuide. Por eso ella montó una fundación y se encarga de velar por esos niños ajenos.


Blanca cumplió la promesa.
De una billetera verde de material sintético, sin dinero y con los recibos de los servicios públicos por pagar, Blanca Lentino saca los carnés de los hijos de varias reclusas de la penitenciaría del Buen Pastor para quienes ella es una segunda madre.
Muestra el documento de Lady, de cinco años, marcado con la palabra ‘interno’, con el rótulo del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec).
“Tengo dos mamás: mi mamá de la cárcel y mi mamá Blanca”, dice la niña sonriendo, mientras le cubre la cintura con un fuerte abrazo.
Hace dos años la madre de Lady, condenada en el Buen Pastor, le dio la autorización (pase jurídico) para que se encargara de ella. Al otro lado del inmenso portón azul de la cárcel bogotana de mujeres no tenía a nadie más que a Blanca.
La niña tenía que desprenderse de sus brazos. Acababa de cumplir tres años, límite de edad permitido para que los hijos de las internas estén con ellas.
“Una cárcel no es un ambiente sano para los niños”, reconoce la dragoneante Claudia Rincón, coordinadora del jardín infantil del Buen Pastor, y explica que a los tres años los niños son más conscientes de la realidad y deben salir para no contagiarse de la vida carcelaria.
Actualmente 32 niños, de los cero a los tres años, pasan el día en el jardín, instalado por el Icbf y el Inpec. Permanecen allí de las 7:00 de la mañana a las 4:00 de la tarde, hora en la que deben regresar a las celdas de sus progenitoras.
Según Rincón, lo ideal es que los pequeños queden bajo los cuidados de sus papás, de la abuela o de algún familiar. De lo contrario, terminarán en fundaciones de Estado o donde algún samaritano que quiera encargarse.
Ese fue el caso de Lady y Blanca, quien estuvo privada de su libertad durante seis meses, en el 2006.
Sobre ella recaía una orden de captura porque no volvió a pagar los impuestos de una empresa de operaciones turísticas en el Tolima, que tuvo que cerrar –en 1999- por presiones de grupos armados ilegales.
En esos 180 días de encierro pudo conocer de cerca la hostilidad en la que viven los hijos de las reclusas; los que nacen allí después de las visitas conyugales, y los que tuvieron que cambiar de domicilio cuando encarcelaron a sus mamás: de la casa a la prisión.

Una ‘madre’ de los niños del penal
Los pitidos agudos que empezaban a surcar los pasillos oscuros de la cárcel para despertar a las internas, desde las 4:30 de la mañana, dejaban a Blanca de una sola pieza. Desde esa hora, escuchaba el llanto de los niños que se colaba por entre los patios y los pasillos oscuros para desembocar en las celdas; un lamento infantil encarcelado.
Así que, como madre que es -en ese momento sus tres hijos ya estaban en el colegio y la universidad- decidió ayudar a sus compañeras con los quehaceres de la crianza.
A la primera que se acercó fue a la ‘Jota’, la interna más temida del patio cuatro, que tenía una niña de seis meses a la que salvó de morir ahogada entre las cobijas mientras ella le buscaba algo de comida. Ese gesto hizo que la ‘Jota’ cediera a sus ofrecimientos, al igual que el resto de internas.
Les conseguía pañales y leche, y les enseñaba trucos caseros para el resfriado de los niños o para el mal de estómago. Pero sobre todo, les inculcaba el amor que debían tener con esos niños que terminaron pagando su propia condena: ver la luz, dar los primeros pasos y aprender las primeras cosas de la vida en una prisión.
Sin embargo, los días previos a su salida –su caso fue archivado, nunca fue condenada- las internas no le creyeron que regresaría.
“Yo les dije: frescas que no las voy a dejar solas con esos niños, pero no me creyeron”, recuerda Blanca y explica que muchas, cuando recuperan la libertad, prometen regresar. No lo hacen. Blanca sí cumplió su promesa.
Mariela juega con su bebé, de un año, en un parque infantil con columpios y carruseles de colores desleídos, levantado en el patio cuatro del Buen Pastor, que es el patio de las reclusas con hijos.
La capturaron por Ley 30 (porte o tráfico de estupefacientes) hace 10 meses, cuando su bebé tenía apenas 3 de nacido.
“Este no es un lugar para el niño. Aquí hay mujeres muy malas, un ambiente muy pesado, muy feo”, relata Mariela, a quien le quedan dos años de condena.
Sin embargo, lo que más la angustia es la suerte –buena o mala- de su primer hijo, de cinco años, a quien en el momento de la captura tuvo que dejar bajo el cuidado de una vecina. Hasta el momento no sabe nada de él.
Niños como los de Mariela -tanto el de adentro como el que cuida la vecina-, se convirtieron en el motor que palpita en el alma de Blanca desde que salió libre.
Entonces, sin ahorros, sin trabajo, sin un esposo que según ella la cambió por una mujer mucho más joven –ahora tiene 49 años- decidió enfrentar esa desdicha con un nuevo y ambicioso proyecto: una fundación para ayudar a los llamados niños del penal.
Empezó a visitar amigos y familiares; a conocidos y desconocidos, pidiendo ayuda para comprar pañales, leche, compotas, juguetes, comida y ropa.
En esa cruzada conoció a Adriana Núñez, profesional en relaciones internacionales que se convirtió en su en su bastón.
Akapaná es el nombre de la fundación de Blanca. Significa, en quechua, “Joven huracán que se levanta valiente frente al sol”.
Y una de sus misiones consiste en llevar a los hijos de las internas, el primer jueves de cada mes, a visitar a sus mamás, una labor tan dispendiosa que la familia no asume en todos los casos.
Blanca se encarga de conseguir el transporte para que los niños lleguen hasta el penal y soluciona los trámites para el ingreso, que tienen el filtro riguroso de cualquier ciudadano.
También les consigue refrigerios, porque adentro no les dan nada de comer. Aunque a veces no reúne el dinero y los niños, cuenta ella, pasan hambre durante la visita.

‘El destino los hizo prisioneros’
Blanca también les hace seguimiento emocional. “Estos niños pierden los lazos con sus mamás. Muchos se sienten rechazados y los estigmatizan en el colegio porque sus mamás están presas. El destino también los hizo prisioneros”, lamenta Blanca.
Cuando un niño se enferma y la atención médica que le dan en la cárcel no es suficiente –no cuentan con pediatra- ella va, lo recoge y lo lleva al médico. También dedica su tiempo a sacar de la prisión a los pequeños, para mostrarles lo que hay al otro lado de los barrotes.
“Los niños lloran y gritan cuando van un parque, o al ver un carro o un centro comercial”, cuenta Blanca, quien vive en su casa con sus tres hijos, tres nietos, una nieta y dos hijos de internas que ya son como de la familia: la pequeña Lady y Andrés, de 10 años.
Además les ayuda, a las que recobran la libertad, a retomar el vínculo con sus hijos y a conseguir trabajo. Todo, tocando puertas, sin recibir nada a cambio.
Blanca, quien tiene estudios en administración de negocios, idiomas y sistemas, admite que ha sentido ganas de abandonar la lucha. Este trabajo le absorbe todo su tiempo; no le permite tener un empleo. “Es muy duro tener que pedirle ayuda a todo el mundo, pedir que lo lleven a uno en los buses por 500 pesos”.
Su gran meta es conseguir una sede donde los hijos de las internas puedan tener toda la atención necesaria. “Si no se les brinda una orientación a tiempo, nadie les podrá garantizar un buen futuro”. Por eso, busca patrocinadores.
Pese a las barreras que encuentra, la sonrisa de los niños que no tienen a nadie más que a ella, en reemplazo de sus madres cautivas, es la mejor recompensa. Eso la ha hecho libre.

fundacionakapana@hotmail.com
Tel: 3123742621

El adiós del cardenal Rubiano




Dice que desaparecerá de la opinión pública. El jerarca del Valle pasará a la historia por sus obras y por sus declaraciones punzantes sobre el acontecer nacional.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
REDACCIÓN VIDA DE HOY

El cardenal se ve relajado, pleno. Su serenidad se vislumbra en sus ojos negros, cubiertos por unos lentes plateados de delgada montura.
Después de 54 años de vida sacerdotal y 15 como arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Sáenz se despide de su feligresía con la alegría de un niño que espera sus regalos de Navidad.
Tuvo que esperar casi tres años para que el Papa Benedicto XVI le aceptara la renuncia que presentó al cumplir 75 años, edad exigida para el retiro canónico. La semana pasada le llegó la noticia con la designación de su sucesor, monseñor Rubén Salazar.
El cardenal se escabulle por entre los pasillos de la Conferencia Episcopal. No quiere hablar con los periodistas. Todos lo esperaban, pero no fue a la rueda de prensa en la que se anunció el nombre de su reemplazo. Hay que perseguirlo para que conceda una entrevista.
Está claro que quiere darle a su retiro un bajo perfil, que esta vez no quiere aparecer en los titulares de prensa con alguna de sus famosas ‘perlas’sobre los políticos de turno y las noticias del día.
“Ya es hora de descansar, de llevar una vida más reposada”, confiesa Rubiano con su voz nasal de siempre, en muy bajo volumen. De un tiempo para acá, tal vez por la edad, habla tan pasito que hay que esforzarse para escucharlo bien.
Pero más que entregarse a un merecido descanso, Rubiano no quiere restarle atención al heredero de su trono en la Arquidiócesis de Bogotá: la sede primada y cardenalicia de Colombia, la primera y la más importante de Colombia, un país que él considera que sigue siendo mayoritariamente católico.
“Estaré por fuera, durante un año, para que el nuevo arzobispo tenga el espacio libre”, suelta Rubiano, quien el próximo 13 de septiembre cumplirá de 78 años.
Puerto Rico y Estados Unidos serán algunos de sus destinos. Lo esperan muchos libros por leer y muchos amigos y familiares por visitar.
“La iglesia y Colombia sólo tienen motivos de gratitud con él”, es la opinión de monseñor Fabián Marulanda al reconocerlo como un hombre generoso, que según él no tuvo buena prensa en los últimos años.
“Cuando se habla con la verdad, eso contraría a muchos. Los obispos tenemos la obligación de ser profetas al denunciar lo malo y proclamar lo bueno, y eso fue lo que hizo el cardenal”, advierte Marulanda, sentencioso.
Y es que al cardenal Rubiano no sólo se le recordará por sus obras: entre estas, el haber afrontado con gallardía la quiebra de la Caja Vocacional al salir de todos los bienes de la Iglesia para devolverle hasta el último peso a los ahorradores (1986 y 1987) y por haber creado la Comisión Nacional de Conciliación, en 1995, en uno de los momentos más convulsionados del país.
También pasará a la historia por sus célebres y punzantes declaraciones.

El autor de la frase del ‘elefante’
El periodista Javier Darío Restrepo, experto en el acontecer religioso del país, recuerda tal vez una de sus ‘perlas’ más famosas: la del “elefante en la sala de la casa”, cuando se refirió a las supuestas irregularidades en la financiación de la campaña de Ernesto Samper a la Presidencia de la República.
“Siempre estuvo dando su visión de lo que sucedía en el país, pero no era una visión de politiquero sino de alguien que seguía con mucho interés la vida nacional”, cuenta Restrepo. Y sigue: “No cedió al dogma que se ha establecido de que la Iglesia debe quedarse en los templos y en las sacristías, sino que entendió que el suyo era un papel público”.
El ex presidente Samper, vía telefónica, se declaró “inhibido” cuando se le consultó sobre lo que piensa del cardenal del Valle, nacido en Cartago.
“Es que tuve muchas dificultades con él. Tengo mi opinión personal y no quiero molestarlo”, respondió amablemente el ex mandatario.
Hay muchas cosas que no se saben del cardenal Rubiano y eso lo admite uno de sus amigos más cercanos, monseñor Héctor Gutiérrez Pabón.
Según él, quien lo acompañó durante 11 años en la Arquidiócesis de Cali, a Rubiano le duele profundamente el drama de los desplazados.
Por eso creó el Banco de Alimentos y varios hogares de paso en Bogotá. Por esa misma razón, además, se trajo un grupo de monjas de la obra de Sor Teresa de Calcuta, expertas en la atención a los desterrados.
Gutiérrez, obispo de Engativá, también evoca asuntos más terrenales de la vida del purpurado. Por ejemplo, el gusto por conducir a altas velocidades.
“Me hizo pasar varios sustos. En ocasiones casi nos metemos debajo de una tractomula. Uno de sus placeres es manejar su propio vehículo y muy rápido”, relata monseñor Gutiérrez, pero aclara que desde hace varios años –tal vez por la edad- por fin dejó manejar al chofer.
Visiblemente acongojada, Elsa Judith Riberos, su secretaria durante 13 años y medio, sólo atinó a contestar: “Siento un infinito agradecimiento por haberle servido todo este tiempo. Ver al cardenal es ver cómo en una persona se encarna Jesucristo”, dijo la mujer y luego contó que además de ser un jefe estricto pero bonachón, es amante de la música colombiana y del vallenato. “Su canción preferida es La gota fría”, contó ella.

Piensa escribir sus memorias
Al cardenal Rubiano, ordenado como tal en el 2001 por el fallecido Juan Pablo II, también le gustaría escribir un libro sobre sus memorias.
“Haría una crónica de lo que he vivido, para darle gracias a Dios por todos los dones que me ha concedido”, dice al advertir que ya es hora de desaparecer de la opinión pública, que no quiere más entrevistas y que se guardará sus conceptos personales.
Sin embargo, después de la eucaristía en la que los 90 obispos del país se despidieron de él, el viernes en Bogotá, no se contuvo ante las preguntas de los reporteros. Disparó un dardo más, esta vez sobre la polémica demanda de Íngrid Betancourt.
“A ella no la secuestró el Estado sino la guerrilla. Debería darle gracias a Dios porque ya no está secuestrada”, respondió Rubiano, dejando en claro que le quedará difícil guardar silencio.
Ceremoniosamente vestido con su atuendo de cardenal, con la mitra blanca sobre su cabeza y con el imponente báculo dorado en la mano izquierda, se despidió de sus fieles en la Catedral Primada. Dijo que se va con la satisfacción del deber cumplido y muy agradecido con la Iglesia y con Colombia.
“Como sacerdote seguiré ejerciendo el ministerio hasta la muerte”, dice él cardenal vitalicio, que ostenta orgulloso la buena salud de un roble bien plantado.
“Hago ejercicio en la mañana, al medio día y en la noche. Camino en la terraza de la Curia y en las noches sólo me como una fruta con un té”, cuenta el cardenal como quien revela un secreto.
“Yo creo que hice lo que tenía que hacer y le doy gracia a Dios por eso”, concluye el jerarca. Habrá cardenal Rubiano para rato.

El Evangelio, según un niño predicador


Josué David predica, convoca, conmueve y convierte a cientos de personas. También dicen que hace milagros. Tiene solo 13 años y una fama creciente. Algunos dudan, otros lo siguen ciegamente. ¿Puede un adolescente convertirse en un fenómeno religioso?


JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO. Publicado en la revista Carrusel, de El Tiempo, el 26 de marzo de 2010.

“Le pondrás de nombre Josué David, porque nunca se apartará de mi tabernáculo”, escuchó que le susurraron al oído. Era Dios, anunciándole el nombre que llevaría su sexto hijo. Eso lo asegura Luis Alberto Parra, un barranquillero gordo y bonachón que con una voz rasposa y enredada narra que nada es casualidad en la vida de su pequeño varón.
Josué David apenas tiene 13 años, ha recorrido casi toda Colombia y varios países predicando el evangelio ante miles de personas. Ante públicos que quedan como congelados cuando lo ven allí, en el púlpito, con sus 1,50 metros de estatura, escupiendo profecías y repartiendo milagros. No es un niño común y corriente, está claro.
Es un niño predicador con un privilegiado don de la palabra, que recita capítulos de la Biblia como si fueran fábulas infantiles y se mueve en los altares con la destreza y el histrionismo de un curtido roquero; mientras revoluciona iglesias evangélicas y gana devotos con sus profecías, en las que garantiza la salvación de almas para el reino de Cristo y la sanación de toda suerte de enfermos.
Luis Alberto Parra está convencido de que su hijo es un profeta, y su hijo también lo cree. Muchos de los que lo ven piensan lo mismo. “La vida de Josué David es algo sobrenatural, es como cuando María fue escogida para ser la madre del Salvador; a mi esposa le han dicho ‘bienaventurado su vientre’ y, a mí, ‘bienaventurado usted que ha engendrado a ese niño’”, cuenta el hombre, que sin proponérselo deja ver un tatuaje azulado y añejo en forma de escorpión -acompañado de la palabra escorpión-, sobre el lomo de su brazo izquierdo. Una figura forjada punto a punto en tinta china, herencia de un pasado que no parece muy cómodo comentando. De un pasado de cinco años tras las rejas.
-Los que llegamos al Señor tenemos testimonio de la vida que llevamos antes. Ese tatuaje me lo hice cuando no conocía al Señor, cuando llevaba una vida licenciosa- dice.
-¿Y cómo era esa vida?
-Era una vida sin el Señor, propensa al diablo. Una vida de drogas y delincuencia- recuerda y no da más detalles. Luego se apresura a aclarar que un día conoció a Dios y su vida fue restaurada. Cuenta que hace 28 años él y su esposa Reina Isabel –sí, se llama Reina Isabel- (con la que lleva casado 32 años), se hicieron pastores de una iglesia evangélica en Barranquilla, su tierra natal. Ya tenían tres hijos y vinieron cuatro más después de que conocieron a Dios.
Todos, asegura convencido, tienen grandes habilidades para la alabanza y la oración, pero nada comparado con el don sobresaliente de Josué David: la más grande de las bendiciones por dejar tan oscuro pasado y por consagrarse a la vida cristiana.
El sermón de un niño evangelista
Ha transcurrido una hora y media y hasta el momento sólo he conversado con el padre. Mientras tanto, el niño permanece callado, jugando con un lapicero desechable que se pasa por entre los dedos de la mano derecha y leyendo, por minutos, las delgadas y amarillentas páginas de una de las dos biblias que reposan en la mesa donde trascurre nuestro encuentro.
Estamos en la plazoleta de comidas de un almacén de cadena de Bogotá. Josué David es flaco, de piel morena y por los rasgos de su rostro se podría confundir con un niño de la India. Pero es costeño y eso queda clarísimo en su acento chillón de adolescente.
Él vive con su familia en el populoso barrio Soledad 2.000, de Soledad (Atlántico), pegado a Barranquilla, pero hoy está de gira por la capital. Sus ojos son negros, negrísimos. Tiene estrabismo, lo que explica por qué su mirada es esquiva.
No lo recuerda muy bien, pero su inicio como pastor evangelista fue en casa. Tenía tres años. Acomodaba los zapatos y las muñecas de sus hermanas y decía, aún sin hablar con claridad, que esa era su iglesia. “¡Cristo te ama, arrepiéntete, el Señor ya viene, el Señor murió por ti y quiere darte vida eterna!”, trepado en una cama, le repetía el niño a su inanimado redil.
“Eso es de Dios”, interviene el pastor Antonio Duncan, a quien me presentan como el ‘coordinador nacional -e internacional- del ministerio pastoral del niño predicador Josué David Parra’, dejando en claro que la misión del pequeño tiene pretensiones globales. Duncan está atento, sigiloso mejor, a cada pregunta y respuesta de esta entrevista; habla en voz baja y mira por encima de sus lentes color café. Es más, en un momento me pide que le deje ver qué había escrito en mis apuntes.
Hoy Josué David aborda asuntos más complejos: “El tema de la evolución es muy tremendo. El hombre fue el que se la inventó, para desconocer la Creación de Dios. Yo no vengo del mono, yo vengo de Cristo y tengo su ADN”, dice el chico.
Esto lo comparte con el famoso niño predicador peruano Nezareth Casti Rey (hoy de 17 años), tal vez el pionero de los niños evangelistas, quien se convirtió en todo un fenómeno en YouTube (con cientos de miles de reproducciones de su video) y a quien conoció hace tres años en Barranquilla. Josué dice que le profesa una gran admiración.
Pero los temas polémicos tienen una amplia gama y el niño predicador colombiano también se va lanza en ristre contra los homosexuales. Afirma que son como son porque tienen un demonio por dentro, que con oración se podría expulsar.
“La palabra nos habla de que Dios creó al hombre y a la mujer. Ni los homosexuales ni los afeminados entrarán al reino de los cielos”. Cree, además, que el reciente terremoto de Haití es muestra de que pronto vendrá un juicio divino contra la humanidad.
-¿El fin del mundo, acaso?
-En sí, el mundo no se va a acabar, porque Dios lo volverá a crear. Dios limpiará la Tierra del pecado. A Haití le pasó el terremoto porque es un país que siempre le ha dicho no a Dios, un país que siempre anda en el vudú y la hechicería. Su debut fue en el resguardo indígena en Guaimaro (Sucre), a los cuatro años y su fama empezó a correr por la Costa Atlántica colombiana y luego por todo el país.
Ya ha visitado unos 20 departamentos y, en el 2008, traspasó las fronteras nacionales. Ha ido dos veces a Venezuela, también predicó en Ecuador y en la isla de Curazao. Actualmente están en conversaciones con iglesias de Chile, Argentina, República Dominicana, Costa Rica, Perú y con la mismísima China, a donde podría ir este año. -La gente me dice que yo no predico como un niño normal, la palabra que me da Dios es una palabra profética, una palabra madura, una palabra que estremece. La mía no es una palabra repetida-, explica el niño sobre el don que, según él, lo convirtió en predicador y, aún más, en profeta.
-¿Y como es eso de ser profeta?
-Yo soy un profeta, eso se siente. Estoy predicando y siento que en el público hay alguien con cáncer o una mujer que no puede tener hijos. Las llamo y las invito a recibir la sanación y se sanan.
-¿Acaso puedes sanar a la gente, hacer milagros?
-Yo, directamente, no. Dios me utiliza como instrumento. Una señora con cáncer en un brazo se le quitó una masa enorme, hay paralíticos que se han parado de sus sillas de ruedas y gente que se ha curado de sida.
-¿Y por qué entonces no te has sanado de tu problema en los ojos?
-No olvides que el apóstol Pablo tenía un problema tremendo en la vista –contesta el chico sin titubeos. Creo que Dios nos hace con defectos a algunos predicadores, para que no nos enaltezcamos-, añade.
Sin embargo, está seguro de que Dios le decretará la sanidad a sus ojos esquivos. Le pregunto a su padre si puede darme los datos de algunas de las personas que, según me dicen, han sido sanadas con el favor de Josué David. No tienen contacto alguno, no se han ocupado de registrar el inventario de favores que, supuestamente, ha hecho el niño.
La ceremonia: el niño predicador en acción
Al día siguiente Josué David se presentará en una iglesia del sur de Bogotá. “Mañana va a llover oro”, me dice. Tres días atrás, asegura, también llovió oro en el templo bogotano donde se presentó ante tres mil personas. “La gente cogió el oro entre sus manos, era oro de verdad, en polvo”, testifica el padre.
El niño predicador interrumpe la entrevista y pide permiso para levantarse de la mesa. Se acaba de tomar una Coca-Cola y quiere ir al baño. Cinco minutos más tarde regresa caminando despacio; se sienta, se rasca los ojos y se lleva las manos a la cabeza. “Me dio como un dolorcito”. -Qué te pasó, le pregunto.
-Seguramente fue un ataque del diablo, que no quiere que salga tu reportaje. Él (el diablo) no quiere que el mundo me conozca-, me advierte con pleno convencimiento. Son las 7 de la noche y poco a poco la Iglesia de Dios Pentecostal se empieza a llenar de personas ansiosas -como yo- por ver en escena al niño predicador.
El templo, de 15 metros de largo y 8 de ancho, de paredes blancas y sillas plásticas blancas, está ubicado en las empinadas cuestas del suroriente bogotano, en un barrio marginado que tiene un nombre que parece premonitorio para el evento: La Resurrección.
Está vestido con un impecable traje blanco hueso que le trajeron de la India, que se asemeja al atuendo de un cantante de música llanera. En el cuello redondo de la chaqueta lleva incrustaciones de fantasía y Josué David lamenta que varias pepitas se cayeron cuando la mandaron a la lavandería.
“El día que voy a predicar, oro mucho. En el altar soy yo, normal, pero las palabras no las tengo yo, Dios me las suelta, Dios me revela el mensaje y me conduce”, me dice e insiste en que todo lo que sucederá será obra y gracia del Espíritu Santo.
Sin embargo, enfatiza en que es muy disciplinado y que le dedica hasta cuatro horas del día al estudio del evangelio. “Cuando yo leo la Biblia, no sé, me da sueño. Prefiero escucharla, así siento que las revelaciones de Dios son más fuertes”, dice al confesar que sigue las Sagradas Escrituras a través de audiolibros. Lo dice sin reparo alguno, pues en el libro de Romanos está escrito que la fe entra por el oído.
La predicación: un tapete de gente convulsionando
El pastor de la iglesia da inicio a la ceremonia. Se llama Jairo Ramírez, es flaco y calvo, y luce un traje negro con una corbata plateada de satín. Sin mayores preámbulos y con emoción de maestro de ceremonias, anuncia que un pequeño gran profeta está presente entre el público y lo invita a subir al altar.
Josué David aprieta la Biblia contra el pecho y ora con los ojos cerrados. Su padre le habla al oído y le da una palmada de aliento en el hombro izquierdo. “Saluda a la persona que tienes a tu lado y dile: ‘te ves hermoso en la casa de Dios’”, son sus primeras palabras, que pronuncia con una voz suavecita. Y luego, de un solo grito y con una voz aguda pregunta: “¡¿Cuántos de los que están aquí viven en el reino de Dios?!”. Se escucha un coreado ‘amén’.
Invita a abrir la Biblia en Jeremías capítulo uno versículo 10, y anuncia que esa palabra hará que todos los presentes se muevan entre sus propios milagros. “El Espíritu me dice: Josué, voy a derramar algo poderoso, hoy van a abrirse los cielos. Hoy milagros van a pasar y quiero que toda la gente que sienta que algo especial va a pasar se acerque hasta aquí”.
Los presentes se levantan de sus sillas de plástico, oran con los ojos cerrados repitiendo las palabras del niño predicador con las manos abiertas apuntando hacia el cielo. “Oro está cayendo del cielo”, sentencia Josué David e impone su mano derecha sobre las frentes de los que alcanzaron a ubicarse en la privilegiada primera fila.
Todo aquel al que toca empieza a temblar como poseído, se desploma como un castillo de naipes y lo que sigue de ahí en adelante es un ejército de fieles desmoronado ante la presencia del niño predicador.
Su padre y su coordinador nacional -e internacional- lo ayudan -me explicarían más adelante-, a transmitirle el Espíritu Santo a los presentes a través de una palmada en la frente. El equipo de logística de la iglesia, muchachos con chalecos amarillos estampados con una espada cruzando el fuego y con el mensaje ‘Escuadrones del Dios viviente’, se encargan de evitar que los fieles se vayan de bruces o de espaldas. Detienen la caída y los descargan en el suelo, que se convierte en un tapete de gente convulsionando, llorando, gritando, como si estuvieran en trance.
Luego empiezan a levantarse. El niño predicador se mueve rápidamente por el altar y cada frase que suelta la acompaña con un brinco, agitando las manos, como disparando con su índice derecho. Se agacha, se arrodilla y se levanta con un salto. Es una fuente inagotable de energía. Y empieza, literalmente, a repartir milagros.
Invita a un hombre que, según él, tiene problemas económicos graves. Valga aclarar que estamos en un barrio de estrato uno, donde las necesidades no son cosa de unos pocos. Un sujeto delgado y de vistoso bigote se acerca; Josué David le toca la cabeza y él empieza a llorar y a temblar, y luego se derrumba mientras le augura que la falta de plata ya no será un problema.
“Hoy están pasando cosas sobrenaturales”, grita Josué David separando cada sílaba; lleva su mano derecha al estómago y zapatea fuerte sobre el altar de concreto. “Cristo caminó sobre las aguas, y nosotros vamos a caminar también en lo sobrenatural”, dice ahora, con una voz baja, agotada y ya disfónica.
La ceremonia empieza a extinguirse como la voz de Josué David, y él pregunta: “¿Saben por qué Dios le daba oro al pueblo?.... porque el pueblo le daba oro primero”. Y sigue: “Si quieres ser enriquecido, trae riquezas delante de tu rey, el rey de reyes, ven, ven, ven”.
Invita a hacer ofrendas que marquen la diferencia, que no sean monedas o un billete cualquiera. Pide que no sea una limosna como en la Iglesia Católica, porque según él Dios no es un Dios limosnero.
“Quiero que traigas el mejor billete que le quieras dar a Dios”, sigue invitando Josué David y la gente empieza a arrojar, sin dejar ver de qué denominación son, billetes en una caja de cartón de 80 centímetros de alto. Él pidió que le trajeran la caja porque la funda de tela azul gamuzada, dispuesta para tal fin, era muy pequeña según su concepto.
La gente lo mira con ternura y fervor: son los nuevos devotos del niño predicador. Josué David les pide a los muchachos de chalecos amarillos que cuenten el dinero y se lo entreguen al pastor Antonio Duncan. “Pero aquí no, en otra parte”, les dice en tono de regaño a los jóvenes que pretendían hacer las cuentas frente a toda la feligresía.
De retribuciones mundanas y divinas
El niño predicador no tiene tarifas. -Cuando vamos a predicar nunca vamos con la intención de pedir nada a cambio- asegura su padre, pero aclara que sí piden subsidiar los viáticos.
-Si el pastor da 50 mil pesos, nosotros lo tomamos con gozo- añade. -Pero hay otros que sí bendicen y son generosos- dice el niño. -A veces dan 300 mil pesos o 400 mil- comenta el pastor Duncan. -Un millón, dos millones- interrumpe el niño. -Nosotros no comercializamos con él. El obrero es digno de un salario y sea como sea él es un obrero de Dios- aclara Duncan con una voz tosca. -El dinero es para el estudio de él, para asegurarle el futuro a él, para sus gastos- interviene una vez más el padre. -Me gasto la plata en ropa, para mí y para mis hermanas, en cine, en helados- agrega el niño.
Por su peregrinaje evangélico, Josué David tuvo que salirse del colegio. El año pasado, cuando cursaba el séptimo grado, casi pierde por fallar tanto a clase. Ahora cursa octavo en un colegio virtual. Hay algo en lo que su madre le insiste: en que siga siendo niño.
Le teme a ataques de grupos satánicos y a las críticas despiadadas de los escépticos. Ya hay videos suyos colgados en YouTube, con comentarios de muy grueso calibre. La mujer dice que su hijo no es perfecto, que no vive en un cofre de cristal. “Es un niño normal, que de pronto tiene un don diferente, no es un extraterrestre”.
El psiquiatra infantil Cristian Muñoz no lo conoce. Sin embargo cree que es totalmente respetable que muestre dichas habilidades, porque ha crecido dentro de un contexto religioso. “Lo cuestionable tiene que ver con el discurso, que lo vendan y le hagan creer que es un profeta, que tiene capacidades sobrenaturales, que le entreguen tantas responsabilidades”, responde el especialista cuando le cuento que Josué David dice que intercede en milagros. “No hay que olvidar que es apenas un niño”, concluye Muñoz.
El pequeño predicador asegura que es un niño como los demás, que no se la pasa encerrado rezando. El fútbol es una de sus pasiones –juega de arquero-, al igual que los videojuegos y el Internet. También afirma que tiene muchos amigos y una novia. Sueña con ser pastor a los 15 años y para entonces tener una iglesia y un ministerio tan grandes que harán temblar las naciones.
Así también aspira a recorrer el mundo ganando nuevos devotos. Pero dentro de sus propósitos cuenta que también quiere enlistarse en la Armada Nacional y ser profesional, aunque todavía no sabe qué quiere estudiar.
Cuenta que hay cosas que lo deprimen: ver a la gente sufrir en la calle, ver a alguien a quien alguna vez le predicó y que no se convirtió. También se deprime cuando el Junior de Barranquilla, su equipo del alma, pierde algún partido. Lo dice y suelta una desparpajada risa infantil, dejando claro que, aunque habla y se comporta como un adulto, sigue siendo un niño de 13 años.
Josué David relata que su familia vive bien, pero sin lujos. “Lo único que me falta es un carro en mi casa. Yo le estoy clamando a Dios, le estoy orando a Dios y sé que me va a soltar una Grand Vitara, para poder llegar a todo lado”.
El pequeño evangelista se despide con un apretón de manos y me entrega su tarjeta personal: “Josué David Parra, niño evangelista-profeta”. El cartón lleva un mensaje que invita a hacer siembras o donaciones para que su ministerio llegue hasta el último rincón de la Tierra. A la salida de la iglesia venden CDs en los que Josué David aparece anunciando el evangelio, cada uno a 10 mil pesos.
Los nuevos devotos del niño predicador hacen fila para comprarlos, entre estos el hombre al que le profetizó que ya no tendría más problemas económicos.
A propósito de las profecías del niño predicador, nunca pude ver el oro qué, durante la convulsionada predicación, anunció que estaba cayendo del cielo.


Pueden ver los videos en el siguiente link:

http://www.citytv.com.co/videos/63868/predicador-cristiano-mas-joven-de-colombia

Una historia de amor sepultada en Haití


El anillo de bodas permitió identificar a la colombiana Sandra Liliana Rivero, fallecida en el terremoto de Haití.

OLGA LUCÍA MORALES Y .
JOSÉ ALBERTO MOJICA
ENVIADOS ESPECIALES DE EL TIEMPO
PUERTO PRÍNCIPE (HAITÍ)


Cuando se vieron por última vez en el aeropuerto de Puerto Príncipe, el pasado 12 de enero, la colombiana Sandra Liliana Rivero y el chileno Simón Araneda se despidieron con una promesa: sería la última vez que estarían separados.
En dos meses, Sandra Liliana, bogotana de 35 años, terminaría el contrato que tenía con una aerolínea internacional en el tema de seguridad y regresaría a Colombia. Dos hijos y una casa eran parte de los planes que anhelaban juntos.
Después del abrazo de despedida, a las 4 de la tarde, Simón viajó a Colombia por motivos laborales y sólo se enteró de que había ocurrido un terremoto en Haití cuando se bajó del avión y descubrió que la familia de su esposa lo esperaba con angustia en el aeropuerto Eldorado, de Bogotá. Desde entonces, este chileno, de 32 años y soldador de oficio, inició una búsqueda desenfrenada para encontrar a Sandra.
Esa búsqueda, que se convirtió en una tortura para él y su familia, terminó el viernes a las 11 de la mañana entre toneladas de ladrillo y bloque que constituían el Montana, el único hotel de lujo que tenía Puerto Príncipe, donde ella se hospedaba.
Sandra, quien vivía en la capital haitiana desde noviembre, apareció muerta entre las escaleras que conducían del tercero al cuarto piso del hotel. El martes, en su habitación, la 411, encontraron su computador, su cartera y sus documentos, lo que indica que habría tratado de huir cuando la tierra se sacudió.
Simón, un hombre corpulento y de ojos verdes, llegó a Puerto Príncipe el miércoles 20 de enero. Desde entonces se plantó en las ruinas del hotel, donde el 23 de diciembre celebró con Sandra el cuarto aniversario de bodas.
No había podido viajar antes a Haití, porque, explica, no tenía la visa estadounidense necesaria para entrar.
Pero, estando allí, se hizo amigo del cuerpo de socorro de Estados Unidos, que lidera los operativos de rescate del hotel, donde se hospedaban unas 250 personas. Sólo 100 lograron escapar. Las demás fallecieron.
Durante los últimos días tuvo que identificar, uno a uno, diez cadáveres, para saber si alguno correspondía al de Sandra. Cada vez que descartaba que no era ella, recargaba su fe: “La esperanza es lo último que se pierde”, decía el hombre, quien añoraba la posibilidad de que estuviera herida en cualquier hospital, o tal vez en otro país, como ha sucedido con algunos damnificados de la tragedia.
Sin embargo, el viernes apareció el cuerpo de una mujer con las características que él había descrito. Simón y su cuñado, Yesid Rivero, se acercaron al cadáver, pero no lo reconocieron por el estado en el que quedó.
Minutos más tarde los rescatistas les dijeron que la mujer tenía un anillo en el dedo anular de la mano derecha; el anillo de bodas, con el nombre de Simón tallado en el respaldo, fue la pieza clave para identificarla.
Simón camina por el campamento de la Cruz Roja Colombiana en el aeropuerto de la capital haitiana, el mismo lugar donde vio por última vez a su esposa y que hoy es el centro de operaciones donde llegan todas las ayudas para los dolientes de la catástrofe; se lleva las manos a la cabeza, mira al cielo y confiesa que todo esto sucedió por la voluntad de Dios. “Si, Él permitió que esto pasara, también nos dará la fuerza para superarlo”, dice el hombre, resignado, quien también es pastor de una iglesia cristiana en Bogotá. “Conociéndola, sé que ella me diría: esfuérzate, hay que salir adelante. Y lo voy a hacer por amor a ella”, sentencia, con voz afligida.
Son las 10 de la noche del viernes y Simón y su cuñado hablan con las autoridades colombianas sobre la forma en la que será repatriado el cadáver.
Este era examinado en el hospital habilitado por Argentina en el aeropuerto de Puerto Príncipe. Su familia, en Bogotá, tiene todo listo para las exequias.
-Y ahora, ¿qué va a hacer?
Simón guarda silencio por varios segundos, sus ojos se encharcan y un nudo en la garganta le frena las palabras. Toma aire, respira profundo y con la voz quebrantada dice que seguirá luchando, que quiere quedarse a vivir del todo en Bogotá.
“Colombia es un país maravilloso. Me lo ha dado todo. Me dio a Sandra”.